19

Por la tarde, Valencia se fue llevándose a Guthrie.

—Espera aquí —le dijo a Kyra—. Conseguiré un coche y pasaré a recogerte.

—¿Por qué no puedo ir? —preguntó ella.

—No necesitas saber dónde se encuentra el depósito de coches de la hermandad, piloto Davis —dijo él cortésmente. Había detectado de inmediato, en la discusión de la noche anterior, que ella prefería ese tratamiento.

Kyra esperó en un café. Habían conversado hasta tarde. Ella y Guthrie ya habían trazado un par de planes, pero necesitaban que Valencia les ayudara a escoger el mejor y concretar los detalles. El plan estaba lleno de inconvenientes.

El gunjin reapareció antes de lo que ella esperaba. Se subieron a un Phoenix rojo.

—¿No es un poco llamativo? —preguntó ella.

Él se encogió de hombros.

—Forma parte del camuflaje. Se supone que los fugitivos no van en coches deportivos, ¿verdad? —Movió los dedos sobre los controles y se incorporó al tráfico.

—¿Dónde está el jefe?

—Cerca de mis armas, en un compartimiento bien protegido, rodeado de muchos elementos electrónicos para más seguridad. El motor está trucado, aunque no se note.

Aquel vehículo se usaba para el contrabando, comprendió Kyra. Rió de contento. Bien podía tomar su fuga como una aventura, al menos mientras las cosas no se volvieran en su contra.

Valencia entró en una autopista por una rampa, puso el piloto automático e introdujo el itinerario. El Phoenix aceleró hasta que los paisajes urbanos se volvieron borrosos. Apenas se oía el zumbido del aire. Sí, pensó Kyra, los chinos saben construir coches. Valencia reclinó el asiento unos grados y se relajó.

—Si todo va bien, llegaremos a San Francisco a las 14.00 —dijo—. Conozco un buen lugar donde comer hasta tarde, a menos que prefieras detenerte para hacerlo antes.

—No, está bien. Sorpréndeme.

—Ahora empecemos a repasar tu historia.

—La recuerdo bastante bien de anoche.

—Con todo respeto, piloto Davis, no la recuerdas. Hay muchos detalles en los que no profundizamos. Si nos detienen, tendrás que repetirlos todos y cada uno sin pensar. Para eso te harán falta dos o tres horas de repaso, diría yo.

Kyra frunció el ceño.

—¡Maldita sea! Y yo que quería empezar este viaje.

Valencia sonrió. Su biogema lanzó un destello azul.

—Por mi parte, puedo imaginar muchos modos divertidos de pasar el tiempo. —Al instante recobró la seriedad—. Pero ser arrestado, interrogado y enviado a reeducación no se cuenta entre ellos.

—Por supuesto, señor Valencia. Empieza cuando quieras.

Valencia fue al grano. (Cuando Kyra se marchó a Quebec, un funcionario canadiense de Fireball juzgó que, dado el asombroso anuncio de Guthrie, era probable que ella regresara a Hawai. Packer, en Kamehameha, tenía dudas cuando lo llamaron). Si la Sepo procuraba indagar eso, no averiguaría nada. Ningún consorte de un país extranjero les diría nada sin órdenes específicas de sus superiores. Si interrogaban a Packer, se olería algo raro y procuraría ser reservado. (Sintiéndose comprensiblemente insegura, Kyra había viajado a Portland y había hablado con amigos que tenía allí). Su reingreso se registraría en la base de datos de un puesto fronterizo. Los Sally Severins tenían acceso a la red oficial. Kyra sospechó que se valían de agentes Caóticos, con los cuales tenían relaciones fluctuantes. (Bill Mendoza se había ofrecido a llevarla a San Francisco y acompañarla cuando ella solicitó autorización para tomar un avión con destino a las islas. Mendoza tenía que viajar a esa ciudad de todos modos). Valencia llevaba identificación, y su seudopersonalidad figuraba desde tiempo atrás en los registros como la de un contribuyente respetable que no se metía en líos.

Fácil de recordar. Pero luego Valencia comenzó a añadir detalles de la vida cotidiana.

El cielo curvo se fusionaba con la transcontinental. La ciudad quedó atrás. El coche corría hacia el sur atravesando sembrados y bordeando ríos con criaderos de peces. Verdes parcelas cuidadas por máquinas se extendían a lo lejos sobre colinas escalonadas y hasta unas montañas ocultas a medias por las nubes. Un paisaje monótono, pensó Kyra, que en un tiempo debió ser hermoso; aldeas, granjas, vacas rojizas en los prados y manzanas rojizas en los huertos, tal vez lino azul o maíz amarillo, tal vez un niño a caballo, sin duda grandes extensiones boscosas, umbrías bajo el sol, impregnadas de aroma a resina.

—Ahora dime, ¿qué haces el jueves?

—Bueno, ah…

Una luz roja parpadeó en el panel. Dos o tres kilómetros más allá el tráfico se estaba amontonando. Kyra sintió un nudo en la garganta.

—¡Dios! —masculló Valencia.

Pulsó el botón del receptor. Un escudo con el símbolo de infinito apareció en la pantalla. Una voz asexuada dijo:

—Atención. Más adelante hay un control. Continúe en automático. No abandone el vehículo a menos que se le ordene. Se estima que la espera será de media hora. Es una situación de emergencia y se solicita de todos la máxima colaboración. Esté atento a nuevas órdenes.

Kyra apartó la cortina y miró. Dos aeromóviles revoloteaban a su alrededor.

—¿Todo esto es por causa nuestra? —susurró.

Los rasgos de Valencia se habían congelado en una máscara broncínea.

—Sospecho que sí —respondió en tono neutro.

—Pero podríamos estar en cualquier parte. ¿Cómo pueden saberlo?

—No lo saben, pero parece que creen tener una pista interesante. Paran los coches en ambas direcciones, según veo, y no hay ningún desvío antes de llegar allí. Todas las carreteras del Integrado de Portland deben estar bloqueadas. Y no han dicho nada en el noticiario para no ahuyentarnos.

—Aguarda. Esther Blum comentó que hacía décadas que no iba a una quivira.

Valencia asintió con un gesto.

—Eso debe de ser. Me inquietó, pero cuando Guthrie insistió en que no podía perder tiempo, preferí ni mencionarlo. Simplemente había que correr el riesgo.

Kyra se estremeció.

—¡Esther! ¿Crees que ellos…?

—Es muy probable. Si ya la han capturado, y le han sonsacado que Kyra Davis viaja con Anson Guthrie, tenemos problemas. Sin embargo, ten en cuenta que eso es improbable.

Kyra asintió. El mero hecho de que Blum hubiera hecho algo fuera de lo común no parecía —para cualquier detective a quien hubieran encomendado seguirla sin más explicaciones— causa suficiente para el arresto. De la quivira ella había regresado al hotel. Allí la aguardaba otro mercenario. Se encargaría de escoltarla, y su organización la ocultaría un par de días. Cuando regresara a Baker, diría a la gente que había estado paseando por Portland. Cabía esperar que la Sepo creyera que era cierto y que su agente había cometido el error de perderle el rastro.

Una precaución en principio innecesaria había resultado ser vital. Alguien de más arriba había recibido el informe sobre Blum y ordenado tal vez que le informaran sobre todo detalle sospechoso relacionado con cualquier persona relacionada con Guthrie. Un programa de búsqueda podía encargarse fácilmente de ello. Había pensado que aquello podía ser una pista, y movilizado las fuerzas locales para bloquear las carreteras. Si Kyra lograba pasar, si aceptaban su historia, la Sepo pronto pensaría que la pista era falsa y Blum estaría a salvo al llegar a casa. Si Kyra no lograba pasar… Prefirió no pensar en las consecuencias.

Valencia se inclinó hacia ella. Bajo los mechones negros, su gema había cobrado un color topacio.

—Escucha, piloto Davis. No detectarán a Guthrie a menos que desmantelen este coche. No debemos darles motivos para hacerlo. Yo contaba con ensayar hasta que cada respuesta te saliera con más naturalidad que si dijeras la verdad. No tuvimos esa suerte, pero aún podemos pasar si no demuestras preocupación. Fastidio, curiosidad, sí, pero no tienes nada que ocultar, nada que temer. ¿Podrás hacerlo?

Kyra se humedeció los labios.

—Lo intentaré.

Reduciendo la velocidad, se pusieron a la cola y se detuvieron.

Pronto los de delante avanzaron un trecho y ellos los siguieron. La fila se detuvo nuevamente. Un camión se les acercó desde atrás. Estaban cercados. Kyra olió la transpiración en sus axilas, rancia y fría.

Valencia la miró en silencio.

—Lo lamento, piloto Davis —murmuró—, pero no creo que puedas lograrlo.

—Nunca fui muy hábil para mentir. ¿Alguna sugerencia?

Él entornó los ojos. Ella reparó en las pestañas largas, en su color castaño.

—En efecto —respondió Valencia lentamente—. Tal vez no te agrade.

—Veremos.

—Por favor, compréndelo. En mi hermandad, no confraternizamos con los clientes. Si te opones a esta propuesta, no la mencionaré más y trataré de pensar en otra cosa.

Kyra sintió latir sus sienes.

—¿Quieres decir… nosotros…?

Él asintió.

—Es muy natural que una pareja encuentre un modo mejor de pasar el tiempo que encender el multi. En un caso así cabe esperar que la mujer esté agitada y sin aliento.

Kyra sintió ganas de reír a carcajadas.

—Esther dijo que toda buena causa exige sacrificios. He hecho sacrificios peores. Ven aquí.

Era un asiento único, aunque con respaldos separados. La gema emitió un fulgor escarlata. Valencia era irresistiblemente guapo. Se le acercó. Ella le rodeó el cuello con los brazos. Él le rodeó la cintura. Mientras sus labios se tocaban, él le acarició la espalda. El beso fue lento. Cuando alcanzó su plenitud, todos los besos que Kyra recordaba palidecieron, excepto su primer y torpe intento.

Él la exploró con calma. Ella metió una mano bajo la camisa de Valencia antes de que él le deslizara la suya bajo la blusa.

Una vez, procurando respirar, ella entrevió un coche de policía que pasaba. Bien, mucho mejor. Un espectáculo convincente.

Kyra aún no estaba tendida de espaldas cuando llegaron al puesto de inspección, pero tenía la convicción de que lo estaría si la espera duraba un poco más. Por desgracia. No, mejor así. ¿O no? Acarició el pelo revuelto de Valencia, miró con ojos turbios al agente que aguardaba ante la ventanilla.

El agente sonrió. Era un policía de paisano, uno de los varios que se encontraban al mando de un Sepo de uniforme tostado. El Sepo se acercó y repitió las preguntas que ya debía de haber hecho cien veces. Estaba ojeroso, tal vez bajo los efectos de estimulantes, y evidentemente más propenso por ello a ciertas distracciones. Al enterarse de que Kyra era miembro de Fireball, le hizo algunas preguntas adicionales. Ella respondió soñadoramente. Nero también intervino, con menos serenidad de la que comúnmente habría demostrado. Entretanto el policía abrió los compartimientos del motor y del equipaje, hurgó en sus pertenencias, las registró con un instrumento que debía de ser un detector. Desde luego, no sabían que…

—Adelante —rezongó el Sepo—. ¡Y aprendan a comportarse con más decencia!

Valencia le respondió con una tímida sonrisa, cogió los controles y puso el coche en marcha. Segundos después iban de nuevo a velocidad automática de crucero.

Kyra se reclinó con alivio.

—Vaya —suspiró. No pudo contener su euforia—: ¡Lo logramos, Nero! ¡Lo logramos!

—Hasta ahora —respondió él, sin dejar de mirar al frente.

—Oye, no te pongas nervioso. ¡Has estado fantástico! He disfrutado como nunca.

Él la miró de soslayo. La gema se había puesto rosada. Por un instante, Valencia expresó calidez y alivio.

—Gracias. También yo. —La sonrisa se disipó—. No te preocupes, piloto Davis. No presumiré de ello.

Su rostro y sus palabras, hasta su postura, recobraron su rigidez.

—Podemos toparnos con otros controles. O ese Sepo puede reflexionar un poco. Puede plantearse, por ejemplo, por qué no volamos directamente desde Portland si queríamos ir a Hawai. ¿El motivo es el que sugería tu conducta, que te estás tomando unas vacaciones extra? Si llama al cuartel general y revisan los datos que han llegado hoy, descubrirán que eres la única empleada de Fireball que ha salido de Portland por tierra. Entonces se harán preguntas. En cuanto perdamos de vista esos aeromóviles, cogeré el primer desvío.

Kyra ya no estaba tan eufórica.

—¿Hacia dónde?

—Conozco una casa segura. Allí confirmaré si es posible cambiar nuestros planes y no ir a San Francisco mañana. Tendremos que revelar a dos o tres personas más parte de nuestro itinerario, pero son de confianza, y si el enemigo se interesa en una pareja que concuerda con nuestra descripción, es posible que revise toda la zona de la bahía.

—Jesús y María —murmuró Kyra—, ¿qué haríamos Guthrie y yo sin ti?

Valencia rió entre dientes.

—Caer prisioneros, supongo. Al principio no lo hiciste mal, para ser novata, pero éste es mi oficio. Ahora repasemos un poco más, por si acaso.

El desvío que encontraron estaba pavimentado pero no tenía cable de guía. Valencia usó el control manual con una destreza que se evidenció cuando se internaron por caminos secundarios y terciarios que serpeaban entre montañas. En algunos la superficie estaba rajada y llena de baches, otros eran senderos de tierra erosionada donde el coche levantaba una gran polvareda. Las ruedas gruñían y chillaban, las curvas eran bruscas. A menudo una pendiente llena de matorrales y pedruscos se prolongaba hasta el fondo de un desfiladero.

—Y yo que me creía una gran piloto —exclamó. Un bache le hizo castañetear los dientes—. ¿Ésa es manera de conducir?

—Quiero estar a salvo cuanto antes —explicó él lacónicamente—. Un Phoenix rojo servía de tapadera cuando seguíamos la ruta principal, pero para cualquier nave aérea que sobrevuele la zona, será tan llamativo como un incendio forestal.

Kyra dejó que sus músculos se adaptaran al ritmo del movimiento. Al menos, en su concentración, él había desistido de los repasos. Además, la comarca era hermosa. Con una Administración eficiente, habría sido otro conjunto de plantaciones con genes personalizados o un yacimiento de minerales con nanotecnología. En cambio, las cuestas estaban desiertas. Los riscos, coronados por coniferas y picos majestuosos, se elevaban hacia el cielo. A veces se veían las ruinas de una casa, a veces el mar.

No supo con cuánta exactitud él había calculado, pero el combustible estaba a punto de terminarse cuando se detuvieron en un pequeño pueblo. Mientras el empleado de la estación les cambiaba el tanque de combustible vacío por uno recién cargado de hidrógeno, compraron bocadillos y refrescos en una tienda de la solitaria calle.

—No vemos a muchos turistas —suspiró la mujer que los atendió—. Es una mala época.

—Lo lamento, tenemos prisa —respondió Kyra. Hicieran lo que hiciesen, serían recordados; aunque era improbable que sus perseguidores pasaran precisamente por allí.

Masticando y bebiendo, Valencia condujo a menor velocidad. Una vez calmada el hambre, Kyra se sintió más tranquila.

—¿Quiénes son esas personas que vamos a ver? —preguntó.

—Su apellido es Farnum —dijo él—. Jim y Anne Farnum. Él trabaja en un criadero de peces, ella lleva la casa y prepara productos alimenticios para un mercado selecto. —Nada extraño, pensó ella. No era Alto Mundo, pero tampoco Bajo Mundo—. No tienen hijos, y por eso pueden dedicarse a otras actividades.

—¿Están en tu organización?

—No, ni con los Caballeros de la Aventura, cuyo territorio se extiende hasta esa región. Son criptocaóticos. Forman parte de la resistencia organizada. No son activistas, pero ofrecen una parada en el camino, un lugar de enlace, un escondrijo. No me sorprendería que se encargaran de custodiar un arsenal en el bosque.

Vaya, pensó Kyra, aquello se complicaba.

—¿Cómo sabes de su existencia? Los Saly Severins no son revolucionarios, ¿verdad?

—No. La mayoría de nosotros se alegraría de que cayera el Gobierno, siempre que el nuevo no nos aplastase más que los avantistas. Pero una hermandad, como tal, debe ser apolítica.

Valencia pareció reflexionar unos instantes.

—En ocasiones la policía nos contrata discretamente para un trabajo. A fin de cuentas, oficialmente somos una agencia autorizada de servicios personales. Incluso la Sepo nos ha buscado en un par de ocasiones, por lo que he oído, pero no aceptamos precisamente porque había en ello un propósito político. La junta de los Caóticos lo sabe y lo valora, así que hemos trabajado para ellos, no concretamente contra el Gobierno, aunque hemos ayudado de varias maneras. No puedo contarte más, salvo que eso nos ha puesto en contacto. A veces nos conviene conocer la existencia de gente como los Farnum, y se nos confía cierta información. Creo que no sólo nos darán refugio esta noche, sino que nos ofrecerán más ayuda… pues en esta ocasión nuestros oponentes son sus enemigos.

—Entiendo. —Kyra estudió su perfil. La luz dorada que se derramaba desde el oeste lo destacaba contra los oscuros árboles—. No hablas como yo esperaba.

Él sonrió.

—¿Cómo?

—Eres bastante culto, ¿verdad? ¿Cómo te iniciaste en esta… profesión?

—¿Cómo se inicia la gente en su profesión? —Valencia se encogió de hombros—. Cosas de la vida.

—Yo siempre supe lo que quería ser.

—Y lo conseguiste. Tuviste suerte. Pero tú podías pertenecer a Fireball, y Fireball tiene a Anson Guthrie. —Valencia bajó la voz—. Un gunjin no es un robot a sueldo. Tiene cierta libertad, y procura aprovechar todo su talento. Ahora será mejor que acelere. Por favor, piloto Davis, no me distraigas.

Kyra se reclinó en el mullido asiento. Guthrie… ¿Cómo se tomaría aquello, encerrado en la negrura y el silencio? Bien, había afrontado muchas cosas en el pasado. La muerte misma, para empezar.

Un sol enorme y anaranjado rozaba el horizonte, arrojando un puente de quebrada luz sobre un mar de plata, cuando llegaron a Noyó. La aldea se encontraba en el acantilado, a orillas de una bahía angosta en cuya playa se apiñaban algunos edificios, con barcos a lo largo de un muelle o anclados en el agua. Las demás casas, viejas y escasas, estaban en lo alto, tres de ellas derruidas y abandonadas. Valencia se detuvo ante una más apartada, que se levantaba a la sombra de cipreses nudosos y grises.

—Ya hemos llegado —dijo.

Kyra se apeó del coche y se desperezó. El viento marino le despeinó el cabello y acarició su piel con fresca sensualidad. Su aroma era penetrante, diferente de los que impregnaban las playas de Hawai. Su murmullo era lo único que se oía hasta que ella y su compañero echaron a andar por el camino de gravilla.

La casa era grande, de un estilo que recordaba una pintura de Baker descolorida. Valencia golpeó la puerta con los nudillos en un gesto anticuado. Un hombre abrió. También era corpulento y curtido, de barba enmarañada y cana, aunque por su cabello parecía más bien joven.

—Salud, amigo —dijo Valencia—. ¿Puedes albergarnos esta noche? Esta mujer es una fugitiva.

Farnum se mantuvo impasible.

—Adelante —invitó.

—Debería guardar el coche.

—Es un poco llamativo —convino Farnum—. Tráelo. Iré a abrir el garaje. Adelante, señorita. No se preocupe por si los vecinos han visto algo. Por estos lugares sabemos ocuparnos de nuestros propios asuntos.

Kyra entró. Una mujer rechoncha le salió al paso.

—Bienvenida —saludó sin énfasis, pero con aparente sinceridad. Ni el marido ni la mujer tenían el aspecto de héroes de la resistencia. Y aquella sala, con sus muebles destartalados y sus insípidos cuadros, no parecía una guarida de fugitivos. Desde luego, así debía ser. Desde la cocina llegaban aromas tentadores, y Kyra entrevió una consola de cocinar que debía de tener más de cincuenta años.

Pronto los cuatro se sentaron a compartir un aperitivo antes de la cena. Farnum les había servido una excelente cerveza casera. Cuando Kyra lo felicitó, él respondió:

—Aquí procuramos vivir el mundo real.

—Y queréis que así sea para todo el mundo, ¿verdad? —preguntó Kyra.

Farnum frunció el ceño.

—No hablemos de política —intervino su esposa, mirando a Kyra con severidad.

—Será mejor que vayamos al grano —comentó Valencia—. Quizá sepáis algo importante, o tengáis nuevas ideas.

—Adelante —dijo Farnum, como si hubiera pedido naipes en una partida de póquer.

—No puedo decir mucho, pero debéis saber que el Gobierno ha montado una persecución a gran escala en busca de algo que no describe con demasiada precisión.

Anne Farnum hizo una mueca.

—Imposible no enterarse. Esos embustes sobre fanáticos… ¿Por qué? ¿Qué buscan?

—¿Es posible que esas historias tengan algún fundamento? —murmuró Valencia.

—¡No! —respondió Farnum enérgicamente.

Tal vez, pensó Kyra, negaba algo en lo que no quería creer. Los integrantes de la junta y los que se entrenaban en secreto para una lucha futura no eran unos monstruos, pero posiblemente no todos tuvieran control emocional. Además, los movimientos revolucionarios no sobrevivían durante años, aguardando el momento oportuno, si no veían una perspectiva razonable de éxito. Eso sin duda significaba respaldo clandestino desde el exterior por parte de norteamericanos en el exilio, gobiernos extranjeros que tenían sus propios motivos…

—Mis disculpas —dijo Valencia con su mejor sonrisa seductora—. Me he sentido obligado a preguntarlo, aunque confiaba en que la respuesta fuese negativa. Por vuestra parte, aceptáis que tampoco nosotros somos unos salvajes, ¿verdad?

»Muy bien. Nosotros dos estamos transportando uno de esos objetos que busca la Sepo. Tenemos que ponerlo fuera de su alcance, y pronto. Dada la urgencia, lo mejor que pude conseguir fue transporte en una nave, un hidrofoil perteneciente a los Caballeros de la Aventura. Hay ayuda mutua entre hermandades, como sabéis; los Sally Severins les han hecho favores en el pasado, y mis superiores decidieron que esta misión requería el pago de esa deuda.

Kyra bebió un sabroso sorbo de cerveza. Admiraba el modo en que Valencia sintetizaba los hechos importantes. ¿Por qué los comandantes de su organización habían realizado semejante apuesta? No eran precisamente idealistas. Por tanto, sabían que si ayudaban a Guthrie serían ampliamente recompensados, no sólo económicamente, sino con la buena voluntad de Fireball.

Pero en tal caso conocían la verdadera situación. O bien Esther Blum se la había explicado (forzosamente, pues carecía del dinero para pagar una misión de rescate bien organizada) o, una vez que se lo dijo a Valencia, él se puso en contacto con ellos y ellos autorizaron la solicitud. Sí, había tenido tiempo en la habitación del hotel la noche anterior, antes que Kyra llegara. Podía haberlo hecho antes de que Guthrie se enterara.

Lo cierto era que demasiadas personas sabían la verdad. En principio, era por necesidad, pero en la práctica aquello incrementaba el peligro. Valencia no los traicionaría. ¡No, imposible! Y cabía esperar que sus anfitriones fueran leales. Pero ¿cómo estar seguros? Además, la Sepo tenía que saber sobre las hermandades más de lo que daba a entender. Si las pistas la conducían en aquella dirección, tal vez considerase que valía la pena que se descubrieran sus laboriosas operaciones secretas con tal de capturar e interrogar a quienes pudieran guiarlos hasta Guthrie.

Era preciso huir cuanto antes. Kyra sintió un martilleo en los oídos.

Entretanto, Valencia continuaba:

—Hoy nos hemos topado con un control de carretera. Hemos conseguido pasar, pero creo que sería una tontería continuar hasta San Francisco como habíamos planeado. ¿Puedo comunicarme con los Caballeros por una línea segura? ¿Y creéis que sus tripulantes podrían hacerse a la mar mañana, y que una nave podría llevarnos con cierta seguridad a su encuentro?

Los Farnum se miraron. Cavilaron. Al cabo de un momento ella dijo:

—Si tienen autorización para actuar desde hoy, no habrá inconvenientes. El capitán puede decir a la policía costera que su retraso se debe a un problema familiar o algo parecido. Y tú, Jim, puedes llamar para decir a la compañía que no podrás ir a trabajar. Podemos inventar un buen pretexto.

Su esposo se acarició la barba.

—Tendré que pensar en un lugar de encuentro. No hay muchas patrullas en esta costa, pero el Gobierno está demasiado en guardia para que corramos el riesgo de que un cúter o un anfimóvil nos detenga para hacer preguntas. Averiguaré qué movimientos se han observado últimamente.

¿Él, un mero explorador? ¿La resistencia estaba formada por personas sencillas como aquéllas, desperdigadas pero en contacto, cada cual prestando su pequeño servicio cuando se requería? Kyra pensó en una serpiente al acecho. Si un hombre sabía dónde se ocultaba, podía aplastarle la cabeza con el talón de una bota, de lo contrario, la serpiente aguardaba el momento de atacar, agitando la lengua, saboreando el aire que respiraba su víctima.

—Bien, ¿estamos de acuerdo por ahora? —preguntó Anne Farnum—. Comamos antes de que la cena se enfríe.

Durante la comida hablaron del tiempo, las noticias deportivas, los incidentes locales, trivialidades. Nadie quería saber más de lo necesario, comprendió Kyra. Poco después se dispuso a usar la cama libre que le ofreció la esposa. Valencia y los Farnum se quedaron levantados hasta tarde. Cuando despertó al amanecer, Kyra se preguntó si habrían dormido siquiera.