20

Otro ocaso derramó sus llamas sobre las extensas aguas y se extinguió. Le siguió un breve crepúsculo. Cuando Kyra entró en la cabina de observación después de cenar, la noche cubría ya la mitad del Pacífico.

A bordo de una nave que la llevaría desde el continente hasta Hawai en treinta y tantas horas, no podía permanecer en cubierta, pero disponía de aquella cabina. La espuma apenas había empañado el cristal, gracias al diseño aerodinámico del Caravel, que cabeceaba sobre las olas. Kyra sólo sentía ese movimiento como una especie de unidad entre la máquina y el mar.

Redujo la luz de la cabina y dejó que sus pupilas se dilataran para captar la escena. No atinaba a ver las luces de navegación ni el radar. Sólo veía su extremo superior, una blancura opaca que se mecía rítmicamente. Más allá se extendía el océano con su lustre inmutable, como mil leopardos negros al acecho. En las cercanías se veían retazos de espuma arremolinada. El motor palpitaba. El sordo rumor del oleaje hacía contrapunto con el viento. El fulgor del cielo era leve, y permitía distinguir un millar de astros y la sombra de la Vía Láctea.

Una vista majestuosa, serena, imponente. Lástima que el jefe no pudiera disfrutarla, pensó. De nuevo se encontraba encerrado en un compartimiento secreto y protegido, y Kyra no se atrevía a sacarlo antes de que fuera necesario. Los Caballeros de la Aventura se limitaban a devolver un favor; no habían firmado ningún contrato. Si la tripulación del Caravel se enteraba de lo que estaba transportando, la tentación —una recompensa suculenta, indulto por los delitos del pasado, un lucrativo empleo en el Gobierno— podría resultar irresistible. O el capitán podía pensar que lo habían embaucado, exponiéndolo a un riesgo enorme sin recompensa, y tomar venganza.

Sólo había podido susurrarle unas palabras a Guthrie, que quizá no había oído nada desde dentro de su envoltorio, mientras lo llevaba del coche a la embarcación de Farnum. ¿Cuánto tiempo resistiría la privación casi total de datos sensoriales antes de que su mente empezara a desmoronarse? Ella había sufrido momentos de angustia —y suponía que Valencia también— cuando un cúter de la guardia costera asomó sobre el horizonte y les dio orden de detenerse. Tuvieron que encerrarse en un par de armarios usados para el contrabando, y el tiempo se prolongó espantosamente en medio de la ceguera mientras los agentes inspeccionaban el hidrofoil. ¿Menos de tres horas? ¿Era posible?

Bien, el mal trago había pasado y era improbable que esa situación se repitiera. Kyra volvió a contemplar el mar. Pero no podía concentrarse. Por mucho que se empeñara, le atenazaba la angustia.

Una pisada suave hizo que se volviera. Dio un respingo. La sombra que se le acercó era Valencia.

—Buenas noches —dijo él, con voz tan queda como sus pasos—. ¿Molesto?

—No. En absoluto. Hace una noche preciosa.

—Es verdad. Pero hay que ir al espacio para ver auténticas estrellas.

—Oh, con un vivífero…

—Sabes mejor que yo que no es lo mismo. —Valencia hizo una pausa—. ¿O no? Los humanos pronto nos acostumbramos a nuestros privilegios. A menudo olvidamos que lo son.

Kyra no hubiera imaginado llegar a sentir compasión por aquel hombre.

—¿Nunca has estado allí?

—Pasé una temporadita en Luna. A los turistas nos llevaban como ganado.

—Siempre has querido trabajar en el espacio —dijo Kyra, comprendiendo de golpe.

—Siempre.

Impulsivamente, Kyra le cogió la mano.

—No eres el único. Aun entre los hijos de Fireball… hay pocas oportunidades, cada vez menos.

—Sí, lo entiendo —replicó él—. No me estoy autocompadeciendo. —Su voz recobró la compostura habitual—. Perdón, piloto Davis, por interrumpir. Tengo ciertas noticias, pero si prefieres pueden esperar a mañana.

Kyra se obligó a sonreír.

—No me dejes en vilo.

—Muy bien. Acabo de hablar con el capitán, y no he conseguido persuadirlo. No esperará para llevarnos desde Hawai hasta un refugio. Nos desembarcará donde le pidamos y regresará inmediatamente. Creo que le causamos aprensión, y no puedo culparlo por ello. Se ofreció a llamar a su comandante para solicitar un cambio de órdenes, pero eso habría sido excesivamente arriesgado.

—Desde luego. —Kyra recordó que debían cuidar sus palabras. Podía haber micrófonos ocultos en todas partes—. Hablamos de ello esa noche en Portland, pero sólo de pasada. ¿Crees que podrías conducir a quien fuera necesario a un escondrijo?

—Te he dicho que no conozco bien Hawai, es otro lugar adonde sólo he ido como turista. Mi hermandad no tiene contactos con los reyes de Honolulú. Pero… si tú me guías…

—Yo no conozco escondrijos.

—Podemos hablar de los sitios donde has estado, de lo que has visto y oído. Eso es información. Esa otra gente debe de tener más. Tal vez entonces pueda ayudar a ocultarte, no en un sitio determinado, sino yendo de aquí para allá. No durante mucho tiempo, si nos persiguen profesionales, y sin garantías; pero haré lo posible.

—Tal vez no estemos en condiciones de renovar tu contrato cuando expire.

La sonrisa de Valencia resplandeció fugazmente en el rostro velado por la noche. Los ojos y la gema recibieron la luz de los astros.

—Confío en que le darás valor retroactivo más tarde.

—Mil gracias, Nero. —De nuevo le cogió la mano, esta vez con ambas, y con fuerza.

—Es un plan descabellado —gruñó él. ¿O sólo bromeaba?—. La conexión informática, en fin… Pero los neósofos… —Se interrumpió.

Kyra notó que él no apartaba la mano, sino que respondía a su presión.

—¿No lo comprendes? Es nuestra única posibilidad, precisamente por eso.

Al menos así lo creía Guthrie.

—No sólo tenemos que engañar a la policía —había dicho—, sino a mi alter ego. Kamehameha estará muy vigilada, pues él sabe que lo que más me gustaría es regresar al espacio. En consecuencia, lo más sensato es tratar de meterme en un país libre de la Tierra. Por eso la Sepo se concentrará en retenerme dentro de las fronteras de la Unión hasta que pueda encontrarme. Bien, mi otro yo sabe cómo pienso y cómo siento, pero no sabe qué advertencias he recibido, cómo se gestó mi fuga, quiénes son mis acompañantes ni de qué son capaces. En consecuencia, camaradas, lo más conveniente es hacer lo menos obvio. No son probabilidades ideales para ganarnos la vida como jugadores, pero apostaremos por ellas.

—Y por ser descabellado te agrada —dijo Valencia a Kyra. Las olas reían en torno a ambos—. Bien, confieso que a mí también.

Ella decidió que convenía soltarle la mano, y así lo hizo, y se preguntó por qué.

—Lograremos escapar, Nero —dijo con voz trémula.

—¿Quieres empezar por hablarme de tus contactos en Hawai? —preguntó él. ¿Qué era aquello, cautela, espíritu práctico o qué?

—Supongo que sí.

—No quiero un informe ni una sesión de estrategia. No tenemos por qué echar a perder esta noche. —Y quizá fuera contraproducente o peligroso si alguien escuchaba, pensó Kyra, pero ¿por qué esa idea parecía poco probable?—. Sólo dime lo que recuerdes.

Kyra superó su sentimiento de culpa.

—¿Por dónde empiezo? —bromeó.

—Por donde gustes. —Él se apoyó sobre los codos y miró hacia fuera. La luz del cielo y el mar recortaban su perfil contra la oscuridad—. ¿Tal vez por un panorama como éste?

—Pues recuerdo una vez… —Kyra se apoyó como él. Sus codos se tocaban, un contacto tibio en la fresca brisa marina—. Un amigo y yo habíamos decidido ir a pasear en canoa…

Él la ayudó. A veces Valencia contaba sus propias experiencias, que también podían ser dulces. Aunque no había pedido ningún detalle íntimo, surgieron recuerdos que Kyra estuvo a punto de compartir. Superando ese impulso, habló de capullos, bosques tropicales, fiestas, arena y olas, y de las criaturas efímeras y brillantes que vivían en torno a un arrecife de coral. Al poco tiempo se puso a hablar de los Keiki Moana. ¿Por qué no? Los extranjeros no podían visitarlos, pero todos sabían de su existencia y habían visto documentales o leído libros sobre ellos. Todos sabían también que, en ocasiones, Fireball les permitía visitar sus pabellones.

—… y nadábamos cerca de la balsa cuando un par de delfines… ¡oh!

La luna llena despuntó a proa, tiñendo el océano de plata y rodeándoles la cabeza con su aureola. Kyra se inclinó contra Valencia y le rodeó la cintura con el brazo.

Él se tensó.

—¡Ah, piloto Davis…!

—Es increíblemente bello —dijo ella con voz gutural.

—Sí. ¿Puedes señalarme Alfa del Centauro?

—Creo que todavía estamos muy al norte. ¿Por qué?

—Asociaciones. —Guthrie.

—¿A quién le importa? Deméter es el único planeta con vida al que hemos llegado, sí, pero es primitivo y está condenado. Me pregunto qué sentido tiene todo si la vida es un accidente tan excepcional. —Kyra inspiró profundamente. Su sangre palpitaba—. Lo único es que existe, ¿verdad? Estamos aquí un tiempo breve; estamos aquí esta noche, tú y yo, y eso basta, ¿no te parece? —Alzó los labios.

Él reaccionó con cierta rigidez.

—Piloto Davis, ya te he comentado que nuestras relaciones con la clientela…

Ella sonrió.

—¿Y si la clientela toma la iniciativa?

—Nuestra política…

Ella dejó de sonreír.

—Nero, escucha. No soy una aventurera audaz. Tampoco soy cobarde; pero en este momento me siento asustada y sola, y necesito consuelo.

Él la miró a los ojos.

—No sé si creerte. Te admiro demasiado, Kyra.

Kyra sintió renacer su alegría. Alzó las manos, le acarició el cabello revoltoso, lo arrastró hacia abajo.

—Además —susurró—, el vaivén de esta cubierta es sumamente excitante.