LO QUE NO QUIERAS OÍR NO LO PREGUNTES

NADIE PUEDE REUNIR LAS HOJAS DE UN OTOÑO

y sería inútil intentarlo

puesto que no se juntan los labios de un amén,

ni cabe en la mirada

esa noche del mundo que llena exactamente la mitad de la tierra.

Lo que no quieras oír no lo preguntes,

no lo preguntes nunca,

ya que es innecesario que nos enseñen lo que llevamos en el tuétano,

lo que sientes caer dentro de ti,

más dentro cada vez,

alucinándote,

hasta que en tu mirada no queda nada más que un cuadro maniatado.

YA SE SABE QUE EL HOMBRE POR EL ASUNTO DE LA EVOLUCIÓN TIENE LOS PIES UN POCO MUERTOS

y es sabido,

también,

que en la vendimia de violencia que es el mundo actual

se ha ido quedando solo,

más solo cada vez con su venda y su parálisis interna,

por lo cual no es extraño que cerremos los ojos para poder dormir,

pero nadie se duerme un año entero

ya que los ojos tienen vacaciones

pero tienen también una función indeclinable y administrativa,

y pueden ver suicidios, ciudades y mujeres,

como ahora te estoy viendo,

como ahora te estoy viendo con tu perfil que es tan exacto como un número,

tus labios casi de limosna,

y tus huesudas manos testamentarias.

¿No recuerdas,

amiga mía,

que yo a veces te miro sosteniéndome en ti?

Así he visto tu piel de azúcar distraída,

tu tic parpadeante,

tu delgadez aprendiendo a escribir,

tus huesos prontos pero tan sólo en esa parte de tu cuerpo donde suele terminar el abrazo,

el álabe de tu cadera que llega suavecito hasta tu vientre igual que llega el tren a la estación,

y esa sonrisa tuya que confunde tus labios y tus ojos

y está siempre acercándose a ellos

entrevolando una alegría.

Y YO ESTOY A TU LADO,

mi vida,

tal vez mi vida pequeñita,

y el corazón me pesa tanto que lo siento crujir como una rama se desgaja,

y el beso que te doy se va haciendo cada vez más anónimo,

y en mis ojos ya ha empezado el deshielo

y siento la succión de esa memoria ciega,

esa memoria entablillada

que ata lo que ya nunca se ha de unir

como una ligadura que se afloja y deja el hueso en tenguerengue.

Así pasan las cosas en mis ojos diarios:

es como si la vida me hubiese hecho un empréstito,

nada más que un empréstito,

para asistir a tu desfile,

y a causa de ello vivo continuamente en el andén de una estación

donde a veces te acercas preguntando por mí:

—¿Cómo estás, amor mío, cómo estás, cómo estás?,

y yo estoy quieto, quieto,

y la quietud me ha hecho saber que vivir de repente es lo mismo que morir de repente,

y todo lo que vivo es transeúnte,

y todo lo que pienso carece de importancia,

carece de importancia, amiga mía, porque no tiene arreglo,

y ya no es hora de pensar sino de vivir,

y es justo y necesario

que cada uno de nosotros siga teniendo su propia historia,

y yo tengo la mía,

yo tengo esta oquedad que me cuenta las horas goteando,

este vacío que me defiende

como la cámara de aire impide a la humedad que penetre en el muro.

ASÍ PASAN LAS COSAS,

ya ves,

y sin embargo

debes tener en cuenta

que mis palabras no son en modo alguno una pregunta,

pues lo que no se quiere oír no debe preguntarse,

pero tampoco son una queja, pues quejarse es inútil,

tan inútil como esos cuentos que sólo hacen reír a quien los dice;

éste es mi modo de vivir,

éste es mi modo natural de vivir la alegría que nos está quemando juntos,

y a pesar de ello

no la puedo perder porque tú eres

el corazón que me he olvidado de cerrar,

mi sed,

mi sangre aparte,

mi empujón en la noche,

y quizás ya estás siendo mi tren para morir;

y sé muy claramente que no importa,

que nada importa sino pedirte que convivas este desasimiento,

esta alegría,

esta emoción pávida y terminal de ver tu rostro a todas horas

en el espejo de un vacío.

19 de agosto de 1976