25 Espíritu libre
La sangre de mi cuerpo se hiela en mis venas. Todo lo que he comido se reúne en la boca de mi estómago, haciendo una bola que casi no me deja respirar. Los latidos de mi corazón se concentran en mis sienes.
Aunque soy incapaz de prestar atención a lo que me rodea, porque tengo todos los sentidos puestos en el piso de abajo, un movimiento de Robert llama mi atención, veo como se agacha. Tardo unos segundos más de la cuenta en seguirlo con la mirada y ver que está esperando a que levante las piernas para ponerme las braguitas del biquini.
¡Oh, Dios mío! ¡La madre de Robert está abajo y yo no llevo las bragas puestas! ¡La señora Ballester está en la casa y yo estoy encerrada en el baño con su hijo pequeño, al que acabo de tirarme!
Empiezo a tramar un plan de fuga, repasando mentalmente las posibles salidas alternativas que he visto por la casa ¿Habrá alguna ventana fácil de saltar desde este piso? ¿Me escondo en el baño hasta que se marche? Si sale al jardín igual puedo salir por la puerta sin que me vean...
Robert vuelve a entrar en mi campo de visión, me doy cuenta de que ya me ha puesto el biquini. Su expresión tranquila me pone de los nervios, ¿en qué está pensando? Acerca su mano hacia mi cara e, inconscientemente, me retiro hacia atrás.
Por un segundo me muestra el dolor que le causa mi gesto, pero enseguida respira hondo y frunce el ceño.
—Abril, estás entrando en pánico. Respira hondo.
—¿Que respire? —le reprocho entre susurros ahogados, mirándolo incrédula, exasperada.
—¡Mírame! —me ordena enfadado.
No entiendo su reacción, no entiendo qué hacemos todavía en el baño, deberíamos salir de aquí, buscar una salida. ¿Sabrá ella que yo estaba aquí? ¿Habrá echado ya en falta a su hijo? Seguro que sí...
—Abril, mírame a los ojos —repite Robert despacio.
Intento fijar mi mirada en él, lo veo suspirar y calmarse de nuevo, me doy cuenta de que su tranquilidad es una máscara.
Se inclina hasta que sus ojos quedan a la altura de los míos y simplemente dice: —¿Hola?
Y lo veo...
Robert está delante de mí y no es el enemigo.
—Hola —respondo, cierro los ojos y apoyo mi frente en su frente, él me rodea con sus brazos.
—Aquí estás —dice aliviado—, pensé que te había perdido. Estamos juntos en esto, ¿vale? No hagas un plan en el que me dejes fuera, Abril, no huyas de mí. Estoy de tu lado, ¿recuerdas?
Asiento conmovida, relajándome.
—¿Qué vamos a hacer?
—Bajar cogidos de la mano no es una opción para ti, ¿verdad?
—Yo más bien estaba pensando en que me cargaras en tu espalda y escapáramos saltando a un árbol desde la ventana.
—Ves demasiadas películas.
—Es posible. —Se me escapa una sonrisa—. En serio, ¿qué hacemos?
—No hay que hacer nada, bajamos y ya está, no tenemos por qué dar explicaciones a nadie. A los chicos les he dicho que venía a ver cómo te encontrabas, bajaré yo primero. Si me preguntan, les diré que estás algo indispuesta y que sigues en el baño. Tú baja en unos minutos.
Vuelvo a asentir, de nuevo intranquila. Tengo que enfrentarme a su madre, la he visto varias veces en la oficina y en alguna comida de empresa, siempre me ha parecido una señora encantadora, pero ahora me da pánico.
—¿Estás asustada?
Asiento.
—Mi madre es una mujer fantástica. Si bajáramos cogidos de la mano se sentiría feliz por mí.
Cuando leyó el borrador de mi libro sobre el Chandrika me dijo que cambiaría de opinión en cuanto me enamorara..., estaría encantada de saber que tenía razón.
—¿Tu madre sabe lo que hacéis en el Chandrika? —pregunto sorprendida.
—Jamás he tenido secretos con mi madre, al menos hasta ahora..., tenemos una relación muy especial.
—Lo siento.
—No pretendía que sonara a reproche. No perdamos más tiempo, voy a bajar antes de que pregunte.
—Se inclina y me besa con dulzura—. Baja en dos minutos o vendré a buscarte.
Abre la puerta.
—¡Robert! —lo llamo, él se gira para mirarme desde el umbral—. Te quiero.
—Te quiero, mi niña —responde, regalándome una hermosa y radiante sonrisa que culmina en el guiño de un ojo. Luego se va.
Mi dulce niño... Su sonrisa ha dejado otra colgada en mis labios, me ilumina por dentro haciéndome sentir desbordada por el amor y la ternura, borrando por un momento todos mis temores y, en ese instante, quiero seguirlo y hacer lo que me ha pedido, cogerle de la mano y acompañarlo; pero a pesar de que el deseo es grande, mis pies no se mueven del sitio.
Salgo del baño y me siento en la cama.
Pienso en lo que ha pasado ahí dentro, admirada por cómo Robert ha sabido sacarme de mi ataque de pánico. Ha controlado la situación y me ha traído de ese lugar negro y casi autodestructivo en el que me pierdo cuando me bloqueo. Soy capaz de ver, casi por primera vez, que realmente tengo un problema con esto. No actúo de forma racional cuando las situaciones me superan. Tal vez, él tenga razón y todo venga de lo mismo, quizás debería buscar ayuda. Hasta hace unas semanas, con mi vida bajo un férreo control, esta parte de mí no parecía algo de lo que tuviera que preocuparme pero, ahora que el control sobre mi vida se ha hecho añicos, me encuentro a merced de unos sentimientos que me superan. No creí jamás que fuera capaz de amar tanto a alguien, ni de merecer tanto amor de vuelta.
Robert me envuelve en sus brazos, me atrapa en su mirada y es capaz de mostrarme en ella el reflejo de mi alma asustada, me da la fuerza para aplacarla y la certeza de que juntos somos uno para vencer mis demonios. ¿Qué será de mí cuando se marche? Tengo tanto miedo, el futuro es tan incierto.
Es demasiado pronto para decírselo a su familia, cuando ni nosotros mismos sabemos cómo vamos a arreglárnoslas; siento obligarlo a mentir, pero no podría enfrentarme al lunes sabiendo que su padre lo sabe. Ya será bastante difícil hacerlo sabiendo que él estará a miles de quilómetros de mí.
No quiero pensar en eso.
Me levanto, cojo aire y lo dejo escapar lentamente con los ojos cerrados. Cuando los abro, contemplo brevemente la posibilidad de echar un vistazo por la ventana, pero al final decido bajar sin ponerme más excusas. «Mantén el control, Abril», me repito a cada escalón que desciendo.
Cruzo el comedor y me dirijo a la terraza, de donde provienen las voces. Salgo a tiempo de ver a Robert y su madre apurando un abrazo que ha debido de ser largo.
—¿Ya estás mejor? —me pregunta Sandra, que viene hacía mí como un rayo y me aprieta la mano, transmitiéndome su protección.
—Mucho mejor, gracias.
—¡Abril! —exclama Maribel sonriéndome de forma afectuosa.
Robert da un paso hacia atrás y me mira con mal disimulada preocupación.
—Hola Maribel, encantada de verla —la saludo formalmente.
—Cielo, tutéame por favor. Estamos en la piscina de mi hijo, no en la oficina de mi marido. Dani me ha contado la relación que tenéis, así que ahora vamos a ser casi como de la familia.
«Lo dice por Dani, Abril, por Dani, no por Robert. Ella no sabe nada, respira con normalidad, no tengas miedo».
—Es la costumbre.
—Lo sé. —Sonríe—. ¿Cómo van las vacaciones? Esteban me dijo que te habías cogido una semana.
—Sí, la verdad es que hacía tiempo que no me tomaba un descanso, me está sentando de maravilla.
—La sonrisa de Robert al escuchar mis palabras borra por un momento los restos de preocupación de su ceño.
—Así ha podido echarnos una mano con la mudanza —interviene Dani, tomando el control de la conversación—. Bueno, voy a hacer un poco de té y café para acompañar esta magnífica tarta que nos has traído. Sentaros, por favor.
Miro la mesa y veo una hermosa y colorida tarta de frutas sobre una masa de hojaldre, hay círculos dentro de otros círculos, cada uno de una fruta diferente: fresas, kiwis, melocotón, hasta terminar en cuatro cerezas; toda la fruta descansa sobre una base de crema pastelera. Se me hace la boca agua.
—¡Oh, por Dios! Tiene una pinta deliciosa —exclamo.
—Es la favorita de mis hijos. Es mi excusa para colarme hoy aquí y ver a Robert un ratito, últimamente estás perdido, cariño. Espero que tengas una buena razón para no visitar a tu madre —lo regaña, y yo me siento culpable.
Robert la abraza por la espalda. Maribel se ve pequeña entre sus brazos.
—La tengo —contesta, mientras besa su cabeza y clava sus ojos en mí. Siento como me sonrojo, agradezco que nadie me esté mirando.
—Es broma, cielo —aclara su madre—. No quiero molestar —añade dirigiéndose a los demás—, la he traído para vosotros, ya me marcho. No quiero que creas que voy a ser una suegra entrometida, Dani. De hecho, he llamado antes de venir, pero no me cogíais el teléfono.
—Mamá, puedes venir siempre que quieras si traes una tarta como esta —le aclara Sergio, metiendo la mano en la tarta y robando una fresa.
—Estoy totalmente de acuerdo —respalda Dani, al tiempo que pica en la mano de su chico, que ahora intentaba robar una cereza—. Toma el café con nosotros, por favor.
Dani entra en la casa seguida por Sergio. Nosotros nos sentamos de nuevo alrededor de la mesa.
Sandra y yo a un lado, y David y Robert al otro, junto a Maribel.
—¿Qué tal han ido estos días, cielo? —le pregunta a Robert, aprovechando para intentar peinar su pelo rebelde.
—Muy bien, mamá. —Él alarga la mano y la despeina a ella, haciéndola reír.
—¿Cómo está Naisha?, ¿ha salido ya del hospital? ¿Llegó Anka bien a la India?
Robert mira a David con cara de culpabilidad, deduzco que por no haberse preocupado por ellas antes. Siento una cruel satisfacción, inmediatamente me siento culpable por ello.
—Sí, ya están juntas. Naisha está mucho mejor, la operación salió muy bien —responde David.
—Bueno, ya no tardaréis mucho en reuniros con ellas, espero que se recupere pronto.
—David no volverá conmigo —anuncia Robert a su madre, de forma precipitada.
Ella se lo queda mirando, sorprendida.
—Me han ofrecido trabajo en Castelldefels como monitor de yoga y meditación, y he decidido quedarme —explica David.
Ella asiente pensativa, por un momento parece triste, pero enseguida sonríe.
—Me alegro mucho, David. Espero seguir viéndote por aquí.
—Y yo —añade Sandra de repente, sonriéndole a él.
—Y yo a ti —responde él, mirándola con diversión y picardía en la mirada.
Está claro que estos dos no quieren o no pueden ocultar lo que sea que esté pasando entre ellos.
Maribel, a pesar de haber sido parte del intercambio, lo ignora; Mira su regazo perdida en sus pensamientos. Robert le coge la mano y ella asiente sonriendo con expresión resignada, parecen mantener una conversación silenciosa.
Dani y Sergio aparecen con una bandeja de cafés y tés, y le dan un cuchillo a Maribel para que reparta la tarta. Después de comprobar que incluso sabe mejor de lo que ya prometía, algo que a priori parecía imposible, nos deshacemos en cumplidos con ella.
Maribel es una mujer natural y agradable, y pronto se me pasa la sensación de incomodidad, aunque no participo demasiado de la conversación. Robert, a su lado, me va observando y sonriéndome, yo se las devuelvo disimuladamente para tranquilizarlo. Entre ellos no dejan de hacerse gestos de cariño y complicidad.
Como cualquier reunión que se precie, donde la madre de alguien esté presente, acabamos escuchando las anécdotas de cuando Sergio y Robert eran pequeños: —Sergio siempre fue muy protector con Robert, se llevan doce años —nos cuenta—. Más de una vez nos llamaron del colegio porque Sergio había amenazado a algún pobre crío de cinco años.
—Te llamaron solo una vez, mamá. Y aquel niño era un terrorista, independientemente de su edad.
Le robaba el bocadillo a Robert todos los días.
—Solo hizo falta una vez —añade Robert—. Luego se corrió la voz de que tenía un hermano mayor enorme, y jamás nadie volvió a meterse conmigo. ¿Tienes hermanos, Abril? —pregunta Robert de repente.
—No —respondo, incómoda por ser el centro de atención, preferiría pasar inadvertida.
—Tus padres no viven aquí, ¿verdad? —interviene ahora Maribel.
—No, hace años que se trasladaron a Alemania por trabajo.
—Vaya, debes sentirte muy sola —comenta con pesar.
—La verdad es que no, mis amigas son mi familia. —Ellas me sonríen.
—Hablando de padres —interrumpe Sergio, lo que agradezco de todo corazón—. Cuando lo tengamos todo en su sitio, os invitaremos a los padres de Dani y a vosotros a comer.
—Estupendo —dice ella—, estoy deseando conocerlos.
Cuando del pastel apenas quedan unas migas en el molde, Sergio se levanta.
—Voy a darme un baño, ¿alguien se apunta?
—¿Quieres un bañador, Maribel? —le pregunta Dani, mientras vemos como todos los chicos se lanzan al agua.
—No, gracias cielo. Termino el té y me marcho.
—Me tienes que pasar la receta del pastel —le pide Dani.
Yo decido quedarme en la mesa con ellas, aunque tengo ganas de bañarme no me veo capaz de entrar en el agua e ignorar a Robert.
—Claro, cielo. Por cierto, chicas, estáis invitadas a la comida del sábado también.
—Lo lamento mucho, Maribel. Pero ya tengo otro compromiso. Muchísimas gracias de todos modos —me apresuro a responder.
—Yo también —agrega Sandra—, en otra ocasión nos reunimos todos.
—Todos ya no podrá ser... —lamenta entristecida, mirando hacia la piscina.
Se me encoge el corazón viendo que su tristeza es la misma que la mía.
—¿Te han contado ya lo de David? —pregunta Dani a Maribel con cariño.
Ella asiente.
—Sé que es egoísta por mi parte, pero estaba más tranquila sabiendo que estaban juntos, siempre me ha dado la impresión de que David cuidaba de Robert, es como un hermano para él.
—A lo mejor Robert decide volver también —aventura Dani, mirándome a mí de reojo.
—No lo creo, Dani —responde ella, con una sonrisa resignada—. ¿Sabes? Nosotros siempre hemos tenido una relación muy especial, él siempre estuvo muy apegado a mí, aun de adolescente decía que no podía estar más de dos días alejado de mi lado. Cuando se marchó a la India, con solo veinte años y una mochila, en teoría para pasar todo el verano, pensé que no tardaría en volver. Luego, empezaron a llegarme sus cartas; era capaz de escribir tres folios describiéndome los colores de las especias de un mercado, las puestas de sol sobre los templos de la India, o contarme por capítulos la vida de un mono que le robaba el desayuno todos los días, mientras se reía imaginando como su hermano le pondría en su sitio si estuviera allí. Conozco a todos los que viven con él como si los hubiera visto en persona, a veces, más de lo que quisiera —añade con una sonrisa avergonzada—. Por mucho que me duela, no creo que Robert deba regresar aquí, él no ha nacido para llevar una vida corriente, no sería feliz. ¿Te ha dejado leer su libro? —Dani niega con la cabeza—. Su forma de entender el mundo, de interpretar la belleza, es conmovedora. Tiene mucho talento. Hace tiempo que asumí que si algún día deja la India, será para conocer alguna otra parte del mundo, para enamorarse de otra cultura. Lo veo más con un taparrabos en alguna selva virgen americana, o viajando por un desierto y conviviendo con los tuaregs, que volviendo a casa y llevando una vida normal. Es un espíritu libre; como él mismo dice en el libro, un ciudadano del planeta tierra. No sería feliz de otra manera, y yo solo quiero que sea feliz, aunque eso signifique que ha de vivir al otro lado del mundo.
Mi corazón ha ido reduciendo de tamaño con cada palabra hasta acabar estrujado como una pasa, negra y arrugada, tan comprimido que ha arrastrado al resto de órganos hacia él. Me siento mareada.
La mesa se envuelve en un extraño silencio; Maribel se ha quedado mirando a sus hijos, que juegan junto con David dentro de la piscina, riendo. Dani y Sandra me miran a mí, esta última coge mi mano por debajo de la mesa.
—¿Me ayudas a recoger, Abril? —me pide Dani, levantándose de pronto.
Cogemos las bandejas y nos dirigimos a la cocina. Cuando llegamos allí, la dejo en el mármol y apoyo las manos en él.
—¿Estás bien? —me pregunta preocupada.
Yo suspiro profundamente, intentando recuperar la compostura y digerir las palabras que acabo de escuchar.
—Eso no significa nada, Abril. Solo es su opinión.
Levanto la vista y miro a los ojos de mi angustiada amiga.
—Tranquila, no pasa nada —le miento, forzando una sonrisa—, estoy bien.
Me abraza fuerte, yo me aferro a ella.
Oímos pasos en el salón.
—Gracias —musito, sonriéndole cuando nos soltamos.
—¿Seguro que estás bien?
—Seguro, vamos.
Salimos. Todos están allí, los chicos envueltos en toallas y descalzos. Nos despedimos de Maribel y le agradecemos de nuevo la deliciosa tarta.
—Hasta el sábado, chicos. Ha sido un placer conocerte al fin, Sandra —se despide, dándole un beso, luego viene hacia mí—. Me alegra mucho haberte visto, Abril.
—Saluda a Esteban de mi parte —respondo.
Los dos hermanos salen a acompañarla al coche, David va al baño y nosotras volvemos al jardín.
—Voy a darme un chapuzón —anuncio antes de lanzarme al agua de cabeza.
Las chicas me siguen.
—Lo siento —se disculpa Dani cuando nos reunimos todas en el lado de la piscina donde da la sombra, a pesar de la hora, continúa haciendo mucho calor—, no tenía ni idea de que se presentaría.
—Es muy simpática. ¿Os ha interrumpido? —Sandra me mira con una sonrisa traviesa.
—No sé de qué me estás hablando —alego, aunque mi sonrojo me contradice.
—Ya, seguro —añade Dani. Las dos se echan a reír.
—No tomes en cuenta sus palabras, Abril —me aconseja Sandra, poniéndose seria—. Robert es quien decidirá lo que quiere hacer con su vida, ¡vamos!, ni que nuestras madres supieran que es lo que nosotras necesitamos en realidad, ellas no lo saben todo.
Asiento, sin querer darle vueltas a eso en este momento, quiero pensarlo con calma y no dejarme llevar por la incisiva angustia que me ha hecho sentir las palabras de Maribel. Estoy decidida a retener el impulso que me impele a correr, a mi instinto natural de encerrarme en mí misma, donde nadie puede hacerme daño.
David entra, evitándome tener que decir nada más.
—¿Ahora os metéis? Hacedme sitio —nos pide y, con un salto alto, cruza el cielo cayendo justo entre nosotras, salpicándonos y haciéndonos gritar.
—¡Hundámoslo! —exclama Sandra cuando sale a la superficie. Las tres nos colgamos de su cuello, intentando derribarlo mientras reímos.
—¡Chicas! Nada de golpes bajos, por favor —grita sobre nuestras risas.
Nada más decirlo da un bote, sorprendido, y conseguimos hundirlo; Sandra se hunde por un momento con él. Un sonido fuerte seguido de un pesado movimiento de agua desvía nuestra atención, los hermanos Ballester vienen al rescate de su amigo. Unos brazos se enroscan en mi cintura y me apartan, presionándome contra un cálido cuerpo que conozco muy bien; envuelvo sus brazos con los míos. Delante de mí, veo como Dani es lanzada al aire por Sergio.
David sale de un salto de debajo del agua.
—Han podido contigo, colega. Me siento decepcionado —se burla Sergio.
—Me han atacado en manada y han jugado sucio —David está indignado.
—Chicas, ¿no os han enseñado a no atacar a pobres hombres indefensos? —se mofa Sergio de nuevo, mientras abraza a Dani.
—No hemos hecho trampas —defiende ella.
—Una de vosotras me ha bajado el bañador y me ha tocado el culo —nos acusa, levantando una ceja y mirándonos una a una, luego se toca—, de hecho lo he perdido bajo el agua.
Yo miro a Dani, Dani me mira a mí y luego las dos miramos a Sandra.
—Buen culo, amigo —se delata, salpicándole agua y alzando el bañador en su mano, luego huye nadando hacia la parte profunda de la piscina. David se sumerge para perseguirla buceando.
A unos metros, la veo hundirse en el agua; lo primero en salir a flote es el bañador de David y, a continuación, algo pequeño de color amarillo, ¡el biquini de Sandra! Cuando salen a tomar aire, ella tiene sus brazos enredados en el cuello de él, se ríen un momento, luego se quedan mirando uno al otro, sus sonrisas se desvanecen lentamente. David se inclina despacio para besarla, solo un pequeño roce antes de que Sandra se sumerja de nuevo, atrapando su biquini con la mano, y salpicando a un aturdido David que con las manos se protege del agua que levanta los pies de mi amiga.
Siento la risa de Robert sacudir mi espalda y me vuelvo hacia él.
—¡Vaya dos! —comento divertida.
—David parece que ha encontrado otro motivo para quedarse —observa él sonriendo.
Algo se remueve en mi estómago con sus palabras, intento ocultárselo con un beso.
—Estás muy callada —comenta Robert en el coche, de camino a casa.
—Solo estoy cansada.
Cuando entramos en el ascensor, nos colocamos cada uno en un extremo y nos observamos mutuamente. Memorizo por enésima vez cada detalle de su rostro, cada una de las sensaciones que despiertan sus ojos azules en mí; quisiera borrar ese poso de dolor que me causa en el estómago el amor que veo en ellos, aunque reconozco que ha estado ahí desde el principio, con mayor o menor intensidad.
—Voy a darme una ducha —anuncio cuando entramos en casa.
Abro el grifo. Enciendo la música y pongo el iPod en modo aleatorio; la voz de James Morrison se mezcla con el vapor. Entro en la bañera; cuando el agua caliente recorre mi cuerpo me doy cuenta, por el nudo en mi garganta, de que estoy reteniendo las lágrimas; suspiro resignada y, cerrando los párpados, levanto la cara hacia la ducha, permitiendo que salgan y se mezclen con el agua caliente, igual así consigo también limpiar la profunda pena que ha invadido mi alma.
Siento removerse el aire delante de mí. Cuando abro los ojos, los de Robert están clavados en los míos. Me atrae hacia él y me abraza, el agua nos moja a los dos. Se aparta un poco, sin soltarme, para mirarme de nuevo, y se inclina despacio hacia mi boca, dejándome sentir la necesidad de sus labios antes de tenerlos. Su tierno beso deshace los nudos de mi interior, como siempre, llenándome de él, solo existe él, y está aquí, conmigo.
—Vamos a la cama —susurro.
—¿Has terminado?
—Ya he terminado.
Sale de la bañera, me pasa una toalla y me ayuda a salir. Envuelta en ella, me tumbo en la cama. Él me ha seguido. Sujeto los extremos de la toalla, uno en cada mano, y abro los brazos en cruz, destapándome. Él se tumba sobre mí, cubriendo mi cuerpo con su cuerpo, aún puedo sentir el calor y la humedad caliente de su piel. Me mira a los ojos de nuevo, serio, su mirada está cargada de sentimientos.
—Te amo.
—Te amo.
Vuelve a besarme con necesidad y dulzura, y me hace el amor lentamente, sin juegos, sin esperas, con el corazón, tal y como necesito.