20 Sin opciones
Cierro los ojos.
Escucho como se acerca, noto su calor en mi espalda. Sus manos pasan suavemente por mi piel, subiendo despacio hasta llegar a mi pelo, lo aparta a un lado y me da un suave beso en el cuello.
Luego, pone algo sobre mis ojos, tapándomelos, y lo anuda detrás de mi cabeza.
—Si en cualquier momento quieres dejarlo solo tienes que decirlo y los dos nos alejaremos de ti...
Pero si vas a hacerlo, tienes que seguir mis instrucciones sin cuestionarlas.
¿Quiero dejarlo? Es mi última oportunidad. ¿De verdad quiero hacer esto? He llegado demasiado lejos como para echarme atrás... Todo ha empezado como un farol, como una estúpida prueba. ¿Qué pretendo conseguir? A través de la niebla de alcohol en mi cabeza me esfuerzo por debatirlo interiormente, sabiendo que si lo hago solo por despecho será un error. No, no es solo por despecho, realmente creo que esto me ayudará, me hará ver a Robert como antes, como mi Dios particular del sexo, y no como mi patético sueño de amor adolescente. Además, David es muy atractivo, y Robert cuidará de mí... Si hay algo de lo que estoy completamente segura, es de que él cuidará de mí, aunque dude de todo lo demás.
Suspiro profundamente, todas estas divagaciones son agotadoras.
El alcohol hace que me cueste razonar. Sus dedos en mi piel, su aliento en mi cuello y la venda de mis ojos, hace que esté demasiado excitada ya para echarme para atrás... Ya lidiaré en otro momento con las consecuencias, ahora voy a abandonarme en sus manos.
Mi resolución hace que mi corazón empiece a bombear más deprisa, la adrenalina dispara la velocidad de mi sangre y toda acaba en el mismo lugar, latiendo entre mis piernas.
—Sin cuestionarte, entendido —acepto jadeando.
—Quítate la ropa, despacio, todo menos la venda —me ordena.
Siento el aire moverse a mi alrededor y dejo de sentir su calor cerca de mí.
Llevo mis manos a los botones de mi top negro, mis dedos se congelan en ellos por un momento, ¿estoy dudando? No, más bien esperando que aparezca la duda, pero no llega.
—Vamos, Abril; déjame admirar ese precioso cuerpo que tienes. —La voz baja y profunda de David me sobresalta, me asusta y me excita a partes iguales.
—No tengas miedo —susurra Robert.
Poco a poco, aflojo la tensión de mis manos y empiezo a desabrochar los botones, siento el frío del aire acondicionado en mi piel expuesta; cuando termino, lo dejo caer a mis pies.
Puedo escuchar el sonido de sus pesadas respiraciones sincronizadas, pero no dicen nada. Continúo.
Me quito las zapatillas. Llevo mis manos al vaquero y desabrocho el botón y la cremallera, lentamente lo deslizo por mis piernas hasta que salgo de él.
Antes de quitarme la ropa interior, noto movimiento a mi alrededor y el calor de dos cuerpos acercándose; uno por delante y otro por detrás. Unas manos desabrochan mi sujetador, al mismo tiempo, escucho como el otro se arrodilla delante de mí y baja mis bragas.
Joder... La cabeza me da vueltas, pero la expectación y la excitación me mantienen en pie. No sé si agradecer o maldecir la venda de mis ojos, no sé quién es quién.
Lo que quedaba de mi ropa desaparece de mi cuerpo, y cuatro manos lo recorren. Las de atrás, se acercan a mis pechos, los sostienen y los acarician con firmeza. Su cuerpo desnudo se presiona contra el mío, puedo sentir su pene contra mi rabadilla, se balance contra ella, mostrándome su excitación.
Delante, una boca se apoya sobre mi pubis y deposita allí un beso, reconozco el gesto, estoy segura de que es Robert; a continuación, sube por mi estómago, dejando un reguero de húmedos besos, hasta llegar a uno de mis pechos.
—Deliciosa —murmura, confirmándome que está delante de mí.
—Eres preciosa —musita David a mi espada, mientras besa mi cuello.
Su pelo largo hace cosquillas en mi hombro. Pellizca entre sus dedos mi pezón izquierdo, y sostiene el otro pecho contra la boca de Robert, mientras este lo succiona. Luego, se mueve despacio, recorriendo mi brazo con sus dedos hasta que se coloca delante de mí y toma mi pezón libre entre sus labios. Gimo en voz alta mientras sus labios y lenguas maman ávidas de mí, sus manos sujetan mi espalda, apretándome contra sus bocas hambrientas; hambrientas de mi placer.
Son implacables, las sensaciones me superan. Las piernas empiezan a temblarme, no sé si conseguiré mantenerme en pie. Sus dedos se enroscan en el interior de mis muslos, sus movimientos parecen sincronizados, suben, y se detienen a la altura de mis ingles.
—Robert... —suplico, cuando no puedo más. Me sujeto a sus cuellos.
Con un extraño movimiento, me elevan del suelo un momento y me depositan en la alfombra. Estoy estirada boca arriba con un hombre a cada lado de mi cuerpo. Apenas han separado sus bocas de mí, siguen trabajando mis pechos, uno a cada lado de mi cuerpo. La mano de Robert baja por mi vientre y se desvía a mi pierna, sujeta mi muslo y tira de él, apretando mi rodilla contra su erección, él también está desnudo. Al momento, David hace lo mismo; y me encuentro con las piernas abiertas, mientras dos penes se rozan contra ellas. Sus manos ahora acarician mis muslos y mi vientre, sin llegar a tocar dónde más lo necesito.
Continúan succionando mis pechos, gimen como si estuvieran probando el mejor de los manjares; jamás habían estado tan sensibles, palpitan en sus bocas. Sus dientes, labios y lenguas me hacen jadear y lamentarme de forma descontrolada, creo que voy a correrme tan solo con eso, pero no... El nudo en mi bajo vientre se hace cada vez más y más grande, arde, pero soy incapaz de liberarme.
—Oh, Dios... No puedo más... Robert...
Por fin dedican atención a mi sexo. Estiran mi húmeda piel hacia arriba y estimulan mi vértice, al tiempo que acarician suavemente el umbral de mi vulva con un dedo, lentamente..., haciendo círculos una y otra vez. Soy consciente de la envergadura de lo que se ha formado dentro de mí, justo antes de que explote y me pierda en un descomunal orgasmo. Cada una de las partes de mi cuerpo se sacude por dentro y por fuera, las contracciones de mi interior elevan cada vez más las sensaciones; alzo las caderas mientras mi cuerpo se retuerce de placer y mis músculos se colapsan. Ellos no se detienen, alargando mi éxtasis hasta que me derrumbo contra el suelo; completamente exhausta, tratando de recuperar la respiración y de desentumecer mis músculos.
Acarician gentilmente mi cuerpo, mis piernas, mi cuello, mi vientre..., dulcemente, trayéndome poco a poco de vuelta.
Alguien tira de mí, instándome a ponerme de rodillas; mi cuerpo encuentra otro cuerpo, me sujeta por la cintura mientras siento como el otro se coloca detrás, acariciando mi espalda con sus uñas. Una boca se acerca a la mía, puedo sentir el calor de su aliento en mis labios, quiere besarme...
Me tenso. No sé quién es, y de repente me importa.
Retrocedo de forma instintiva, no puedo soportar la idea de que me bese alguien que no sea Robert.
El alcohol, la adrenalina y la excitación desaparecen de mis venas, quemados por un sentimiento mucho mayor, la vergüenza.
Rápidamente, todas las manos desaparecen de mi cuerpo, quien estaba a mi espalda se levanta, el otro continúa frente a mí.
—¿Estás bien, Abril? —me pregunta. Es Robert.
Me siento sobre mis piernas y envuelvo mi cintura con mis manos.
—No... —balbuceo.
Las lágrimas empiezan a acudir a mis ojos, empapando la venda. Alguien, supongo que David, me cubre los hombros con una manta, tapo mi cuerpo con ella.
—Lo siento —susurro.
—Tranquila, tranquila cariño, no pasa nada. —Robert intenta sosegarme, apoya su mano en mi mejilla.
—No puedo, lo siento.
—Abril, tranquila, no pasa nada. Voy a quitarte la venda.
—¡No! —respondo con un grito ahogado, presionando mis manos contra ella.
—Estamos solos, David se ha ido. —Sus manos se dirigen al nudo detrás de mi cabeza y lo deshace.
Yo mantengo los ojos cerrados, apretados.
Robert limpia las lágrimas de mis ojos y me abraza. Me tenso de nuevo, pero él no me suelta.
—Shhh... Abril, tranquila. Ya está, no pasa nada. Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes? —le pregunto, de repente enfadada—. ¿Qué es exactamente lo que sientes?
Mi repentino enfado —dirigido sobre todo a mí misma— hace que encuentre el valor para mirarlo a la cara. Está desconcertado.
—Siento que te sientas mal, que estés llorando, y ahora, que te hayas enfadado.
—Pues no lo sientas, es culpa mía.
Me libero de su abrazo y me pongo de pie, recojo mi ropa del suelo y empiezo a vestirme. Suspiro hondo e intento recuperar la compostura.
Él me contempla perplejo, sentado en el suelo, desnudo.
—Pensé que era lo que querías, si no, no hubiera aceptado —explica bajito.
—Era lo que quería, pero he cambiado de idea.
—Y me parece perfecto, y lo entiendo. Pero no sé por qué estás tan enfadada.
—No lo sé, Robert. ¡No lo sé! Lo estoy y punto. Y me importa una mierda el porqué. Hay veces que las emociones me superan, ¿sabes? No puedo controlarme como lo haces tú. Yo no vivo en paz conmigo misma, soy una puta bomba de relojería, ¿no te habías dado cuenta?
Se levanta y empieza a ponerse los pantalones.
Yo busco mi bolso.
—¿Dónde crees que vas? —me pregunta.
—A mi casa, sola.
—Ni hablar.
—¡¿Qué?! —exclamo, sorprendida y furiosa.
—No vas a ninguna parte en tu estado.
—¿Qué mierda de estado? ¿Y quién va a impedírmelo? —Camino hasta la puerta, él corre y se coloca delante de ella—. ¿Qué coño crees que estás haciendo?
—¿Qué coño estás haciendo tú? ¿Me puedes decir por qué estás tan cabreada conmigo? —Su rostro se tiñe de rojo, ahora él también está furioso—. He hecho lo que querías, ¿no? De hecho, has sido tú la que ha insistido hasta que he aceptado. ¿Qué se supone que debería haber hecho?, ¿decirte que no?
—Pues no hubiera estado mal.
—¡¿Qué?! —grita sorprendido—. ¿Qué se supone que significa eso? —Respira profundamente, tratando de controlarse; cuando continúa lo hace en un tono más bajo—: Te juro que vas a volverme loco, Abril —declara, pasando nervioso su mano por el cabello—. Intentar comprenderte, me agota.
—Pues no te esfuerces, cariño. No vale la pena. En cinco días volverás a tu mundo lleno de libertad y armonía, y de mujeres que tienen clarísimo lo que quieren y que no representarán una amenaza para tu paz interior.
Él me mira sin decir nada, veo el color desvanecerse de su rostro, el dolor lo sustituye.
—¿Qué quieres de mí? —susurra.
—¡Que te apartes de la puerta de una puta vez! —le grito, conteniendo mis lágrimas.
Y lo hace.
Y con cada paso que da, me rompe por dentro. Agacho la cabeza y cojo el pomo de la puerta.
Mi furia también se ha diluido, vencida por el dolor. Un dolor profundo que me paraliza, que me hace verlo todo con claridad; y esta vez el dolor no lo causa la vergüenza, ni que se vaya a marchar dentro de cinco días, ni siquiera es porque me permita irme ahora... Es porque de pronto soy consciente de que no puedo irme, de que en realidad no tengo esa opción.
Sé que esta relación va a destruirme; no puedo pedirle nada, porque ni yo misma sé lo que quiero y, aunque lo supiese, él no podría dármelo. Sé que quedarme es un error; pero no puedo continuar luchando contra mí misma. Soy incapaz de renunciar a él.
Robert, al darse cuenta de mi vacilación, me abraza por la espalda y hunde su rostro en pelo.
—No me dejes, Abril.
—No puedo. —Me doy la vuelta y me apoyo contra la puerta, rindiéndome al fin a la evidencia de mi debilidad y, sintiendo al hacerlo, algo de paz por primera vez desde que encontré los dichosos billetes—. No puedo dejarte.
Levanto los ojos y veo los suyos anegados en lágrimas. Se acerca despacio, dándome la oportunidad de rechazarlo mientras me suplica con la mirada que no lo haga. No sabe que no podría hacerlo aunque quisiera. Cuando sus labios se apoyan suavemente en los míos, son como un bálsamo contra mi dolor.
Respondo a su dulce beso, me sabe a tristeza y necesidad. Soy una drogadicta sintiendo el alivio de recibir su dosis.
—Te quiero —susurra contra mis labios.
—Te quiero —le digo, a pesar de que hace apenas unas horas me había prometido no hacerlo, y siento como el decirlo me libera por dentro.