37
Los agentes de Sepo en Port Bowen eran escasos. Guthrie había ordenado que depusieran las armas, regresaran a sus cuarteles y aguardaran su traslado a casa, y esa orden no había sido revocada durante el discurso. Desconcertados y desmoralizados, obedecieron. La policía de la compañía los mantenía bajo vigilancia.
Isabu llevó a Guthrie a la sede central de Fireball en Port Bowen.
—Niolente y yo no podríamos aceptar una invitación tuya —se había burlado Rinndalir—. Sería delicioso, pero prefiero postergar esa ocasión. Seremos de más ayuda donde estamos.
—Sobre todo para vosotros mismos —rugió Guthrie.
—Si lo piensas bien, comprenderás que de nada te sirve oponerte a nosotros.
—En la práctica, sin duda, pero se trata de una diversión personal. ¡Ahora en marcha, por Dios!
Isabu llevó a Guthrie en una caja de plata incrustada de joyas. Entregó la caja a los guardias de la entrada de Fireball y regresó a su vehículo. Tras una prolongada deliberación, los guardias llamaron a un oficial de seguridad, que llevó la caja a una habitación amurallada y pasó varios minutos tratando de averiguar cómo se abría.
Media hora después, Guthrie tenía un cuerpo. Desperdició poco tiempo disfrutando la posesión de extremidades y sentidos. Tenía mucho que hacer.
No tardó demasiado en confirmar inequívocamente su identidad. Sólo tuvo que recordar a algunos asociados unos cuantos episodios triviales y casi olvidados que su copia desconocía. Lo pusieron al corriente de las últimas noticias. Cuando supo que Kyra Davis aún vigilaba a su presa, no cesó de hablar durante casi cuatro minutos.
—Que salga un remolcador —finalizó—. Los quiero aquí enseguida.
En cuanto a lo demás, no necesitó que le contaran mucho. Mientras estaba bajo la custodia de Rinndalir, se había mantenido al corriente, más que si hubiese mirado las noticias. Los selenarcas tenían fuentes propias de información. Explicó a su personal cómo habían alterado su discurso, pero no entró en detalles.
—Luego, cuando haya tiempo. Ahora debemos cubrir la apuesta que hicieron cuando alguien arrojó nuestros dados. Ya es hora de arrojar los nuestros.
Fue a la oficina que le reservaban cuando visitaba el lugar. Era una gran cámara de suelo de piedra, escasamente amueblada, aunque todo era flamante. Partiendo de paredes bajas, una cúpula reproducía la escena exterior: las estrellas y la Vía Láctea brillando sobre un paisaje yermo, la Tierra casi llena, reinando en azul y plateada soledad. El cuerpo robot se inclinó sobre Jacobus Botha, que parecía estar pegado a su silla. El director de puerto era un hombre fuerte, pero todos flaqueaban dadas las circunstancias.
—Holden aún no se ha rendido, ¿verdad? —gruñó Guthrie. Una hora antes se había emitido un nuevo aviso.
—No, señor Guthrie. Insiste en esperar órdenes de su gobierno. Helledahl y Stuart creen que pueden entrar por la fuerza, pero no lo aconsejan.
—Claro que no. De lo contrario sólo liberarán cadáveres en un gran trozo de chatarra. No, mantendremos esas naves en posición para desalentar a cualquiera que intente salir. Holden no podría lograrlo por su cuenta, pero podría tratar de obligar a los habitantes de L-5 a ayudarlo. También evitaremos que entren refuerzos de la Tierra.
—No son naves-antorcha, y están llenas de hombres.
—Lo sé, pero pueden impedir que alguien se aproxime, y los hombres podrán resistir un rato el amontonamiento en caída libre. Tengo la esperanza de que la Sepo se marche pronto, con órdenes o sin ellas. Sospecho que están bastante desmoralizados, y usaremos noticias y propaganda para desanimarlos un poco más. Si eso funciona, nuestra fuerza de ocupación debe estar lista para desembarcar. De lo contrario, necesitaremos un par de naves-antorcha para relevar a la Bruin y la Jacobite dentro de dos días.
Botha miró a Guthrie desconcertado.
—¿De veras piensas reunir nuestras naves para atacar América del Norte? —preguntó—. Eso es… eso es la guerra.
—No, no pienso atacar —replicó Guthrie—. Sólo quiero que se tomen en serio la amenaza. Para esto, hay que poder usar la fuerza, tenerla a punto.
—Pero el Pacto… la Federación… nos convertiremos en renegados.
Guthrie habló con más suavidad.
—La situación me gusta tan poco como a ti, Jake. No la hemos buscado y tenemos que salir como sea. No quiero discusiones. Organizar todo esto será una labor de titanes. Manos a la obra.
Botha recobró el aplomo.
—Mi conciencia, señor Guthrie, me impide participar en esto.
—De acuerdo —dijo Guthrie sin enfadarse—. Estás despedido.
—¿Cómo?
—Ya no eres empleado de Fireball. Echaré de menos tu habilidad y experiencia, pero no tengo tiempo de discutir. Bárbara Zaragoza podrá reemplazarte.
Botha intentó levantarse, se desplomó en el asiento.
—¿Despedido de Fireball? —exclamó—. No, señor Guthrie. He jurado lealtad, siempre dijiste que éramos hombres libres… ponme a limpiar letrinas… ¡pero no me despidas de Fireball!
Guthrie permaneció inmóvil un instante.
—«Mi país es mi país, equivocado o no», ¿verdad? De acuerdo, me he precipitado. Nunca había estado en un embrollo semejante. Considera que estás de permiso. Deja constancia de tu desacuerdo con mis medidas. Luego apártate del camino. Así respetarás tu juramento.
Botha tragó saliva.
—Tal vez pueda… a pesar de todo.
—No. No quiero fanáticos, pero tampoco me sirven quienes están en lucha con su superyó. Un titubeo o un error de cálculo pueden costamos muy caros. Hablaremos de ética, moral y tu posición y todo lo demás cuando esto haya terminado. Largo.
Botha obedeció sin entusiasmo. Cuando se dio la vuelta, se enjugó los ojos con los nudillos.
Pasaron las horas. Guthrie exigió a su personal casi tanto como se exigía a sí mismo. Habría tenido más potencia, habría podido disponer al instante de todo dato registrado, habría realizado cada cálculo con rapidez y precisión si hubiera estado conectado directamente al hiperordenador principal. Sin embargo, no se las veía con abstracciones sino con seres humanos. Lo más conveniente era actuar como tal, adoptando una forma similar a la de un caballero con armadura. Cuando transmitía, enviaba esa imagen, no la apariencia del hombre vivo que había sido. Quería ser un símbolo, enfatizar que se trataba de un asunto de extrema gravedad.
Recogió información; consultó con personas que consideraba inteligentes; habló con los directivos de Fireball en toda la Tierra; envió mensajes a todo el sistema solar, desde la planta de antimateria de Mercurio hasta la estación cometaria que se hallaba más allá de Plutón; llamó a sus naves y capitanes, sus hombres y mujeres, para pedirles que permanecieran alerta o se comunicaran con las más cercanas.
No obstante, cuando llegó Kyra Davis, la llevaron a su presencia tal como él había ordenado. Cuando Kyra entró, Guthrie no estaba hablando con nadie. En una pantalla se mostraba una hoja de cálculo, el más reciente análisis estratégico del grupo que él había designado para esa tarea. Guthrie se acercó a Kyra para recibirla como un ave fatigada que regresaba al nido.
—¡Señor, qué alegría verte de nuevo y a salvo! —tronó—. Has de estar exhausta, con todo lo que has pasado. Bien, te hemos reservado una suite en el Armstrong de Tychópolis. Duerme todo lo que quieras, pide lo que se te antoje, y luego sigue durmiendo. Sólo quería darte la bienvenida.
Kyra irguió la cabeza y sonrió.
—Se sobreentendía que me la dabas —respondió ella con la voz enronquecida—. Pero gracias, jefe. Me alegra haber vuelto.
—Cuando puedas, pero no antes, quiero tu informe sobre L-5. Con él podremos deducir cómo recobrarla si ese testarudo de Holden… —Sonó el teléfono—. ¡Maldita sea! Sólo recibo llamadas de emergencia. Discúlpame. —Se dispuso a responder. Kyra se desplomó en una silla.
—Señor, una llamada personal de la presidenta de la Federación Mundial —informó el instrumento.
—¿Sí? No me sorprende. —Guthrie miró de soslayo a Kyra—. No te vayas, cariño. Esto te interesará. Bien, pásamela.
Un rostro atractivo y moreno apareció en la pantalla.
—¿Tengo el honor de hablar con Anson Guthrie de Fireball Enterprises? —preguntó Sitabhai Lal Mukerji formalmente, con acento asiático.
—En efecto, señora Presidenta —respondió Guthrie—. Esta vez, el genuino, sin alteraciones.
El desfase temporal de la transmisión duró cuatro latidos de Kyra.
—Ha habido muchos engaños y muchas declaraciones —sentenció Mukerji fríamente—. Nadie sabe qué creer.
—Sin duda ha visto el comunicado que emití a mi regreso.
Desfase temporal.
—Sí, no es muy ilustrativo.
—He tratado de exponer los hechos básicos, señora Presidenta, a toda la especie humana. Los detalles pueden esperar. Deben esperar. No sólo son muy confusos, sino que admito que todavía no tengo demasiados, y no quiero hacer declaraciones infundadas. Pero el meollo de la cuestión es que agentes del gobierno de América del Norte robaron mi duplicado, lo reprogramaron violando los derechos humanos recogidos en el Pacto, y lo hicieron pasar por mí en un intento de apropiarse de una asociación internacional de hombres y mujeres libres.
Mukerji frunció el ceño.
—Es una acusación muy grave, tratándose de un gobierno.
Guthrie se echó a reír.
—Señora Presidenta, tratándose de un gobierno, de cualquier gobierno, ninguna acusación es muy grave. El delito está en su naturaleza.
—Tiene usted derecho a sus opiniones. Tiene usted derecho a hacer acusaciones y presentar pruebas. Pero no tiene derecho a infringir la ley.
—¿Qué he hecho salvo escapar de sus intentos de asesinato? En mi comunicado explicaba que esa llamada a las armas era una treta de los selenitas. Quéjese ante ellos, por favor, no ante mí.
—Lo haremos, lo haremos. —La imagen de Mukerji se inclinó hacia delante, el índice apuntando como una lanza—. Pero usted no ha desmentido esa incitación criminal. Por el contrario, su discurso plantea a América del Norte exigencias que ningún gobierno podría aceptar de una entidad privada. Sus naves están bloqueando al contingente norteamericano de L-5. Las unidades de vigilancia e inteligencia de la Autoridad de Paz informan de que todo indica que usted está movilizando su organización para la violencia.
—Señora, es usted una mujer inteligente y razonable. ¿Es preciso que entre nosotros usemos palabras con doble sentido? Fireball no ha lanzado un ultimátum. Sólo hemos advertido al gobierno avantista que no podemos cruzarnos de brazos mientras encarcela arbitrariamente a nuestra gente y, dadas las circunstancias, la expone innecesariamente al peligro. La confiscación de nuestras propiedades sin el menor respeto por los procedimientos jurídicos es también un agravio, pero menor en comparación con lo anterior. Asimismo, la ocupación de L-5 es ilegal, pues forma parte de una farsa y supone un riesgo inaceptable.
»Rogamos a las autoridades de Futuro que pongan fin a esta situación. Comprendemos que no puede hacerse sin más ni más, y nos ofrecemos para negociar y colaborar en cada paso que sea necesario. Por ejemplo, si evacuan L-5, ofreceremos lanzaderas para facilitar el retorno a la Tierra. En cuanto a la movilización, bien, los políticos me recuerdan continuamente que Fireball no es una nación y que su directiva no es un gobierno. ¿Cómo podríamos movilizarnos? He pedido a nuestros consortes que se preparen para toda acción que resulte necesaria en caso de emergencia. Están cumpliendo esas órdenes, eso es todo.
La Presidenta entornó los ojos.
—¿En qué acción está pensando?
El robot se encogió de hombros.
—La que resulte necesaria, he dicho. ¿Acaso no depende eso de Futuro? Si usted no me hubiera llamado, yo habría apelado a usted antes de finalizar el día. Use sus buenas artes, señora Presidenta. Haga entrar en razón a los avantistas.
Mukerji sonrió lúgubremente.
—Usted usa las palabras con astucia de jugador, señor Guthrie, pero no puede embaucarme. Su comunicado no decía nada sobre la incitación a la rebelión y la promesa de ayuda hechas en esa emisión que usted califica de falsa.
—¿Qué esperaba usted, señora? Es evidente que me gustaría ver derrocado al gobierno avantista. Por otra parte, odiaría que mucha gente que anhela la libertad muera, vaya a la cárcel o sufra un lavado de cerebro por confiar en una promesa hecha en nombre de Fireball. —La Presidenta hizo una mueca. Guthrie continuó—: Así que he propuesto un alto al fuego, una amnistía general y, en su momento, una reunión de todas las partes para llegar a un nuevo acuerdo. He ofrecido nuestras buenas artes con esta finalidad. Mientras, sin embargo, el levantamiento continúa. Se están derrochando vidas y propiedades. Si la Autoridad de Paz no puede intervenir en un conflicto interno, ¿qué puede hacer una organización privada como Fireball? Sólo reclamamos un derecho que ni el gobierno de América del Norte ni la Autoridad pueden garantizar, la defensa de la segundad y el bienestar de nuestros consortes y, en segundo término, la protección de nuestras propiedades.
—Piden mucho.
—Claro. Influiremos en el curso de los acontecimientos. Aunque no hiciéramos nada, no podríamos evitarlo. Cumpliremos con nuestra obligación, y del mejor modo posible.
La pausa que siguió fue más larga de la que imponía la velocidad de la luz.
—Su preocupación por su personal de América del Norte es loable —dijo Mukerji, tan solemnemente como si hablara en un funeral—. Tal vez le haya hecho olvidar que hay muchos más en otras partes de la Tierra, y cada cual es ciudadano de un país perteneciente a la Federación.
—¿Y podrían ser rehenes u objetos de represalia? Señora, no puedo creer que usted conciba algo semejante. Son totalmente inocentes.
—¿Por eso su director general Almeida ordenó que todas las naves de Fireball que se hallaban en la Tierra se pusieran en órbita, y todos los jefes regionales lo aceptaron? —replicó Mukerji secamente.
—Yo di esa orden. Ellos sólo la ejecutaron. No insultaré su inteligencia. Es evidente que ellos toman partido por nosotros, pero ni ellos ni el resto de nuestros empleados han hecho nada ilegal, nada que esté prohibido por sus gobiernos ni por la organización, y de ahora en adelante, pase lo que pase, no estarán en condiciones de burlarse de sus leyes.
—¿Partido, dice usted? ¿Lealtad? Bien, un conflicto general los pondría en peligro indudable.
Guthrie alzó las manos.
—¡Señora, por favor! ¿Quién ha dicho una palabra sobre eso? Seguro que no es lo que usted planea. Y en el espacio deseamos menos ese conflicto que un agujero en el casco. Me asombra que el Consejo y la Autoridad no estén trabajando para liberar y proteger a nuestra gente en América del Norte. En cuanto eso se cumpla, todo lo demás pasa a ser negociable.
Mukerji apretó los labios.
—Le aseguro que se están haciendo esfuerzos. No podemos difundirlos en una campaña publicitaria.
—Lo comprendo, y lo agradezco, y si fuera creyente rezaría por usted. Pero comprenda que Fireball no puede abandonar a quienes le han jurado lealtad, y en consecuencia debe prepararse para ayudarles si fallan otros intentos. Tal vez este dato le sirva a usted para negociar. Entretanto no haremos nada que pueda ponerla en un aprieto, y procuraremos ayudar.
—Muy bien, entonces. Cancele esa movilización.
—Señora Presidenta, repito, no es una movilización, y con todo respeto no creo que evitar preparativos sirva de algo.
Muskerji suspiró.
—Esto ha salido como yo temía, pero estaba obligada a intentarlo.
—Espero que vea que somos gente razonable. Debería valorar esa actitud.
Mukerji sonrió con tristeza.
—También la gente razonable puede estar equivocada. Confío en que usted recibirá mis futuras llamadas de inmediato, de día o de noche, tal como yo haré con las suyas.
—Por supuesto. Que Dios la acompañe.
—Adiós.
Guthrie miró un instante la pantalla en blanco antes de volverse hacia Kyra.
—¿Entonces estamos en guerra? —tartamudeó la piloto.
—Espero que no —suspiró Guthrie—. Lo sabremos dentro de un par de días.
—Creo que Mukerji necesitará más tiempo para persuadir a los avantistas.
—Eso me temo. Es una mujer capaz y bienintencionada. Pero si yo fuera avantista, la entretendría hasta aplastar a los Kayos, y maniobraría para conseguir la alianza de la Autoridad de Paz contra la contumaz Fireball, que tantos trastornos ha causado.
Kyra se llevó los dedos a la boca.
—¿Dices que tu acción los está ayudando?
—Bien, al menos pueden apelar al instinto gregario de los demás gobiernos. Si nos obligan a adoptar el papel de villanos, las trastadas que nos han hecho serán ignoradas y varias personas importantes se evitarán comparecer ante un tribunal internacional. Si logran que la Federación nos declare renegados, pueden confiscar cuanto poseemos en la Unión. Eso representaría un gran impulso para la precaria economía de la que ellos son responsables.
—Pero no podemos permanecer pasivos, ni esperar demasiado. Supongamos que esos «centros de redistribución» estén junto a bases de la milicia, centros políticos o cualquier otro lugar que pueda ser blanco de un ataque nuestro o de los Kayos. De todos modos, sabemos que muchos consortes irán a parar a los laboratorios de interrogación.
Guthrie dio un puñetazo sobre la mesa.
—No, Kyra, honraremos nuestro juramento. Después yo asumiré la culpa y las consecuencias.
Kyra se levantó, se le acercó, le cogió las frías manazas.
—Claro que sí —afirmó.
En lo alto relucía el cinturón de la galaxia. Kyra recordó haber oído que en sueco se llamaba el Camino del Invierno.