8

—PERO, ¿qué ha…? —Zeke se quedó mirándola boquiabierto.

Ella le dedicó una sonrisa.

—Sólo estoy devolviéndote el favor. Te debo un orgasmo.

Entonces Sandy enrolló la toalla de felpa a modo de cojín y se la colocó bajo las rodillas. Libre de su envoltorio, había quedado totalmente desnuda y a los pies de Zeke.

—¡Dios, nena…! —dijo él con la respiración marcada mientras se inclinaba hacia ella.

Sandy lo detuvo con un gesto.

—No. Ahora me toca a mí hacerte disfrutar —dijo, y empezó a acariciarle el bulto que se había formado en sus vaqueros y que, de inmediato, empezó a crecer. La mirada perpleja de Zeke la hizo reír.

—Te gusta, ¿eh? —bromeó antes de bajarle la cremallera de los pantalones.

El pene apareció como una roca, dispuesto en el agresivo ángulo agudo que formaba con su cuerpo y brillante como una pieza de mármol de Carrara a la tenue luz que iluminaba el balcón. Blanquecina, recubierta de venas de tono más oscuro que la recorrían desde la base hasta la punta, la polla parecía enorme. La erección había retirado el prepucio, de modo que el miembro aparecía desnudo. Sandy descubrió una gota de líquido seminal a punto de caer de la punta en forma de seta, y la recogió con la lengua. Sabía salada y ofrecía una textura viscosa.

—¡Dios…! —dejó escapar Zeke.

Sandy rió y se inclinó hacia delante. Abrió la boca y se introdujo la punta del pene en la boca. Lamió la raja hasta que vio brotar una nueva gotita, lubricó la cabeza del miembro con la lengua antes de sacársela de la boca y chupó de nuevo la abertura, aunque esta vez por la parte inferior.

Zeke temblaba y se balanceaba sobre Sandy, que, al acordarse del placer que él le había proporcionado media hora antes, se sentía encantada de poder corresponderle. Aunque ya les había hecho mamadas a otros chicos antes, nunca lo había disfrutado. Pero en esta ocasión parecía diferente. Zeke resultaba tan excitante y tan generoso en la cama que le apetecía ofrecerle lo mismo. Alternó los lametazos con los movimientos de succión y se concentró en la cabeza hinchada del pene.

Zeke la agarró del pelo con las dos manos para tirar de ella hacia sí y clavársela más. Ella se resistió y alejó la cara para extraerse el miembro.

—Todavía no, encanto. Aún no estás listo.

Convencida de que iba a regalarle la mejor mamada de su vida, Sandy le levantó la polla y la lamió por debajo desde la punta hasta la base. A Zeke se le tensó el cuerpo hasta tal punto que ella pudo notar la contracción de los músculos.

—Nena, me estás matando —murmuró él.

Encantada de pillarlo desprevenido por una vez, continuó aplicándole aquel dulce tormento. El miembro permanecía erecto y en dirección hacia el cielo, de modo que Sandy tenía acceso a los testículos. Inclinó la cabeza y se acercó para empujar suavemente con la nariz los sacos recubiertos de vello mientras aspiraba su aroma almizclado y ligeramente amargo. Se introdujo una de las bolas en la boca y jugueteó con ella antes de atraparla con los dientes.

—Ten cuidado… —la voz de Zeke sonó ronca.

Sandy separó los labios y movió la lengua alrededor del testículo para aliviarlo. Luego, mientras le rascaba delicadamente el interior de los muslos con la mano izquierda, trató de registrar todos aquellos datos en la memoria: la sensación era de extrañeza, al tacto resultaba áspero y blando, y el sabor era inconfundible.

La respiración de Zeke iba aumentando los intervalos y era entrecortada.

—Mámamela, por favor —rogó.

Sandy le liberó el testículo y elevó la cabeza en busca del pene que tan desesperadamente la reclamaba. Sonrió y agarró el miembro que asomaba protuberante. Había llegado el momento de poner fin a los juegos.

Abrió la boca y se metió la polla hasta el fondo. Zeke rugió de placer cuando casi rozaba la agonía.

—¡Sí…!

Sandy mantuvo la mano derecha en la base del pene para evitar que Zeke le introdujera el pene hasta la garganta. Tenía la polla tan larga y tan gruesa que le asustaba la idea de ponerse a toser si se la chupaba demasiado deprisa.

Comenzó muy lentamente y fue adquiriendo velocidad poco a poco mientras retiraba y acercaba, cada vez más, la cabeza. Podía oír por encima de ella la respiración forzada y los apagados gemidos de Zeke, que movía las caderas ansioso por acelerarlo todo. Sandy se negó a que él le marcara el ritmo e insistió en prolongarle aquel delirio.

El pene empezó a derramar jugos que ella succionó y tragó con lascivia antes de cambiar a una postura que le permitiera introducirse el miembro al máximo, hasta que notó que la punta le golpeaba la garganta. Consciente de que ella misma se encontraba al límite, redujo la presión de la base de la polla con la intención de que Zeke pudiera terminar.

Él empujó con ganas, cada vez más rápido. Se balanceó adelante y atrás, más y más deprisa en cada empellón. Jadeaba sin control.

Sandy se concentró en respirar por la nariz y empezó a coger aire rápidamente cada dos mamadas. Sabía que Zeke estaba a punto de correrse y decidió centrarse en estar lista para cuanto él explotara.

El orgasmo que llegó fue repentino y violento. Zeke se quedó rígido, dio un grito inarticulado y expulsó todo su semen. Sandy tragó la leche que le llenaba la boca y se desbordó por las comisuras de los labios. Se retiró un poco para tratar de crear más espacio en la garganta: quería ingerir hasta la última gota.

Por encima de ella, Zeke rugió mientras continuaba balanceándose. Tensó los puños, aún aferrados a la cabellera de Sandy, justo antes de estirarse animado por los últimos temblores del clímax.

Al notar que el pene se reducía en su boca, Sandy lo liberó y se lamió los labios. Se sentó sobre los talones y se quedó mirando a Zeke, que mantenía los ojos cerrados y continuaba resollando como un perro acalorado.

—Eh, ¿estás bien?

Él abrió los ojos y le dedicó una sonrisa atontada.

—No he estado mejor en mi vida —dijo sacudiendo la cabeza—. ¡Madre mía! ¿Dónde has aprendido a hacer eso?

Sandy no pudo controlar la risa.

—Quería que disfrutaras y parece que lo he conseguido.

Zeke retrocedió unos pasos hasta que se apoyó en el murete del balcón.

—Bueno, así ya sé que estoy sanísimo.

—¿Cómo?

—Sí, si no lo estuviera, habría muerto hace un rato ya. Casi consigues que me reviente la cabeza.

Sandy recogió el albornoz que tenía aún bajo las rodillas y se cubrió con él antes de permitirle a Zeke que la ayudara a levantarse. Una vez de pie, se alisó la tela a la altura de las caderas y luego se inclinó para besar a Zeke en los labios.

—Ahora estamos empatados.

Él sonrió.

—Así que se trataba de eso, ¿eh?

Sandy apoyó la cabeza en su hombro.

—Eso es, devolvértelo es jugar limpio.

—Vamos dentro anda, estás tiritando otra vez —Zeke señaló con la cabeza la puerta de cristal.

—No te olvides de recoger los vasos, no quiero que se caigan y maten a alguien —pidió Sandy.

Él se volvió para cogerlos de la cornisa y luego entró en el piso. Una vez que estuvieron dentro, Sandy cerró con llave el balcón y él llevó los vasos a la cocina y los lavó.

—¿Puedes quedarte esta noche? —le preguntó ella, tratando de evitar que la voz delatara las ganas terribles que tenía de pasar la noche con él.

—Claro —afirmó Zeke con una sonrisa de soslayo hacia ella—. Aún no hemos follado en la cama y me muero por probarlo.

Sandy se sintió tan aliviada que tuvo que cerrar los ojos para disimular la emoción. No tenía prisa por marcharse. Quería dormir con ella, como un novio de verdad y no como un ligue de una noche.

Cuando volvió a mirar, vio que Zeke se dirigía a la nevera.

—¿Tienes algo de comer? No he cenado.

Abrió la puerta y empezó a buscar.

—¿Y por qué no has cenado?

Zeke se detuvo un instante y asomó la cabeza para contestar sonriente:

—Estaba demasiado nervioso como para comer. Podría decirse que atravesaba una crisis de cargo de conciencia.

—¿Una qué?

—Estaba volviéndome loco al tratar de convencerme de que ambos estaríamos mejor si no volvía a llamarte.

—¿Por qué? —quiso saber ella, tras recordar todo lo que ella misma había sufrido en aquellos cuarenta minutos hasta que por fin había sonado el teléfono.

Zeke se irguió y se encogió de hombros.

—Bueno, aunque sabía de sobra que lo que estaba haciendo no estaba bien, me resultaba imposible distanciarme de ti.

Sandy se sintió atravesada por un arco iris de felicidad y tuvo la sensación de que notaba una gran fiesta de colores en su interior. Aunque abrió la boca para hablar, no logró emitir sonido alguno. Lo intentó una segunda vez y todo lo que le salió fue:

—¿Cómo quieres que te prepare los huevos?

Zeke sirvió unas bebidas mientras Sandy hacía la cena, que consistió en unas tortillas de jamón y queso con tostadas de centeno. Estaban acomodados en el pequeño comedor de la casa y ella seguía descalza y envuelta en el albornoz. La conversación parecía fluir sin problemas. Él se mostraba dispuesto a hablar por primera vez y eran muchas las cosas que Sandy quería saber. Le explicó que había pasado su niñez en Nueva Jersey, que sus padres aún vivían y que tenía dos hermanas. También le contó cómo había ingresado en la carrera militar y había acabado siendo un policía nacional.

Con todo, Zeke no permitió que la conversación se centrara sólo en él y, a su vez, fue preguntando con delicadeza hasta enterarse de que el ex novio de Sandy, Josh, se había convertido en su futuro cuñado y de cómo había comenzado lo de espiar a los vecinos.

—La primera vez que espié a alguien fue la noche en que acababa de volver de la fiesta de compromiso de Tricia y Josh, hace unos tres meses.

—¿De dónde sacaste el telescopio?

—Bueno, la verdad es que lo tengo desde que iba al instituto. Lo guardaba en el armario —explicó con la mirada fija en el plato vacío—. Cuando venía en coche de vuelta a casa, escuché por la radio que aquella noche se verían tres planetas. Me sentía tan triste que al llegar saqué el telescopio con la intención de distraerme un poco. Mientras lo montaba me fijé en que el dominador, bueno, en que Cabrini, estaba follando con una de sus sumisas. Sin haberlo previsto, ése fue el momento en que comencé mi carrera de voyeur.

—Querrás decir de voyeuse, en femenino, que eres mujer —corrigió Zeke.

Sandy quiso explicarse; por alguna razón le importaba que él lo comprendiera.

—No me dedicaba a espiar sólo a la gente que estaba en la cama. También observaba a otras personas, como la señora del pelo azul, el señor Hudson y la esquelética. En realidad, al final mi intención era asegurarme de que estaban bien.

Zeke se acercó a ella.

—Lo de la señora del pelo azul lo entiendo, debe de ser una anciana, pero cuéntame qué ocurre con el señor Hudson y con la esquelética.

Sandy se puso de pie, recogió su plato y sus cubiertos.

—El señor Hudson es un señor mayor muy apuesto que me recuerda a Rock Hudson. Aunque ha invitado a unos chicos jóvenes a su casa un par de veces, pasa la mayor parte del día solo y parece tan falto de compañía… —se detuvo para recoger el plato de Zeke.

Él se levantó y se ocupó de su propio cubierto.

—¿Y la esquelética? —preguntó de camino a la cocina.

—¡Ah! Esa chica es modelo —respondió mientras lo acompañaba hasta el fregadero—. Tiene todo el piso decorado con fotos suyas gigantes en blanco y negro. Es bulímica: la he visto zamparse litro y medio de helado de una sentada, meterse luego los dedos en la boca e ir corriendo al baño.

Zeke abrió el grifo.

—Así que lo que has hecho es vigilarlos para asegurarte de que estaban bien.

Ella asintió al tiempo que le pasaba la sartén y la espumadera.

—Aunque puede que suene tonto, me he sentido como su ángel de la guarda, pendiente de que no les sucediera nada.

Él se quedó mirándola fijamente.

—No suena tonto, es precioso; pero tienes que dejar de hacerlo de todas formas.

—Ya lo sé. No volveré a hacerlo, lo prometo.

—Muy bien. ¿Por qué no vas preparándote para irnos a la cama mientras yo acabo de fregar los platos? —Zeke esbozó una sonrisa burlona—. Nada de pijamas, ¿eh?

Sandy notó un cálido cosquilleo en la entrepierna. Sin decir nada, se dio la vuelta y se marchó al dormitorio.

A pesar de que ya era la una y veinte de la madrugada, no se sentía cansada en absoluto. Aunque Zeke le había dicho que nada de pijamas, no tenía ninguna intención de recibirlo desnuda. Buscó en su armario y sacó el camisón negro, largo y sexy que Dora le había regalado en Navidad. Se quitó el albornoz, se puso la nueva prenda y se observó satisfecha en el espejo. No estaba mal. Luego se cepilló los dientes y se lavó la cara. Cuando Zeke entró en el dormitorio, Sandy ya estaba retirando el edredón y ahuecando las almohadas de la enorme cama.

Él dio un silbido tremendo al verla con el camisón.

—Es estupendo. ¿Lo compraste para Josh?

Repentinamente avergonzada por la pregunta, ella se protegió con la almohada que sostenía en aquel momento.

—No, es un regalo.

Zeke se acercó a ella y se deshizo de la almohada que los separaba.

—Desde luego, para mí lo es, de eso estoy seguro —le dijo antes de besarla con delicadeza.

Sandy lo agarró para atraerlo hacia ella, pero entonces él retrocedió.

—¿Me dejas darme una ducha antes a mí también? Con lo guapa que te has puesto, tengo que estar a la altura.

—Hay un cepillo de dientes sin estrenar en el botiquín —lo informó Sandy antes de liberarlo.

—Estupendo. Vuelvo enseguida.

Ella se metió en la cama y se permitió disfrutar soñando despierta mientras escuchaba el ruido del agua. Todavía no podía creerse todo lo que le había ocurrido en las últimas veinticuatro horas. Allí estaba ella, saliendo —bueno, follando era más preciso— con un poli de la Brigada de Crimen Organizado que podía haberla dejado hecha trizas y que, sin embargo, no lo había hecho. Y que tampoco se había largado después del polvo, sino que se había quedado allí, había cenado con ella, se estaba duchando en su baño y se disponía a dormir en su cama. Todo aquello parecía un regalo del cielo.

Oyó que se cortaba el chorro de agua. Zeke aparecería en cualquier momento. El corazón empezó a latirle con tanta fuerza que hizo que le vibrara la caja torácica y se le secara la boca. Se incorporó y comprobó su aspecto en el espejo del vestidor. Estaba sonrojada y respiraba con rapidez. ¿Apagaba la luz de la mesilla o la dejaba encendida? ¡Madre mía! Se sentía como una virgen de veinte años.

Zeke estaba cepillándose los dientes —podía oírlo en el lavabo—, de modo que retiró las sábanas y saltó de la cama para darse los últimos retoques en el tocador. Empezó a ahuecarse el cabello para alisarse las ondas más marcadas, cogió el cepillo, se inclinó hacia delante y se lo pasó por el pelo, de la nuca a la frente. De repente se abrió la puerta del baño.

—Hola —saludó Zeke.

Sandy dio un salto y se irguió de inmediato.

—¡Uy! —dijo, sorprendida, antes de soltar el cepillo.

—¿Estás bien?

—Sí, sí, estoy bien.

Se retiró el pelo de la cara y tardó un segundo antes de recuperar la visión. Lo primero que se encontró fue a un hombre desnudo plantado delante de ella. Sorprendida, primero dio un grito y luego casi pierde el equilibrio al intentar dar un paso atrás.

Zeke sonrió.

—No me he traído el pijama, espero que no te importe.

Sandy se quedó observando su cuerpo, incapaz de mirarlo de una sola vez. A pesar de su desnudez, Zeke transmitía fortaleza y poder. Tenía el torso alargado y delgado, los hombros anchos y las caderas estrechas. Los brazos y piernas aparecían cubiertos de vello. De la mata de pelo de la entrepierna le sobresalía el pene semierecto. Aquella visión le arrancó una sonrisa que la relajó un poco.

—¿Paso el examen? —preguntó él, tal y como lo había hecho en el bar un rato antes.

—Estás cañón y lo sabes —lo piropeó ella con la cabeza inclinada—; a tu lado me siento como un hipopótamo.

—De eso nada, cielo —Zeke se acercó a ella, la tomó por los codos y le dio un beso en los labios—. Eres mi preciosa e insaciable amante y no pienso consentir que nadie se meta contigo, ni siquiera tú misma.

Sandy apoyó la frente en la de Zeke.

—Se te da bien lo de elevar mi autoestima.

—Eso espero, porque a ti también se te da de maravilla lo de elevarme algo que tengo por ahí —respondió mientras deslizaba la mano derecha por el camisón y le acariciaba con los dedos la parte superior del pecho casi a la altura del pezón, aunque sin rozarlo—. De hecho, creo que ya no puedes elevarlo más.

A Sandy le entró la risa y buscó el pene que se mantenía firme entre sus cuerpos. Empezó a bombearlo arriba y abajo, retirando el prepucio una y otra vez. El miembro reaccionó de inmediato aumentando de tamaño y endureciéndose. Zeke cerró los ojos y ladeó la cabeza. Su respiración se tornó sonora.

—¡Oh, nena!, ¡qué gustazo!

Mientras continuaba masajeándole el miembro, se inclinó para mordisquearle el hombro desnudo. Le recorrió todo el pecho, lamiéndolo y jugueteando con la lengua, disfrutando de su piel limpia y tersa.

Zeke, a su vez, empezó a tocarle los pechos y a estimularle los pezones. Sandy gimió en cuanto él apretó las puntas, ya sensibles, con los dedos índice y pulgar de ambas manos. Luego fue empujándola ligeramente hasta que las pantorrillas chocaron contra la cama.

—¿Es una indirecta? —bromeó ella.

—Puedo decírtelo claramente, encanto: quiero que te tumbes boca arriba para que pueda meterte la polla hasta el fondo.

Sandy se quedó sin respiración. Permitió que Zeke la ayudara a recostarse en la cama, donde se colocó enseguida para hacerle sitio. Él se quedó tumbado sobre ella durante un rato, mientras se frotaba contra la fina seda del camisón. Luego se apoyó en los codos de modo que quedaba algo de espacio entre ambos.

Sandy se acercó para darle un beso en los labios.

—Hola.

—Hola —respondió él antes de besarla con mayor intensidad, juntando sus lenguas.

Esta vez, no había ya las ganas y la premura de su primer encuentro. Por acuerdo tácito, ambos respetaron un ritmo lento y fluido. Al poco tiempo, el camisón estaba ya en el suelo. Zeke acarició a Sandy por todas partes mientras le iba preguntando si le gustaba lo que le hacía. Le pasó la lengua por la mandíbula, la muñeca y detrás de las rodillas. Al llegar a la derecha, Sandy casi se cae de la cama: nunca se había percatado de que allí se escondía una zona erógena. O en el hueco de detrás de la oreja. O en su ombligo. Le sorprendió que él pudiera saber cosas de su cuerpo que ella misma desconocía. Nunca había tenido un amante que estuviera tan atento a sus necesidades. Hacía que se sintiera como un tesoro deseado. Pronto se descubrió a sí misma correspondiéndolo, tratando de aumentar al máximo el placer que le proporcionaba.

Aunque se acercaban al clímax una y otra vez, acababan frenándose para prolongar el juego en lugar de terminarlo. Cuando Sandy dijo por fin «ahora», ambos estaban ya temblorosos, al borde del delirio y de la extenuación. Zeke recolocó sus caderas y aumentó el ritmo, de modo que los dos se precipitaron sin remedio hacia el orgasmo.

El sexo y el vientre de Sandy parecieron expandirse; tuvo la sensación de que se transformaban en una enorme bola incandescente. El fuego le recorrió la columna vertebral hasta alcanzarle el cerebro e incendiar todas sus conexiones nerviosas. Acto seguido, sintió el fogonazo de las luces que estallaban antes de que se hiciera el silencio. Pasó de estar en la cima a caer en un profundo sueño sin percibir siquiera el tránsito entre un estado y otro.

Zeke, por su parte, permaneció consciente el tiempo justo que necesitó para moverse y situarse a un lado de Sandy, en lugar de encima de ella, y alargar el brazo para apagar la luz de la mesilla antes de abrazar a su amante por la cintura y colocar la cabeza en la cálida curva que se formaba entre su cuello y su hombro.