LAS ALAS CIEGAS

QUIEN NO SUFRE SE QUEMA,

y yo recuerdo que la primera vez que hablamos

me mirabas con tal intensidad

que te quedabas añadida a mis ojos.

Así ha pasado el tiempo desde entonces

y las cosas que he vivido contigo se convirtieron en necesidades

y la vida que no vivimos juntos es una casa sin ventanas.

Las alas llevan a la niñez,

pero tú me mirabas de tal modo,

me mirabas doliendo de tal modo,

que a partir de aquel día no he logrado saber

si hay que vivir o hay que morir lo que se ama

pues cuanto no se muere más de una vez en nuestra vida

no llega a madurar: es gratuito.

MORIR ES UN APRENDIZAJE

¿no recuerdas que los amigos que más queremos

se nos fueron haciendo indispensables,

poco a poco,

y hoy los vemos andar como sonámbulos en el sueño de Dios,

y su rostro al mirarlo se desdibuja,

nos parece movido,

como

cayendo a bien morir?

El temblor es un muro que separa la sangre en dos orillas,

y ahora quiero decirte,

amiga mía,

que aquel diálogo primerizo no ha terminado aún,

no puede terminar

ya que «la muerte no interrumpe nada»

y esto no son palabras, son latidos

y distienden la sangre como se alargan las palabras cuando haces el amor.

QUIEN NO SUFRE SE QUEMA,

y yo quiero decirte,

quiero añadir aún,

que hay ocasiones en que la certidumbre de vivir se hace tan dirimente

que ya no puedes sostenerte ni sostenerla.

No lo olvides,

amiga mía,

hay personas que no saben que sufren y hay personas que no saben sufrir

como hay lugares en el mundo donde nunca ha volado una paloma,

y tú sabes muy bien que cuando estoy a tu lado nunca te dejo de mirar porque temo perderte,

no sé cómo, no sé,

pero temo perderte, precisamente ahora cuando juntas el cielo con la tierra,

precisamente ahora cuando lo juntas todo: la víspera, el insomnio, los adioses,

la nieve cuando cae,

¿no recuerdas su lástima cayendo?,

¿no recuerdas también

que el amor tiembla al derramarse para juntar dos cuerpos,

y es lo mismo que un gas que al concentrarse se licúa?

MORIR ES COMO AMAR,

morir es un aprendizaje progresivo

y asiduo,

y yo recuerdo otros momentos tuyos

más difíciles

en los que me mirabas con los ojos empalizados,

y la sonrisa veraneándote en la boca,

pues cuando estás a la defensiva

la indecisión te agrieta un poco,

te va agrietando lentamente

como la carne se cae del cuerpo con la lepra.

LAS ALAS LLEVAN A LA NIÑEZ,

esto está claro, pero ahora,

para que nunca vuelvas a sufrir,

voy a inventarte una alegría,

voy a extraer,

de donde esté,

algún recuerdo tuyo que pueda sostenerte,

y te recuerdo niña,

y te veo despertar cada mañana en un pueblo distinto,

y te estoy viendo sola, callejeando y velocísima

con las trenzas siguiéndote y corriendo

cada vez más amparadoras

para no separarse de tu cuello y de ti,

y he sentido crecer tus ojos, tus zapatos,

tu cabello que busca el mar para embarcarse,

y he visto que tu cuerpo te llevaba en volandas,

y no podías gritar

porque ya entonces ibas con tu secreto al hombro,

mientras que toda la población del cielo te miraba escandalizada

repitiendo con los labios jaculatorios y contumaces:

—¡Caramba con la niña!—

Y DESPUÉS, AL LLEGAR A TU CASA, COMO UN COPO DE NIEVE SE DESHACE,

te quedabas dormida con el cuerpo despierto,

con el cuerpo corriendo todavía,

y la noche era un puente roto

sin más,

sin otra cosa,

hasta que muy de mañanita te lavabas de chapuzón,

y subías al dormitorio de tus padres para besarlos sin chistar,

y como entonces no tenías en el mundo más amiga que el ama,

te marchabas al colegio con ella

y en el momento en que llegabais juntas a la calle,

todo se hacía domingo porque os necesitabais mutuamente

y ella reunía su desamparo con el tuyo,

y te miraba para vivir,

y te hablaba despacio y tiritando las palabras

con la voz agachada mientras

marchabais apretujándoos

ya que a ti te gustaba pisar seguido, muy seguido y sin salirte del bordillo;

y no sé cómo podíais llevar el mismo paso

porque tú andabas como saltando y ella andaba como rezando;

y yo he visto esa calle muchos años después

y la he mirado con los ojos que tú entonces tenías,

y la calle era un árbol con monjas en las ramas,

no me digas que no,

no me interrumpas,

ya sé que en torno del colegio la calle era distinta

como si comenzase a hablar contigo en una lengua vuestra,

pero al llegar hasta el zaguán en donde os despedíais,

te sentías desahuciada,

y comenzabas a tener un temblor muy despacito pero muy junto,

pues al quedarte sola vivías tu vida entera

como se vive una premonición.

Y esto es lo que recuerdo,

lo que he podido recordar

cuando vuelvo a mirarme en tus ojos de niña para tratar de devolverte algo,

una migaja de alegría,

siguiendo el vuelo de las alas ciegas.

11 y 12 de agosto de 1977