III
MIENTRAS VUELAN LOS PÁJAROS

SI ALGUIEN ME HICIERA UNA PREGUNTA,

se lo agradecería

ya que podría decirle que me gusta mirarte como si regresara de vivir

y es porque veo tus ojos temiendo que se acaben.

La alegría de mirarte crece con el temor

y si sigue creciendo de este modo puede llegar a hacerse insostenible

como una deuda pública que es preciso pagar durante varias generaciones.

Empiezo a verte ahora

y en tus ojos hay pájaros que no regresan nunca,

olas que se disgustan a fecha fija,

cicatrices que pueden despertar,

y algo tuyo, muy tuyo, que al declararse se convierte en misterio

igual que la dulzura se convierte en pregunta.

Tu mirada se extiende cuando llega la noche

y tiene esa bondad un poco intransigente de las personas a quienes se les nota que saben elegir,

y ese color tostado de azúcar vagabunda,

y esa continua averiguación que en tus ojos es igual que una grapa.

Debo decir, amiga mía, que cuento tu mirada entre mis bienes gananciales,

y lo que nunca olvido es ese instante

en que el amor se interna hacia su origen,

y tus ojos se quedan descielados,

y ya no miran, ceden, y caen, pero hacia atrás,

como una piedra entra lentamente en el agua.

Y no hay nada en la vida,

nada,

nada

que se parezca a esos segundos

en que tus ojos vueltos miran dentro de ti,

y sólo quieren ya seguir cayendo,

cedientes,

desasidos,

arrastrados,

y yo no sé mirar pero los sigo

en esa internación que nunca encuentra fondo en su caída,

detrás de ellos, amor, detrás de todo,

detrás de todo, amor, pero sabiendo

que el sol se va a apagar cuando el recuerdo acabe.

14 de agosto de 1977