8 Conociendo a Robert

Me despierta la brillante luz del sol que se cuela por la ventana de mi dormitorio. Entreabro los ojos con cuidado, todo lo que me permite el dolor de cabeza.

La confusión propia de la resaca hace que mi vuelta a la realidad sea lenta. Miro al otro lado de mi cama con la sensación de que he perdido algo..., está revuelta y la almohada tiene claros síntomas de que alguien ha estado durmiendo allí.

Me incorporo un poco en la cama pero enseguida vuelvo a derrumbarme, pongo una mano a cada lado de mi cabeza temiendo que estalle.

«¿Qué pasó anoche?». Me pregunto mientras alargo la mano para coger la almohada y tapo la luz que me molesta poniéndomela sobre la cara. Sonrío al respirar, reconociendo el olor en ella.

Haciendo un esfuerzo intento recordar, y me doy cuenta de que lo último que recuerdo es a Robert entrando en el baño, después debí quedarme dormida.

Un ruido metálico interrumpe mi trabajoso ejercicio de memoria, parece provenir de la cocina.

¿Robert no se ha ido? Y de pronto un flash me trae otro recuerdo: Un brazo rodeando mi cintura entre sueños, el calor de un cuerpo contra mi espalda, una extraña y placentera sensación de protección.

Emocionada como una colegiala me levanto de la cama con cuidado, para que no me estalle la cabeza. Quiero salir a su encuentro pero antes tengo que pasar por el baño. Miro bajo la cama para confirmar que no es mi gato el que revuelve la cocina; Sombra, que duerme en su cajita de mimbre, levanta la cabeza un momento y maúlla antes de volver a apoyarla mirando hacia otro lado. Está enfadado, no le gustan las visitas, ¡pues a mí, sí!

Entro en el baño y, al mirarme en el espejo, me horrorizo al ver el lamentable aspecto que tengo: restos de maquillaje, pelo enredado, restos de sal en mi piel. Me meto directa a la ducha; termino en menos de cinco minutos e, impaciente, me desenredo el pelo y vuelvo al dormitorio para vestirme.

¡Dios! ¿Qué me pongo? Joder..., cómo me duele la cabeza. Me digo a mí misma que no puedo pasarme tres horas intentando decidir delante del armario, así que cojo mi ropa de domingo, pantalones de yoga y camiseta —aunque escojo la más mona que tengo— y sin más dilación salgo a la cocina, con el corazón bombeando dolorosos torrentes de sangre a mis sienes.

Allí encuentro a Robert.

Viste unos pantalones vaqueros rotos de cintura baja, que le hacen un culo perfecto —¿de dónde los ha sacado?—, y no lleva camiseta. Las suaves líneas de los músculos de su espalda van dibujándose al son de sus movimientos sobre la sartén en la que está cocinando.

Se gira y me sonríe. ¡Oh, Dios mío! Me sujeto la cabeza con las manos para evitar que cuando estalle caigan trozos por todas partes, de frente es muchísimo peor.

Pensaba que esa línea de vello en su pecho era lo más tentador que había visto en un hombre, pero estaba equivocada, la línea de pelo de su pecho desaparece en su estómago para reaparecer de nuevo bajo su ombligo, haciéndose camino hasta desaparecer por la cinturilla baja de sus pantalones. La línea queda enmarcada por esos músculos que tienen algunos hombres en el vientre con forma de V, ahora mismo no recuerdo como se llaman, aunque se me ocurre que "camino a la perdición" sería un buen nombre. Quiero arrodillarme ante él, bajar la cremallera de sus vaqueros y seguir el camino de vello hasta el final..., es una pena que el dolor me lo impida.

—¿Te duele mucho la cabeza? —me pregunta mientras se acerca hacia mí. No puedo mirarlo a la cara, me he quedado hipnotizada con sus caderas.

—Mucho —susurro—, voy a tomarme un gelocatil.

—No lo hagas, déjame a mí. Ven, siéntate aquí.

Aparta una de las sillas de la mesa, yo obedezco.

—Espera un momento, voy a retirar los huevos del fuego.

—Huelen genial —le digo, agradecida porque me haya hecho el desayuno.

—Después los comemos, ahora voy a ayudarte con ese dolor de cabeza.

—¿Cómo? Bueno, creo que si te pusieras una camiseta enorme ayudaría bastante.

—Haré algo mucho mejor... —responde divertido, mientras busca en mis cajones.

Se acerca con un par de paños limpios de cocina, los enrolla haciendo un churro y los coloca en la mesa, delante de mí.

—Retira un poco la silla e inclínate hacia delante, apoyando la frente sobre los paños.

—¿Qué vas a hacer?

—Donde vivo utilizamos la medicina alternativa y los masajes terapéuticos para calmar las dolencias más comunes. Voy a quitarte el dolor de cabeza.

—Esas manitas tuyas están llenas de sorpresas, ¿no? —intento sonreír con coquetería, pero el gesto acaba siendo una mueca de dolor, mi cabeza palpita con más fuerza—. ¡Ay!

—Vamos, Abril. Pórtate bien —me regaña, divertido.

Obedezco sin rechistar y apoyo mi frente en la improvisada almohada.

Él acaricia mi cabeza con la palma de su mano y masajea levemente, pasándola por la nuca y terminando en el hombro. Luego, repite lo mismo por el lado contrario. El alivio es inmediato, dejo de prestar atención a sus movimientos, centrándome en la sensación calmante que me proporcionan sus manos, que van de mi cuero cabelludo a mi cara, absorbiendo el dolor. No puedo evitar que se me escape algún que otro gemido.

—Ya está —manifiesta al cabo de un buen rato—. Levanta la cabeza lentamente, sin abrir los ojos.

Muy bien. Ahora, ábrelos despacio.

Lo hago con cuidado, temiendo que el dolor reaparezca al abrirlos, pero no es así. Muevo la cabeza con precaución hacia los lados; nada. Decido hacer la prueba de fuego, y me vuelvo para mirar a Robert y su “camino a la perdición”.

—Se ha ido —afirmo, sorprendida y algo distraída. Sus vaqueros son estrechos, y me parece distinguir un bulto sospechoso hacia al lado derecho. No me da tiempo a comprobarlo, él sujeta mi barbilla y me levanta la cabeza para que le mire a la cara, me sonríe divertido.

—¿Te apetece desayunar ahora?

Me apetece más investigar sus pantalones, pero como se ha tomado la molestia de hacer el desayuno me abstengo de decírselo y asiento con la cabeza, devolviéndole la sonrisa.

—Espera aquí mientras lo termino.

Obedezco, y encandilada observo como prepara unas tostadas y vuelve a encender la sartén con los huevos; abre la nevera y coge un racimo de uvas. Me sorprende con la naturalidad con la que se mueve en mi cocina, parece que sea suya, y me encanta.

—Espero que estén buenos recalentados —dice, mientras pone un plato delante de mí y se sienta con el suyo a mi lado. Tiene una pinta estupenda, mi estómago ruge, estoy hambrienta.

Pruebo un bocado y después de tragar, digo: —Está muy rico. Muchas gracias, Robert. Por todo. Definitivamente, tus manos son milagrosas.

—Ha sido un placer —me sonríe encantado.

Lo observo, analizando todo lo que ha cambiado en tan solo veinticuatro horas. El deseo enfermizo sigue ahí, está claro, ni bajo los efectos nocivos de la resaca he podido evitarlo, pero hay tantas cosas detrás del chico travieso y provocador. Robert es tierno, sincero, considerado y misterioso... De pronto recuerdo su promesa de ayer: —Ya es de día, ¿podemos jugar a: Conociendo a Robert Ballester?

—En realidad había pensado en mostrarte lo milagrosa que también puede ser mi boca.

El muy cabrón se lame los labios, y ese brillito diabólico que me vuelve loca aparece en su mirada.

¡Oh!... Me muerdo la lengua para no decirle que se meta bajo la mesa AHORA. Los pálpitos han vuelto, aunque ahora a su lugar habitual; aprieto las piernas.

—Muy tentador, pero si no satisfaces primero mi curiosidad no podré concentrarme en tu trabajo de forma adecuada —miento. Pero sé que si pone sus manos o, peor aún, su boca sobre mí, no volveré a tener otra oportunidad para preguntarle. Mi curiosidad gana a la lujuria por muy poco, y porque sabe que solo es un aplazamiento.

Hummm... Permíteme dudarlo. En diez segundos ya no te acordarías ni de tu nombre. —Su mano se desliza por mi muslo hacia arriba, y mis piernas traicioneras se abren antes de que mi cerebro se dé cuenta y vuelva a cerrarlas con fuerza, impidiendo que su mano avance, una vocecilla en mi interior me gruñe.

—¡Eres un fantasma engreído! —le reprocho, fingiéndome escandalizada.

—Engreído puede ser, pero lo de fantasma tendrás que comprobarlo... —Me mira con una ceja levantada y una sonrisa torcida. Yo me muerdo el labio.

Sé que está intentando despistarme pero ¡es que lo hace tan bien! ¿De verdad me estoy resistiendo? «¡Vamos, Abril! ¡Sé fuerte!».

—¿Has aprendido a hacer esos masajes en la India?

Él asiente y pasa su lengua de forma distraída por su labio superior. El gesto parece inconsciente, pero no me lo trago, me está matando.

—¿Hiciste un curso?

Ahora niega con la cabeza mientras coge una uva de su plato, la sujeta con dos dedos y le da un suave bocado sin llegar a partirla, solo rasgando un poco la piel para dejar escapar el jugo; puedo ver como aparece su lengua por debajo de la uva, recogiendo el brillante líquido, después la sujeta con sus labios y absorbe, haciéndola desaparecer en su boca.

¿De qué estábamos hablando?.. ¡Ah, sí!: —Entonces, ¿cómo aprendiste? —mientras pregunto, él arrima su silla más a la mía, apoya su cabeza en una mano mientras con la otra dibuja el contorno de mi mandíbula. Una corriente eléctrica pasa de sus dedos hacia mi cara, haciendo que toda mi piel se erice por el contacto.

—Me enseñó Naisha, la hermana gemela de Anka. Ella es especialista en medicina natural. —Coge una uva de mi plato y la acerca a mis labios—. No has comido fruta, toma un poco.

Abro la boca y la introduce dentro, acariciando mis labios mientras mastico y clavando su mirada en ellos.

«¡Abril, ve al grano! Así terminaremos antes». Contengo las ganas de rodar los ojos ante la vocecilla de mi cabeza que quiere que me arranquen la ropa.

—La hermana gemela de Anka... —repito, sobre todo para recordarme de qué hablamos—, ¿también vive en la India con vosotros?

De pronto, se pone de pie y empieza a recoger los platos mientras responde, impidiéndome que le vea la cara: —Sí, vivimos con unos amigos en un palacio abandonado que hace un siglo fue un hotel, en Jaipur, una ciudad a pocos kilómetros de Nueva Delhi. Somos siete en total, de diferentes países: David es americano, Anka y Naisha son australianas, Shiva, egipcio; Aimée francesa y Derek inglés. Cada uno tenemos nuestra habitación, pero compartimos todo lo demás: cocina, salón, conocimientos, ideales, fluidos... Se podría decir que somos como una especie de comuna hippie.

—¿Fluidos? —pregunto, atónita.

—Me toca a mí —afirma, tomando asiento de nuevo.

—¿Que te toca qué?

—Hacer las preguntas.

—Mi vida no es tan interesante como la tuya.

—A mí me pareces muy interesante.

Le frunzo el ceño, pero no protesto, supongo que es justo. Ese era el trato.

—De acuerdo, ¿qué quieres saber?

—¿Quién es Arturo?

¡Joder! Directo al grano... Con la de vueltas que le estoy dando yo.

—Arturo es un amigo. Hemos salido unas cuentas veces.

—¿Amigo con derecho a roce?

Lo miro un momento a los ojos conteniendo el impulso de ponerme a la defensiva. Todas las viejas sirenas suenan en mi cabeza: ¡hay un hombre pidiéndome explicaciones! Me tranquilizo a mí misma recordándome que es solo curiosidad, que en realidad yo quiero hacerle las mismas preguntas. «Él no es solo un hombre, es Robert...». El pensamiento es espontáneo y me sorprende. ¿Qué coño se supone que quiere decir eso?

Sé que mi expresión debe de reflejar mi conflicto y malestar, pero él me sostiene la mirada, parece que está estudiando mi reacción con curiosidad.

—Tú has empezado el juego; no obstante, si quieres lo dejamos.

—No —le interrumpo—, te contestaré. Me acosté con él una sola vez, pero decidimos que no volveríamos a hacerlo.

—¿Por qué?

—Mi turno —él sonríe y asiente. Hace un gesto con la mano para indicarme que continúe.

—¿Te acuestas con Anka?

—Sí.

—¿Sí? Pero... ¿Anoche ella estaba...?

—David también se acuesta con Anka.

¿Qué?

—No lo entiendo.

—Es mi turno, ¿por qué decidisteis no acostaros más?

No me doy cuenta de lo incómodas que pueden ser mis preguntas hasta que él me lanza las suyas.

¿Le digo la verdad? ¿Debo confesarle hasta que punto me ha afectado? «Ya lo hiciste anoche, Abril, al igual que él».

—Arturo es un buen chico. Él quiere algo más que una amistad y yo no quería que pensara que nuestra relación estaba avanzando mientras tú pudieras aparecer en cualquier momento y hacerme perder la cabeza. No se lo merece. Acostarme con él fue un error.

—Entonces, ¿pasó antes de conocernos?

—La noche del día en que nos conocimos. —Se mantiene en silencio, sosteniéndome la mirada con su sonrisa intacta. ¿Qué está pensando? Como él no dice nada lanzo mi siguiente pregunta—: Explícame como funciona tu relación con Anka y David, porque no entiendo nada.

—De acuerdo —cede, tras un profundo suspiro—. No es sencillo de explicar.

Yo me levanto de la mesa y le tiendo la mano.

—Vamos al salón, estaremos más cómodos.

Cojo dos botellines de Coca-Cola de la nevera y salimos de la cocina.

Nos acomodamos en el sofá.

—Adelante —lo animo.

Él coge la botella y bebe un buen trago, cuando termina me mira con intensidad.

—Un momento, solo una cosa antes de empezar.

Lo miro expectante, él se acerca a mí, despacio. Mira mis labios y mis ojos alternativamente, advirtiéndome que va a besarme. Quiero protestar, porque temo que si me besa no podremos parar, pero veo algo en su mirada que me lo impide, hay un matiz de súplica en ella. Su aparente necesidad despierta la mía, pero esta vez esa necesidad no nace del deseo, sino de algo más... No sé cómo explicarlo, así que no lo hago y me dejo atrapar por su intensidad.

Cierro los ojos cuando sus labios, fríos por el refresco, rozan con suavidad los míos. Mi mente se pierde en las sensaciones, olvidándose de lo que estábamos hablando. Su beso es dulce y apasionado, despierta cada terminación nerviosa de mi cuerpo. Cuando ya estoy entregada por completo, es él quien se separa, dejándome con ganas de más.

Suspira profundamente, recupera su posición en el sofá y empieza a hablar: —Conocí a David dos semanas después de llegar a la India, en Nueva Delhi, en la última etapa de mi viaje. Los dos estábamos visitando el Raj Ghat, es un memorial dedicado a Ghandi, el lugar donde lo incineraron. Siempre que nos preguntan decimos que fue Gandhi el que nos presentó —agrega con una sonrisa—. Ambos viajábamos solos y estábamos ávidos de compañía, nos caímos bien y acabamos pasando el día juntos e intercambiando las experiencias vividas hasta ese momento. A la hora de regresar al hotel nos dimos cuenta de que nos alojábamos en el mismo.

»Por la noche, David me propuso que fuéramos juntos a una fiesta a la que lo habían invitado. Allí nos encontró Anka, y digo que nos encontró porque siempre hemos creído que fue el destino quien nos reunió. Hablamos y tonteamos con ella durante toda la noche, a los dos nos había gustado y estábamos esperando captar alguna señal que nos indicara si se decantaba por uno u otro, ya que ella coqueteaba descaradamente y por igual con ambos. Bailamos, bebimos y al final de la noche nos habló sobre el Chandrika, el lugar donde vivía con su hermana y un grupo de amigos en Jaipur, de su filosofía y de su forma peculiar de entender la vida: amor libre, comunión con la tierra y los animales, meditación, proyectos solidarios, vivir sin prejuicios... Establecían sus propias reglas. Su historia nos fascinó, supimos en ese mismo momento que queríamos formar parte de ella, que habíamos encontrado lo que buscábamos en la India. Aquella noche terminamos en mi habitación, los tres juntos.

—¿Os enrollasteis los tres a la vez?

—Bueno, David y yo no nos tocamos, a nosotros no nos va eso, pero los dos estuvimos con ella, a la vez.

Asiento automáticamente. No se me ocurren más preguntas. Estoy alucinando.

—Al día siguiente —continúa Robert—, Anka nos llevó al Chandrika, y desde entonces vivimos allí.

No nos gustan las etiquetas, pero supongo que podría decirse que somos hippies, o bohemios, o incluso new age..., o una mezcla conveniente de los tres. Compartir, encontrar la paz interior, el arte y ayudar a nuestra comunidad son los pilares de nuestra manera de entender la vida. Y sé que es difícil de entender, pero en el Chandrika vivimos el sexo de forma natural, sin complejos, sin tabús, olvidándonos de todas las reglas y prejuicios impuestos por nuestra cultura o por las religiones.

Compartir tu cuerpo, regalar placer a otra persona, es una de las maravillas de la vida, un acto de generosidad, algo que va más allá de un abrazo o una caricia, pero que no tiene mucha más trascendencia.

—Tiene una trascendencia emocional.

—Así es, al igual que un abrazo, o confiar en otra persona.

Yo lo contemplo en silencio, sin saber cómo rebatirle eso. Al final decido repetir mi pregunta inicial, de forma más directa.

—¿Me estás diciendo que los dos tenéis una relación con Anka o más bien es todos con todos?

—Más bien todos con todos.

—¿A la vez? —vuelvo a preguntar, incrédula.

—A veces sí.

Asiento, y durante unos minutos nos mantenemos en silencio, yo asimilando la información, él supongo que dándome tiempo para que lo haga.

—¿A ellos nos les importa que ahora estés conmigo?

—No. Yo soy libre, Abril. No tengo que darles explicaciones.

—¿Y conmigo...? ¿Por qué has hecho una excepción? ¡No es que quiera que no la hagas!

Robert sonríe divertido por un momento, pero cuando responde lo hace de forma seria y apasionada: —Lo que ha pasado entre nosotros no ha sido planeado, Abril. Nunca había sentido una química tan fuerte con nadie. Hacía mucho tiempo que no me enrollaba con una mujer fuera de mí... círculo de amistades. Me volviste loco desde el mismo momento en que te vi; ese primer día tuve que luchar con todas mis fuerzas para controlarme. Tu cuerpo parecía suplicarme que lo tocara, pero al mismo tiempo rezumaste hostilidad casi desde el mismo momento en que nuestras miradas se cruzaron. Sin embargo, a pesar de las señales contradictorias, todavía no entiendo cómo logré marcharme de la cafetería...

—Me desconcertabas —le confieso—. Jamás me había pasado algo así. Te deseé desde el mismo momento en que te vi. Yo no me dejo llevar, Robert, nunca. Me gusta tenerlo todo bajo control. Soy fría y hasta cínica con los hombres, y hacía mucho tiempo que no me sentía atraída por ninguno; de hecho, hacía más de dos años que no me acostaba con nadie; y entonces apareciste tú y mi cuerpo se volvió loco, no podía controlarlo ni racionalizar lo que me pasaba, solo sentir la locura abrumadora de desearte... Rompiste todos mis esquemas. Intenté obligarme a despreciarte, sí, y no solo porque me hicieras perder el control, o porque parecía que estuvieras leyendo mis emociones con tan solo mirarme, y burlándote de ellas; sino porque no le encontraba lógica a que fueras precisamente tú el que despertara mi deseo. Eres muchísimo más joven que yo y..., no quiero ofenderte, pero no eres mi prototipo de hombre. Si a eso le sumamos que eres el hijo de mi jefe...; habían mil razones para no sentirme cómo lo hacía. Pero no había forma de evitarlo, te deseaba de una forma enfermiza, por encima de toda lógica.

Robert me contempla, el fuego se ha encendido de nuevo en sus ojos.

—Intenté sonsacarle información sobre ti a mi padre —admite, algo avergonzado—, me contó que eras una mujer muy profesional, entregada a tu trabajo y muy reservada en lo personal, te tiene en muy alta estima. Averigüé que no estabas casada y que mi padre no había tenido noticias de ninguna relación. Pero sabía que él no era una fuente muy fiable, y entonces desconocía tu amistad con Daniela, por lo que no se me ocurrió preguntarle a mi hermano. Así que hablé con un amigo que trabaja en el banco, me dijo que nunca habías estado interesada en los hombres, que habías espantado a todos los que habían intentado acercarse a ti y que solo salías con tus amigas. Me contó que en la oficina te llaman la reina del hielo y que, aunque desde hacía unas semanas corría el rumor de que estabas con alguien, él no creía ni una palabra.

—La reina del hielo... —repito, recordando que Daniela me llamó así hace poco—. ¿Quién te contó todo eso?

—¿Es necesario que revele mis fuentes? Me meterás en un lío con mi amigo si le dices algo...

—No le diré nada, pero me vendría genial saber en quién no puedo confiar.

—Jesús, de la recepción de tu planta. Si lo conoces bien sabrás que no puede evitarlo, es chismoso por naturaleza. Solo tuve que preguntarle por la nueva secretaria de mi padre y me contó todo lo que sabía sobre ti.

Suspiro resignada, hago una nota mental de ser más reservada delante de Jesús.

—Esa noche —continúa Robert—, no pude sacarte de mi cabeza... y te aseguro que lo intenté. Estuve pensando en ti todo el fin de semana. El lunes cuando nos vimos y huiste al baño, tuve que seguirte, a pesar de todo lo que me habían contado podía sentir que te pasaba lo mismo que a mí, y fue increíble, Abril. Nunca había tenido una conexión así con nadie. Estar dentro de ti, ver como tu cuerpo responde al mío... Es simplemente perfecto.

—Jamás había disfrutado del sexo de esa manera, con nadie. —Me parece justo decírselo después de su confesión.

Me doy cuenta de que a pesar de mi confusión por todo lo que me ha contado, me siento halagada.

Acaba de confesarme que vive en una orgía constante para luego reconocer que no se ha sentido nunca como conmigo, y aunque es difícil de creer, lo creo.

Él sonríe satisfecho.

—Lo vi, en tu reacción, te entregaste por completo. Me habían contado que eras una mujer fría e inaccesible, pero esa no es la mujer que yo he conocido. Eres desinhibida, provocadora, sexy... Un ser totalmente sexual.

—No lo había sido hasta que tú apareciste.

—Pues me alegro de haber despertado esa parte de ti, de que me hayas escogido para abrirte al sexo de nuevo.

—Yo no te he escogido, Robert. De hecho, aunque parezca mentira, he intentado luchar contra esto con todas mis fuerzas, pero cuando te tengo delante es simplemente inevitable. No es solo por la atracción, es que, en contra de todo lo que he aprendido en mi vida, no puedo evitar confiar en ti.

Cuando estoy contigo todo es sencillo, como si fuera el instinto lo que me mueve.

—Lo dices como si creyeras que lo correcto es no confiar en la gente.

—Confío en mis amigas, pero no en los hombres.

—¿Qué te pasó, Abril? ¿Quién te ha hecho tanto daño?

Bajo la mirada cuando los recuerdos y la vergüenza me invaden. Robert se acerca a mí y me rodea con sus brazos.

—Has dicho que confías en mí, y puedes hacerlo, tu instinto no te engaña.

Levanto la vista y lo miro a los ojos, veo sinceridad y preocupación en ellos. No sé por qué, pero siento que puedo confiar en él, quiero hacerlo.