FALTA UN POCO DE HILO

CUANDO ALGUIEN SE NOS MUERE, ¿QUÉ SE LLEVA LA MUERTE DE CASA?

Queda un grito acostado,

y el grito es una forma de acercamiento que se siente en las vísceras,

por eso te estremece antes de oírlo;

y por eso también

suprime ese bloqueo,

esa separación entre dos personas que cuando estaban juntas eran mártires compatibles.

Cada vez que me muevo tropiezo en el armario;

todo termina en él y no encuentro las llaves,

¿dime tú dónde están?,

dímelo tú,

no te quedes callado,

las palabras se mueven y aquí todo está quieto,

quizás en nuestros pies falta un poco de hilo,

falta un poco de hilo,

y los pasos que damos se distancian.

HAY QUE ABRIR LAS VENTANAS, PERO NO SÉ SI DEBO HACERLO;

es pronto todavía

para romper esta quietud que se adentra como el cáncer en el pulmón,

que se adentra en la casa

y deja algo en el aire desuniéndolo.

La lepra es tan antigua como el agua que bebes

y no consigo desunirlas

pero explícamelo,

tienes que hablar ahora hasta que todo vuelva a reincidir y los pies se me acaben.

La noche es consanguínea y ya empieza a imponerme su difícil fraternidad,

y sé que estoy viviendo pero sólo a pedazos

igual que si bajara una escalera con el cuerpo partido en dos mitades.

Hay años de distancia entre una silla y otra,

y aquí,

junto a la nieve,

soy una enfermedad desasistida que cada vez se agrava más,

y la muerte es un lago que se ha juntado gota a gota hasta llenar la casa,

y siento su humedad,

la humedad de la muerte,

como una niña que se orina de miedo;

aunque no tengo miedo,

y en la cuenca del ojo no me queda una lágrima.

Tengo sólo un silencio que corta como un vidrio,

y una niñez desierta

con su asombroso corazón de trapo.

Hay en cada rincón un espejo mirándome,

y el espejo es un hueco por donde pasa el agua,

el agua que no miente,

pero ¿dímelo tú?,

dímelo tú,

no te calles ahora,

me tienes que explicar por qué no duermo,

ni quiero recoger las ropas de la cama,

las cortinas,

los muebles que en un instante envejecieron,

la mano que de pronto se me va haciendo grande,

supliendo alguna falta,

igual que las palabras que no nos atrevimos a pronunciar desencajan la boca de los muertos,

para decirse inacabablemente.

LAS PAREDES SON CARTAS ESCRITAS POR LOS AÑOS

y ahora no entiendo su escritura,

no la puedo entender: era un calor que se ha perdido,

era un calor de todos,

ese calor reunido que tan sólo se siente cuando está evaporándose.

Me siento tan vacía que mi aliento no empaña los cristales

porque en mi casa sintiéndome extranjera,

porque no tomo parte en este luto,

ni puedo comprender por qué razón mientras avanzo a ciegas las puertas de la casa se cierran tras de mí,

tal vez lo necesite,

el aislamiento es duro pero alivia;

nadie se siente responsable mientras se siente aislado.

A trasmano en la alfombra hay unas zapatillas que parecen alas,

una bata en la percha descolgándose

y una carta en la mesa,

una carta que se está despidiendo todavía,

pero ya sé lo que hay que hacer,

lo consiguiente:

hay que dejar las cosas como están si quieres que la muerte pueda seguir su curso;

no la debo alejar,

es necesaria para dar a las cosas un orden que era el suyo,

y no voy a tocar estas monedas que son la vuelta de una compra,

no las voy a tocar:

están gastándose.

Cuanto miran mis ojos ha venido en mi ayuda,

quizás basta cerrarlos para seguir teniendo una obsesión,

una obsesión definidora,

pues un mismo dolor es siempre nuevo;

pero ¿dímelo tú?

dime por qué la muerte repentina nunca es la muerte propia,

y no se relaciona con nosotros

pues todo lo que has sido no puede terminar en una absurda improvisación.

Además es ajena

ya que quien muere de improviso no se lleva consigo nada suyo,

ni siquiera el cansancio de haber llegado hasta la muerte a pie,

o un beso para luego,

una mitigación bisbiseante,

una mano que arregle la almohada.

Y TODOS LOS ASPECTOS DE LA MUERTE GIRAN EN TORNO A MÍ COMO UN TIOVIVO

—sus caballos que corren y no tocan el suelo,

su música destornillada y chirriante,

sus espejos de hielo convirtiéndose en máscaras—,

pero hay uno que ahora me está doliendo más,

ya que la muerte repentina es tan injusta que sigue siendo incomprensible,

y vuelve a repetirse ante nosotros como si sólo fuese una avería,

la gripa de un motor,

y le quita a la muerte su misterio.

¿Acaso no lo has visto?

¿Acaso no estás viendo que seguimos mirándola

descarnados,

atentos,

destruidos,

esperando que ocurra algo para hacérnosla comprender?

Pero no lo conseguiremos,

lo que ocurre es un frío,

una forma de muerte que no basta,

una forma de muerte que sigue siendo recuperable

porque deja la luna atada a un poste,

y ahora tienes que hablarme para empezar de nuevo,

y hacerme comprender,

porque seguía escuchando sus palabras a través de la niebla como si hablara desde un púlpito,

desde el púlpito aquel del cuerpo muerto.

Y CADA VEZ ESTÁ MÁS CLARO QUE NO PUEDO ENTENDERME CON LA MUERTE,

sin embargo me ayuda,

hay algo en ella que no acaba,

que no puede acabar,

pues en su desescombro desmantela nuestras defensas

para que todo cobre su justa proporción

—los amigos, la podredumbre, la oficina—,

y nos podamos liberar de adherencias inútiles.

Esta es su propiedad,

su extraña donación,

y al quedarme con ella

siento esa imprevisible seguridad que le da a nuestra vida un orden nuevo,

pues al habilitar nuestras raíces

se convierte en destino como si ya circunscribiera nuestra vida futura.

Ésta es su servidumbre,

su piedad sin cuartel,

ya que sólo a la sombra de la muerte las cosas nos revelan su sentido,

como el dibujo delimita sobre el papel en blanco un cuerpo que está ausente,

un cuerpo que es la forma de la ausencia.

ÉSTA ES SU PROCREACIÓN,

su valor genital,

y su habilitación despavorida;

en fin y casi legalmente,

ésta es su fuerza ordenadora,

pero

¿dímelo tú?

lo necesito,

la única certidumbre que he tenido estos años la he sentido cayendo en el vacío,

y sigo desde entonces el hilo de la muerte,

la trama de la nada,

la trama de la nada que me ha dado su colaboración igual que un cheque en blanco,

y su expediente general.

¿No sientes su presencia?,

¿no la oyes?

se ha quedado sentada entre nosotros;

tal vez ya no se marche,

tal vez sólo podamos definirnos en su desolación,

puesto que todo lo reduce a un número,

todo lo deja en claro y ahora basta corroborarla,

confirmarla contigo sólo un momento más,

sólo

un momento

más:

es suficiente:

me está desmemoriando con su abrazo.

8 al 10 de agosto de 1978