13 Ansiedad

Estoy en la sala de espera de urgencias. Cada vez me cuesta más respirar. Pongo la cabeza entre las piernas y me repito una y otra vez a mí misma que debo dominar mis emociones, que el pánico es psicológico..., pero no parece que tenga mucho efecto. Las voces de las decenas de personas que hay en la sala solo aumentan mi angustia. Quisiera poder desaparecer, estar sola.

Sonia está a mi lado, puedo notar su preocupación. No dice nada, pero pasa su mano una y otra vez por mi espalda. ¡Dios! Odio hacerle pasar por esto.

Me incorporo, preguntándome donde está el oxígeno de la habitación. Tengo la boca y la garganta secas. Cuando levanto la cabeza todo a mi alrededor empieza a dar vueltas, siento vértigo. Hago un esfuerzo para hablar: —Sonia..., por favor, podrías... traerme agua.

—Claro, Abril.

Rebusco en mi bolso buscando una moneda, pero ella la encuentra primero en el suyo, se levanta y se va.

Al cabo de un momento vuelve con una botella de agua.

—¿Puedo hacer algo más? —pregunta, con expresión preocupada.

Intento sonreírle, aunque no sé si lo consigo, y niego con la cabeza.

—Vete a... casa —tomo aire—, estaré bien.

—No pienso dejarte sola.

—Voy a llamar... a Dani.

Saco el teléfono de mi bolso, pero vuelvo a marearme. Meto la cabeza entre las piernas.

—¿Quieres que la llame yo? —pregunta, alarmada.

Le paso el móvil y asiento sin levantar la cabeza.

Al cabo de unos segundos la escucho hablar.

—No, Daniela. Soy Sonia, la compañera de trabajo de Abril (...) Bueno, sí. Abril se ha hecho daño en el tobillo. Estamos en urgencias, en la sala de espera. Está muy nerviosa, creo que tiene un ataque de ansiedad (...) Vale, de acuerdo. Hasta ahora. —Cuelga—. Llegará en quince minutos.

Asiento y noto que guarda el móvil en mi bolso.

—Ahora vengo —dice.

Entreabro los ojos sin levantar la cabeza, veo sus zapatos de tacón alejándose de mí y vuelvo a cerrarlos.

Inhalar, exhalar; Inhalar, exhalar... Lo intento con todas mis fuerzas.

Al momento vuelve y se sienta a mi lado de nuevo, coloca su mano en mi espalda.

—Toma esto, respira dentro. —Me da una bolsa de papel; la cojo y hago lo que me pide—. Me han dicho que no tardaran mucho en atenderte.

Intento no pensar en lo que ha pasado en el callejón, pero aun así no puedo quitarme de la mente la imagen de Robert justo antes de marcharse.

—Abril Melis. —Por fin me llaman para entrar.

Sonia me ayuda a incorporarme y a caminar en dirección a la puerta. Un celador, al verme cojear, corre presto a coger una silla de ruedas. Entre los dos me ayudan a acomodarme en ella.

—Vete a casa, Sonia. Dani no tardará en llegar.

—No, me quedaré hasta que llegue, y puedes protestar todo lo que quieras, no pienso dejarte sola.

Asiento, porque no tengo fuerzas para otra cosa, y atravesamos los tres la puerta dirección a un box.

—¿Cómo te llamas? —me pregunta el celador.

—Abril —respondo, casi sin voz.

—Encantado, Abril. Yo soy Carlos.

Dani me ayuda a salir de la sala de urgencias.

Después de dos horas de esperas y una radiografía, me han diagnosticado un esguince leve en el tobillo y un ataque de ansiedad. Ahora camino con una muleta, aunque me está costando cogerle el ritmo.

La ansiedad se ha disipado por completo. La doctora me ha inyectado un Valium y una nube agradable envuelve ahora mi cerebro. Me siento despreocupada, y tengo que controlarme para no echarme a reír por las cosas más tontas, aunque de vez en cuando no puedo evitar que se me escape alguna risilla... Sí, estoy un poquito colocada.

—¡Mira, Dani!, ese es Carlos —le digo demasiado alto, y señalando al susodicho con el dedo cuando sale de uno de los boxes.

Él me sonríe y se acerca.

—Hola, Abril. ¿Ya estás mejor?

—Me han dado un Valium, estoy en la gloria.

—Está algo colocada —le advierte Dani, intentando disculpar mi comportamiento.

—Un poquito —confirmo sonriendo.

—Lo mejor será que te eches un sueñecito hasta que se te pase —me aconseja, amable.

—Eso haré. Gracias por todo, guapetón.

Él se marcha sonriendo y nosotras nos dirigimos a la puerta de salida.

En la calle, el calor continúa siendo sofocante. Bajamos por la rampa del hospital, mi paso oscilante, con la muleta a un lado y Dani al otro, me hace sonreír.

—Antes de llegar al coche vamos a tener que volver para que me venden el otro tobillo, ¡me la voy a pegar!

—Vayamos despacio.

Finjo que tropiezo y Dani me coge fuerte del brazo.

—No tiene gracia, Abril.

Yo me río igualmente.

—A mí sí me lo parece.

Superamos la rampa sin incidentes; una vez en la acera levanto la vista, el sol me deslumbra por unos momentos pero, cuando me acostumbro al exceso de luz, lo primero que veo es a Robert apoyado contra la puerta de su coche, con una rodilla flexionada. Tan sexy...

Me detengo un momento para admirarlo, Dani me mira para averiguar qué me pasa y sigue la dirección de mi mirada, cuando lo ve frunce el ceño y se pone tensa.

Antes, mientras esperábamos a que vinieran a buscarme para la radiografía, le he contado lo que había pasado en el callejón..., Ella se ha limitado a escuchar sin dar su opinión —a excepción de un "cabrón" que se le ha escapado cuando le he dicho que Arturo me agarró del brazo—, me ha escuchado con el ceño fruncido y en silencio, algo muy poco habitual en ella, probablemente para no ponerme más nerviosa. Ahora, al ver su expresión contrariada, presupongo que culpa también a Robert de lo que me ha pasado.

Él está concentrado escribiendo en el móvil, pero enseguida levanta la cabeza y clava sus preciosos ojos en mí, su gesto serio se relaja visiblemente, parece aliviado. Guarda el móvil y camina hacia nosotras, su actitud es cauta, yo no puedo dejar de sonreír.

—¡Hola!

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien, solo es un esguince leve —respondo con tono divertido, levanto un poco el pie para mostrárselo. Mala idea. La muleta tiembla y yo me tambaleo un poco, Dani me coge más fuerte y Robert se acerca a mí, sujetándome de la cintura. A mí me entra la risa.

Él me mira extrañado.

—¿Qué te pasa?

—Estoy un poquito drogada —susurro en su oído, y luego, disimuladamente, aprovecho para olisquear el fragante y delicioso aroma de su cuerpo.

—¿Qué?

—Le han inyectado un diazepam. No he llegado a tiempo, si no hubiera advertido a la doctora, siempre le afectan mucho los medicamentos —explica Dani.

—¿Un diazepam para un esguince? —pregunta él, extrañado.

—Es que estaba un poquito nerviosa... Seguro que tú podrías haberme ayudado con tus manos mágicas.

Recorro su brazo despacio con la mirada hasta llegar a sus manos, que han dejado de tocarme. Me fascinan sus largos y finos dedos, quiero tocarlos.

Él por primera vez me dedica su sonrisa torcida, pero Dani nos la borra enseguida: —Podría haberte ayudado NO poniéndote nerviosa —replica mordaz. Luego, se dirige a él—: Le ha dado un ataque de ansiedad por culpa del numerito que habéis montado en la calle.

Él asiente y vuelve a ponerse serio.

—Tenemos que hablar de eso, Abril.

—Ahora no es un buen momento, Robert —responde Dani.

Ella tira de mí, pero yo me resisto y no me muevo. No quiero dejar a Robert, parece tan triste.

—¿Has comido? —le pregunto.

—¡Abril! —Me regaña mi amiga—. Tenemos que irnos, tengo prisa; ya te he dicho que estoy esperando que me traigan la cama de la tienda de muebles. Tengo que volver a casa de..., bueno, a mi casa.

—Prefiero ir a la mía —protesto—. Quiero comer algo y echarme a dormir; además, había quedado con Robert.

—Puedo llevarla yo —interviene él.

—Estás forzando las cosas, si no estuviera drogada no querría irse contigo.

—¿Estás segura? —preguntamos Robert y yo a la vez.

No puedo evitar volver a reírme. Robert aprieta los labios, tratando de contener una sonrisa, a Dani no parece hacerle gracia.

—No me parece bien —refunfuña.

—Dani, solo quiero cuidarla. No hablaremos de lo que ha pasado hasta que no esté recuperada —ella sacude la cabeza y pasa la mano por su melena.

—¡Oh! ¿Has oído, Dani? Quiere cuidar de mí... ¡Qué mono!

Él sonríe y niega con la cabeza.

—¿Ves? —espeta ella—. En condiciones normales eso la habría cabreado, y en cambio ahora le pareces mono.

—¿Te ha contado lo que ha pasado? —le pregunta Robert, Dani asiente—. ¿Acaso he hecho algo que no hubieras hecho tú en mi lugar?

Mi amiga niega con la cabeza.

—No te estoy juzgando por haberla defendido, yo incluso habría atizado a ese cabrón. Pero no has ayudado mucho con lo demás, Robert.

—Lo sé...

—¿Hola? Estoy aquí, creo que no estoy tan mal como para no poder decidir por mí misma.

Me vuelvo hacia Dani y la miro, ella me devuelve una mirada de advertencia. Sé que a cualquiera su actitud sobreprotectora podría irritarle, pero ella solo está cuidando de mí, como siempre. De hecho, incluso es posible que tenga razón y que en circunstancias distintas no quisiera irme con Robert, pero las circunstancias son las que son y, ahora mismo, me partiría el corazón volver a verlo marchar, quiero estar con él.

—Cariño. —Cojo su mano—. Muchas gracias por venir y ayudarme. Eres la mejor amiga del mundo mundial, pero entiende que no quiera meterme ahora mismo en una casa que no conozco, prefiero ir a la mía, seguir el consejo de Carlos y echarme una siesta, estoy muerta de sueño. No te preocupes por él, comeremos y me iré a dormir; y hasta que no tenga claro si quiero o no echarle la bronca, no hablaremos del tema. ¿Te parece bien?

—Haz lo que quieras —responde molesta.

—¡Dani! —la regaño, ante su terca actitud.

—Vale, me parece bien, cielo. Pero ten el teléfono cerca y llámame si me necesitas.

—Lo haré.

—Y tú —añade, señalando a Robert con el dedo—: No la pongas nerviosa, no te aproveches de la situación, y no la cabrees o me dará lo mismo que seas el hermano de Sergio, te daré una paliza.

Robert le dedica una sonrisa encantadora y luego me dice: —Me encantan tus amigas.

Me despierto desorientada. No sé cuánto tiempo he dormido ni cómo he llegado a mi cama, pero hay algo que sé a ciencia cierta, el brazo que rodea mis hombros es el de Robert.

A pesar de lo de esta mañana, hay una cosa que tengo clarísima, me encanta que esté aquí. Su cuerpo está acurrucado contra el mío, dándome calor. Levanto la vista hacia arriba y lo veo sonreírme, una sonrisa tímida y encantadora que me acelera el corazón.

—Hola.

—Hola.

—¿Cómo te encuentras?

—Mejor. En cambio tú debes tener el brazo dormido.

Hago ademán de moverme pero él me detiene.

—No, no te muevas todavía. Yo estoy bien. —Vuelvo a apoyar la cabeza en él, cambiando un poco la posición; él besa mi pelo, cierro los ojos disfrutando de su contacto.

—¿Qué hora es?

—Son las ocho.

—¡Oh! Es tardísimo.

—Estás de vacaciones, ¿recuerdas?

—Es verdad. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, solo que me metí en tu coche.

—Te dormiste en el coche y te subí en brazos. Tranquila, no me crucé con ningún vecino.

Le escruto durante un momento, intentando averiguar si hay algún tipo de reproche en sus palabras, empiezo a temer que sí, aunque él no cambia su expresión sonriente.

—Gracias —susurro.

—¿Qué tal está tu tobillo? ¿Te duele?

—No mucho. No me he roto ningún ligamento, la doctora me ha dicho que me recuperaré rápidamente, probablemente mañana o pasado ya pueda caminar con normalidad.

—Me alegro, pero hoy será mejor que no lo fuerces, por si acaso. ¿Tienes hambre? Hice unos sándwiches fríos. Los tengo aquí, en la mesita.

—Estoy hambrienta.

Me incorporo en la cama, disimulando un gesto de dolor al mover la pierna. Coloco la almohada y algunos cojines contra el cabecero y me apoyo en él.

Él me da un sándwich vegetal, está delicioso; se apoya contra su almohada y se dedica a mirarme comer.

—¿Tú no comes?

—No, lo siento. He comido mientras dormías. —Su expresión cambia de repente, y se pone serio—.

¿Todavía estás enfadada conmigo por lo de esta mañana?

Yo me limpio y dejo el papel sobre mi mesilla. Observo su rostro, que me parece más joven que nunca, creo que está usando la cara que le debía de poner a su madre cuando quería que le comprara un helado antes de comer. No puedo contener la sonrisa.

—Ya no.

—¿Quieres hablar de ello? —Niego con la cabeza, él frunce el ceño—. ¿En otro momento?

—En otro momento.

—¿Sigues queriendo pasar unos días conmigo?

Asiento. Cierro mis manos en puños para controlar la necesidad, cada vez más grande, de tocarlo.

Miro sus ojos, él se percata del deseo que hay en mi mirada porque su expresión vacilante cambia, y en ellos se enciende esa llama tan familiar, alza una ceja.

—¿Se te ha pasado el efecto del tranquilizante?

—Sí.

—¿Seguro? No quiero que luego Dani me dé una paliza por haberme aprovechado de ti.

—¿A sí? —Me pongo de rodillas en la cama ignorando el dolor, me acerco a él, acaricio su nariz con la mía, sus labios con mis labios—. Entonces, ¿vas a ser bueno?

—Creo que deberíamos hablar primero... —Paso mis manos por su pecho y paseo por su cuerpo hasta llegar a sus hombros. Acaricio su cuello con la nariz mientras araño su nuca, dejo un camino de suaves besos desde su clavícula hasta su oreja.

—¿Hablar? —susurro contra su piel, mientras vuelvo a bajar con mis labios hacia su garganta.

—Hablar —repite con voz entrecortada, siento como se estremece.

—Vale, hablar. Pues te diré que hueles muy, muy bien... —beso su nuez, llevo mis manos más arriba y agarro su pelo, estiro de él con cuidado, obligándole a inclinar la cabeza hacia atrás. Cuando expone su cuello deslizo mi lengua por su garganta, de abajo a arriba, se le escapa un gemido— y sabes todavía mejor.

—Abril...

Lo miro a los ojos y acaricio su rostro con mis manos. ¡Dios! Su belleza es abrumadora, dibujo con mis dedos el perfil de su nariz, sus pómulos, sus labios; muerdo con cuidado su barbilla y luego la beso. Siento sus manos en mi cintura, se cuelan por debajo de mi camisa buscando el calor de mi piel.

¡Oh, Dios! Mi piel reacciona bajo el contacto de sus dedos, se eriza y envía una ola de calor que se va expandiendo por todo mi cuerpo. Mientras me acaricia, me aparto para poder mirarlo a los ojos.

Suspiro profundamente.

—Me vuelves loca cuando me tocas.

Me acerco muy lentamente hacia sus labios, mirándolos, saboreándolos antes de probarlos. El calor de su aliento me embriaga, él está jadeando. Deposito un suave beso en sus labios: calientes, mullidos, suaves, exquisitos... Él responde con suavidad primero, atrapando mi labio superior entre los suyos mientras yo disfruto del suyo inferior. Entreabre la boca y su lengua busca la mía, que sale encantada a su encuentro. Cuando las entrelazamos despacio, disfrutando del roce, de su humedad, del contacto, siento una sensación de plenitud, una combinación extraña entre alivio y necesidad.

—Me encanta sentir tu lengua en mi boca —susurro separándome un segundo, antes de buscarla de nuevo; profundizando el beso, devorando lenta pero profundamente su boca. Sus manos se enredan en mi cabello y, con cuidado, me aprieta más contra él. Vuelvo a separarme, solo lo justo para poder hablar—: Podría pasarme toda la vida besándote.

Mi teléfono suena; yo vuelvo a besarlo, ignorándolo, pero él se separa y me advierte: —Dani y Sandra han llamado mientras dormías. Me han hecho prometerles que las llamarías en cuanto despertaras, y me han amenazado con presentarse aquí si no lo hacías.

—De acuerdo —digo a regañadientes.

A pesar de sus palabras, se lamenta cuando me separo para coger el móvil del bolso, yo tengo ganas de llorar. Gateo por la cama y descuelgo sin mirar.

—¿Sí? —refunfuño, mientras me muevo para volver a aproximarme a Robert.

—Hola, Abril. —La voz de Arturo me sorprende al otro lado del teléfono. ¡Mierda! Me detengo en mitad de la cama.

—Hola, Arturo.

Robert frunce el ceño, su expresión se tensa. Yo me intento levantar para ir al salón, él adivina mis intenciones y se levanta primero, alza las manos en un gesto de rendición, recoge los restos de la comida y sale de la habitación.

—¿Cómo estás?

—Me he hecho un esguince, pero estoy bien.

—Yo... Abril, siento tanto haberme portado así. He sido un idiota. Estaba enfadado por lo de ayer y... No tengo excusa, lo siento.

—He intentado ser amable contigo. Cuando me dijiste que querías que fuéramos amigos, te dije que no me parecía justo para ti y tú insististe..., debería haber sido más tajante. Siento no haberte respondido ayer, pero eso no te da derecho a comportarte como lo has hecho.

—Lo sé, llevaba todo el fin de semana dándole vueltas a lo de salir con otras personas, ahora ya no importa, pero no soportaba la idea. Cuando ayer no quisiste hablar conmigo mi imaginación se disparó... Así que cuando hoy me has dicho que habías quedado he explotado. Lo siento tanto. Sabes que no quería hacerte daño, ¿verdad? Nunca te haría daño, Abril. No me perdonaría que tuvieras esa impresión de mí. Perdóname, por favor.

—Claro que te perdono, pero eso no quiere decir nada. No creo que podamos ser amigos, tú no quieres eso y yo no puedo ofrecerte más.

—Yo... Puede que tengas razón, pero me gustaría hablar contigo en persona, no quiero que esto termine así.

—Arturo, por favor.

—Abril, estoy enamorado de ti. —Su confesión me deja sin habla—. Sabía desde el primer momento que no debía hacerlo, me dejaste las cosas muy claras, pero no he podido evitarlo. Solo quiero que recuerdes que yo no soy la persona que has visto hoy; confiabas en mí, te gustaba, lo sé. Hoy la situación me ha superado... Llevaba tanto tiempo luchando contra mis sentimientos hacia ti, que los celos me han pillado por sorpresa. Solo quiero que sepas que estoy aquí, que estaré esperándote.

Suspiro, abrumada y apenada por sus palabras. Lamento tanto esta situación.

—Sé que yo tengo la culpa de todo esto. No debería haberte mareado con mis indecisiones, he sido egoísta y al final te he hecho daño. Lo siento, Arturo. Lo siento mucho.

—Solo recuerda que yo sigo aquí, ¿vale?

—No te hagas esto. Deberías...

—No, no se te ocurra decirme que debería olvidarte. No lo digas, por favor. —Puedo sentir el dolor en su voz.

—Lo siento.

—Adiós, Abril.

Me siento al borde de la cama y dejo el teléfono en la mesilla. Paso las manos por mi cara y me doy cuenta de que está húmeda, un par de lágrimas se han escapado de mis ojos. A pesar de todo, siento tanto haberle hecho daño. Lo he puesto al límite con mis dudas, por no haber sido totalmente sincera con él y haber querido tenerlo de reserva. He sido tan egoísta.

Unos golpes en la puerta me sacan de mis pensamientos.

—¿Puedo pasar?

Asiento. Él se pone de rodillas delante de mí y pasa sus dedos por mis ojos, enjuagando mis lágrimas.

—¿Estás bien? ¿Te ha dicho ese capullo algo que te molestara?

Levanto la mirada de repente, clavándola en sus ojos, molesta por sus palabras.

—Ese capullo es mi amigo, y acabo de hacerle daño, así que te agradecería que no lo insultaras delante de mí.

—No parecía muy amigo tuyo esta mañana, cuando te atacó en el callejón.

—No me atacó, me sujetó del brazo; estaba enfadado por mi culpa, por no haberle dejado las cosas claras desde el principio...

—¿Por tu culpa? Abril, por favor.

Lo miro, sabiendo a que se refiere, pero esto es diferente, no estoy excusando su comportamiento, pero sí sus razones.

—Mira, no justifico que me agarrara del brazo de esa manera, ni que me gritara, pero sé que él no quería hacerme daño.

—Te agarró a la fuerza y de malas maneras —masculla con los dientes apretados.

—Me cogió para que me detuviera y yo me asusté. ¿Y tú? ¿A qué estabas jugando, Robert? ¿A qué venía lo de "su novio tiene una moto espectacular"?

—Bueno, él estaba portándose como si lo fuera, te llamó cariño e intentó besarte.

—¿Qué él se portara como un idiota justifica que lo hicieras tú? ¿Por qué te paraste a hablar con él?

—No sé... —Pasea la mano por su pelo, nervioso. Se levanta del suelo y se sienta a mi lado—. Lo saludé porque ya lo conocía, del jueves pasado. Anka y yo acabábamos de llegar de viaje, habíamos ido a una convención de yoga con David, pero ella se puso enferma y yo me ofrecí a acompañarla de vuelta a casa. Había estado toda la convención distraído, sin poder quitarte de mi cabeza, estaba deseando volver. Nada más llegar a casa ella se echó en la cama para descansar, y yo fui directo a tu oficina. Necesitaba verte... Cuando llegué allí estaba muy nervioso, quería volver a estar contigo pero no sabía cómo entrarte, ni si tú también querrías. Supongo que me acerqué a él para hacer tiempo y encontrar el valor que sentía que me faltaba. Vi su moto y me llamó la atención. Entablamos conversación y entonces fue cuando me enteré de que te estaba esperando a ti, me dijo que eras su chica. En ese momento me sentí como un idiota... Creo que ni me despedí, me di media vuelta y me marché.

Me mira a los ojos un momento y suspira, parece que busca algún tipo de respuesta en los míos. Yo comprendo perfectamente los sentimientos de los que me habla..., recuerdo mi reacción cuando Dani me dijo que tenía novia.

—Cuando me sacaste a bailar en la fiesta, ¿pensabas que tenía novio?

—Pensaba que tenías novio, pero cuando te vi en la fiesta no pensé en ello. No pensé en nada, Abril.

Cuando te tengo delante solo puedo pensar en ti; en tocarte, en tenerte una vez más. —Asiento sin decir nada, conozco esa sensación—. Cuando lo he visto hoy, no sé, tampoco he pensado demasiado.

Me he cabreado porque me habías dicho que lo habíais dejado, supongo... que he tenido miedo de que estropeara mis planes, he actuado sin pensar. Creo que... estaba celoso, no sé, nunca me había sentido así. Cuando me he dado cuenta de que estaba haciendo el gilipollas me he marchado. Pero cuando lo he visto cogerte del brazo y empujarte, su lenguaje corporal... después de lo que me contaste ayer, no podía consentir que te tratara así; lo siento, simplemente reaccioné, y volvería a hacerlo.

—No tendrías que haberle contado que estábamos juntos, no te correspondía a ti decírselo.

—Hizo una pregunta y dije la verdad. Odio las mentiras, Abril, yo no miento nunca; además, te insultó.

—¿Me insultó? Dijo que era mayor que tú, y es la verdad.

—Dijo que me doblabas la edad, no nos llevamos tanto.

—Nos llevamos diez años, Robert. Es mucho.

—Nueve, y no es tanto, en todo caso a mí eso no me importa.

Yo sigo dándole vueltas a algo que ha dicho antes...

—Robert, no quiero que tu padre se entere de que hemos estado juntos, por favor, le tengo muchísimo respeto y mi trabajo es muy importante para mí.

—No le diré nada, pero no creo que mi padre se enfadara contigo por eso.

—Esto no es nada profesional, y créeme, me traería serios problemas en el trabajo si se supiese. Por favor... —repito.

—No le diré nada, te lo prometo.

El timbre de la puerta interrumpe nuestra incómoda conversación, nos miramos sorprendidos.

—Serán las chicas —aventuro.

—Eso espero... —dice con el ceño fruncido mientras se levanta.

—Anda, ayúdame a levantarme.

Despacio, nos acercamos a la puerta, antes de llegar oigo gritar a Sandra desde el otro lado: —¡Abril!, ¡abre! ¡Sabemos que estás ahí!

Sonrío con resignación. Cuando llegamos a la puerta cojo el pomo, pero me detengo antes de girarlo.

Miro a Robert, él me devuelve la mirada con una sonrisa triste. Apoyo mi mano en su pecho y me alzo sobre mi pie sano, por un segundo contemplo sus hermosos ojos azules, que están llenos de preguntas silenciosas, quiero responderlas. Beso sus labios, un pequeño y rápido roce cargado de sentimientos, su cara se ilumina al instante, el peso de mi pecho desaparece.