33 Un cielo para nosotros

Son las ocho menos cinco de la tarde cuando llamo al ascensor, de nuevo en casa de Abril.

David ha sido de gran ayuda; su manera de relativizarlo todo, su confianza ante lo que ve que sentimos Abril y yo, me ha devuelto un poco la esperanza. Me ha alegrado verlo tan ilusionado con Sandra, quién lo hubiera dicho.

Sin embargo, no puedo evitar sentir el estómago revuelto mientras los números verdes del ascensor van aumentando en la pequeña pantalla digital de color negro. Repiqueteo con los dedos en la pared.

Tengo una sensación extraña, temo lo que pueda encontrarme al otro lado de la puerta.

Abro con la llave en vez de tocar el timbre y cierro con cuidado.

Sorprendido, mis ojos vuelan a la terraza y a las pequeñas luces que brillan en ella. Me acerco hipnotizado y salgo fuera. ¿Cuándo ha preparado todo esto? Ha creado un tejado de estrellas con cuerdas y tiras de pequeñas bombillas, un hermoso cielo solo para nosotros. En el centro hay una mesa cubierta por un mantel de color crudo, los platos están colocados uno junto al otro y, en frente de estos, hay tres velas montadas en un candelabro de hierro forjado; un jarrón de cristal con pequeñas flores silvestres de alegres colores completa la decoración.

Cuando consigo recuperar el aliento, emocionado, percibo un olor delicioso que me recuerda a mi país adoptivo, puedo distinguir el aroma del curri y las verduras.

Adele canta sobre amor eterno y distancia; su Lovesong encoge mi corazón, muy apropiada para nosotros en este momento.

A pesar de la melancolía de la música, siento un gran alivio al contemplar la escena; veo el esmero que ha puesto en cada detalle, puedo adivinar, por el olor, que está cocinando intencionadamente una comida que me gusta y, por primera vez en horas, tengo la esperanza de no haberla perdido antes de decirle adiós, que las consecuencias de la revista no van a ser tan terribles como esperaba.

Me acerco a la cocina, Abril está delante de la vitrocerámica.

Mi corazón empieza a cabalgar desbocado. La contemplo de espaldas, cubierta por un vestido ligero y largo de gasa azul que deja uno de sus hombros y la mitad de su espalda descubierta; su cabello está recogido en un moño de estilo griego del que caen hebras sueltas, y sus pies descalzos asoman por debajo de las capas de su falda. Mi Diosa en todo su esplendor...

A pesar del cuidado que he tenido para no hacer ningún ruido, detiene sus movimientos sobre las sartenes en cuanto entro en la habitación, su cuerpo se tensa, pero no se vuelve.