6

EL dominador mostró una amplia sonrisa al mirarla de arriba abajo.

—Me temo que estoy en desventaja. ¿Nos conocemos?

Luego entró en el bar seguido de la chica a la que Sandy había apodado la muñequita.

Aún desencajada, Sandy seguía boquiabierta. Justice tiró de ella para alejarla de aquel tipo.

—No, es sólo que le encantan los hombres bien vestidos. Vamos, cielo, tenemos que irnos a casa.

Sin darle tiempo a responder, Justice pasó por delante del dominador para salir con Sandy a rastras. En cuanto se hubo cerrado la puerta tras ellos, él empezó a caminar a toda velocidad en dirección sur por la avenida McKinney mientras mantenía cogida por el codo a Sandy, que todavía tardó otros tres o cuatro pasos en recuperarse y retirar el brazo. De repente, se quedó parada en medio de la acera.

—Mi casa está en el otro sentido.

Al echar la mirada atrás, Sandy vio al dominador que, desde fuera del bar, los miraba mientras se alejaban.

—Ya lo sé. Tú sigue caminando. ¡Vamos! —Justice tiró de ella con fuerza—. ¡No mires hacia atrás, por lo que más quieras!

Sandy decidió no discutir y permitió que él la guiara a toda velocidad por la calle. Estaba confundida, primero por aquel inesperado encuentro con el dominador y luego por el hecho de que parecía claro que Justice lo conocía. Si bien por un lado le agradecía que la hubiera ayudado a salir del paso sacándola de allí antes de que quedara totalmente en ridículo, por otro, quería saber qué era lo que estaba ocurriendo.

Un par de manzanas más adelante, él giró a la izquierda y se metió en una heladería. Había unos cuatro o cinco clientes esperando a que les sirvieran un helado italiano y ninguno de ellos les prestó atención.

—Justice, ¿qué ocurre? ¿Qué es lo que pasa?

—Zeke, me llamo Zeke —musitó él. Luego se dirigió a una de las esquinas del local y se colocó cerca de una ventana desde la que se veía la calle.

—Zeke —Sandy pronunció su nombre a modo de prueba y le gustó cómo sonaba—. ¿Qué narices ocurre, Zeke?

Él negó con la cabeza y fijó la mirada en el tráfico del exterior. Sandy esperó a que se volviera para mirarla.

—Venga, vámonos —le indicó mientras la cogía de la mano.

—No, no nos vamos a ningún sitio hasta que no me expliques qué es lo que acaba de ocurrir —respondió ella en voz baja, pero con firmeza.

Él miró a las personas que los rodeaban.

—Salgamos de aquí primero.

Una vez fuera del local, Zeke empezó a caminar de nuevo en dirección sur.

—Cielo, mi piso está hacia el otro lado —le recordó ella ya algo irritada.

—Ya lo sé, pero vamos a dar la vuelta a la manzana para ir por la calle Oak Grove.

Oak Grove corría paralela a la avenida McKinney hacia el este y solía estar menos concurrida debido a la presencia de un viejo cementerio en desuso que se extendía a lo largo de todo el paseo. Durante la reforma urbanística del vecindario, los constructores habían sido incapaces de obtener licencias para trasladarlo y sacarlo de allí porque en él había tumbas de la guerra de Secesión.

El hecho de que Zeke hubiera propuesto volver por una calle casi desierta hizo que se encendieran todas las alarmas en la mente de Sandy, que volvió a ponerse nerviosa con la idea de quedarse sola con él.

—No, yo me voy por donde hemos venido. Tú haz lo que quieras, puedes quedarte o venir conmigo —entonces dio la vuelta y empezó a caminar hacia el norte para ir a su casa.

—Sandy, por favor, esto es importante. Si no quieres que volvamos por Oak Grove, lo haremos por Colé.

La avenida Colé corría paralela a McKinney, pero estaba situada una manzana hacia el oeste y quedaba por detrás del piso del dominador. Era una calle mucho más transitada, de modo que, después de pensárselo un momento, Sandy accedió.

Esperaron a que pasara un coche antes de cruzar la avenida, luego avanzaron hasta Colé y empezaron a caminar en dirección norte. Ella fue la primera en romper el silencio.

—Vale, listo, ¿de qué va todo esto?

—Sandy, ese tío es peligroso. Se llama Víctor Cabrini y es el objetivo de todos los agentes de esta parte del país. Debes procurar no tener nada que ver con él —le explicó con seriedad.

Ella se quedó mirándolo fijamente un momento antes de preguntarle:

—¿Y eso cómo lo sabes?

—Porque sí. Tienes que creerme, por favor.

A Sandy se le tensaron los hombros y volvió a detenerse, con lo que forzó a Zeke a hacer lo mismo.

—No haces más que pedirme que confíe en ti, pero eres tú quien no se fía de mí lo suficiente como para contarme lo que ocurre. Y no quiero que esto siga así.

—Ya lo sé, cielo. Aguanta un poco más y te lo contaré todo. Te lo prometo.

O le estaba contando la verdad o era el mejor mentiroso que había visto nunca. Sandy reemprendió la marcha hacia su casa.

Caminaron en silencio. Ella notaba que Zeke estaba tenso. Miraba a todas partes como si temiera encontrarse a alguien.

La agradable brisa de septiembre se colaba entre las ramas y las hojas de los robles. Aunque eran más de las once, la avenida Colé permanecía en plena actividad. Había varias personas paseando a sus perros, y un par de parejas que iban en sentido opuesto al suyo comentaban la película que acababan de ver en el cine.

Sandy pensó en lo que Zeke había dicho. ¿Cómo era posible que supiera que el dominador era un mafioso? Los ciudadanos normales y corrientes no solían tener la capacidad de reconocer a esa clase de tipos a primera vista. Sólo los policías podrían hacerlo, o bien los propios mafiosos.

Si Zeke era poli, tendría que enseñarle la placa, y si no lo hacía, las posibilidades de que se tratara de un delincuente —o de un sórdido abogado que se dedicara a defender a mafiosos— aumentarían. En cualquier caso, la idea de poder estar recorriendo las calles de Dallas con alguien que se relacionaba con gentuza de ese calibre no resultaba demasiado tranquilizadora.

Cuando se encontraban ya a la altura del edificio de Cabrini, Zeke la empujó hacia un garaje.

—¿Qué…?

—Sandy, escúchame. Hay alguien siguiéndonos —Ella hizo el ademán de volverse, pero él se lo impidió tirando de ella hacia sí—. ¡No! No mires hacia atrás. Sigue caminando.

—¿De qué hablas? ¿Por qué iban a…?

—Porque has llamado la atención de Cabrini —la interrumpió él de nuevo—. Quiere saber quiénes somos. Vamos a meternos en el garaje.

Caminaron hacia la entrada de los coches de residentes y bordearon la barra baja que bloqueaba el resto del tráfico. El suelo se convirtió en una cuesta arriba. Aunque la iluminación era buena para tratarse de un aparcamiento, las sombras acechaban entre los coches y en los rincones oscuros.

—Zeke —lo llamó.

—¡Chsss…! —Zeke estaba recorriendo el lugar con la mirada mientras tiraba de Sandy cuesta arriba. Aparentemente satisfecho al comprobar que el lugar estaba vacío, se inclinó hacia ella y la miró a los ojos.

—Sandy —su voz sonaba apremiante—, quiero que subas la cuesta hasta llegar arriba. Aunque no se ven desde aquí, al llegar encontrarás un par de ascensores. Si llegas antes de que yo te alcance, sube hasta el portal y espérame allí —después de dudarlo un momento, le dio un beso en la mejilla—. Si en cinco minutos no estoy allí, dile al conserje que llame a la policía, ¿de acuerdo?

—Pero, Zeke…

—No hay tiempo para discusiones. Sólo hazlo, ¿vale?

Sandy asintió con un único movimiento de cabeza. Él le apretó el hombro antes de dejarla para esconderse en la sombra que había entre dos coches.

Sandy se contuvo y en lugar de darse la vuelta para comprobar si efectivamente había alguien que los seguía, dio un paso adelante algo insegura. «Acabemos con esto de una vez».

* * *

«No puedo creer que le haya hecho esto». Zeke permanecía en cuclillas entre un Cadillac y un Jaguar, desde donde oía alejarse las pisadas de Sandy. Se sacó el arma que llevaba en la cintura y comprobó que el seguro estaba en su sitio. «¿Estás seguro de que estás haciendo lo correcto?».

Mierda, no, no lo estaba, pero ¿qué iba a hacer? ¿Permitir que el tipo la siguiera hasta su propia casa? Si Cabrini quería encontrarla, lo haría. Esto no era más que una forma de retrasarlo.

Se agachó para echar un vistazo debajo de los vehículos. Habría unos mil; dos mil; tres mil; cuatro… Oyó el ruido del ascensor. Bien. Eso significaba que Sandy ya había salido de allí.

De repente descubrió a lo lejos las piernas de la persona que había estado siguiéndolos. El tipo se movía con rapidez y resultaba evidente que trataba de ver a qué piso subía el ascensor.

Zeke se puso en tensión y se obligó a esperar hasta que su perseguidor estuvo a medio paso de distancia del lugar en el que permanecía escondido. Entonces saltó hacia delante y se lanzó sobre él por la espalda. El desconocido, alertado por algo en el último momento, se volvió justo cuando Zeke caía sobre él.

El policía le golpeó la nuca con la culata de la pistola y lo derribó en silencio. Lo agarró a tiempo para impedir que se golpeara contra el suelo y luego recostó el cuerpo inconsciente sobre el cemento. Después volvió a guardarse el arma y se arrodilló para tomarle el pulso: todo en orden, el corazón le latía con fuerza y regularidad. Tampoco había sangre.

Contento de que el hombre sólo hubiera perdido el sentido, echó un vistazo con rapidez. El garaje continuaba vacío. Cambió de posición y se colocó detrás de la cabeza del tipo. Se inclinó, le pasó los brazos por debajo de las axilas y lo incorporó. El sonido metálico de un coche en la entrada anunció la llegada de algún inquilino. Tenía que actuar con rapidez.

Arrastró el cuerpo entre dos coches, se agachó y esperó a que el vehículo que entraba —un todoterreno— pasara de largo el lugar en que se agazapaba y continuara hacia algún piso superior.

Una vez recuperado el silencio, Zeke cacheó al hombre. Le quitó un arma y se la metió en el bolsillo de la chaqueta; tras localizar la billetera, comprobó el documento de identidad y volvió a depositarlo en su sitio.

«Espabílate —se dijo—, o Sandy llamará a la policía y tendrás problemas».

Se apartó del tipo, se irguió y se dirigió hacia los ascensores. Al llegar decidió subir por las escaleras a toda prisa. Entró en el portal justo en el momento en que el conserje le preguntaba a Sandy:

—¿Y a qué inquilino viene a ver usted?

—Perdona que llegue tarde, cielo —interrumpió Zeke. La mirada de alivio que vio en la cara de Sandy le hizo sentir culpable. Entonces miró al portero—. Éste es el edificio Roanoke, ¿verdad?

—No —corrigió el hombre de mediana edad—, están ustedes en el Thackeray Faire. El Roanoke está al final de la calle —y señaló hacia el norte.

—Vaya, sentimos mucho haberlo molestado. Vamos, cariño.

Zeke tomó a Sandy del brazo y la llevó hasta la puerta. Ella se dejó guiar.

Una vez en la calle, él se cercioró de que no hubiera nadie sospechoso por ningún lado y empujó a Sandy en dirección norte con delicadeza.

—Mi piso está justo enfrente, al otro lado de la calle.

Zeke la cogió de la mano antes de que ella pudiera reaccionar.

—Ya lo sé, cielo, pero el vigilante está mirándonos y no quiero que vea dónde vives.

Sandy dejó escapar un suspiro, pero no protestó. Caminaron en la dirección indicada hasta pasar una manzana antes de cruzar la calle. Zeke agradeció que Sandy no hubiera empezado a interrogarlo nada más verlo. Ya tenía bastante con vigilar por delante y por detrás. Más adelante, insistió en que continuaran un bloque más tras el edificio del dominador —o, más bien, de Cabrini— antes de cruzar a la acera de Sandy, quien notaba que Zeke estaba muy tenso y decidió seguirle la corriente.

Con todo, no dejó de mirarlo de reojo: Zeke se mantenía demasiado concentrado en controlarlo todo como para darse cuenta. Todo aquello parecía sacado de una peli de espías, y una parte de ella estaba disfrutando de la intriga y de la sensación de sentirse protegida por un hombre fuerte y apuesto. La situación la convertía en una sexy mujer fatal.

Cuando por fin cruzaron la calle, Sandy sugirió:

—Si crees que pueden vernos entrar en el edificio, podemos atajar por el garaje, así evitaremos pasar por la entrada principal.

—Buena idea —dijo él.

Sandy lo guió hasta la entrada del garaje. Pasaron por delante de dos hileras de coches hasta que alcanzaron la puerta lateral del bajo, que Sandy abrió con su llave.

Como él había logrado contagiarle su preocupación, en lugar de tomar el ascensor de atrás, llevó a Zeke por detrás de las cámaras de seguridad del portal, sin que él dijera una sola palabra al respecto. Sin embargo, se aseguró de que, al saludar al conserje, Zeke se diera cuenta de que aquél se había fijado en su cara.

A salvo en el ascensor que los llevaba hasta el piso de Sandy, él se sintió por fin relajado. Ella percibió que liberaba la tensión.

—Gracias por seguirme la corriente ahí fuera —le agradeció él.

Sandy asintió.

—Ahora cuéntame, ¿qué es lo que ha pasado en el garaje?

Zeke se metió las manos en los bolsillos y explicó:

—Me lo he quitado de encima. Ahora debe de estar despertándose con un tremendo dolor de cabeza.

—¿Lo has… agredido? —quiso saber ella, casi incapaz de pronunciar las palabras.

—Lo he disuadido. Llevaba… —empezó mientras se sacaba de la chaqueta la pequeña pistola negra para enseñársela.

Sandy miró atónita cómo Zeke extraía las balas del arma y se las ofrecía. Se quedó mirando las letales bolitas metálicas que sostenía ahora en la palma de la mano. «Vale, si cree que con vaciarla va a dejarme más tranquila, lo lleva claro. Tú no vas a ver mi piso ni de broma, y mucho menos mis bragas si las llevara puestas». Le devolvió las balas y presionó el botón de EMERGENCIA.

El ascensor se paró en seco y la alarma empezó a sonar. Sandy se mantuvo imperturbable ante aquel tremendo pitido.

—Muy bien, Zeke, o me enseñas algún tipo de identificación o bajamos directamente al portal. Ahora mismo.

Él se sacó del bolsillo una cartera de piel que abrió para mostrar su placa. El teléfono del ascensor empezó a sonar. Sandy hizo como que no lo escuchaba y se inclinó para leer en alto los datos que aparecían escritos:

—Agente Zeke Prada. ¿Eres poli?

—Eso es —confirmó él—. ¿Contesto ya? —preguntó mientras señalaba el teléfono. En cuanto Sandy asintió, Zeke descolgó el auricular—: Oiga, lo siento mucho, le hemos dado al botón que no era sin querer. —Volvió a apretar el botón de seguridad y la alarma se detuvo. El ascensor se agitó y luego reinició el ascenso—. Sí, ya sé que es algo tarde. Lo siento.

Colgó.

—Parece que hemos despertado al vigilante.

Sandy se encogió de hombros.

—Sobrevivirá.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó, apoyado en la pared del ascensor.

Ella asintió.

—Sólo quería comprobar que no eras un sórdido delincuente.

Zeke arqueó una ceja antes de contestar:

—¿Satisfecha?

—Sólo por ahora.

Zeke se irguió y tomó a Sandy por la cintura aunque, en lugar de atraerla hacia él, se quedó esperando, como si pidiera permiso.

Si bien invitarlo a su piso no era lo más inteligente que podía hacer, llevaba dos años durmiendo sin compañía y en aquellos momentos el sentido común no guiaba tanto sus actuaciones como acostumbraba. Sandy echaba de menos el sexo. Añoraba la intimidad, la emoción, la comodidad al estar desnuda delante de un hombre. Se acordaba de que Leah la animaba a que fuera más lanzada, más espontánea. A pesar de la forma tan poco ortodoxa en que se habían conocido, Zeke había sido amable y a ella le apetecía sentir aquellos labios y aquellas manos sobre su cuerpo.

Él seguía esperando a que Sandy diera el primer paso. Ella se puso de puntillas y lo besó por primera vez. En cuanto sus labios se posaron sobre los de él, todo pareció desvanecerse…, todo salvo su sabor, su tacto y su olor.

* * *

Zeke se había mantenido en silencio durante el trayecto que separaba el portal de Cabrini y el edificio de Sandy, atento aún a cualquier signo de la presencia del mafioso o del equipo de vigilancia. «¡Mierda! El teniente va a cortarme la cabeza por haber tenido contacto con una persona vigilada con la operación aún abierta. ¿Qué coño voy a decirle?».

Aunque nadie lo había visto noquear a la rata de Cabrini, de eso estaba seguro, también estaba convencido de que el equipo de vigilancia lo había reconocido al salir del bar. Con suerte, aquello sería lo único sobre lo que tendría que dar explicaciones y era evidente que se había tratado de un encuentro accidental.

Se había sentido aliviado al llegar al edificio de Sandy sin que se hubiera producido ningún otro incidente. Para cuando llegaron al ascensor, ya había logrado relajarse un poco. Ella se había mantenido a su lado con la mirada angustiada y una expresión de amargura en su rostro. «Pobre, no tiene ni idea de lo que está ocurriendo. Estoy actuando como el maldito Clark Kent al tratar de ocultar mi identidad de Superman».

Sin embargo, cuando Sandy había hecho sonar la alarma y el ascensor se había detenido, él se había quedado paralizado. Nunca se habría esperado nada así de agresivo por parte de su dulce trabajadora social.

Zeke se había notado tenso al ponerle las manos en la cintura. Le tocaba lanzarse a ella. Afortunadamente, Sandy se había acercado y había juntado sus labios contra los de él, quien, sin necesidad de mayor estímulo, la había atraído hacia sí. El beso de Sandy era indeciso, vulnerable, lo que hizo que Zeke se preguntara quién le habría hecho sufrir tanto. Deseoso de liberarla de aquel dolor, en lugar de centrarse en el beso inmediatamente, había empezado a besarla en la cara, prodigándose por las mejillas, la comisura de los labios y, por último, la boca. Por su parte, Sandy, que se había mantenido rígida durante unos segundos, enseguida se había fundido en aquel abrazo.

Zeke retiró las manos de la cintura de Sandy y las arrastro hasta envolverle los pechos. Se moría de ganas de quitarle de una vez aquel maldito vestido. La sola imagen de su cuerpo desnudo en la pantalla bastaba para que se empalmara. Apretó sus labios contra los de ella, que se abrieron de inmediato para él. Zeke aceptó aquella invitación y le introdujo la lengua para jugar con la de ella, la giró, la retorció y la retiró hasta que Sandy empezó a participar. Con timidez al principio y con mayor confianza al cabo de un rato, ella empleó sus labios y su lengua para acariciarlo y provocarlo.

De repente, él escuchó vagamente el timbre del ascensor, ya en el sexto piso. Sin querer separarse de Sandy, la guió con sus propios labios y fue ella quien acabó separándose para informarle:

—Tengo que coger las llaves.

—Ya lo sé —le respondió antes de empotrarla contra la pared, en una postura que le permitía presionar su cuerpo contra el de ella. De nuevo, su pene erecto se apretó contra el vientre de Sandy.

Quería recoger en sus manos aquellas nalgas blancas y redondeadas que había visto en la pantalla, de modo que empezó a levantarle la falda y se quedó encantado al comprobar que ella no ofrecía resistencia alguna.

—¡Dios, nena! ¿De verdad no llevas nada?

—Ya te lo he dicho —le susurró Sandy al oído.

—Sí…

Zeke manoseó y apretujó las nalgas de Sandy, que se arqueó apretándose más contra él.

Impaciente por penetrarla, Zeke comenzó a mover a Sandy hacia la puerta de su casa. Como ninguno de los dos quería separarse para caminar los apenas seis metros que los separaban de la entrada, fueron dando tumbos y golpeando la pared empapelada como si conformaran una criatura cegada y con cuatro piernas.

Sandy agarró con fuerza el cabello de Zeke, que, a su vez, empezó a lamerle la boca. Como a mitad de camino, él escuchó el sonido de alguien que salía de casa y se retiró para comprobar de dónde provenía el ruido al tiempo que protegía a Sandy con su cuerpo de modo instintivo.

Una puerta se entreabrió y, por la rendija, un anciano esquelético en un batín ya muy gastado asomó la cabeza.

—¿Quién anda ahí?

Zeke se disponía a mostrar su placa para que el hombre los dejara en paz cuando Sandy intervino.

—¡Ah! Señor Guzmán. Siento haberlos molestado.

—Sandy —una amplia sonrisa quedó dibujada en el rostro del hombre mientras la examinaba a ella y a su acompañante—, ¿has sido tú la que ha hecho saltar la alarma del ascensor?

«Bien, se trata de su vecino. Sé amable, Prada».

—Lo lamento mucho, señor.

—No os preocupéis. Mi esposa creía que se trataba de algún ladrón —el viejo se dirigió a alguien que se encontraba dentro de la casa—. No pasa nada cariño. Son Sandy y su novio que llegan ahora a su casa —se volvió hacia ellos de nuevo y les guiñó un ojo—. Mejor si seguís dentro, chicos.

—Claro, señor Guzmán. Muchas gracias —respondió Sandy.

Zeke se quedó escuchando hasta que oyó al vecino echar el cerrojo y pasar la cadena de la puerta antes de mirar a Sandy de nuevo. De alguna manera esperaba que ella actuara de modo más recatado después de aquello. Sin embargo, Sandy comenzó a reírse como una adolescente. Él le tendió la mano.

—Dame esa maldita llave.

Ella hurgó en su bolso y extrajo un llavero que le entregó. Se acercaron hasta la puerta de la casa mientras Sandy aún trataba de aguantar la risa. «Desde luego, esta trabajadora social está llena de sorpresas».

Zeke abrió la puerta y, antes de entrar, le cedió el paso a Sandy, que le quitó las llaves y encendió la luz. Sin haber dado siquiera un par de pasos, él la atrajo de nuevo hacia sí.

—Quiero apoyarte sobre una silla para follarte desde atrás ahora mismo —le confesó al oído.

Luego le acarició el vientre y fue bajando la mano hasta hacerse con el dobladillo del vestido, que empezó a levantar. Sandy tiró las llaves y el bolso, y descansó su cuerpo en el de Zeke, que la empujó ligeramente hacia delante y cerró de una patada la puerta, aún abierta. Le tocó el sexo con los dedos y se los introdujo entre los pliegues.

—Oooh… —gimió Sandy.

Zeke le acarició los labios inferiores en busca del clítoris. Como enseguida notó que a ella le fallaban las rodillas, la cogió con el brazo izquierdo y la llevó hacia el interior del piso. Con la mano derecha, continuó masturbándola con el dedo índice dibujando pequeños círculos. Sandy estaba caliente y empapada, y él tenía la polla palpitante. «Mierda, espero aguantar para poder penetrarla», pensó.

Llevaba tres preservativos en la cartera, de modo que, antes de que las cosas fueran demasiado lejos, se dio unos segundos para hacerse con uno de ellos y ponérselo.

Una vez preparado, Zeke aumentó la intensidad al frotar a Sandy, cuyo sexo estaba ya hinchado y húmedo. «Dios, me encantaría saborearla. Me encantaría sentir cómo se corre en mi boca».

Sandy comenzó a mover las caderas rozándolas contra el pene erecto de Zeke, a quien le temblaron las piernas hasta casi perder el equilibrio y acabar gimiendo. Aquel sonido de satisfacción pareció animarla, y apoyó la mano en la que Zeke tenía sobre su sexo y presionó para que la estimulación fuera más fuerte. Él la empujó contra el respaldo del sofá, loco por penetrarla. Le retiró la mano del clítoris, lo que provocó la inmediata protesta de Sandy, que volvió la cabeza para mirar a su compañero.

—¡Zeke!

Él le colocó una mano en la nuca y la presionó aún más contra el respaldo del sofá. Aunque aquel gesto puso nerviosa a Sandy, que trató de incorporarse, enseguida pareció comprender qué era lo que Zeke pretendía, y se relajó. Unos segundos más tarde, ya no estaba la polla frotándose contra su sexo húmedo. Sandy se retorcía y dificultaba con ello la entrada de aquel pene en su cuerpo, hasta que Zeke la mantuvo enderezada con un brazo y la penetró. «¡Dios, qué gusto da, cómo me aprieta!».

En cuanto Sandy sintió su verga dentro de ella, empezó a agitar las caderas adelante y atrás. Enseguida encontraron el ritmo adecuado: Zeke daba un empellón y Sandy reaccionaba empujando hacia atrás. La respiración entrecortada de ambos se entremezcló con sordos sonidos de satisfacción. Ella llevaba el vestido aún arrugado alrededor de la cintura y él permanecía inclinado sobre su cuerpo mientras le sujetaba las caderas con las manos. Se retiró hasta casi sacar todo su miembro y luego volvió a hundirse en ella hasta el fondo, llegando a golpearle con los testículos por el impulso.

Aunque Zeke sabía que estaba a punto de correrse, no quería hacerlo hasta que ella hubiera alcanzado el orgasmo, de modo que trató de distraerse contando en silencio: «Uno, dos, tres, ¡mierda, Sandy, córrete ya!, cuatro, cinco…».

—Ahora, Zeke, ahora… —gimió ella.

Jadeante como un corredor de maratones, él derramó toda su leche en el interior de Sandy, que se arqueó contra él para acabar combándose delante de nuevo. Zeke tiró de sus caderas hacia él, deseoso de sentir las últimas sacudidas mientras aquel coño lo ordeñaba hasta vaciarlo. Los músculos de la vagina continuaron contrayéndose rítmicamente alrededor de su polla un rato después de que Sandy hubiera dejado de mover las caderas. Por fin, exprimido y agotado, se recostó sobre Sandy, que yacía liberada de toda tensión, y se dio unos minutos hasta que fue capaz de recuperar el aliento.

Por alguna razón, incluso en aquella ridícula postura, arremolinados sobre el respaldo del sofá, Zeke no quería separarse de ella. Apoyó la cabeza sobre su hombro derecho y pudo verle mechones de cabello húmedo pegados sobre la sien. De inmediato, le retiró de la cara aquellos rizos mojados.

Se había acostado con muchas mujeres a lo largo de los años, pero no era capaz de recordar un polvo mejor que el que acababa de disfrutar. «Espero que ella también lo haya pasado bien».

Aquel pensamiento lo sorprendió. Él no era el tipo de hombre que necesitaba que le dijeran que era bueno en la cama. Las mujeres siempre lo felicitaban por ser un amante sensible y atento a sus necesidades. «¿Por qué me importa tanto que a Sandy le haya gustado?». Había algo especial en ella… No sabía si eran sus agallas o esa innata tendencia a la honestidad. Lo único que sabía era que quería más de aquella mujer.