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Antes de esa conversación con Bernice en la que ella había hablado de su antiguo compañero de habitación, yo casi había estado esperando ver a Jimmy: en una clase, en el Happicuppa, o sólo caminando por ahí. Sin embargo, ahora sentía que tenía que estar muy cerca. Estaría al doblar la esquina o al otro lado de la ventana; o me despertaría una mañana y lo encontraría a mi lado, sosteniéndome la mano y mirándome como me solía mirar la primera vez que estuvimos juntos. Era como si me persiguiera.

Quizás estaba marcada por Jimmy, pensé. Como un patito que al salir de un huevo lo primero que ve es una comadreja, y por eso la sigue durante el resto de su vida. Que probablemente sea corta. ¿Por qué tenía que ser Jimmy la primera persona de la que se había enamorado? ¿Por qué no podía ser alguien con mejor carácter? O al menos una persona menos veleidosa. Una persona más seria, alguien no tan dado a hacerse el tonto.

Lo peor de todo era que no me podía interesar por nadie más. Había un agujero en mi corazón que sólo Jimmy podía llenar. Sé que es una idea muy manida —por entonces ya había oído bastante de esa música mundana en mi Sea/H/Ear Candy—, pero es la única forma en que puedo explicarlo. Y no es que no fuera consciente de los defectos de Jimmy, porque lo era.

Por supuesto, al final vi a Jimmy. El campus no era enorme, así que tenía que ocurrir antes o después. Lo vi en la distancia, y él me vio, pero no vino corriendo. Se quedó en la distancia. Ni siquiera me saludó, hizo como si no me hubiera visto. Así que si había estado esperando la respuesta a la pregunta que siempre me había planteado —¿todavía me quiere?— ya la tenía.

Entonces en Danza Calisténica conocí a una chica que había estado un tiempo con Jimmy, Shayluba algo. Dijo que al principio era genial, pero que luego empezó a decirle lo malo que era para ella, que era incapaz de comprometerse por la novia que había tenido en el instituto. Eran demasiado jóvenes y terminó mal, y había sido un vertedero emocional desde entonces, aunque quizás era destructivo por naturaleza porque la cagaba con cada chica que tocaba.

—¿Se llamaba Wakulla Price? —pregunté.

—La verdad es que no —dijo Shayluba—. Eras tú.

Jimmy, qué farsante y mentiroso eres, pensé. Pero luego pensé: ¿y si es verdad? ¿Y si yo había jodido la vida de Jimmy igual que él había jodido la mía?

Traté de olvidarlo todo de él. Pero no pude. Fustigarme por Jimmy se había convertido en un vicio para mí, como morderse las uñas. De vez en cuando lo veía pasar en la distancia, y eso era como fumarte un cigarrillo cuando estás tratando de dejarlo: vuelta a empezar. Aunque yo no había fumado nunca.

Llevaba casi dos años en cuando recibí una noticia terrible. Lucerne me llamó y me dijo que mi padre biológico, Frank, había sido secuestrado por una corporación rival que se lo había llevado al este de Europa. A las corporaciones de allí siempre les había gustado ir de caza furtiva en nuestras corporaciones: sus matones encubiertos eran aún más asesinos que los nuestros, y contaban con una ventaja porque eran mejores con los idiomas y podían simular que eran inmigrantes. Nosotros no podíamos hacerles eso, porque ¿para qué íbamos a emigrar nosotros a allí?

Habían raptado a Frank dentro del complejo —en el lavabo para hombres del edificio de su laboratorio, dijo Lucerne— y lo habían sacado en una furgoneta de reparto de Zizzy Froots; luego se lo habían llevado en avión al otro lado del océano Atlántico todo vendado y disfrazado de paciente que se recuperaba de un lifting. Peor todavía, habían enviado un DVD en el que Frank aparecía drogado, confesando que HelthWyzer había estado injertando un virus de acción lenta pero incurable en sus complementos para poder ganar mucho dinero con los tratamientos. Era chantaje puro y simple, dijo Lucerne: cambiarían a Frank por un par de las fórmulas que querían, en concreto las de las enfermedades de acción lenta, y no harían público el DVD incriminatorio. De lo contrario, decían, la cabeza de Frank tendría que despedirse de su cuerpo.

HelthWyzer había hecho un análisis coste-beneficio, dijo Lucerne, y había decidido que los gérmenes de la enfermedad y las fórmulas valían más que Frank. En cuanto a la publicidad adversa, podían sofocarla en la fuente porque los medios de las corporaciones controlaban lo que era noticia y lo que no lo era. E Internet era tal lío de falsedades y verdades inverosímiles que ya nadie creía lo que había allí, o lo creían todo, que venía a ser lo mismo. Así que HelthWyzer no iba a pagar. Dijeron que lamentaban la tragedia de Lucerne, pero que su política les impedía ceder a las exigencias de un chantaje, porque eso alentaría más secuestros, que ya eran bastante numerosos.

Por consiguiente, Lucerne había perdido su posición de esposa de un científico de alto estatus en HelthWyzer, y con ella la casa, y dadas las desafortunadas circunstancias había decidido irse al complejo CryoJeenyus y convertirse en ama de casa junto a un hombre muy agradable que había conocido en el club de golf y que se llamaba Todd. Y desde luego, esperaba que yo no exagerara mi pena por Frank del mismo modo que exageraba el resto de mis emociones.

CryoJeenyus. Menuda farsa era ese lugar. Pagabas para que te congelaran la cabeza al morir por si acaso alguien inventaba en el futuro una forma de hacerte crecer un cuerpo nuevo bajo tu cuello, aunque los chicos de HelthWyzer bromeaban diciendo que sólo congelaban un cráneo porque ya habían sacado las neuronas para trasplantarlas en cerdos. Hacían un montón de chistes groseros como ése en HelthWyzer High, pero nunca podías estar segura de que fueran chistes.

El resultado era —continuó Lucerne— que escaseaba el dinero. Todd no era vicepresidente, sino sólo jefe de contabilidad, y ya tenía tres hijos que mantener que tendrían prioridad sobre mí, y Lucerne no podía pedirle que pagara por mí además de todo lo que ya estaba pagando. Por lo tanto, tendría que dejar de ser una carga, abandonar y hacerme responsable de mí misma.

Estaba fuera del nido de una sola patada. No es que hubiera tenido nunca un gran nido: siempre había estado al borde de la cornisa con Lucerne.

Esto es la ironía, pensé. Había estudiado la ironía en Danza Teatral. Lucerne había contado una trola difamatoria diciendo que la habían secuestrado, y ahora al pobre Frank, mi padre biológico, lo habían secuestrado de verdad, y probablemente también lo habían asesinado. Estaba claro que Lucerne no se sentía muy apenada. En cuanto a mí, no sabía qué sentir.

Antes de los exámenes trimestrales de primavera, varias corporaciones instalaron cabinas de entrevistas en el vestíbulo principal. No las corporaciones serias —las de ciencias no se molestaban en reclutar en , querían gente de números—, sino las más frívolas. Yo no reunía los requisitos para esas entrevistas, porque no iba a licenciarme ese año, pero decidí intentarlo de todos modos. No conseguiría ninguno de los puestos que se ofertaban, pero quizá me contrataran de barrendera. Había barrido el suelo con los Jardineros, aunque naturalmente no podía decirlo porque me habrían etiquetado de friqui verde fanática.

Mi profesora de Danza Calisténica decía que debería hablar con el Scales and Tails. Yo era una buena bailarina y el Scales ya formaba parte de SeksMart, que era una corporación legítima con beneficios sanitarios y un plan dental, así que no era como ser una prostituta. Un montón de chicas iban, y algunas conocían así a hombres buenos y después la vida les iba muy bien. De modo que pensé que valía la pena intentarlo. No era probable que consiguiera nada mejor sin una licenciatura. Incluso una licenciatura en era mucho mejor que nada. Y no quería acabar vendiendo carne en algún sitio como SecretBurgers.

Ese día conseguí cinco entrevistas. Notaba un hormigueo en el estómago, pero me aguanté y sonreí, y conseguí convencerlos, aunque no estaba en la lista de licenciados. Podía haber hecho seis —CryoJeenyus buscaba una chica que calmara a los parientes a los que les congelaban las cabezas de sus seres queridos y en ocasiones de sus difuntas mascotas—, pero no podía trabajar allí por Lucerne. No quería volver a verla, no sólo por lo que me había hecho sino también por cómo me lo había hecho. Como quien despide a la criada.

Vi los equipos de recursos humanos de Happicuppa, ChickieNobs, Zizzy Froots, Scales and Tails y, finalmente, AnooYoo. Los tres primeros no me querían, pero conseguí una oferta del Scales and Tails. Cada corporación tenía un equipo que hacía las entrevistas, y Mordis formaba parte del equipo del Scales: había algunos peces gordos de SeksMart allí, pero él era el hombre sobre el terreno, así que en realidad dependía de él. Hice una rutina de Danza Calisténica, y Mordis dijo que yo era exactamente lo que estaba buscando, ese talento, y que me garantizaba que si venía al Scales no lo lamentaría.

—Puedes ser quien tú quieras —dijo—. ¡Actúalo!

Así que casi firmé.

La cabina de AnooYoo estaba al lado de la del Scales, y en ese equipo había una mujer que me recordaba mucho a Toby de los Jardineros, aunque tenía la piel más oscura y el cabello diferente, y los ojos eran verdes y su voz más ronca. Me llevó un poco aparte y me preguntó si tenía problemas y yo me encontré explicando que por razones familiares me veía obligada a dejar la facultad. Haría cualquier clase de trabajo, dije; estaba deseando aprender. Cuando ella me preguntó por esas razones familiares, lo vomité todo: que habían secuestrado a mi padre y que mi madre no tenía dinero. Noté que mi voz se ponía temblorosa; no era todo una actuación.

Entonces me preguntó cómo se llamaba mi madre. Se lo conté y ella asintió: me dijo que me llevaría al balneario de AnooYoo como aprendiz, que podría vivir en las instalaciones y que ellos me formarían. Trabajaría con mujeres, no con hombres borrachos y violentos como solían ponerse en el Scales, por más que allí tuvieran cobertura dental; y no tendría que llevar un integral de biofilm y dejar que me tocaran hombres extraños. Sería una atmósfera sanadora, y estaría ayudando a la gente.

Esa mujer se parecía mucho a Toby, y curiosamente, el nombre escrito en su etiqueta era Tobiatha. Fue como una señal para mí, una señal de que estaría a salvo allí, que sería bien recibida y querida. Así que dije que sí.

Mordis me dio su tarjeta de todos modos, y me insistió en que si cambiaba de idea me aceptaría en el Scales en cualquier momento, sin hacer preguntas.

El año del diluvio
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