31Toby. Día de los Topos

Año 25

Cuando el Diluvio desate su cólera tenéis que contar los días, decía Adán Uno. Tenéis que observar las salidas del sol y los cambios de la luna, porque hay una estación para cada cosa. En las meditaciones, no os alejéis en exceso en vuestros viajes interiores, no sea que entréis en lo eterno antes de tiempo. En vuestros estados de barbecho, no descendáis a un nivel demasiado profundo para volver a salir, o llegará la noche en que todas las horas serán iguales para vosotros, y entonces ya no habrá esperanza.

Toby ha estado contando los días en una libreta vieja del AnooYoo Spa-in-the-Park. Cada página rosa tiene en la parte superior dos ojos de largas pestañas —uno de ellos guiñado— y un beso de pintalabios. A ella le gustan esos ojos y esas bocas sonrientes: le hacen compañía. Encima de cada página nueva apunta la festividad de los Jardineros o el santo del día. Aún puede recitar la lista completa de memoria: san E. F. Schumacher, santa Jane Jacobs, santa Sigurdsdottir de Gullfoss, san Wayne Grady de los Buitres; san James Lovelock, el bendito Gauthama Buda, santa Bridget Stutchbury del Café Arábigo, san Lineo de , de los Cocodrilos, san Stephen Jay Gould del Esquisto Jurásico, san Gilberto Silva de los Murciélagos. Y el resto.

Bajo el nombre de cada santo, Toby escribe sus notas de agricultura: lo que se ha plantado, lo que se ha cosechado, la fase lunar, los insectos huéspedes.

«Día de los Topos —escribe hoy—. Año 25. Hacer la colada. Luna creciente.» El Día de los Topos formaba parte de de San Euell. No era un buen aniversario.

En el lado positivo, ya debería haber algunas polibayas maduras. La fuerza del gen híbrido de las polibayas es que da fruto en todas las estaciones. Quizás a última hora de la tarde irá a recogerlas.

Dos días antes —en San Orlando Garrido de los Lagartos— hizo una anotación que no estaba relacionada con la agricultura. «¿Alucinación?», había escrito. Ahora cavila sobre esa anotación. En ese momento pareció una alucinación.

Fue después de la tormenta del día. Toby se hallaba en el tejado, comprobando las conexiones entre los cubos: del único grifo que había dejado abierto abajo no salía agua. Encontró el problema —un ratón ahogado que atascaba la toma— y se estaba volviendo hacia la escalera cuando oyó un extraño sonido. Era como un canto, pero no un canto que hubiera oído antes.

Examinó con los prismáticos. Al principio no vio nada, pero luego en el extremo del campo, apareció una extraña procesión. Parecía formada únicamente por gente desnuda, aunque un hombre que iba delante llevaba ropa, y una especie de sombrero rojo y, ¿podía ser?, gafas de sol. Detrás de él había hombres, mujeres y niños, de todos los colores de piel conocida; al concentrarse, vio que varias de las personas desnudas tenían abdómenes azules.

Por eso había decidido que tenía que ser una alucinación: por el azul. Y por el canto cristalino sobrenatural. Había visto las figuras sólo un momento. Estaban allí, luego se desvanecieron como humo. Debían de haberse internado entre los árboles para seguir aquel sendero.

Había dado saltos de alegría: no pudo evitarlo. Había tenido ganas de bajar corriendo por la escalera, de salir corriendo del edificio, de ir tras ellos. Pero era una esperanza demasiado grande, esperar que vivieran otras personas, tantas otras personas. Otras personas que parecían muy sanas. No podía ser real. Si se dejaba cautivar por esos espejismos, si permitía que esos cantos de sirena la atrajeran al bosque de los cerdos, podría ser la primera persona en la historia en ser destruida por las proyecciones excesivamente optimistas de su propia mente.

Al enfrentarse a un vacío excesivo, decía Adán Uno, el cerebro inventa. La soledad crea compañía igual que la sed crea agua. ¿Cuántos marineros habían naufragado en busca de islas que no eran más que un resplandor?

Toby coge el lápiz y tacha el signo de interrogación. «Alucinación», dice ahora. Claro. Simple. No cabe duda.

Toby deja el lápiz, recoge el palo de la fregona, sus prismáticos y el rifle, y sube al tejado por la escalera para examinar su territorio. Todo está tranquilo esta mañana. No hay movimiento en el campo: no hay animales grandes, no hay cantantes desnudos teñidos de azul.

El año del diluvio
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Sec0000.xhtml
Sec0001.xhtml
Sec1.xhtml
Sec2.xhtml
Sec2-1.xhtml
Sec2-2.xhtml
Sec3.xhtml
Sec4.xhtml
Sec0008.xhtml
Sec0009.xhtml
Sec0010.xhtml
Sec0011.xhtml
Sec0012.xhtml
Sec0013.xhtml
Sec0014.xhtml
Sec0015.xhtml
Sec11.xhtml
Sec0017.xhtml
Sec0018.xhtml
Sec0019.xhtml
Sec0020.xhtml
Sec0021.xhtml
Sec0022.xhtml
Sec0023.xhtml
Sec0024.xhtml
Sec0025.xhtml
Sec0026.xhtml
Sec0027.xhtml
Sec0028.xhtml
Sec0029.xhtml
Sec0030.xhtml
Sec0031.xhtml
Sec0032.xhtml
Sec0033.xhtml
Sec0034.xhtml
Sec0035.xhtml
Sec0036.xhtml
Sec0037.xhtml
Sec0038.xhtml
Sec0039.xhtml
Sec0040.xhtml
Sec0041.xhtml
Sec0042.xhtml
Sec0043.xhtml
Sec0044.xhtml
Sec0045.xhtml
Sec0046.xhtml
Sec0047.xhtml
Sec0048.xhtml
Sec0049.xhtml
Sec0050.xhtml
Sec0051.xhtml
Sec0052.xhtml
Sec0053.xhtml
Sec0054.xhtml
Sec0055.xhtml
Sec0056.xhtml
Sec0057.xhtml
Sec0058.xhtml
Sec0059.xhtml
Sec0060.xhtml
Sec0061.xhtml
Sec0062.xhtml
Sec0063.xhtml
Sec0064.xhtml
Sec0065.xhtml
Sec0066.xhtml
Sec0067.xhtml
Sec0068.xhtml
Sec0069.xhtml
Sec0070.xhtml
Sec0071.xhtml
Sec0072.xhtml
Sec0073.xhtml
Sec0074.xhtml
Sec0075.xhtml
Sec0076.xhtml
Sec0077.xhtml
Sec0078.xhtml
Sec0079.xhtml
Sec0080.xhtml
Sec0081.xhtml
Sec0082.xhtml
Sec0083.xhtml
Sec0084.xhtml
Sec0085.xhtml
Sec0086.xhtml
Sec0087.xhtml
Sec0088.xhtml
Sec0089.xhtml
Sec0090.xhtml
Sec0091.xhtml
Sec0092.xhtml
Sec0093.xhtml
Sec0094.xhtml
Sec0095.xhtml
Sec0096.xhtml
Sec0097.xhtml
Sec0098.xhtml
Sec0099.xhtml
Sec0100.xhtml
Sec0101.xhtml
Sec0102.xhtml
Sec0103.xhtml
Sec0104.xhtml
Sec0105.xhtml
autor.xhtml