9

SANDY se despertó con dos ideas muy claras: una, tenía la pierna derecha enroscada en una peluda pierna de hombre, y dos, tenía unas ganas tremendas de ir al baño.

Levantó los párpados y se descubrió anclada a los ojos azules de Zeke. Verlo le trajo a la memoria la noche anterior y la alegría la invadió de inmediato.

—Buenos días —saludó en un murmullo.

—Buenos días —respondió él—. Ahora que te has despertado, me voy al baño.

—¿Has estado esperándome para levantarte? —Sandy esbozó una sonrisa—. Vaya, lo siento.

—No lo sientas —contestó con un gesto—. Me gusta verte dormir y no quería molestarte —la besó en la frente antes de deshacer el nudo de sus piernas y se incorporó—, a pesar de lo cual, ya que me lo permites, necesito ir a cambiar el agua al canario.

Sandy ignoró la presión de su propia vejiga para poder disfrutar de la visión de Zeke mientras cruzaba la habitación completamente desnudo. Tenía uno de los mejores culos que había visto en su vida. Cuando él cerró la puerta del baño tras su excelente trasero, Sandy miró la hora —las nueve y media— y saltó de la cama para atender, ella también, a la llamada de la naturaleza.

El aseo de la entrada no estaba tan ordenado como solía. El albornoz, el vestido negro y las toallas que Zeke había empleado para secarse la noche anterior seguían esparcidos por el suelo, de modo que se vio obligada a sortearlos para acceder al váter. En cualquier caso, el susto que se había dado al encontrar aquel desorden no fue nada en comparación con la sorpresa que se llevó al observar su reflejo en el espejo. Atónita, descubrió a una mujer desnuda y sexy que la miraba desde el otro lado, con el cabello despeinado, los labios hinchados, varios chupetones en el cuello y en el pecho, y, más importante aún, con una magnífica expresión de satisfacción y de felicidad.

Por primera vez en dos años se sintió una mujer hermosa.

Oyó a Zeke moverse por la casa y se apresuró para terminar. Después de lavarse las manos y la cara, se puso el albornoz y salió para ver dónde estaba su amante. Lo encontró en la cocina preparando el café. Se había puesto los vaqueros, aunque seguía descalzo y con el torso desnudo.

—Oye, guapísima, dime qué tienes de comer.

—Puedo preparar algo de fruta fresca y unas tostadas —se ofreció.

—Estupendo. Sólo quiero calmar el apetito, si quieres luego podemos salir a comer de verdad —propuso mientras sacaba dos tazas del armario.

Sandy casi suspiró de lo contenta que estaba. ¡Zeke se quedaba! Abrió la nevera en busca de las uvas, las naranjas y las manzanas, con la esperanza de que no se hubieran estropeado.

Mientras las troceaba sonó el teléfono. Fue a cogerlo, pero se detuvo, dudosa, cuando ya tenía la mano sobre el auricular.

—¿Qué pasa? —quiso saber él.

—A lo mejor es mi madre. Creo que voy a dejar que salte el contestador.

Después del cuarto tono y de su mensaje se oyó una voz de mujer:

—Sandy, soy Annie, del bar.

Cogió el teléfono enseguida.

—Hola, Annie, ¿qué hay?

—Hola. Mira, me ha dicho Pete que te llame. Yo le he dicho que no fuera tonto, pero ha insistido en que te lo contara… —la voz se fue apagando.

—¿Que me contaras qué? —Sandy se colocó el teléfono en el hombro para seguir troceando la manzana.

—La otra noche estuvo aquí ese señor mayor tan rico y preguntó por ti. Seguramente lo viste tú también, te cruzaste con él al salir del bar.

A Sandy se le cayó el cuchillo al suelo. Zeke, que estaba poniendo la mesa, la miró.

—¿Qué pasa?

—¿Y qué le has contado? —la voz de Sandy se convirtió en un susurro y el miedo le contrajo la garganta. Zeke se acercó a ella con el ceño fruncido.

—Yo no le conté nada, claro, fue el imbécil de Dennis el que no supo mantener el pico cerrado. —Sandy cerró los ojos y se quedó esperando. Sabía que Annie no había acabado de hablar aún—. Le dijo cómo te llamabas, el nombre sólo, y le explicó que vivías por la zona. Entonces Pete intervino para que se callara.

—Menos mal. ¿Y Cabrini os comentó por qué quería saberlo?

—¿Se llama así? Pete dijo que ese tipo no le daba buena espina y que…

Sandy la interrumpió.

—Annie, ¿dijo algo Cabrini? —el tono se volvió más brusco, pero tenía que enterarse.

—Bueno, dijo que estabas como un queso y que le apetecía llamarte.

«Sí, ya; y voy yo y me lo creo».

Annie continuó explicándose.

—De todas formas, como a Pete no le gustó ese tipo, me dijo que te llamara. Te parece bien, ¿no?

—Sí, sí, Annie. Muchas gracias, y dáselas también a Pete de mi parte, ¿de acuerdo?

—Claro, hasta pronto —y colgó.

Sandy le pasó a Zeke el auricular para que lo colgara.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó.

—Cabrini ha estado preguntando por mí en el bar. Dennis, el tipo que estaba hablando conmigo cuando llegaste, le ha dicho mi nombre y le ha contado que vivo por aquí.

Por la expresión del rostro de Zeke, Sandy sabía lo disgustado que estaba.

—¡Mierda! —explotó dando un manotazo sobre la mesa. El ruido la sobresaltó—. A lo mejor convendría que te vinieras un tiempo a mi apartamento.

Las palabras de Zeke la tranquilizaron, pero…

—No puedo —dijo—. Me has dicho que vives al otro lado del lago White Rock. Tardaría una hora más en llegar al trabajo todos los días —negó con la cabeza—. De todos modos, no va a venir a buscarme. Y si lo hace, le explicaré que lo confundí con mi ex suegro o con mi psiquiatra, o algo así de raro —le dio unas palmaditas en la mano—. No va a pasar nada.

«¿Estoy tratando de convencerlo a él o a mí?», se preguntó Sandy.

Zeke volvió a fruncir el ceño.

—Está bien. Entonces me mudaré yo aquí. No pienso dejarte sola en este piso con Cabrini en el edificio de enfrente.

Sandy le dedicó una sonrisa.

—Y eso significa que tardarás en llegar al trabajo lo que le cueste al ascensor subirte hasta el puesto de vigilancia.

—Sí. Ya ves, voy a ahorrar un montón en gasolina —bromeó él algo más relajado.

El teléfono volvió a sonar. De nuevo, Sandy esperó a ver de quién se trataba.

«Alexandra, soy tu madre. Coge el teléfono. Sé que estás ahí. No creo que vayas a misa los domingos por la mañana. —Zeke arqueó las cejas y Sandy hizo un gesto de desesperación con la cabeza. Aún no estaba preparada para contarle cómo era Victoria Davis—. Anoche me colgaste el teléfono y aún estoy esperando una disculpa y una explicación. Haz el favor de llamarme», dijo finalmente y luego colgó con energía.

—Vaya —Zeke se alejó del contestador—, me habías dicho que tu madre era complicada, no que fuera una bruja.

Sandy suspiró.

—Pues tendrías que oírla cuando está enfadada de verdad…

A ambos se les habían quitado las ganas de sentarse a la mesa para comer, así que Sandy llevó los platos al cuarto de estar y se acomodaron en los sofás para ver las noticias de la mañana.

Durante la hora siguiente fueron relajándose. Zeke, típico poli conservador, se quedó muy sorprendido al enterarse de que Sandy era demócrata. Charlaron tranquilamente sobre política y el espectro de Cabrini fue desvaneciéndose poco a poco. Hacia las once, cuando aparecieron los títulos de crédito de MacLaughlin Group, el programa de debates sobre política que habían estado viendo, Zeke empezó a acariciarle a Sandy el lóbulo de la oreja.

—¿Tienes hambre, encanto? —le preguntó al tiempo que le tomaba la mano para colocársela en la bragueta de sus pantalones.

Ella volvió la cabeza para mirarlo.

—Yo creía que ibas a llevarme a comer por ahí.

—Claro que sí, pero luego. Ahora estaba pensando en satisfacer otro tipo de apetito —respondió al tiempo que le apretaba la mano contra la polla, ya endurecida.

A Sandy le entró la risa.

—No tienes remedio —y permitió que la empujara suavemente contra los almohadones del sofá.

Zeke se puso de pie y se quitó los pantalones antes de arrodillarse en el suelo a su lado. Se inclinó hacia ella, le abrió el albornoz, le besó el ombligo y acabó lamiéndole el pecho.

—Mmmm… —gimió Sandy—, más…

Él levantó la cabeza para poder verle la cara.

—Cuéntame tus fantasías.

—¿Qué? —a Sandy no le apetecía pensar, sino sentir.

Zeke dedicó unos segundos a mordisquearle un pezón, que luego liberó.

—Quiero saber cuáles son tus fantasías.

—Esta es una de ellas… —Sandy se retorció en un intento de volver a introducirle el seno en la boca—. Vamos, Zeke, eres tú el que ha empezado.

—Y pienso terminar, en cuanto me cuentes tus fantasías —respondió él al tiempo que le toqueteaba el pezón con los dedos.

—¿Qué fantasías?

—Esas en las que piensas al masturbarte cuando estás sola en la cama por la noche. —Zeke situó la otra mano entre sus piernas y empezó a masajearle los labios de su sexo—. Vamos, nena, dime con qué sueñas.

—Me imagino… cosas que no he hecho nunca.

—Como por ejemplo… —su voz era ahora más grave y áspera.

—Como el sentirme dominada, a merced de otro. Nunca me han atado y me gustaría saber qué se siente…

—¿Y qué más? —Zeke le separó los labios y le introdujo un dedo en la hendidura.

Sandy arqueó la espalda y trató de apretarse contra aquella mano que la penetraba.

—Te estás mojando, cielo. ¿Te gusta hablar de esto? —entonces le metió un dedo más.

—Me gusta lo que estás haciendo ahora —gimió ella—. ¡Dios! ¡Más, más!

—Respóndeme a una cosa —ya había tres dedos dentro y Zeke empezó a frotarle el clítoris con el pulgar. Sandy empezó a mecerse para contrarrestar el ritmo de los dedos al entrar y salir de su sexo—. ¿Qué más cosas te gustaría que te hiciera tu amante? —la respiración de Zeke se había vuelto sonora.

Sandy subió los brazos por encima de la cabeza y levantó las caderas para acercárselas a Zeke, que dejó de mover las manos. Ella protestó en un grito ahogado.

—Respóndeme —insistió él.

Desesperada porque siguiera tocándola, dijo:

—Alguna vez me he preguntado cómo sería someterme a los deseos de un hombre, dejar que él tomara el control de mi cuerpo.

—Mmmm… —murmuró él, animándola a seguir hablando.

—No fantaseo con ser azotada, sólo con que me atormente excitándome, ya sabes… Ahora tócame, por favor.

Zeke la compensó volviendo a mover las manos.

Durante algunos minutos, los únicos sonidos que se escucharon fueron los suspiros y los gemidos de Sandy. A esas alturas, los fluidos de su sexo habían empapado los dedos de Zeke.

—Avísame cuando vayas a correrte —ordenó.

—¡Ya! —rogó—. ¡Por favor!

Hubo una pausa mientras él abría un preservativo. Se lo puso, se subió al sofá y se colocó encima de Sandy. Luego acercó la polla a los pliegues para invitar a la hendidura a que se abriera. Ella se retorció enseguida para ayudarlo. En cuanto Zeke introdujo el pene en la humedad de su hendidura, ambos rugieron de placer. Ella recorrió con sus manos su musculosa espalda hasta que alcanzó las nalgas que recogió y estrujó.

La reacción de Zeke fue inmediata: se retiró un poco y enseguida volvió a embestirla con toda su fuerza para marcar el ritmo. El sonido acompasado del chapoteo de flujos se oía sin dificultad. A Sandy le resbalaba el sudor por las caderas y los muslos. Se olía el aroma de su pasión. Aceleró el movimiento de sus caderas contra las de Zeke, con la esperanza de liberarse por fin.

Él, concentrado en el ritmo de sus movimientos, resollaba sobre ella.

—¡Dios, Sandy! ¡Cómo me gusta follarte!

Con cada empellón, ella notaba el golpeteo de sus testículos contra su cuerpo. En un minuto, estaba ya a punto de llegar al precipicio, y al cabo de otro, ya estaba saltando al vacío. Sintió apenas que el cuerpo de Zeke se tensaba al llenarla. Los músculos del sexo se contrajeron para apresar su miembro y exprimir todo el semen que derramaba.

A continuación, ambos se desplomaron como una masa debilitada que resoplaba sin fuelle al recuperarse. Y así descansaron durante unos minutos. Sandy le acarició la frente peinándole hacia atrás los rizos humedecidos. Zeke abrió los ojos y sonrió.

—Te doy un dólar si me dices lo que te pasa ahora por la mente.

—Sólo pensaba en lo rápido que cambian las cosas. Hace sólo dos días, tú y yo ni siquiera nos conocíamos. Y, ahora, míranos.

—Bueno, yo sí que te conocía. Llevo un par de semanas siguiéndote, observándote y pensando en ti.

—¿De verdad?

Sandy apoyó la cabeza en un codo, sorprendida. Nunca habría pensado que él pudiera haber estado tanto tiempo vigilándola.

—Claro. Me he acostado cada noche pensando en ti. Quería saber quién eras y lo que pensabas.

Sandy le acarició la mejilla.

—Estaba deseando que apareciera alguien como tú. —Zeke se volvió para besarle la palma de la mano.

—Bueno, y ahora que ya me tienes, ¿qué quieres hacer conmigo?

—De todo.

Zeke sonrió con la mirada encandilada.

—De todo es algo muy amplio. Yo pensé que empezaríamos por tus fantasías y que seguiríamos a partir de ahí.

Sandy le recorrió la comisura de los labios con el dedo índice.

—¿Y tus fantasías? No haces más que preguntarme por las mías y tú aún no me has contado las tuyas.

Él sonrió con pereza.

—Ya viste algo de mis fantasías ayer por la noche en el balcón.

Sandy ladeó la cabeza y se quedó mirándolo burlona.

—¿Que te hiciera una mamada?

Zeke negó con un gesto.

—No, que me la hicieras en público.

En cuanto Sandy procesó lo que acababa de escuchar, se incorporó para sentarse.

—A ver si lo pillo. ¿Tienes fantasías sobre follar en lugares públicos?

—Soy un enfermo, ¿verdad? —reconoció.

—¡Y tanto! —respondió ella entre risas—. ¿Y eso?

Él se encogió de hombros.

—Siempre me han gustado las descargas de adrenalina. Por eso me alisté y por eso cuando acabé la carrera militar, me hice policía. La mayoría de los policías de la Brigada de Crimen Organizado son como yo.

—Bien, pero ésas son formas legales de disfrutar de un subidón, mientras que si follas en público puedes acabar detenido.

Zeke negó de nuevo con un gesto.

—Ni de broma. Ningún poli detendría a otro por tocar a su chica —alargó el brazo para acariciarle el pecho derecho.

Al escucharlo llamarla «su chica», Sandy se quedó como si le hubiera dado un abrazo tremendo. Se fijó en cómo Zeke la acariciaba.

—Vaya cara dura, de todos modos, juzgarme a mí por espiar a la gente cuando tú eres un auténtico pervertido.

—Tienes toda la razón. Puede que fuera eso lo que primero me atrajo de ti.

—Bueno, entonces, ¿ya has follado en público alguna vez?

—Lo de tu balcón ha sido lo más parecido a triunfar en público que he hecho en mi vida.

—¿Triunfar? —se burló ella.

Ambos soltaron una carcajada.

—En serio, esto me interesa, ¿dónde te gustaría echar un polvo?

—No lo sé. En algún sitio en el que pudieran pillarme, como en la mesa de un despacho, en mi coche, en un avión…

—¿Y en un aeropuerto?

—Sí, también.

Sandy le pasó la mano por el hombro desnudo y le estrujó el bíceps.

—Bueno, puede que podamos hacer realidad alguna de tus fantasías.

En lugar de responder, Zeke miró la hora.

—Es casi mediodía, ¿por qué no vas a ducharte y luego te llevo a comer por ahí?

—Vale —Sandy se puso de pie y se quedó mirándolo; allí tumbado en el sofá, estaba guapísimo, tanto que la dejaba sin aliento.

—Venga —la apremió—. Ve tú a tu cuarto de baño si quieres, ya uso yo el otro.

Sandy se dirigió a la habitación. Salir a comer con él era un paso más. Zeke era tan atractivo que ella estaba encantada de que sus vecinos y sus amistades los vieran juntos. Tenía su ropa colgada en el baño y le encantaba verla allí. Era una imagen íntima a la vez que tranquilizadora.

Dejó la puerta abierta porque no le gustaba salir de la ducha a una nube de vapor. Abrió el grifo y se quitó el albornoz, retiró la cortina, se metió en la bañera y se hizo con el gel.

Tenía los pezones y el sexo doloridos. La verdad es que en menos de cuarenta y ocho horas los había utilizado bastante. Se enjabonó el cuerpo mientras se imaginaba a sí misma llevando a Zeke a conocer a su familia. Seguro que a sus hermanos, Matt y Tony, les caía bien enseguida, y Tricia se pondría muy contenta al saber que volvía a tener pareja. El problema sería, como siempre, su madre.

Victoria Davis era una mujer imponente. Nada le parecía suficiente, ni siquiera sus propios hijos. Sandy se había pasado toda la infancia escuchando que era demasiado gorda, demasiado vaga y demasiado tonta. Era su padre quien había hecho siempre de parapeto entre su esposa y los niños, por eso desde que Richard Davis había fallecido, las cosas habían empeorado.

La madre de Sandy se había enfadado al descubrir que su marido les había legado en su testamento algo de dinero a cada uno de sus cuatro hijos. Richard sabía bien que Victoria habría usado sus ahorros como un arma de control y aquel gesto había sido un ataque preventivo. La generosa donación había servido para que Matt estudiara medicina, para que Tony se mudara a Los Ángeles para conseguir trabajar como actor, para que Sandy abandonara su apartamento y adquiriera un piso con vigilante, y para que Tricia invirtiera en un nuevo negocio de encuadernación y reparación de libros. Sandy sonrió bajo la cascada de agua. Su padre habría estado encantado con todo aquello. «Te echo de menos, papá. Zeke te gustaría».

Mientras se enjabonaba las piernas, Sandy trató de imaginarse la reacción de Victoria al conocerlo. Sabía cómo era su madre: la presentación iría seguida de un interrogatorio, y aunque las primeras preguntas no pasarían de ser agradables e inocuas, no tardarían en volverse duras condescendientes. Zeke no tenía pinta de ser el típico hombre que se siente intimidado y aquello sacaría lo peor de su madre. Sandy decidió mantenerlos lo más alejados que fuera posible.

Tras aclararse el cabello, se agachó para cerrar los grifos. «No hay familias perfectas».

Cuando estuvo lista para salir de la bañera, retiró la cortina y casi le dio un ataque al corazón: Zeke estaba de pie justo delante de ella. Antes de que se hubiera podido recuperar para preguntarle qué hacía allí, él ya le había tomado la muñeca y se la había pasado por encima de la cabeza. Sandy protestó, pero él la ignoró, le puso una esposa en la muñeca y enganchó la otra en la barra de la cortina. Mientras Sandy miraba aún sorprendida su mano apresada y tiraba sin éxito para liberarse, Zeke le tomó la otra muñeca. Con enorme rapidez se la esposó también a la barra.

Luego retrocedió dos pasos para distanciarse de la bañera y le sonrió.

Absolutamente desconcertada, Sandy observó su propio reflejo en el espejo. Se vio enganchada a la varilla, totalmente empapada y atrapada por las muñecas. Tenía los pies descalzos aún en la bañera, adonde iban a parar todas las gotas que le resbalaban por el cuerpo.

—¿Qué estás haciendo? —protestó.

—Estoy ayudándote a hacer realidad una de tus fantasías.

Sandy se dio cuenta en ese momento de que Zeke estaba desnudo. La erección de su miembro apuntaba, agresivo, hacia su cuerpo desprotegido. Zeke alargó el brazo para retirarle de la cara los mechones de pelo mojado.

En cuanto Sandy digirió el contenido de aquellas palabras, una oleada de excitación la recorrió de arriba abajo. Se encontraba desnuda e indefensa en su propio cuarto de baño.

—Yo me refería a que me ataran a la cama —corrigió.

—Lo siento. No has especificado y he tenido que improvisar. —Con un tono petulante añadió—: Nena, tengo que confesar que estás impresionante así colgada.

Sandy se miró al espejo. Zeke tenía razón. Con los brazos estirados sobre la cabeza, los pechos se expandían y quedaban tirantes. El contraste entre el pelo negro y la palidez de la piel resultaba increíblemente erótico. Parecía una diosa pagana ofrecida en sacrificio para calmar las iras de algún dios irritado. Al mirarse, los pezones se le endurecieron y quedaron como lanzas. Inmediatamente notó un fogonazo de calor en la entrepierna.

—¿Y ahora qué?

—Ahora vamos a jugar.