El banquete de Adán y Todos los PrimatesAño 10

De la metodología de Dios en la creación del hombre

Narrado por Adán Uno

Queridos compañeros Jardineros en que es el Jardín de Dios:

¡Qué maravilloso es veros a todos reunidos aquí en nuestro hermoso Jardín del Edén en el Tejado! He disfrutado viendo el excelente Árbol de los Animales creado por nuestros niños con objetos de plástico que ellos mismos han recogido —¡un ejemplo excelente de reciclaje de materiales inicuos!— y espero con muchas ganas la inminente comida de hermandad: el delicioso pastel que Rebecca prepara con los nabos que reservamos de la última cosecha, por no mencionar el revuelto de setas encurtidas cortesía de Pilar, nuestra Eva Seis. También celebramos el ascenso de Toby a la categoría de docente. Con su tesón y dedicación, Toby nos ha enseñado que una persona puede superar infinidad de experiencias dolorosas y obstáculos internos una vez que atisba la luz de la verdad. Estamos muy orgullosos de ti, Toby.

En el Banquete de Adán y Todos los Primates, reivindicamos a nuestros ancestros primates: una afirmación que nos ha acarreado la ira de aquellos que persisten de un modo arrogante en el negacionismo. Pero afirmamos, también, la actuación divina que causó que fuéramos creados en la forma en que lo fuimos, y esto ha enrabietado a los científicos necios convencidos de que Dios no existe. Aseguran la inexistencia de Dios porque no pueden ponerlo en un tubo de ensayo ni pesarlo ni medirlo. Pero Dios es Espíritu puro; por lo tanto ¿cómo puede alguien razonar que la imposibilidad de medir lo que no es mensurable prueba su no existencia? Dios es de hecho la no cosa, la no cosidad, mediante la cual y por la cual existen todas las cosas materiales; porque si no hubiera la no cosidad, la existencia estaría tan repleta de materialidad que ninguna cosa podría distinguirse de otra. La mera existencia de objetos materiales distintos es una prueba de la no cosidad de Dios.

¿Dónde estaban los científicos necios cuando Dios colocó los cimientos de interponiendo su propio Espíritu entre una gota de materia y otra, dando así lugar a las formas? ¿Dónde estaban «cuando clamaban a coro todas las estrellas del alba»? Pero perdonémosles de corazón, porque nuestra tarea de hoy no es la reprimenda, sino contemplar nuestro propio estado terrenal con toda humildad.

Dios podría haber creado al hombre sólo mediante la palabra, pero no usó ese método. También podría haberlo creado del polvo de , lo cual en cierto sentido hizo, porque ¿qué otra cosa puede significar «polvo» sino átomos y moléculas, los componentes básicos de todas las entidades materiales? Además, nos creó mediante largos y complejos procesos de selección natural y sexual, que no son otra cosa que su ingenioso artefacto para instilar humildad en el hombre. Lo hizo un «poco inferior a los ángeles», pero en otros sentidos —y la ciencia lo confirma— estamos emparentados con nuestros compañeros primates, un hecho desagradable para la autoestima de los altaneros de este mundo. Nuestros apetitos, nuestros deseos, nuestras emociones más incontrolables, ¡son de los primates! del Jardín del Edén original fue una caída desde la actuación inocente de esos modelos e impulsos hasta una conciencia avergonzada de ellos; y de ahí surge nuestra tristeza, nuestra ansiedad, nuestra duda, nuestra rabia contra Dios.

Cierto, a nosotros —como a los otros animales— se nos bendijo y se nos exigió crecer y multiplicarnos, y repoblar ¡con qué medios humillantes, agresivos y dolorosos suele ocurrir esta repoblación! ¡No es de extrañar que nazcamos con una sensación de culpa y desgracia! ¿Por qué Dios no nos creó con un espíritu puro como el suyo? ¿Por qué nos encarnó en materia perecedera y en una materia tan desafortunadamente simiesca? Y así se suceden las quejas de los antiguos.

¿Qué mandamiento desobedecimos? El mandamiento de vivir la existencia animal en toda su simplicidad, sin ropa, por así decirlo. Pero ansiábamos el conocimiento del bien y del mal, y obtuvimos ese conocimiento, y ahora estamos pagando la osadía. En nuestros esfuerzos por alzarnos por encima de nosotros mismos hemos caído aún más bajo y aún seguimos cayendo; porque, como , también continúa. La nuestra es una caída en la codicia: ¿por qué pensamos que todo lo que existe sobre nos pertenece, cuando en realidad nosotros pertenecemos a todo? Hemos traicionado la confianza de los animales y mancillado nuestra tarea sagrada de llevar el timón. El mandamiento divino de «repoblar la tierra» no significa que debamos llenarla hasta que se desborde con nosotros mismos, borrando así todo lo demás. ¿Cuántas especies hemos aniquilado ya? En la medida en que hacemos daño a la menor criatura de Dios, se lo hacemos a Él. Por favor, considerar esto, amigos, la próxima vez que piséis un gusano o menospreciéis un escarabajo.

Recemos para que no caigamos en el error del orgullo de considerarnos excepcionales, los únicos con alma de toda ; y porque no imaginemos en vano que estamos por encima de toda otra vida, y que podemos destruirla cuando nos plazca y con impunidad.

Te damos gracias, oh, Señor, por habernos hecho de tal modo que recordemos, no sólo nuestro ser casi angélico, sino también los nudos de ADN y ARN que nos atan a nuestros compañeros animales.

Cantemos.

No permitas mi orgullo

No permitas mi orgullo, Señor,

ni que me coloque delante

de otros primates, con cuyos genes

en tu amor crecimos todos.

Billones de años son

Tus Días, tus métodos, insondables;

pero tu mezcla de ADN

dio pasión, saber y mente.

No siempre conocemos Tu senda

por el mono y el gorila,

mas encontramos todos cobijo

bajo tu sombra celeste.

Si nos jactamos y nos henchimos

de vanidad y de orgullo,

recordemos al australopiteco,

nuestro animal interior.

Líbranos de rasgos peores,

agresión, rabia, codicia;

no desdeñemos nuestra baja cuna,

ni nuestro germen de primate.

Del Libro Oral de Himnos

de los Jardineros de Dios

El año del diluvio
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