Día de la CreaciónAÑO 5

De y de los nombres de los animales

Narrado por Adán Uno

Queridos amigos, queridos compañeros animales, queridos compañeros mamíferos:

Hace cinco años, en el Día de , nuestro Jardín del Edén en el Tejado era un erial, rodeado de barrios degradados y guaridas de maldad; pero ahora ha florecido como la rosa.

Al cubrir de vegetación estos tejados yermos estamos poniendo nuestro granito de arena para redimir de la decadencia y la esterilidad que nos rodea por doquier, y para alimentarnos con comida sin contaminar. Algunos calificarían de fútiles nuestros esfuerzos; sin embargo, si todos siguieran nuestro ejemplo, ¡qué cambio conllevaría a nuestro querido planeta! Aún queda mucho trabajo arduo por delante, pero no temáis, amigos: porque avanzaremos pese a las dificultades.

Me alegro de que nadie haya olvidado su sombrero de jipijapa.

Ahora concentrémonos en nuestra plegaria anual del Día de

Las Palabras Humanas de Dios hablan de de un modo que los antiguos podían entender. No se habla de galaxias ni de genes, porque esos términos los habrían confundido en gran medida. Ahora bien, ¿por ello hemos de tomar como verdad científica la historia de que el mundo se creó en seis días y considerar absurdos los datos observables? No se puede encorsetar a Dios en interpretaciones literales y materialistas ni juzgarlo según varas de medir humanas, porque Sus días son eones, y miles de edades de nuestro tiempo son como una tarde para Él. A diferencia de otras religiones, nunca hemos pensado que mentir a los niños respecto a la geología sirviera a un bien mayor.

Recordemos las primeras frases de aquellas Palabras Humanas de Dios: la tierra era caos y confusión, y entonces Dios hizo la luz. Éste es el momento que la ciencia denomina , como si de una orgía sexual se tratara. Sin embargo, ambos relatos coinciden en lo esencial: oscuridad, luego, en un instante, luz. Ahora bien, continúa, ¿o acaso no se forman nuevas estrellas a cada momento? Los días de Dios no son consecutivos, amigos; ocurren a la vez, el primero con el tercero, el cuarto con el sexto. Como nos enseñaron: «Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra.» Nos contaron que el quinto día de las actividades creadoras de Dios, las aguas se llenaron de criaturas y al sexto día la tierra seca quedó poblada de animales, y de plantas y de árboles; y a todos los bendijo Dios y les ordenó que se multiplicaran; y finalmente creó a Adán, es decir, la humanidad. Según la ciencia, es el mismo orden en el que aparecieron las especies en el planeta. El hombre fue el último de todos. O más o menos en el mismo orden. O se acerca bastante.

¿Qué ocurre después? Dios lleva a los animales ante el hombre, «para que les ponga nombre». Ahora bien, ¿por qué Dios no sabía ya los nombres que iba a elegir Adán? La única respuesta posible es que Dios concede a Adán libre albedrío, y por lo tanto Adán puede actuar de formas que el propio Dios no puede predecir. ¡Piénsalo la próxima vez que te tiente comer carne o la riqueza material! ¡Ni siquiera Dios puede saber siempre lo que vas a hacer a continuación!

Dios hizo que los animales se reunieran hablándoles directamente, pero ¿qué lengua usó? No era hebreo, amigos. No era latín, ni griego, ni inglés, ni francés, ni español, ni árabe, ni chino. No: habló a los animales en sus propias lenguas. Al reno le habló en la lengua de los renos; a la araña, en la de las arañas; al elefante, en la de los elefantes; a la pulga, en la de las pulgas; al ciempiés, en la de los ciempiés; a la hormiga, en la de las hormigas. Así tuvo que ser.

Y en el caso de Adán, los nombres de los animales fueron las primeras palabras que pronunció: el momento inaugural del lenguaje humano. En ese instante cósmico, Adán afirma su alma humana. Nombrar es —eso esperamos— saludar; atraer a otro hacia uno mismo. Imaginemos a Adán enunciando los nombres de los animales con cariño y alegría, como diciendo: «Aquí tenéis, queridísimos. ¡Bienvenidos!» El primer acto de Adán hacia los animales fue pues de amabilidad cariñosa y parentesco, porque, en su estado anterior a , el Hombre aún no era carnívoro. Los animales lo sabían y no huyeron. Así tuvo que ocurrir en ese día irrepetible: una reunión pacífica en la cual el Hombre abrazó a todos los seres vivos de

¡Cuánto hemos perdido, queridos compañeros mamíferos y compañeros mortales! ¡Cuánto hemos destruido a voluntad! ¡Cuánto necesitamos restaurar en nosotros mismos!

El tiempo de poner nombres no ha concluido, amigos. En Su visión, aún podríamos estar viviendo en el sexto día. Como meditación, imaginaos mecidos en ese momento de inmunidad. Estirad los brazos hacia esos ojos amables que os miran con tanta confianza, una confianza que aún no ha sido mancillada por el derramamiento de sangre, la gula, el orgullo y el desdén.

Decid sus Nombres.

Cantemos.

Cuando Adán tuvo

Cuando Adán tuvo aliento de vida

en aquel lugar dorado,

vivió en paz con pájaros

y bestias y vio el rostro del Señor.

El Espíritu del Hombre habló,

dio nombre a los animales;

Dios llamó a todos en hermandad,

acudieron sin temor.

Retozaron, cantaron, volaron...

cada gesto era alabanza

a la creatividad de Dios

que llenaba aquellos días.

Qué encogido y reducido está

de el germen;

pues el Hombre rompió la hermandad

con crimen, vicio y codicia.

Oh, criaturas, que aquí sufrís,

¿cómo al amor volveremos?

Os nombraremos de corazón

y otra vez seréis amigos.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

El año del diluvio
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