28
La pantalla mostró al nuevo Guthrie en un cuerpo nuevo. Un cuerpo diferente, al menos. Sin duda limitaba sus capacidades, a pesar de su aspecto humanoide. Parecía un caballero medieval preparado para un torneo. Sólo le faltaba llevar un penacho en el casco y una sobreveste con el dibujo de un león. Sayre se preguntó si habría adoptado aquel aspecto para aparentar más proximidad con sus empleados y asociados, para infundir mayor confianza en su liderazgo en un día tan turbulento como aquél. Era posible que la imagen surtiera el efecto deseado, no en un nivel consciente sino allí donde gobiernan las emociones, los arquetipos, lo infantil y lo animal.
No obstante, la voz que surgía de la brillante visera era estremecedoramente pragmática.
—No hay novedades por el momento. Los agentes de Rinndalir se han llevado a Davis. Eso es todo.
Sayre se obligó a responder del mismo modo.
—¿Sabes adonde?
—Tal vez. No lo he tratado personalmente, como mi otro yo. Sólo puedo guiarme por mis datos actualizados. Pero tengo entendido que es un tío escurridizo. Conocer su paradero no nos serviría de mucho. Lo que importa es adivinar qué está tramando.
—Dos días… Sin duda Davis ya se lo ha contado. ¿Por qué no lo ha hecho público?
—Supongo que desea comprobarlo, en la medida de lo posible. Y tal vez meditarlo, reunir más información, ver qué pasa y saber qué beneficios puede sacar. Escucha, he tomado mis medidas al respecto. Rinndalir sabrá que quiero comunicarme en secreto con él. Me sorprendería que no aceptara. Pero no sé cuándo, ni qué pedirá. Puede que sólo quiera reírse de nosotros.
Sayre se aferró al borde del escritorio.
—¿Qué crees que puedes ofrecerle?
El robot se encogió de hombros. El canal de audio transmitió un susurro metálico.
—Tendré que jugar las cartas de que dispongo. El soborno, por supuesto. Una cosa por otra.
—¿Amenazas? Insinuadas, naturalmente. No sería imposible planear un accidente.
—¿Como una nave espacial no tripulada estrellándose en un punto delicado? No es fácil, ni me gusta la idea. En cuanto a las represalias económicas, opino lo mismo. Luna depende de Fireball, pero la dependencia es recíproca. Además… ¿debo recordártelo de nuevo? Mis consortes no son como tus perros guardianes ni tus resignados contribuyentes. Piensan por su cuenta. No puedo ordenarles que cometan actos dudosos. Tengo que persuadirlos, y eso lleva tiempo.
Cerdo insolente. Sayre se contuvo. Encolerizarse no era racional.
—Bueno —rezongó—, ¿qué sabe tu gente de la nave que robó Davis?
Sus hombres no habían hallado nada especial a bordo. Luego Guthrie había efectuado una llamada personal para reclamarla, y los selenitas accedido a ello.
—Muy interesante. —La voz sintética se volvió totalmente humana, y no ocultó su sarcasmo—. Los tuyos no lo hicieron mal. Oh, fui yo quien averiguó que Washington Packer había ordenado cargar en ella una lanzadera, pero tus expertos de Port Bowen sólo tardaron cuarenta horas en determinarlo. Mis muchachos sólo descubrieron lo que faltaba.
—¿Qué?
—Lo que no estaba. No había lanzadera a bordo. Realizaron algunas pruebas y descubrieron que había sido expulsada días antes.
Sayre sintió un escalofrío en la espalda.
—Eso significa…
—Sí. Lo que sospechábamos. Si yo no hubiera estado tan ocupado persuadiendo a la gente y cubriendo mi rastro en Quito, habría actuado antes. Ahora ambos tenemos que actuar. Davis envió a mi otro yo al espacio. No puede haber más destino que L-5. A estas alturas ya habrá recorrido esa distancia.
Sayre tragó saliva.
—No he recibido noticias sobre ello. Sabes que he mandado detener a los conspiradores potenciales de la colonia y observar todas las actividades espaciales.
—Pues quizá todavía esté en órbita. Iré a echar un vistazo. Personalmente, en mi nave. En cuando pueda marcharme. Entretanto, será mejor que envíes refuerzos a L-5 y ordenes una investigación exhaustiva. Pronto. Alguien puede tenerlo oculto y estar aguardando la oportunidad de darlo a conocer.
Un destello de esperanza.
—Si podemos pillarlo, discretamente…
—Sería un placer —tronó la voz de bajo—. Sin embargo, eso no nos sacaría del atolladero. Packer y su familia han escapado. Ellos están enterados. ¿Cuántos más? Nos prepararemos para lo peor: la posibilidad de que el otro Guthrie salga a la luz antes que podamos atraparlo extremando las precauciones’.
Sayre asintió.
—El Sínodo está informado de todo y preparado. Podemos declarar el estado de emergencia en cualquier momento, y movilizar a nuestros reservistas en veinticuatro horas. La Asamblea de la Federación pondrá el grito en el cielo, pero nuestra delegación puede entretenerla varios días. Después de eso, veremos qué podemos hacer para controlar los daños. —Recobró el aliento—. Fireball será muy útil, tanto durante la crisis como después.
—Hasta cierto punto, como más de una vez te he comentado. Demonios, los humanos son poco eficientes. A veces me pregunto si realmente me gustaría volver a ser uno de ellos.
Sorprendido, Sayre farfulló:
—¿Y te gustaría?
—Sí, sí, por supuesto —susurró Guthrie, y añadió con aspereza—: Bien, a trabajar. Mueve el trasero y déjate de historias. Yo tengo mucho que hacer. Si no te he llamado, comunícate conmigo mañana a esta hora, pero no me fastidies antes a menos que Fenris esté rompiendo su cadena. ¿Entendido? Fuera. —La pantalla quedó en blanco.
Sayre se quedó mirándola un rato. Sintió la rabia quemándole la garganta. Tendría que haber puesto a aquel canalla en un infierno virtual mientras podía, hasta que sus técnicos lo hubiesen amansado más.
Dominó sus sentimientos. Tonterías. Elucubraciones del animal que había en él. Lo hecho hecho estaba, y las consecuencias no debían lamentarse sino utilizarse racionalmente. No había tenido modo de prever que Guthrie resultaría tan irreverente, ni tampoco había tiempo para más. Además debía preservarse su personalidad básica, para que Fireball lo aceptara como genuino y él pudiera dirigir la organización. Y a fin de cuentas, estaba ejecutando las tareas programadas, y con la eficacia esperada. Lo doloroso, admitió Sayre, era que él creía que sería su amigo.
Suspiró, se levantó, caminó hacia la pantalla-ventana y miró afuera. Una lluvia gris caía sobre Futuro. Los edificios parecían desleídos, vencidos, decadentes. A dos décadas de la simbólica fundación de aquella nueva capital de la Unión, muchos estaban derruidos. Y todos eran similares, a pesar de las variaciones arquitectónicas generadas por ordenador. No era un estilo que hubiera hecho escuela, y ya nadie construía así. Ottawa y la desplazada Washington tenían más carácter, más presencia.
No. Sayre se irguió. El avantismo había cometido errores, pero seguiría adelante. Al final, quizá después de un paréntesis, quizá con otro nombre y en otras manos, pero prevalecería, porque ésa era la naturaleza del universo.
Un verso pasó por su mente: «¡Ay, que esta sólida carne se corrompa». ¿Qué era, dónde y cuándo lo había oído? Sí, Shakespeare. Vera, una enamorada de Shakesperare, no se cansaba de citarlo, y era indudable que aquel hombre sabía manejar las palabras, por trivial que fuera su contenido. Pero no quería pensar en Vera. No quería despertar viejos dolores. Habían pasado nueve años desde su divorcio. A veces soñaba con ella, pero no era propio de él. Sayre tenía sus placeres, sus higiénicas concesiones a las necesidades del cuerpo. Tenía su trabajo, su deber, su manera de pensar.
La corrupción de la carne. Liberación, trascendencia, Transfiguración. Y al cabo de millones o miles de millones de años, la Unidad cósmica. ¿Cómo podía Guthrie lamentar ser lo que era?
Sayre sonrió con malicia. Guthrie no tenía opción, salvo su total desaparición.
Fantasía: implantar recuerdos en un cuerpo biológico, fuera clonado o generado según un diseño original y racional. Luego desechar el cuerpo gastado, vida nueva a cambio de la vieja. Era el sueño de las personas que un par de siglos atrás se habían hecho congelar después de la muerte clínica. No había dado resultado, desde luego, pues no se había tenido en cuenta que cada tipo de célula requería un procedimiento específico para su congelación y posterior descongelación.
En la actualidad era posible entrar en animación suspendida al aproximarse la muerte, y esperar que la ciencia diseñara los medios para una gloriosa tecnorresurrección. ¿O no lo era? Ese estado sólo duraba unas décadas. Pasado ese tiempo, los daños acumulados por factores tales como la radiación de fondo eran excesivos. Pero cabía esperar que en el ínterin la biotécnica avanzara a pasos agigantados.
Ni pensarlo. Nadie haría nunca nada duradero que fuera al mismo tiempo humano; el genoma decía lo contrario. La evolución había seleccionado padres que no se interpusieran en el camino de sus hijos adultos. Cualquier elemento sintético sería demasiado extraño para contener la mente.
¿Entonces por qué no clonarse, ser la copia de uno mismo vida tras vida? Ya se había hecho antes. Ni siquiera hacía falta para ello una célula reproductora. El mapa del genoma individual formaba parte de cada base de datos médica actualizada. Aquél ya era un procedimiento habitual cuando Guthrie aún vivía.
Pero la química orgánica y la mecánica cuántica seguían vigentes. Un cerebro orgánico no podía contener una emulación en software. El proceso era demasiado largo. Los lóbulos cerebrales eran demasiado activos. No reconocían esos bytes separados e intrusos, los rechazaban, los distorsionaban, la mente enloquecía irremisiblemente.
Si Guthrie deseaba recobrar su condición humana, estaba atrapado.
Pero ¿por qué se lo planteaba así? ¿Por qué no buscaba la perfección de la existencia robótica, que superaba en todo a la vida orgánica? Podía financiar un programa de investigaciones que en pocos años impulsaría la psiconética de manera irrefrenable, y se negaba a hacerlo. En cambio ponía impedimentos, negociaba, aceptaba, causaba retrasos para que sus trabajadores siguieran siendo humanos el mayor tiempo posible.
Así actuaba el viejo Guthrie. El nuevo Guthrie había comprendido la verdad. Sólo necesitaba tiempo para asimilarla.
Y lo tenía, el muy bastardo. ¡Qué gusto sería durar más que él, o al menos tanto!
No era del todo imposible. Con una victoria avantista, Enrique Sayre podría reclamar una bien merecida recompensa: su propia emulación.
Pero eso crearía otro Sayre, un Sayre mecánico. Su carne debía morir sin saber lo que sucedería después.
A menos que lo Ultimo la recreara como una línea dentro de un programa que podría llamarse Paraíso…
Sayre irguió la espalda, dio media vuelta y puso manos a la obra.