6 Fiesta de blanco
Es sábado por la tarde. Acabo de terminar de maquillarme para ir a la fiesta de Dani después de pasarme toda la mañana de compras con Sandra. ¿Podría ser el día más perfecto?
Mientras me visto, ruego para que suene el teléfono con alguna emergencia, alguna que no implique ningún mal a nadie, pero que me salve de ir a la dichosa fiesta; sin embargo, el móvil sigue mudo descansando en su base. No tengo tanta suerte, cuando un día empieza mal solo va a peor.
A pesar de las innumerables razones para no ir, no pude negarme cuando Dani me llamó ayer por la tarde para invitarme: —¿Una fiesta? —escupí la palabra como si fuera un taco, pero sabía que ella no esperaba otra cosa.
—Sí, una fiesta. Y no, no puedes decir que no. Llevo semanas preparándola para Sergio, por el aniversario del gimnasio. Sé que querías pasar el fin de semana tranquila después de todo lo que te ha pasado, pero es la primera fiesta que organizo en la que seré también la anfitriona. Sandra también viene. Sabes que no te lo pediría si no fuera muy importante para mí. Abril, os necesito.
A pesar de mis pocas ganas de juerga no pude negarme; desde la universidad: “os necesito” ha sido nuestra clave para pedirnos ayuda y, cuando alguna de nosotras la usa, no hay opción ni escusas posibles, nuestra amistad y apoyo siempre está por encima de todo.
—¿Desde cuándo la estás organizando? ¿Por qué no me habías dicho nada?
—Lo he intentado varias veces, pero al final se me pasó... Hemos tenido temas más importantes de los que hablar.
—Últimamente estoy acaparando toda la atención, ¿verdad?
—Sí, cielo, pero con toda la razón.
—Lo siento. No te preocupes, allí estaré con la mejor de mis sonrisas.
—¡Te quiero, Abril! ¡Gracias, gracias!
—Solo dime una cosa, ¿estará Robert?
—La verdad es que no lo sé, no le ha confirmado nada a su hermano. Tenía otro compromiso...
—Y si va, ¿crees que irá con su... novia?
—Sé que Sergio se lo ha dicho a los tres.
—Vale. Bueno, tendré que enfrentarme a ello, no voy a esconderme; pero si tengo una crisis emocional me dejas marchar sin rechistar, ¿de acuerdo?
—¡Esa es mi chica! Yo te protegeré, lo sabes.
—Lo sé, Dani. Siempre lo haces.
—Podrías invitar a Arturo...
—Dani, ¿me estás pidiendo que me esconda detrás de un hombre?
—Bueno, si es así como lo ves, mejor que no lo invites.
Me río con ironía cuando me pongo el vestido que me he comprado esta mañana. El negro iría mucho mejor con mi humor, pero todos tenemos que ir vestidos de blanco, es una fiesta ibicenca. Me miro en el espejo; la verdad es que el vestido es precioso, de corte imperial, el pecho está hecho de ganchillo y cae de forma vaporosa en algodón natural hasta los tobillos, donde termina en picos asimétricos; tiene un aire muy hippie.
Mi pelo se derrama sobre mis hombros hasta media espalda, no sé si recogérmelo o dejármelo suelto, al final me decido por lo segundo. Estoy repasándome los rizos con el difusor cuando veo que la pantalla del móvil se ilumina, es un mensaje de Sandra, está esperándome abajo.
La playa está realmente hermosa. Las nubes rosadas del crepúsculo adornan el cielo mientras las olas rugen de forma perezosa contra la orilla. La noche es extremadamente cálida para estar en abril, de hecho, lo sería aunque estuviéramos en agosto. Estructuras de madera sostienen vaporosas cascadas de gasa blanca, limitando el espacio de la fiesta. En uno de los extremos está la barra y, justo al lado, el escenario, donde una banda está tocando What a wonderful world de Louis Armstrong. Hay aperitivos variados en mesas repartidas por todo el espacio.
Las personas, todas vestidas de blanco, pasean con copas en la mano charlando unas con otras, relajadas, luciendo sus sonrisas más serenas. El conjunto hace un efecto de pureza y alegría, una estampa totalmente idílica. Todas las chicas llevan una margarita en el pelo.
Justo cuando pienso que alguien debería de inmortalizar la escena, un flash a nuestra izquierda nos revela la presencia de un fotógrafo, nos ha sacado una foto a Sandra y a mí, espero que no sea con la boca abierta.
Veo a Daniela y Sergio acercarse hacia nosotras, él lleva un ramo de margaritas en la mano. Empiezo a caminar hacia ellos, Sandra se agarra de mi brazo para que la guíe y así poder caminar sin mirar por donde anda, lo hace siempre que está absorta mirando hacia otro lado, normalmente escaparates.
—¡Dani! Esto es espectacular. Felicidades.
—Es maravilloso. Parece sacado de la escena de un cuadro.
—Gracias —responde orgullosa.
—Hola, chicas. Vaya, ¡estáis preciosas! —interviene Sergio, regalándonos una sonrisa resplandeciente—. Me alegra mucho que hayáis venido.
Saca una margarita de su ramo, la pone sobre mi oreja, y me da un beso en la mejilla. Después hace lo mismo con Sandra.
—Gracias —decimos al unísono.
—Pasad y tomad algo, estos camareros hacen unos cócteles buenísimos. Tenemos que ir a repartir flores a los que van llegando.
—Enseguida os veo, chicas —se despide Dani y, cogidos de la mano, se dirigen hacia otra pareja que acaba de llegar.
Sandra y yo vamos a la barra.
—Hummm... Creo que voy a pedirme un coctel, ¿tú qué quieres?
—Un daikiri de fresa. Yo iré a conquistar una mesa.
Me acerco a una de las pocas mesas que quedan libres, la más alejada del bullicio. Me siento y cojo un canapé de foie, está delicioso.
Miro hacia el mar. Las pocas nubes que habían han desaparecido y el cielo ha terminado de oscurecerse. Las estrellas más brillantes logran vencer la claridad del fuego de las antorchas que intentan eclipsarlas, y tintinean orgullosas en el cielo. La luna llena está todavía baja, se acerca al centro del cielo por el este, en un par de horas nos mostrará su reflejo en el mar.
Una pequeña sacudida recorre mi columna vertebral, provocando una sensación de calor y hormigueo bajo mi piel que acaba erizando el bello de mis brazos y mi nuca, me estremezco y, a pesar de estar rodeada por decenas de personas, tengo esa inquietante sensación que a veces te asalta en las noches, cuando te parece que hay alguien más en la habitación aunque la estés viendo vacía... Mi corazón empieza a emborracharse de adrenalina y sé, de alguna manera, que es porque él está aquí.
Me vuelvo despacio y miro al lado de la barra, directamente hacia unos ojos azules que están fijos en mí, con expresión de sorpresa y una sonrisa en los labios.
No puedo evitar el revoltijo de sentimientos que me embarga: alivio, alegría, deseo...
Mientras sus ojos y los míos se devoran a distancia, siento la necesidad de acercarme; la atracción tira de mí, mi cuerpo exige su cuerpo. Tengo que echar mano de toda mi fuerza de voluntad para resistirme. Tomo aire profundamente y, sin poder apartar la mirada, intento recordar por qué no debo hacerlo.
Enseguida la respuesta se manifiesta ante mis ojos.
Una mujer rubia e increíblemente guapa se le aproxima con dos copas, le entrega una y apoya su mano libre sobre el antebrazo de Robert. Sus ojos me abandonan para mirarla a ella, y los míos van directos hacia la mano que lo está tocando, que no se limita a apoyarse, sino que se desliza hacia arriba desapareciendo dentro de la manga remangada de su camisa blanca. Él se agacha un poco — muy poco, ya que la chica es casi tan alta como él— para que ella le pueda decir algo al oído. La maldita mano cambia de lugar, colocándose ahora en el pecho de Robert, él, a su vez, apoya la suya en el brazo de ella.
Todo el blanco que me rodea se vuelve rojo de repente, la sangre me está hirviendo en las venas.
Lucho contra el deseo, esta vez más poderoso que el anterior, de acercarme a ellos y separarlos, ¡que no se toquen delante de mí!
La modelazo rubia debe ser Anka.
Sandra aparece por mi radio de visión derecho, aunque todavía tengo problemas para desviar la mirada de Robert y Anka, puedo distinguir su media melena rojo fuego. Sus manos sujetan sendas copas de color rojo con dos pajitas y unas pequeñas sombrillitas blancas.
—¡Tienes que probar esto! —desvío por fin la mirada y veo como posa los labios sobre su pajita y sorbe un poco—, ¡es el mejor daiquiri que he bebido nunca!
—Déjame probar —cojo mi daiquiri mientras ella se sienta y tomo un gran trago, dejándolo por la mitad.
—¿Qué pasa, Abril? —pregunta, poniéndose seria.
—Está realmente bueno —disimulo, mientras lucho contra la fuerza que intenta que mi cabeza vuelva a dirigirse hacia ellos.
—En serio, ¿estás bien?
—Ese de allí es Robert —confieso, haciendo un gesto en su dirección con la cabeza—. Es el chico de pelo castaño claro y despeinado que está en el lado de la barra más cercano al escenario, con una rubia despampanante.
—Ya veo... —Me mira con cara compasiva.
—Estoy bien, creo..., bueno, no.
Siento una mano en mi hombro, me vuelvo, es Daniela.
—Ya habéis encontrado sitio.
—Hola Dani. Los daiquiris están buenísimos.
Mi amiga me mira con una ceja levantada, también yo me he dado cuenta de mi tono chillón y acelerado, así que me levanto de la silla y le ofrezco el vaso para intentar despistarla, ella me enseña su mojito para rechazarlo. Sandra también se levanta, pero para señalarle con la cabeza a Robert, ella lo capta enseguida.
—¿Estás bien?
Suspiro resignada.
—¿Qué queréis que os diga?
—La verdad.
—Me siento enfadada, celosa, triste... Pero sobre todo desconcertada por mis emociones, como siempre que él anda cerca.
—Lo lamento, de verdad. Sinceramente, creí que no vendría. ¿Quieres irte?
—No. Esto es especial para ti, es una fiesta preciosa y quiero estar con vosotras. Un tío no va a echarme del lado de mis amigas.
Las tres nos fundimos en un abrazo. Cierro los ojos y dejo que mi angustia se limpie con nuestro profundo sentimiento de amistad. Funciona.
—¡Hola preciosas! ¿Puedo unirme? —Escucho una voz a nuestra espalda.
Daniela levanta la cabeza, y veo como sus ojos castaños se iluminan al mirar a Sergio.
—Hola, guapo —lo saluda, con una sonrisa seductora.
Antes de que podamos soltarnos, Sergio se acerca y nos abraza a las tres a la vez. Todas reímos.
Charlamos un rato de lo precioso que ha quedado todo y el buen trabajo que ha hecho Daniela con la ambientación. En el transcurso de la conversación, Dani y Sergio van acercándose hasta acabar cogidos de sus cinturas, el movimiento parece casi inconsciente, como si sus cuerpos se hubieran unido por una inercia inevitable.
El móvil de Sandra suena en su bolso de punto blanco, ella se disculpa y se aleja unos metros para poder hablar. Casi al mismo tiempo, Sergio mira por encima de mi hombro y sonríe con afecto. Me vuelvo curiosa, para averiguar quién es el destinatario de su sonrisa y, de pronto, el suelo se abre bajo mis pies y me precipito al vacío... Robert está apenas a unos metros, viene directo hacia nosotros.
Solo.
Sus ojos se deslizan de los de su hermano a los míos, su sonrisa se torna pecaminosa y acciona en mis entrañas ese interruptor que parece que solo él conoce. Mi cuerpo empieza a reaccionar, cada folículo de mi piel arde, y en mi vientre parece estar disolviéndose una pastilla efervescente. Su mirada desciende descarada hasta mis pechos y soy consciente, por el escozor de mis pezones, que deben de ser más que evidentes a través de mi vestido. En un gesto que parece casual, se lame los labios y mi útero se contrae como respuesta. Cuando vuelve a levantar la vista hacia mis ojos, puedo ver con absoluta claridad el demonio que reluce en su mirada.
—¡Hola, enano! —lo saluda Sergio, su voz consigue devolverme algo a la realidad.
Reticente, Robert abandona mis ojos y vuelve a dirigir la mirada hacia su hermano.
—¿Cómo va eso, grandullón?
—Déjame que te presente a las amigas de Dani. La mujer que te estás comiendo con los ojos es Abril. ¿Os conocíais? —Ante las palabras de Sergio, el rubor inunda mis mejillas; en cambio da la impresión de que a Robert el comentario le parece muy divertido.
—Nos presentó papá en el despacho. ¿Qué tal, Abril? Que agradable sorpresa, no sabía que Dani y tú fueseis amigas.
Se inclina y, deslizando su mano por mi cintura, me atrae levemente hacia él para darme un beso; no es un simple roce, aunque rápido, sus labios se abren y cierran sobre mi mejilla, temo derretirme en sus brazos.
—Bien, gracias —consigo decir, creo que he logrado que mi voz no delate cómo me afecta que me toque.
—Claro... —Sergio nos mira con un deje de sospecha—. Mira, ella es Sandra —continúa con las presentaciones cuando esta se nos une otra vez—. Las tres fueron juntas a la facultad. Él es mi hermano pequeño.
«Pequeño, pequeño, pequeño...». La palabra hace eco en mi cabeza (no me extraña, en cuanto Robert aparece en escena parece que se queda vacía).
—Encantado —responde, ofreciéndole la mano a Sandra. Cuando ella se la da, algo embobada, él se inclina y la besa... Me contengo para no darle una patada en la espinilla, aunque Sandra parece encontrarlo la mar de divertido.
—Chicas, lo siento muchísimo —dice Sandra, cuando deja de hacer el tonto con Robert—, acaba de llamarme mi hermana. Su marido está de viaje y mi sobrino tiene fiebre. Me ha pedido que los lleve a urgencias.
«Oh, oh».
—Lo siento mucho, cariño. No te preocupes, ve tranquila. Espero que se mejore tu sobrino — responde Daniela.
Sandra me mira con una disculpa dibujada en sus ojos.
—Abril, ¿cómo volverás a casa?
—Nosotros la llevaremos —se apresura a decir Dani.
—Yo también puedo hacerlo —interviene Robert.
Lo miro sorprendida durante un segundo, él sonríe amablemente, me vuelvo de nuevo hacia Sandra.
—No te preocupes. Ve, y mantenme informada.
Le doy un abrazo, ella me lo devuelve apretando más de la cuenta, capto el mensaje: siente dejarme justo en este momento. Luego, se despide de los demás.
—Te acompañamos —le ofrece Sergio.
—No, no hace falta. Tengo el coche aquí al lado. Siento tener que irme así, pasadlo bien —se despide con un gesto de la mano y desaparece entre la gente.
Me escondo tras mi daiquiri hasta terminar con él, y luego, doy buena cuenta del que Sandra ha abandonado sobre la mesa, que está casi intacto. Los demás parecen entender que necesito mi espacio y se enfrascan en una conversación sobre la hermosa voz de la cantante de la banda. Puedo notar de vez en cuando la mirada de preocupación de Daniela sobre mí, sin embargo, es el cuerpo de Robert, tan cerca del mío que puedo sentir su calor, lo que acapara toda mi atención.
Suena Imagine de John Lennon, adoro esta canción.
Robert se vuelve hacia mí, ofreciéndome su mano me dice: —Es mi canción favorita, ¿quieres bailar?
—¡Buena idea! ¿Bailamos, Dani? —le ofrece Sergio a mi amiga, antes de que yo pueda responder.
Los miro ir hacia la zona de baile, mi amiga gira la cabeza y me pregunta con la mirada si necesito ayuda. Sé que con tan solo un gesto volverá, pero no lo hago, asiento para que esté tranquila y acepto la mano de Robert.
Mientras nos acercamos al escenario, miro hacia la barra para ver si localizo a Anka, pero no hay rastro de ella.
Nos detenemos y él me gira con delicadeza para ponerme delante de él. Su intensa mirada es casi dolorosa. Despacio, y acariciándome con las yemas de sus dedos, desliza sus manos por mi cintura y me atrae hacia su cuerpo, hasta estar completamente presionado contra el mío. No puedo evitar cerrar los ojos, perdida en las sensaciones que despierta cuando me toca. La cabeza me da vueltas, no sé si es por los daiquiris o por su cercanía, probablemente por las dos cosas. Apoyo mis manos sobre su pecho y las llevo lentamente hacia su cuello, hasta que mis dedos se despliegan en su nuca. Cuando abro los ojos tengo la satisfacción de ver como él también se estremece bajo mi contacto. Reclino la cabeza en su pecho y empezamos a movernos al ritmo de la música.
—Cuando te vi antes, pensé que estaba soñando y eras un ángel, estás preciosa esta noche. Con ese vestido hasta pareces una buena chica —susurra en mi oído.
—Soy una buena chica —replico.
—Estoy de acuerdo. Muy, muy buena. —Su voz ronca inunda mi oído, causándome un nuevo escalofrío que me excita todavía más—. Así que has venido sola...
—He venido con Sandra. Ya he visto que tú también has venido muy bien acompañado —replico, sin poder evitar un rastro amargo en mi voz—. ¿Dónde te has dejado a la modelazo rubia?
—Anka no es modelo —responde él, ignorando mi ironía—, es pintora. Y la he dejado en muy buenas manos.
De pronto la veo. Está bailando algo más allá y no nos presta nada de atención. Está entre los brazos de un hombre con el cabello moreno, liso y largo hasta los hombros; es tan alto como ella y de complexión musculosa. Se mueven sensualmente y ambos deslizan sus manos constantemente por el cuerpo del otro, de forma sutil.
—Oh, ya lo veo.
Robert los busca siguiendo la dirección de mi mirada, cuando los ve sonríe con complicidad.
—Está con David. Luego te los presento si quieres —explica con naturalidad, luego se vuelve de nuevo hacia mí y agrega—: Bueno, si es que todavía siguen aquí después de esta canción. Él ha llegado hoy de Valencia y se han echado de menos.
Frunzo el ceño y lo miro, él me contempla con curiosidad mientras por mi mente, y probablemente por mi desconcertado rostro, se amontonan las preguntas: ¿Qué significa esto?, ¿Anka y David son pareja? Pero Daniela dijo que Anka era la novia de Robert, ¿se habrá confundido?, pero ella los vio besándose en el coche cuando fueron a ver a sus padres... ¿Anka engaña a David con Robert?..
Cuando creo que voy a volverme, Robert alza su mano y acaricia con uno de sus largos dedos mi frente, bajándolo después por mi nariz para terminar acariciando lentamente mi mejilla. Centro mi mirada en sus ojos y todas mis dudas desaparecen, se disuelven con la nueva oleada de deseo que me provoca su mirada hambrienta, mi piel se calienta y lo anhela, él se inclina y roza su nariz con la mía.
Necesito tocarlo, necesito que me toque. Me agarro con más fuerza, apoyando mi cabeza de nuevo en su hombro, él empieza a pasear sus manos por mi espalda, el calor de sus dedos traspasa la fina tela de mi vestido. Me estremezco por enésima vez. Levanto la cabeza y clavo mis ojos ardientes de deseo en los suyos, intentando comprender lo que me pasa..., o tal vez, queriendo revelarle como me siento, no estoy segura. Él me mira con la misma intensidad. Se inclina despacio hacia mis labios y me besa de forma lenta, provocándome; pierdo la cabeza y le devuelvo el beso. En algún momento hemos dejado de bailar. Él es el que se separa.
—Vamos a dar un paseo.