SIEMPRE HAY LUTO EN EL HIELO
La despedida es corta,
larga la ausencia.
ANTES DE QUE SE ACABE LA LUZ DE ESTE VERANO
voy a decirte varias cosas que nunca pude sospechar:
en el cuerpo me han brotado hojas nuevas,
una gota de agua, vista en el microscopio, es igual que una boda,
y tú has llegado a ser mi palabra diaria,
mi lenguaje,
y enmarcas ya la vida entera dándole forma al mundo y cuerpo al sueño.
Tu acción es tan viviente
que piense lo que piense me estás constituyendo
lo mismo que el silencio separa las palabras para darles sentido.
La ausencia es como azúcar distraída
y al recordarte ahora se abre en mí un hormiguero con sus miles de hormigas cosquilleándome en la piel,
y has de saber, amiga mía,
que entre el sábado y el domingo hay un entierro rapidísimo,
y en Cercedilla las hortensias insisten en su conjugación
y «el aire ha variado» sólo porque tú existes.
Si de pronto murieras en el lugar más lejano del mundo,
si de pronto murieras, en ese mismo instante, tendría un desprendimiento de retina,
y el mundo en torno mío se iría desvaneciendo
pues ya le das sentido de tal modo
que en la acción de olvidar hay algo tuyo y no puedo olvidarte sino a través de ti,
que eres el agua originaria,
la trama de los días,
la cintura donde quedan las huellas,
como en la deshabitación de estar ausente no queda el hueco sino el rastro,
y algo así como un traje de vivir,
y una voz semejante a la tuya que ahora he vuelto a escuchar pues ya sabes que las mañanas son un poco alucinatorias,
y una envoltura de estupor,
una trasminación de piel a piel
y un beso,
casi un beso,
que estoy sintiendo ahora despertar en mis labios,
de manera inmanente,
igual que en el cristal se conserva el calor de la luz como una vibración.
21 de agosto de 1977