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Después de esa primera vez me sentí muy feliz, como si estuviera cantando. No una canción compungida, sino más bien el canto de un pájaro. Me encantaba estar en la cama con Jimmy, tener sus brazos en torno a mí, me hacía sentir segura, y me resultaba asombroso lo resbaladiza y sedosa que se siente la propia piel en contacto con la de otro. El cuerpo tiene su propia sabiduría, decía Adán Uno: él se refería al sistema inmunológico, pero también era cierto en otro sentido. Esa sabiduría no era sólo como cantar, era como bailar, pero mejor. Estaba enamorada de Jimmy, y tenía que creer que Jimmy estaba igual de enamorado de mí.

Escribí en mi diario: Jimmy. Luego lo subrayé en rojo y puse un corazón rojo. Todavía desconfiaba de escribir lo suficiente para no poner todo lo que estaba ocurriendo, pero cada vez que teníamos sexo dibujaba otro corazón y lo pintaba.

Quería llamar a Amanda y contárselo, aunque Amanda había dicho una vez que la gente que te habla de sexo es tan aburrida como la gente que te cuenta sus sueños. Pero cuando fui a mi armario y saqué mi tigre de peluche, el teléfono morado ya no estaba allí.

Sentí un escalofrío. Mi diario aún estaba dentro del oso, donde lo había escondido. Pero no tenía teléfono.

Entonces Lucerne entró en mi habitación. Me dijo que si no sabía que todos los teléfonos que había dentro del complejo tenían que estar registrados para que la gente no pudiera comunicar secretos industriales. Era un delito tener un teléfono sin registrar y Corpsegur podía seguir la pista de esos teléfonos. ¿No lo sabía?

Negué con la cabeza.

—¿Pueden saber a quién he llamado? —pregunté.

Dijo que podían investigar los números, lo cual podía ser una pésima noticia a ambos lados de la línea. No dijo «pésima noticia», dijo «consecuencias desafortunadas».

Luego dijo que a pesar de mi obvia creencia de que era una mala madre, ella guardaba mis intereses de corazón. Por ejemplo, si encontraba un teléfono morado con un número llamado frecuentemente, ella podía enviar un mensaje de texto que dijera: tíralo. Así que si localizaban ese segundo teléfono, sería dentro de un contenedor. Y ella misma se desharía del morado. Y ahora se iba a jugar a golf, y esperaba que reflexionara sobre lo que acababa de decirme.

Reflexioné. Pensé: Lucerne ha hecho todo por salvar a Amanda. Tenía que saber que la llamaba a ella. Pero odia a Amanda. Así que realmente ha hecho todo por salvar a Zeb: a pesar de todo, todavía le quiere.

Ahora que estaba enamorada de Jimmy tenía más simpatía por Lucerne y por la forma en que solía comportarse en relación a Zeb. Me di cuenta de que podías hacer cosas extremas por la persona a la que amas. Adán Uno decía que cuando amas a una persona, ese amor no siempre se devuelve de la forma en que querrías, pero de todos modos es algo bueno porque el amor te envuelve como en una ola de energía, y puede ayudar a una criatura a la que quizá ni siquiera conoces. El ejemplo que daba era el de alguien que moría por un virus y luego era devorado por los buitres. No me había gustado la comparación, pero la idea general era cierta; porque allí estaba Lucerne, enviando ese mensaje de texto porque amaba a Zeb, pero como efecto secundario salvaba a Amanda, lo cual no había sido su intención original. Así que Adán Uno tenía razón.

Pero entretanto había perdido el contacto con Amanda. Me sentía muy triste por eso.

Jimmy y yo todavía hacíamos los deberes juntos. En ocasiones, los hacíamos de verdad, cuando había más gente alrededor. El resto del tiempo no los hacíamos. Tardábamos un minuto en quitarnos la ropa y echarnos uno en brazos del otro, y Jimmy me pasaba las manos por todas partes y me decía que era muy delgada, como una sílfide: le gustaban esas palabras, y yo no siempre sabía qué significaban. Decía que a veces se sentía como un abusador de menores. Después escribí algunas de las cosas que dijo como si fueran profecías. «Jimmy es tan genial que me llama sílfide.» No me preocupaba mucho la ortografía, sólo por la sensación.

Lo amaba con locura. Pero entonces cometí un error. Le pregunté si aún amaba a Wakulla o me amaba a mí. No debería haberle preguntado eso. Él tardó demasiado en responder y luego dijo: «¿Eso importa?» Quería decirle que sí, pero le dije que no. Entonces Wakulla Price se mudó a , y Jimmy se puso de mal humor y empezó a pasar más tiempo con Glenn del que pasaba conmigo. Así que ésa era la respuesta, y me hizo muy desgraciada.

A pesar de eso, todavía teníamos relaciones, aunque no con mucha frecuencia: los corazones rojos de mi diario estaban cada vez más separados. Hasta que un día vi por casualidad a Jimmy en el centro comercial con esa chica mayor grosera llamada LyndaLee, de la que se rumoreaba que se lo hacía con todos los chicos de la escuela, de uno en uno pero deprisa, como quien come sojanueces. Jimmy tenía una mano en el culo de ella, y entonces le inclinó la cabeza y la besó. Fue un beso largo y húmedo. Me mareé de pensar en Jimmy con ella, y recordé algo que había dicho Amanda de las enfermedades, y pensé, lo que tiene LyndaLee también lo tengo yo. Y me fui a casa y vomité y lloré, y luego me metí en mi gran bañera blanca y me di un baño caliente. Pero no me alivió mucho.

Jimmy no sabía que estaba al tanto de lo suyo con LyndaLee. Al cabo de unos días me preguntó si podía pasarse como de costumbre y le dije que sí. Escribí en mi diario: «Jimmy, fisgón asqueroso, sé que estás leyendo esto. Es repugnante. ¿Crees que me gustas porque me haya acostado contigo? Pues no, así que ¡¡¡Deja de leer!!!» Dos subrayados rojos debajo de «repugnante» y tres debajo de «deja de leer». Dejé el diario encima de mi tocador. Tus enemigos pueden usar lo que escribes contra ti, pensé, pero tú también puedes usarlo contra ellos.

Después del sexo me di una ducha yo sola, y cuando salí, Jimmy estaba leyendo mi diario, y me preguntó por qué lo odiaba de repente. Se lo conté. Usé palabras que nunca antes había pronunciado en voz alta, y Jimmy dijo que se había equivocado conmigo, que era incapaz de comprometerse por culpa de Wakulla Price, que se había convertido en un vertedero emocional, aunque quizás era destructivo por naturaleza, porque jodía a todas las chicas que tocaba. Y yo le pregunté cuántas serían exactamente. No podía soportar que me incluyera en un gran canasto de chicas, como si fuéramos melocotones o nabos. Entonces dijo que de verdad me quería como persona y que por eso era honesto conmigo, y yo le dije que se fuera a tomar por el culo. Así que rompimos de malos modos.

El periodo que siguió fue muy oscuro. Yo me pregunté qué estaba haciendo en la tierra: a nadie le importaría demasiado si dejara de estar. Quizá debería despojarme de lo que Adán Uno llamaba mi cáscara y transformarme en un buitre o en un gusano. Pero entonces recordé lo que solían decir los Jardineros: «Ren, tu vida es un don precioso, y donde hay un don hay alguien que da, y cuando te dan un regalo siempre has de decir gracias.» Así que eso me ayudó un poco.

También podía oír la voz de Amanda: ¿por qué eres tan débil? El amor nunca es un comercio justo. Jimmy se ha cansado de ti, ¿y qué? Hay tipos por todas partes, como gérmenes, y puedes elegirlos como quien elige flores y tirarlos cuando se marchitan. Pero has de actuar como si te lo estuvieras pasando espectacular y cada día fuera una fiesta.

Lo que hice después no estuvo bien, y todavía estoy avergonzada de ello. Me acerqué a Glenn en la cafetería: hacía falta valor, porque Glenn era tan frío que era casi un cubo de hielo. Y le pregunté si quería salir conmigo. Lo que tenía en mente era tirármelo y que Jimmy lo descubriera y se jodiera. No es que quisiera tener sexo con Glenn, sería como follarse un tenedor de ensalada. Muy plano y de madera.

—¿Salir? —dijo Glenn, desconcertado—. ¿No estás con Jimmy?

Le dije que había terminado y que de todas formas nunca había sido nada serio, porque Jimmy era un payaso. Entonces le solté lo primero que me vino a la cabeza.

—Te vi con los Jardineros en el Árbol de —dije—. ¿Te acuerdas? Yo fui la que te llevó a ver a Pilar. Con esa miel.

Él pareció alarmado y me dijo que deberíamos tomarnos un Happicappuccino y hablar.

Hablamos. Hablamos mucho. Salimos tanto por el centro comercial que los chicos empezaron a decir que estábamos enrollados, pero no lo estábamos: nunca fue un romance. ¿Y entonces qué era? Supongo que Glenn era la única persona en HelthWyzer con la que podía hablar de los Jardineros, y lo mismo le pasaba a él. Ese era el vínculo. Era como pertenecer a un club secreto. Quizá Jimmy no fue nunca mi alma gemela, quizás era Glenn. Lo cual era una idea extraña, porque él era un chico extraño. Más como un cyborg, que era como solía llamarle Wakulla Price. ¿Éramos amigos? Yo nunca habría dicho eso. En ocasiones me miraba como si yo fuera una ameba o algún problema que tuviera que resolver con las nanobioformas.

Glenn ya sabía muchas cosas de los Jardineros, pero quería saber más. ¿Cómo era vivir con ellos todos los días? ¿Qué hacían y decían, qué creían en realidad? Me pedía que cantara las canciones, quería que repitiera lo que decía Adán Uno en sus discursos de santos y festividades: Glenn nunca se rio como lo habría hecho Jimmy si lo hubiera hecho con él. En cambio, decía cosas como:

«Entonces creen que no deberíamos usar nada que no fuera reciclado. Pero y si las corpos dejan de fabricar nada nuevo. Nos quedaríamos sin.» En ocasiones me preguntaba cosas más personales como: «¿Comerías animales si estuvieras muriéndote?» o «¿Crees que de verdad ocurrirá el Diluvio Seco?». Pero yo no siempre conocía las respuestas.

También hablaba de otras cosas. Un día dijo que lo que siempre tenías que hacer en una situación adversa era matar al rey, como en ajedrez. Yo le dije que la gente ya no tenía reyes. Dijo que se refería al centro de poder, aunque hoy no sería una sola persona, serían las conexiones tecnológicas. Le pregunté si se refería a codificar e hibridar, y me dijo que algo así.

Un día me preguntó si creía que Dios era un clúster de neuronas, y si era así, si la gente que tenía ese clúster lo había heredado por selección natural, porque les confería una ventaja competitiva, o si quizás era sólo un tímpano como ser pelirrojo, que no afectaba ni de una forma ni de otra tus posibilidades de supervivencia. Muchas veces estando con él sentía que no hacía pie, así que decía: «Tú qué crees.» Él siempre tenía una respuesta.

Jimmy nos vio juntos en el centro comercial y pareció desconcertado, pero no por mucho tiempo, porque lo pillé haciéndole una señal a Glenn con los pulgares hacia arriba, como diciendo: «Adelante, colega, te invito.» Como si yo fuera de su propiedad y me estuviera compartiendo.

Jimmy y Glenn se graduaron dos años antes que yo y fueron a la universidad. Glenn fue a WatsonCrick con todos los cerebritos y Jimmy fue a Academy, que era para chicos sin potencial matemático o científico. Así que al menos ya no tuve que ver más a Jimmy en el instituto, acercándose a esta chica o a aquélla. Pero casi era peor sin Jimmy allí que con Jimmy.

De algún modo pasé los dos años siguientes. Mis notas eran malas, y yo no pensaba que pudiera ir a la universidad: terminaría como una esclava de salario mínimo, trabajando en SecretBurgers o en un sitio por el estilo. Pero Lucerne movió algunos hilos. La oí hablar de ello con uno de sus amigos del club de golf: «No es estúpida, pero la experiencia en la secta ha arruinado su motivación. Así que es lo mejor que podemos conseguir.» De manera que compartiría el mismo espacio con Jimmy: eso me puso tan nerviosa que me mareé.

La noche anterior a salir en el tren bala releí mi viejo diario, y entonces supe lo que querían decir los Jardineros con «ten cuidado con lo que escribes». Eran mis propias palabras de cuando había sido tan feliz, salvo que ahora leerlas era una tortura. Me llevé el diario calle abajo, doblé la esquina y lo tiré en un contenedor de basuróleo. Se convertiría en aceite y todos esos corazones rojos que había dibujado se alzarían en humo, pero servirían para algo.

Parte de mí pensaba que volvería a encontrarme con Jimmy en , y él diría que siempre me había querido y que volveríamos a estar juntos, y yo le perdonaría y todo volvería a ser maravilloso como al principio. Pero la otra parte de mí se daba cuenta de que las posibilidades de que eso pasara eran nulas. Adán Uno decía que la gente puede creer dos cosas opuestas al mismo tiempo, y en ese momento supe que era verdad.

El año del diluvio
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