Capítulo 41

2016

La hierba helada cruje bajo nuestros pies mientras paseamos por Dulwich Park bajo el sol invernal. Henry me agarra con fuerza la mano, como ha hecho desde que vimos las noticias. Solo le dije que papá ha tenido que irse durante un tiempo. Las palabras se me pegaron a la garganta. Él parece intuir que hay algo más, pero no me ha pedido detalles. Sin embargo, ha preguntado por su hermana, por lo que estoy tratando de armarme de valor para organizar un encuentro con Catherine. Sospecho que tenemos muchas cosas en común.

Han pasado dos semanas desde que salí de la habitación de Henry y descubrí que Sam se había ido. Me senté a la mesa de la cocina con Polly, esperando a que llegara la policía mientras tomábamos un té y mis músculos se relajaban lentamente y entraba de nuevo en calor. Henry tarareaba desentonando en la sala de estar; se oía el tranquilizador clic-clac de sus trenes mientras Polly y yo hablábamos. Le dije cosas que nunca le había dicho a nadie: sobre Maria, sobre Sam y yo, sobre lo que me hacía, sobre lo que yo le permitía que me hiciera y cómo me hacía sentir. Noté que las cosas entre Polly y yo eran distintas; puede que fuera una barrera que no había estado allí antes. Sin embargo, mientras hablábamos me di cuenta de que era todo lo contrario: había desaparecido la barrera, la que yo ponía entre ambas cada vez que nos veíamos desde que la conocí. Ahora me ve tal como soy, en mi totalidad.

Nos habíamos sumido en un cómodo silencio cuando sonó el timbre de la puerta, un agudo recordatorio de que no podía quedarme enclaustrada eternamente en casa con Polly. Aunque la inspectora Reynolds se comportó con su habitual profesionalidad, me dedicó unas atenciones que antes se había ahorrado. A diferencia de las otras veces que nos habíamos visto, las palabras salieron de mi boca a borbotones. Se lo conté todo. Me dijo que, teniendo en cuenta el tiempo que había transcurrido y lo que después había hecho Sam, era poco probable que se tomaran medidas en mi contra, ya fuera en relación con la muerte de Maria como con el hecho de haber ocultado el asunto de los mensajes de Facebook. No le pregunté si les contaría a Bridget y a Tim mi participación en los sucesos ocurridos esa noche de 1989. No he sabido nada de ninguno de los dos desde el día que salí huyendo del bungaló de Bridget hacia lo que pensé que era un terreno seguro.

Reynolds también tenía noticias para mí: un excursionista que recorría el camino costero llamó a la policía para comunicarles que había visto el coche de Sam hacía solo una hora, abandonado cerca de los acantilados de Sharne Bay. Estaba al final de un camino casi intransitable que va de la carretera hasta los acantilados pasando por el bosque del instituto. El conductor se había estrellado contra un árbol y decidió dejar el coche allí. La parte delantera izquierda del parachoques estaba abollada contra un pino y había trozos de cristal por todas partes.

No puedo evitar pensar en él ahora, avanzando por ese camino en la oscuridad, más allá del bosque. ¿Estaría pensando en ese momento en Sophie o en Maria? ¿O estaría pensando en Henry y en Daisy? Puede que estuviera pensando también en Catherine y en mí. Desde que recibí la solicitud de amistad de Maria, la pregunta sobre qué le pasó realmente me ha estado consumiendo. Ya no tengo que seguir especulando; he pagado un precio terrible por saber la verdad. Quizá sea lo que me merezco.

Henry me tira de la mano en dirección a la zona de juegos. Recuerdo la última vez que estuve aquí. Intento no pensar en Pete y en la conversación que tuvimos la semana pasada. Me tuve que armar de todo el valor que me quedaba para coger el teléfono, pero sabía que debía disculparme con él para hacer borrón y cuenta nueva y así poder volver a empezar. Lo primero que hice fue pedirle disculpas, pero luego se quedó desconcertado cuando le pregunté por su mujer y su hijo. No lo hice deliberadamente; solo quería que supiera que lo sabía, y que no pasaba nada. Le dije que nada de lo que él pudiera hacer sería tan grave como lo que yo había hecho y que entendía que yo no estaba en situación de juzgar a nadie. No sé si se enfadó o le pareció divertido que yo hubiera sacado una conclusión tan precipitada y fácil, cuando en realidad la mujer y el niño que vio Esther eran su hermana y su sobrino.

En la zona de juegos del parque, Henry se monta en el tiovivo y yo empiezo a darle vueltas y más vueltas; su rostro, muy serio, brilla cuando pasa ante mí una y otra vez. Se parece mucho a su padre, un recordatorio constante de lo que he perdido. Veo a Sam en mi imaginación, tan guapo a los dieciséis años, con su pelo rubio y sucio cayéndole sobre los ojos y avanzando por ese camino, sosteniendo en sus brazos el peso muerto de Maria. Tan seguro de sí mismo, tan popular. ¿Qué guardaba en su interior que le permitió cruzar esa línea, y atravesarla más de una vez? Durante todos los años que estuvimos juntos, ¿no debería haber sido capaz de verlo? Sin embargo, no creo que hubiera podido verlo con claridad; mis ojos estaban enturbiados por el pasado y por la vergüenza; por el amor.

Pienso en los últimos momentos de Maria, en lo asustada que debía estar, y también en Bridget, cuya vida quedó irremediablemente arruinada. La revelación de Sam no me absuelve. Eso no borra lo que le hice a Maria, jugué mi papel en lo ocurrido, y nunca podré expiar mi culpa. Sin embargo, no puedo seguir viviendo el resto de mi vida en la sombra. Tengo una razón para seguir adelante, para avanzar hacia la luz, y está aquí, girando ante mí, con sus mejillas brillando al cortante viento de diciembre.

—Mamá.

—Dime.

—¿Dónde está papá?

—Ya te lo dije, ¿no? Ha tenido que irse por un tiempo por asuntos de trabajo.

—Pero ¿adónde ha ido?

El oscuro día se cierne sobre mí desde el futuro, el día que tendré que contarle quién es su padre. Sam ha aparecido en las noticias y en internet. Nunca podré ocultarle eso a Henry. Pero, por ahora, dejaré que siga disfrutando de su irresistible inocencia, con sus sonrosadas mejillas y su gorro con borla.

—No muy lejos. Ha tenido que irse por un tiempo, eso es todo. ¿Nos tomamos un chocolate caliente?

Henry da un pequeño brinco de placer. Ahora es muy fácil desviar su atención, pero no será siempre así. No podré retenerle junto a mí eternamente. Llegará un día en que tendré que dejar que vaya solo a la escuela o a la piscina con sus amigos. Me acusará de ser sobreprotectora, y será cierto, pero yo tendré mis razones.

Mi cabeza me dice que Sam se ha ido, pero aún puedo notar sus manos alrededor de mi cuello. Aún lo siento en algún recóndito rincón de mi ser, como un gusano parásito, enterrado en la más profunda oscuridad, la peor parte de mí. Podría estar en el fondo del océano o aquí mismo, en el parque, vigilándonos mientras paseamos por el césped. Puede que nunca llegue a saberlo, y tal vez ese sea mi verdadero castigo por lo que le hice a Maria y no los mensajes de Bridget, ni siquiera esa noche en casa con Sam, sino toda una vida mirando por encima del hombro, sin estar segura del todo. Siempre sospechando.

El móvil emite un pitido en el bolso y siento el habitual e impulsivo instinto de alarma, a pesar de que he borrado mi cuenta de Facebook, y no solo en el teléfono. Es un mensaje de texto de Polly; me dice que se ha retrasado, pero que no tardará mucho en llegar con sus hijas. Estos días intento estar en contacto con la gente personalmente en lugar de hacerlo desde una pantalla. Ya no me aferro a los bordes de mi vida; estoy intentando reconstruirla a partir de los fragmentos que quedaron.

Después de lo ocurrido, mis padres vinieron para quedarse unos días, y aunque el reencuentro no fue precisamente de película, percibí que me apoyaban en silencio, y eso fue importante. Papá se tumbó en el suelo con Henry y jugaron a los trenes. Mamá me preparó té sin parar y limpió el baño. Me sentí más cerca de ellos de lo que me había sentido en años.

Mis clientes también han sido muy comprensivos. Rosemary se disculpó por la forma en que me trató aquel día en Islington y me prometió que no se plantearía la posibilidad de trabajar con otra persona.

Cuando Henry y yo entramos en la cafetería, inspecciono mecánicamente el local, preguntándome si alguna vez podré ir a un lugar público sin comprobar si está Sam. Hay mucho vaho y mucho ruido; está lleno de familias: niños pidiendo a gritos un trozo de tarta, padres secando bocas y apartando tazas de café para impedir que los niños las tiren. Me dirijo a la barra. No hay mesas libres, de modo que salimos fuera, preguntándonos si no hará demasiado frío para sentarnos allí.

Henry me mira con inquietud.

—¿Qué estás pensando, mamá?

Una pequeña nube empieza a tapar el sol y una sombra avanza por el césped hacia nosotros, volviéndolo de un verde más oscuro a medida que se mueve. Debo decidir. Puedo quedarme en este limbo eternamente, sentada en la oscuridad, asustada, o puedo tomar el control de mi vida y seguir adelante. Puedo permitir que lo que hice y lo que me hizo Sam marque mi vida o puedo tratar de aprender de ello y vivir una vida mejor.

La nube pasa y vuelve a salir el sol. Me siento a una mesa de la terraza, dejando el chocolate caliente de Henry con cuidado frente a mí. Él también se sienta. Si alguien nos está vigilando, nos verá a los dos sonriendo, bajo la luz del sol.