7 Bajo la luna

Nos escabullimos entre las sombras de la noche hacia la orilla del mar, cogidos de la mano. Al llegar nos quitamos los zapatos y corremos bajo el vaivén de las olas, permitiendo que nos laman los pies, alejándonos de la fiesta y de varias personas que han empezado a meterse en el agua.

La brisa marina me despeja un poco, aunque todavía noto los efectos del alcohol y el apremiante fuego del deseo.

Se detiene y estira de mi mano atrayéndome hacia él, estrellando mi cuerpo contra el suyo. Yo me río como una colegiala. En su rostro se dibuja una sonrisa tierna mientras me mira. Una mano suya se enrosca en mi cintura, la otra aparta un cabello de mi cara y lo coloca detrás de mi oreja. Yo apoyo las manos en su pecho.

—Lo siento. O salíamos de allí o te arrancaba la ropa delante de todos los amigos de mi hermano...

Lo miro sorprendida. Hemos debido de montar todo un numerito en la fiesta, y yo ni siquiera lo había pensado hasta este momento... Tampoco es que me importe ahora mismo, estoy demasiado feliz, demasiado excitada, me siento tan viva.

Acerco mis labios a los suyos y susurro: —Me hubiera dejado.

Se aleja unos centímetros, me mira con intensidad durante unos segundos antes de hundirse en mi boca y darme un beso arrollador, cargado de necesidad y pasión. Me siento desfallecer, me agarro a su cuello porque no confío en mis piernas. Me excita hasta tal punto que creo que si sigue así, es capaz de llevarme al límite tan solo con un beso. Sus manos bajan hasta mi trasero y presiona su cadera contra la mía. Gimo en su boca.

Nos separamos un momento, frente con frente, recuperando el aliento, nuestras respiraciones están igual de agitadas. Él susurra: —Te deseo tanto que duele.

—Yo también lo siento —respondo, usando sus palabras del otro día.

Echo un vistazo rápido hacia la fiesta, estamos bastante apartados, lejos de miradas indiscretas, aunque todavía podemos escuchar la música en la distancia. La banda ha debido tomarse un descanso porque puedo distinguir la voz de Amy Winehouse cantando Moody's mood for love, sonrío al recordar la letra de la canción, estoy contigo Amy, hoy también estoy de humor para el amor.

—Vamos a bañarnos.

Doy un paso hacia atrás y empiezo a quitarme la ropa, él me observa atónito, su mirada me excita, me enciende y me quema. Me siento traviesa cuando, totalmente desnuda, empiezo a adentrarme en el mar contoneándome deliberadamente, intentando provocarlo. Me giro y le guiño un ojo antes de sumergirme en el agua. Cuando vuelvo a la superficie, él está allí, ¿cómo se ha quitado la ropa tan rápido?

—Me has mentido —me acusa, mientras me atrapa por las caderas para acercarme hacia él. Su boca me busca, muerde mi labio, y reclama mi lengua con la suya. Sus manos acarician mi trasero, empujándome hacia él, haciéndome sentir su erección contra mi vientre.

—¿En qué? —le pregunto. Lamo y muerdo su cuello, disfrutando del sabor a sal y de la reacción de su piel, que se eriza bajo mi boca. Después, beso la pequeña línea de pelo en su pecho, la que deseé lamer desde el mismo momento en que la vi.

—Me habías dicho que eras una buena chica —susurra de forma provocativa—, pero las buenas chicas no mueven así el trasero cuando saben que las están mirando, las buenas chicas no provocan este efecto... —Toma mi mano y la aprieta contra su férreo miembro erecto, entrecierra los ojos cuando lo sostengo dentro de mi mano y lo acaricio con lentitud, lo siento palpitar entre mis dedos—.

Nunca ha estado tan dura, cariño. Solo tú la pones así.

Mmmm, me encanta tu polla —murmuro, mirándolo a los ojos, y regocijándome en su cara de sorpresa.

Apoya sus manos en mis hombros, sus dedos se deslizan por mi piel hasta mi nuca y entierra sus manos en mi pelo, sus caderas no dejan de balancearse contra mi palma.

—Está claro que debajo de esa fachada de secretaria eficiente, inaccesible y jodidamente caliente, hay una chica realmente mala y con una boquita muy sucia. Un demonio disfrazado de ángel.

Intenta besarme otra vez, yo me inclino hacia atrás para que no me atrape.

—Y ahora que has descubierto la verdad sobre mí, ¿vas a huir? —le pregunto juguetona, apretando su miembro más fuerte entre mis manos.

—No —contesta, con la voz entrecortada y los ojos cerrados. Luego, los abre y los clava en los míos—: Voy a follarte hasta que me consuma en las llamas del infierno.

Nos besamos de forma salvaje, devorándonos uno al otro. Rodeo su cuello con mis brazos y enredo mis piernas en sus caderas. Me aparto para susurrarle al oído: —Bienvenido al infierno, entonces. La puerta está justo aquí. —Muevo mis caderas hasta colocar su miembro justo en la entrada de mi sexo.

Él gira su pelvis y se introduce en mí, despacio, con calma, meciéndose al suave ritmo del sutil oleaje. Yo, desesperada por sentirlo, aprovecho mi posición de poder y empujo hacia abajo, engulléndolo hasta al fondo, hasta llenarme totalmente de él. Es el paraíso, me siento completa.

Lo cabalgo, una y otra vez, totalmente hechizada por la pasión, él me sostiene con sus manos, alentándome, sosteniéndome y, cuando agotada, siento que estoy a punto de desfallecer, echo la cabeza hacia atrás y dejo que sea él quien arremeta contra mí. Él se inclina hacia mis pechos y toma un pezón entre sus labios, sin perder el ritmo implacable, lo mordisquea y succiona hasta volverme loca. Estallo; el placer se extiende por todo mi cuerpo, desbordándome. Me aferro a Robert, manteniéndolo quieto mientras mi sexo palpita estrangulando su miembro, completamente enterrado dentro de mí.

Cuando empiezo a volver a la tierra él mueve de forma circular sus caderas, estimulándome de nuevo, sus arremetidas son lentas y profundas; sus besos, salados y pausados; tan eróticos... El mar parece reflejarse en sus ojos, oscuros, líquidos, me devoran, me poseen. Creo que voy a perder la cordura, a reventar de placer. Me aferro a sus hombros, él acerca sus labios a los míos y gemimos uno en la boca del otro, nos besamos, nos lamemos, nos mordemos... mientras él continúa sus lánguidos pero implacables embates, hasta que estallamos juntos, gritando a la vez, en un orgasmo que me parece eterno.

Nuestros pechos se mueven al unísono buscando un aire que cuesta encontrar, nos aferramos el uno al otro, frente con frente, hasta que los latidos de nuestros corazones recuperan el ritmo lentamente. Él se inclina para besarme con dulzura, con tanto sentimiento... Entierro las manos en su pelo y vuelco toda mi gratitud, todos mis incontrolables e incomprensibles sentimientos; algo parece haberse roto en mi interior, me siento desnuda por dentro y por fuera, las lágrimas acuden a mis ojos, le entrego mi alma en ese beso.

—Nunca había sentido nada igual —confiesa—. Esta necesidad desmedida de fundirme contigo en cuanto te veo no es solo sexo, es algo más profundo, más espiritual..., como si mi alma necesitara de la tuya para sentirse completa, el sexo es solo la forma perfecta de unirlas para que se sientan en paz.

Cuando no estoy contigo no dejo de soñarte, de anhelarte, de necesitarte...

Sus palabras tienen sentido para mí, me conmueven, me desarman.

—No lo comprendo, pero siento lo mismo.

—Es que no se trata de comprender, sino de sentir.

Lo miro a los ojos, desconcertada, llena de preguntas.

—Ojalá todo fuera tan sencillo.

—No lo pienses ahora, cariño. Ya lo pensaremos más tarde.

Vuelve a besarme de esa manera en la que borra cualquier pensamiento coherente y que me obliga a obedecer: no pensar, solo sentir...

La fresca brisa marina se mezcla con el vértigo de mis sentimientos haciéndome temblar, él se da cuenta y se separa de mí.

—Tienes frío, salgamos. Mira, en la fiesta han encendido una hoguera.

Salimos abrazados del agua, después de comprobar que no hay nadie alrededor. La luna ha conquistado la parte más alta del cielo iluminándolo todo.

Él me ofrece su camisa para que me seque antes de ponerme el vestido.

—¿Y te la pondrás mojada? —protesto.

—No, iré sin ella.

—¿No tendrás frío?

—Se mojará de todas formas si me la pongo. Sécate tranquila, tengo más ropa en el coche.

Obedezco mientras él se coloca los pantalones sin calzoncillos.

—¿Nunca usas ropa interior?

Él niega con la cabeza y sonríe travieso.

—Por cierto, encontré tus braguitas en mi mochila. Gracias, me hizo mucha ilusión tu regalo —me cuenta, divertido.

—Ya no podía usarlas, así que pensé en dejártelas de recuerdo —respondo, medio en broma.

—Para recordarte, debería poder olvidarte...

No sé qué responder a eso. Es todo tan confuso, tan extraño... Sin embargo, lo que más me desconcierta no son sus palabras, sino verme reflejada en ellas.

Se agacha y coge mis bragas, después, se arrodilla ante mí y las sujeta para ayudarme a ponérmelas sin que las llene de arena. El gesto es tan íntimo..., pero ahora mismo me siento como si pudiera hacer cualquier cosa delante de él. Las sube despacio por mis piernas, mientras deja un camino de besos sobre mi piel hasta que las coloca un su lugar, besa la tela sobre mi pubis.

—¿Quieres que vuelva a arrastrarte dentro del agua? —le pregunto, cuando los rescoldos del fuego vuelven a avivarse.

Sonríe de forma maliciosa y responde: —No me tientes, cielo. No quiero que te resfríes por mi culpa... Además, lo que me muero por hacerte no puede hacerse dentro del mar. —Muerde con cuidado mi carne a través de la tela y sostiene el tejido un segundo entre sus dientes, antes de soltarlo y ponerse de pie.

Observo encantada el bulto que ahueca su pantalón, sonrío al saber que no soy la única que va a tener que tragarse el deseo.

—Voy a mirar el mar mientras terminas de vestirte, a ver si me relajo.

Me pongo el sujetador y el vestido, mientras contemplo como gotas plateadas resbalan de su pelo para acariciar perezosamente su espalda.

—¿Podría ser la noche más perfecta? Es impresionante contemplar la abrumadora belleza de la luna reflejada en el mar, del enorme cielo rebosante de estrellas, hace que te sientas tan pequeño...

Me sorprende que alguien sea capaz de decir algo así en voz alta, me enternece su naturalidad.

—Pareces un poeta.

Él sonríe, creo que algo avergonzado.

—Soy escritor.

—No sabía nada, ¿tienes algo publicado?.. Apenas sabemos nada el uno del otro.

Suspira, creo ver un brillo triste en sus ojos, aunque está demasiado oscuro para estar segura.

—Lo sé.

Robert me coge de la mano y empezamos a caminar hacia la hoguera.

—¿Qué pasa? ¿No quieres que nos conozcamos?

—No es eso, Abril. Me encantaría saberlo todo de ti, me intrigan tantas cosas... Pero temo que cuando te cuente mi estilo de vida ya no quieras saber nada de mí.

—¿Por qué?

Se detiene y se vuelve hacia mí, con ojos suplicantes.

—¿Podemos hacer un trato? Solo por esta noche. ¿Podemos seguir siendo solo tú y yo? ¿Sin pasado?

Dejémonos llevar por esta extraña sensación que nos impulsa a estar juntos. Dejemos que la magia de esto que sentimos siga mientras estemos bajo la luna. Mañana..., mañana te presentaré a Robert Ballester y tú me dejarás descubrir cuál es la verdadera Abril Melis.

—Trato hecho. —Acaricio su mejilla, la expresión suplicante de su rostro oprime mi pecho, haría cualquier cosa por borrar esa mirada—. ¿Vamos a vernos mañana? —le pregunto con una sonrisa, para aligerar la conversación y porque me encanta la idea.

—Estaba planeando seducirte cuando te llevara a casa y conseguir que me invitaras a subir —revela en tono de confidencia.

Humm... Es bueno saberlo, aquí entre nosotros, creo que tienes el éxito casi asegurado.

La risa de Robert aligera su expresión y el peso de mi pecho, continuamos hacia la hoguera.

Por el camino, no puedo evitar preguntarme qué será lo que teme contarme. Tampoco es que tengamos ningún tipo de relación o compromiso para que tenga que darme explicaciones. Solo quiero conocerlo, no juzgarlo. De todas formas, decido no tocar más el tema, como él dice, lo hablaremos mañana.

Llegamos a la hoguera. Hay un grupo de gente, una docena de personas más o menos, sentadas alrededor del fuego; casi todas tienen el pelo mojado y están envueltas en toallas blancas, por lo que no llamamos la atención. Hablan en voz baja en pequeños grupos mientras una chica con rastas canta, con una voz rasgada y preciosa, Contigo de El canto del loco, acompañada por una guitarra española.

Veo a Daniela sentada junto a Sergio, detrás de ella hay una gran pila de toallas blancas, ha calculado hasta el más mínimo detalle. Me hace señales con la mano para que nos unamos a ellos, nos acercamos y nos entrega un par de toallas.

—¡Gracias!

Me envuelvo en ella y me siento junto a mi amiga. Robert se acuclilla a mi lado.

—Voy al coche a buscar una camiseta. ¿Quieres que te traiga un daiquiri?

—De acuerdo.

—Te acompaño —dice Sergio.

El fuego me reconforta, agradezco el calor sobre mi piel todavía húmeda y mi pelo mojado.

Dani se acerca más a mí, parece preocupada.

—Vaya, vaya... Tengo que decir que estoy impresionada por tu fuerza de voluntad. Has tardado, ¿cuánto?, ¿cincuenta segundos en lanzarte a los brazos de Robert?

—No lo cuentas bien, Dani. El milagro es que no me haya lanzado a sus brazos desde el momento en que apareció en la fiesta. En realidad he tardado casi una hora, todo un récord para nosotros. Te diría que creo que estoy desintoxicándome, pero ya sabes, no puedo mentirte.

Dani se ríe.

—He visto bailar a David y Anka. Creo que nos confundimos con Robert. Le he preguntado a Sergio y me ha dicho que él no sabe nada; ha visto que ella tiene una relación muy estrecha con los dos, pero en realidad no se la han presentado como novia de nadie, solo como amigos. No sé, hay algo raro...

—No te preocupes, no sé qué rollo se llevarán, pero está claro que no son pareja, lo demás no importa. Por cierto, ¿podrías hablar con Sergio y asegurarte de que no le dice nada a su padre sobre lo que ha pasado entre Robert y yo? No me gustaría que se enterara.

—Tranquila, hablaré con él.

—Gracias. —Decido cambiar de tema antes de que las posibles consecuencias que podría tener mi comportamiento despreocupado, asalten mi cabeza—: Es una fiesta maravillosa. De verdad, te has superado.

—Ha salido todo perfecto, ¿verdad? Cómo siento que Sandra se lo haya perdido.

—¿Sabes algo de ella? ¡Hostias! ¡Se ha llevado mi móvil en su bolso!

—Me ha escrito hace treinta minutos: “todavía en la sala de espera”.

—Qué lástima, con lo que le gustan las fiestas.

—No creo que tardemos en hacer otra, aunque algo más íntima.

—¿Y eso?

—Sergio me ha pedido que vivamos juntos. Le he dicho que sí.

—¡Me alegro muchísimo por ti, cariño! —exclamo mientras la abrazo—. Seguro que seréis muy felices. ¿Ya hay fecha para la mudanza?

—La semana que viene.

—¿Tan pronto? ¿Lo sabe Sandra?

—Ya lo veía venir, pero no he tenido ocasión de contárselo. Lo haré mañana, hoy me quedo a dormir con él. No le digas nada a ella todavía, quiero hacerlo yo.

—Tranquila, no se lo diré.

—Estoy tan feliz, Abril. Jamás pensé que se pudiera estar tan enamorada, lo quiero tanto...

—Y yo a ti, mi vida. —Sergio aparece de la nada y abraza a Dani por la espalda, feliz ante la involuntaria declaración de amor que acaba de escuchar.

Robert se sienta detrás de mí y pone una pierna a cada lado de mi cuerpo, me da el daiquiri y me atrae hacia él para que me apoye en su pecho. Me acurruco bajo su cuello, uno de sus brazos rodea mi cintura. Le doy un trago al coctel y se lo acerco, él me enseña su vaso de Coca-Cola y niega con la cabeza.

Soy tan consciente de su cuerpo envolviéndome. Cierro los ojos un momento, saboreando la paz que siento y guardando este momento en mi memoria. Hoy ha cambiado por completo la idea que tenía de él. Admiro su honestidad, la facilidad que tiene para hablar de cómo se siente y su forma de hacer que todo parezca sencillo. ¿Qué será lo que le da miedo explicarme? A pesar de la curiosidad, no le doy más vueltas, estoy totalmente de acuerdo con él, esta noche es mágica y todavía no se ha terminado.

Un par de canciones más tarde, la chica de la guitarra se despide. Nosotros nos quedamos un rato más, bebiendo y charlando con Dani y Sergio de los planes que tienen para vivir juntos.

—Estoy cansada... —admito, son las cuatro de la mañana.

—Te llevaré a casa —declara Robert.

Dani y Sergio nos acompañan hasta el escenario y allí nos despiden. Los camareros están recogiendo ya los restos de la fiesta.

Todo me da vueltas, no suelo beber y los daiquiris se me han subido a la cabeza; me cojo del brazo de Robert mientras caminamos para mantener el equilibrio.

Cuando nos acercamos al coche reconozco el Cupé, recordando la huida del otro día, pero decido no comentar nada, no es el momento.

Le voy indicando el camino hasta llegar a mi casa. Damos un par de vueltas por la zona, hasta que encuentra aparcamiento a un par de manzanas de mi portal.

Con el coche apagado lo miro con una sonrisa maliciosa, pero no digo nada, estoy deseando ver qué tiene planeado para seducirme y lo deje subir a casa. Él parece entenderlo y me devuelve la sonrisa, al tiempo que niega con la cabeza.

—Te acompaño a la puerta, estamos muy lejos y es tarde. Espera un momento aquí.

Frunzo el ceño, no sé qué pretende, hasta que se acerca a mi puerta y la abre.

—Señorita —hace un gesto galán con el brazo antes de ofrecerme su mano.

—Gracias, caballero —respondo medio en guasa, aunque en el fondo me siento halagada.

Abrazados, caminamos por la acera solitaria hasta el portal. Una vez allí, me atrae con delicadeza y me mira con sus hermosos ojos azules cargados de emoción y ternura, apoya su mano en mi mejilla y roza mi piel con sus largos dedos, se aproxima acariciando lentamente mi nariz con la suya antes de besar mis labios con increíble dulzura. Me deshago entre sus brazos. Soy yo la que intensifica el beso, la que invade su boca ávida de su aliento, puedo saborear todavía el sabor de la Coca-Cola en su lengua, más delicioso aún mezclado con su saliva. Vuelvo a desearlo como si nunca lo hubiera tenido, como si fuera necesario para seguir viviendo. Se me pasan las ganas de jugar.

—Vamos a mi casa —susurro en su oído.

Él asiente y, a pesar de que sabía que tenía el éxito asegurado, su sonrisa no puede ser más triunfal.