Capítulo 36
2016
Me quedo petrificada en el umbral. Bridget. Sí, es Bridget. Una serie de imágenes cruza por mi mente: Bridget delante de la puerta de la habitación de Maria, con té y galletas y esperanza en su mirada; Bridget bajo la lluvia y la oscuridad, siendo conducida a las oficinas de la escuela, con el miedo y la rabia grabados en sus ojos en igual medida, Bridget eligiendo todos los años un regalo de cumpleaños para Esther fingiendo que es de Maria, una tirita en su corazón destrozado.
¿Por qué no me he dado cuenta antes? Pero ¿cómo podía saberlo? Aunque viviera un millón de años, nunca podría experimentar un dolor como este, la insoportable angustia que Bridget ha sufrido. Sin embargo, sí puedo comprender cómo puede llegarse a ese dolor, alimentado solo por oscuros pensamientos y por el paso del tiempo, un montón de tiempo vacío. Bridget ha cuidado de su dolor, le ha dado cobijo y lo ha protegido hasta que ha llegado el momento de utilizarlo. Y ahora lo está lanzando sobre mí.
—Pareces sorprendida, Louise. Esperabas encontrar a otra persona.
No es una pregunta.
—¿Dónde está Henry?
—¿De verdad creías que Maria estaba viva? ¿Creías que eso era posible?
Tengo la boca completamente seca y debo hacer un esfuerzo para tragar.
—¿Dónde está Henry? Por favor…
—No, no está viva, Louise. No está viva porque tú la mataste.
Intento obligar a mi mente a procesar lo que estoy oyendo, pero está arrastrando los pies, no quiero reconocer lo que está pasando. ¿Cómo podía saberlo Bridget? ¿Quién pudo contarle lo de la droga en la bebida?
—No… —empiezo con voz ronca.
—Sí, la mataste. Oh, sí, puedes decir que fue un accidente, explicarlo como tú quieras. Pero una madre sabe la verdad. Ella no estuvo vagando por el borde del acantilado por accidente. Ella era inteligente. Aunque hubiera estado bebiendo, es imposible que se hubiera caído accidentalmente. Soy la única que sabe cuál era su estado de ánimo en esa época. Lloraba todas las noches en su habitación, cuando ella pensaba que no podía oírla. Hubo una noche especialmente horrible. Nunca supe qué había pasado exactamente; lo único que decía era que estaba ocurriendo otra vez, como en Londres. Y tú eras la razón de todo eso, Louise. Y Sophie Hannigan también… Supe qué clase de chica era con solo mirarla. Pero fuiste tú quien le hizo daño de verdad. ¿Recuerdas la noche que te invitó a casa?
Su mirada es brillante y dura; me perfora como un rayo láser. No puedo hablar; tengo la boca seca y pegajosa. Ella continúa.
—Aquella noche me fijé en la expresión de sus ojos. Sé que ella pensó que me pasaba de la raya con el té y las galletas, pero me di cuenta de que Maria podía encontrar a una amiga adecuada para ella, alguien que podía marcar la diferencia, cambiar el rumbo de su vida. Bueno, en realidad eso fue lo que hiciste, ¿no? Ella se suicidó, y tú y Sophie Hannigan sois tan culpables como si la hubierais empujado.
Mi primera y egoísta reacción es de alivio. No sabe nada del éxtasis, no sabe que lo eché en la copa de Maria. Durante todas estas semanas estaba tan convencida de que quien mandaba los mensajes sabía la verdad, que no había considerado ninguna otra alternativa. Sin embargo, la duda me hace cuestionar enseguida la sensación de alivio… Puede que Bridget ignore lo del éxtasis, pero quizá no esté del todo equivocada. ¿Cómo puedo estar segura de que Maria no se suicidó? Esther tampoco lo cree, pero ¿quién conocía mejor a Maria que su propia madre?
—Pero… la policía —digo, con voz extraña y engolada—. Dijeron que la muerte había sido accidental…
—¡La policía! Qué sabrán ellos. ¿Qué demostraron? Su muerte no tuvo nada de accidental. Mi hija se quitó la vida, pero eso fue una consecuencia directa de cómo la trataste. No puedo demostrarlo, y la policía tampoco podrá hacerlo nunca, pero sé que es verdad.
Le tiemblan las manos y su frente está empapada en sudor.
—Y durante todos estos años, tú y Sophie habéis vivido, habéis tenido trabajos, novios, maridos, hogares y vidas. Y un hijo. Tú tienes un hijo. Tú le arrebataste eso a mi hija, la oportunidad de ser madre. La oportunidad de sentir ese amor terrible y abrumador, ese miedo, esa sensación de que una parte de ti está caminando sola por el mundo, totalmente vulnerable. Y durante todo este tiempo, mi hija ha estado sola, en las frías aguas del mar.
Su voz es dura, gutural. Se inclina sobre el escritorio, como si fuera a desplomarse.
—Quería estar allí, en la reunión. Quería ver vuestras caras, las de todos, las de los que estabais vivos. Quería montar una escena. Y también quería respuestas.
—Usted organizó la reunión… Naomi Strawe.
—Sí. Te parecerá estúpido, me imagino. —Bridget me mira desafiante, esperando que esté de acuerdo con ella—. Quería que Maria también estuviera allí. Debería haber estado allí.
—Pero usted no estuvo allí…, ¿verdad?
—Pensaba ir. Quería ir, pero Tim me lo impidió. Me vio en la entrada del instituto, en el camino… No quería que entrara. Pensó que no era una buena idea, y no pude convencerle de que necesitaba hacerlo. Él no lo entiende. Nadie lo entiende.
—Era usted… la que estaba al final del camino, con Tim.
—¿Me viste?
Está atónita.
—Sí, bueno, vi a Tim con alguien. No pude ver quién era.
—Pensaste que…
Le brillan los ojos.
¿De verdad pensé en algún momento que Maria no estaba muerta?
—Tú conoces esa clase de amor, ¿verdad? El amor de una madre por su hijo —dice Bridget.
—Sí… Por favor, ¿dónde está Henry? ¿Está aquí?
—Mi bebé, mi preciosa niña. Cuando nació, solo se quedaba dormida apoyada en mi pecho, de día o de noche. Y aunque yo estuviera muerta de cansancio, no la soltaba. La abrazaba, porque eso era lo que necesitaba de mí. Me parecía asombroso que hubiera crecido dentro de mí, carne de mi carne. Y aunque evidentemente empezó a andar y a hablar, y luego a tener una vida de la que sabía muy poco, una parte de ella aún seguía estando dentro de mí. Y aún sigue estándolo. ¿Te extraña que quisiera resucitar a Maria para que te enfrentaras a lo que hiciste?
—No. Lo entiendo, de verdad. Pero ahora yo también soy madre, por favor…
—¿Cómo te sentiste al descubrir que me había llevado a tu hijo? —Me interrumpe, no me dará la oportunidad de despertarle un poco de compasión—. Sentiste como si te hubieras quedado sin una gota de sangre, ¿verdad? ¿Pensaste que harías algo, lo que fuera, para salvarlo? Eso es lo que quería, Louise. Quería que sintieras solo un poco lo que yo he tenido que vivir cada día desde 1989. A veces, la gente compara la pérdida de alguien con la pérdida de una extremidad… «Oh, fue como perder el brazo derecho», dicen. Pero no tiene nada que ver con eso. Puedes aprender a vivir sin un brazo, sin una pierna, pero nunca asumes la pérdida de un hijo. Nunca te acostumbras a ello. Nunca se vuelve más fácil.
Sus palabras brotan de su boca como un torrente de aguas residuales.
—Espero que mis pequeños mensajes te hayan obligado a mirar por encima del hombro dondequiera que fueras estas últimas semanas. Espero que te hayas despertado sobresaltada en plena noche, dando un brinco al escuchar el menor ruido; que te hayas despertado con un poco más de miedo cada mañana, con un nudo en el estómago, preguntándote si merece la pena, si puedes vivir así el resto de tu vida.
Bridget se agarra con fuerza al escritorio que está detrás de ella, con las manos tensas y la cara roja.
—Lo siento. Lo siento mucho. —Es lo único que consigo decir—. Por favor, ¿dónde está Henry?
—No me basta con un «lo siento». No quiero que lo sientas. Quiero que sufras como yo he sufrido. Me lo imaginaba cada vez que te mandaba un mensaje. El horror en tu cara, el miedo en la boca del estómago. Ni siquiera me bastaba con seguirte, aunque disfruté al ver cómo huiste de mí en ese túnel de South Kensington. Quería que sintieras lo que yo sentía, pero también quería verlo, ver tu sufrimiento con mis propios ojos.
Nos miramos mutuamente, con los ojos entornados. Ella debería estar exultante. Después de todo, esto es lo que quería. Pero lo único que veo es desesperación y un dolor terrible, infinito.
—Pero ¿por qué ahora? —susurro.
—No quería tener problemas con la policía. Acoso, secuestro… La policía no ve eso con muy buenos ojos. Pero ya no me importa, no desde la última vez que vi a la doctora. Me miraba, amable y preocupada, sentía mucho decírmelo, no estaba segura de cuánto tiempo me quedaba. Sin embargo, yo solo pensaba en una cosa: ahora sí puedo hacer que Louise Williams y Sophie Hannigan paguen por lo que hicieron.
Bridget se está muriendo. Mi cerebro intenta procesar esta información, darle sentido, pero el nombre de Sophie ha hecho que la temperatura de la habitación bajara unos grados. Doy un paso atrás y me agarro al marco de la puerta.
—Eres muy imprudente, Louise. ¿Nadie te ha dicho que debes tener cuidado con las fotos que publicas en internet? ¿Fotos de tu hijo vestido con el uniforme de la escuela? ¿Ocasionales referencias a la calle donde vives? ¿Fotos de tu casa? Incluso te quejas en Facebook por tener que dejarlo en la acogida de la tarde, de modo que sabía que hoy, a las tres, no estarías allí, como todas las madres, como Dios manda.
El cuchillo se retuerce, clavándoseme cada vez más.
—Y en cuanto a la cita por internet… ¡Dios mío, qué fácil fue engañarte! Lo único que hice fue poner la foto de un catálogo. Ni siquiera tuve problemas con el mensaje. Debes estar realmente desesperada. ¡Y estuviste esperando mucho tiempo! ¡Media hora! Tuve que pedir otra bebida en el restaurante que había enfrente del bar. —Suelta una risa desagradable—. Sabía exactamente dónde estaría Henry y cuándo. Deberías haber cuidado mejor de él. Ni siquiera sabía que no debe irse con alguien a quien no conoce. Estaba totalmente dispuesto a creerse que yo era su abuela; me contó cómo le había ido el día, aceptó las golosinas que le di y me dijo lo mucho que le apetecía una tostada.
La tostada. La cocina. Debe estar en la cocina. Huyo del campo de fuerza de dolor y rabia que envuelve a Bridget y corro por el pasillo. La puerta se queda trabada durante un segundo y luego se abre con un crujido.
—¡Oh, gracias a Dios, gracias a Dios!
Henry está sentado a la barra del desayuno, en un taburete alto, frente a un vaso de zumo de manzana y una rebanada de pan tostado con mermelada.
—Hola, mamá —dice con despreocupación.
Corro hacia él y lo cojo, estrechándolo contra mí y enterrando la cara en su pelo y en su cuello. Bajo el olor que la escuela ha estampado en su piel —a lápices, a suelos cubiertos de polvo y a los dedos pegajosos de otros niños—, aún percibo su olor de siempre, el que he estado inhalando como el pegamento desde el día que nació.
—¡Eh! —exclama, enfadado, zafándose de mi abrazo—. ¡Mi tostada!
—Es hora de irse —digo, sin aliento, tratando de hablar con voz tranquila—. Puedes llevarte la tostada.
—Quiero volver a jugar con los trenes. La abuela dijo que podía.
—No tenemos tiempo para eso. Papá nos está esperando en el coche. —Le cojo de la mano—. Vámonos, Henry.
Se oye un ruido en el pasillo, el crujido de la puerta principal y pasos en el suelo laminado. Sam, pienso, acalorada, tirando de Henry por el pasillo.
—¿Mamá? —dice una voz.
¡Oh, Dios mío, es Tim! Los pensamientos bullen en mi cerebro. ¿Es así como acaba todo? ¿Es esto lo último que vio Sophie? ¿Tim lanzándose sobre ella, vengando la muerte de su querida hermana? No creo que Bridget tuviera bastante fuerza como para matar a Sophie, de modo que debió de ser Tim. Quiero decirle a Henry que se vaya, que huya de Tim y corra tan rápido como pueda, pero sé que no entenderá lo que le estoy pidiendo que haga. Es evidente que no está asustado y no entiende en absoluto que estamos en peligro.
—Louise. ¿Qué estás haciendo aquí?
Detecto pánico en su voz. Está de pie, ocupando todo el espacio del pasillo, bloqueando la única vía de escape. Agarro más fuerte la mano de Henry. La mía resbala por culpa del sudor.
—La he invitado yo —dice Bridget, saliendo de la habitación.
Tim se queda quieto en el pasillo. Estoy atrapada entre los dos, como el rey en una partida de ajedrez poco antes del jaque mate, cuando las piezas enemigas se acercan desde todos los flancos.
Tim da un paso al frente.
—¿Qué te ha dicho, Louise?
Aprieto a Henry contra mí. Siento su cálido cuerpo contra las piernas. Él me mira con los ojos muy abiertos, sin desconfianza.
—Mamá, ¿qué has hecho? —dice Tim, en un tono de voz apremiante—. ¿Qué está haciendo aquí Louise?
Intento que mis piernas respondan, que corran o que al menos intenten escapar, pero no obedecerán las órdenes de mi cerebro. Es como una de esas pesadillas en las que estás atrapado en el barro y te persigue un monstruo del que no tienes ninguna esperanza de escapar.
—Ya te lo he dicho —responde Bridget—. La he invitado.
—Acabo de estar en la comisaría de policía. Me han contado lo de la página de Facebook. Fuiste tú, ¿verdad? —le dice Tim a Bridget.
Miro a Tim y luego a Bridget, confusa. Si Tim mató a Sophie, ¿cómo es posible que no supiera lo de la página de Facebook?
Bridget se encoge de hombros, desafiante.
—La policía lo descubrirá —dice Tim—. Pueden rastrear esas cosas. Dentro de pocas horas sabrán que fuiste tú.
—¿Y crees que eso me importa? —replica ella, con voz quebrada—. Me estoy muriendo. Alguien tenía que exigirles cuentas a las chicas que llevaron a Maria hasta ese acantilado.
El rostro de Tim se ensombrece y da un paso más.
—No sabemos qué pasó, mamá. Tienes que superarlo.
—¿Superarlo? ¿Cómo puedo superarlo? Eso no se supera. Además, hay algo más que necesito saber. Él iba a contármelo en la reunión.
—¿Él? ¿Quién?
Tim se pasa una mano por el pelo, que se le pone de punta. Henry se acerca más a mí y lo estrecho con fuerza entre mis brazos, acariciándole el pelo. «No pasa nada», pienso en silencio, sin atreverme a hablar o a moverme.
—Nathan Drinkwater.
Bridget escupe las palabras.
—¿De qué estás hablando? —pregunta Tim, confundido.
—Me envió una solicitud de amistad por Facebook. Bueno, se la envió a Maria. Me dijo que ya sabía que yo no era Maria, pero que sabía algo sobre lo que ocurrió realmente la noche que desapareció. Me dijo que tenía algo suyo para enseñarme y que lo demostraría. Íbamos a encontrarnos en la reunión, pero entonces apareciste tú y no me dejaste entrar.
—¡Pero, mamá, esto es una locura! Nathan Drinkwater está muerto. Murió hace años.
—¿Qué? —La ira de Bridget disminuye. Por primera vez desde que he llegado, parece vulnerable y perdida—. No es posible.
—Está muerto. Lo busqué después de que Louise me preguntara por él cuando nos vimos en Norwich. Murió en un accidente de tráfico, en Londres. Salió en las noticias, porque era más o menos famoso; escribió un par de libros, aunque no tuvieron demasiado éxito.
—Entonces, ¿quién…?
Bridget mira a Tim y luego a mí, con el rostro lívido.
—No lo sé. Pero no era Nathan.
Tim parece algo cansado. Apoya la espalda en la pared y se frota los ojos. Veo una oportunidad, y, tras unos momentos de letargia, me decido a actuar. Cojo a Henry en brazos con un solo movimiento y corro por el pasillo hacia la puerta principal, que se queda balanceando cuando salimos. Corro por el camino de entrada y salgo a la calle. En la acera, cuando me siento un poco más segura que hace unos instantes, dejo a Henry en el suelo y miro hacia atrás sin dejar de moverme, tirando de Henry, para ver si Tim nos persigue. Noto un golpe. Es el pecho de Sam. Lo agarro. Todo mi cuerpo tiembla descontroladamente.
—¡Papá! —grita Henry con una amplia sonrisa, olvidándose de su tostada y de los trenes.
Sam lo coge en brazos y lo estrecha con fuerza. Las piernas y los brazos de Henry se cierran alrededor de su cuerpo, como un resorte.
—¡Gracias a Dios! —exclama Sam junto al cuello de Henry—. Estaba a punto de entrar, no podía esperar más —me dice por encima del hombro de Henry.
—Tenemos que irnos —digo, apresurándome en dirección al coche.
—¿Qué está pasando? ¿Quién había ahí dentro? ¿Era…?
—No. Era Bridget, la madre de Maria. Te lo cuento en el coche.
—¿Bridget?
Se queda parado en la acera. Le tiro del brazo.
—Vámonos.
Con dedos torpes le pongo el cinturón a Henry en el asiento trasero del coche y me sitúo al lado de Sam. Cierro los ojos durante un segundo. Aún noto la descarga de adrenalina. Sin embargo, la voz de Sam me devuelve a la realidad.
—¡Louise! ¿Henry está bien? ¿Le ha hecho daño?
—No. Creo que está bien. Estaba contento cuando lo encontré.
—¡Gracias a Dios! Debe estar exhausto. Llevémoslo a casa. Por la mañana ya decidiremos qué hacer con Bridget.
Apoyo la cabeza en el asiento. Finalmente consigo disminuir mi ritmo cardíaco. Ahora que Henry ya está a salvo, nada parece urgente. Nos dirigimos hacia la carretera principal, en las afueras de Sharne Bay. Henry se ha quedado profundamente dormido. Contemplo la oscuridad a través de la ventanilla mientras empieza a llover. Lo único que rompe el hilo de mis pensamientos es el rítmico sonido del limpiaparabrisas oscilando suavemente de un lado a otro.
Mientras nos dirigimos hacia la A11 y la lluvia sigue dibujando formas en el parabrisas, empiezo a dormitar, con la cabeza incómodamente apoyada contra la ventanilla. Me estoy sumiendo en ese delicioso estado de relax total en el que sabes que acabarás durmiéndote aunque aún estás consciente, cuando la voz de Sam me sobresalta.
—No puedo creer que fuera Bridget. ¿Qué te ha dicho?
Parece inquieto.
—Me culpa de la muerte de Maria. Y también a Sophie, aunque sobre todo a mí. Con los mensajes pretendía asustarnos y castigarnos por la forma en que tratamos a Maria.
—Pero ¿cómo sabía…?
—¿Lo del éxtasis? No lo sabe. Cree que Maria se suicidó. Y por eso me culpa a mí, por la forma en que la traté. No sabe nada del éxtasis.
—Entonces, ¿no tiene ni idea de lo que sucedió? ¿Te ha hecho pasar por todo esto, aterrorizándote hasta pensar que ibas a morir, secuestrando a nuestro hijo, solo para que supieras qué es el acoso escolar?
Me doy cuenta de que su ira va en aumento. Tiene los nudillos blancos.
—Perdió a su hija, Sam —le digo con brusquedad—. Ninguno de nosotros puede ni imaginarse lo que ha debido sufrir.
Trato de recordar a Bridget tal y como era la primera vez que la vi: una mujer sonriente y esperanzada, sosteniendo una bandeja con té y galletas. Sin embargo, solo soy capaz de verla tal y como la he visto hoy: con los pómulos hundidos y el sufrimiento grabado en su rostro, como si alguien hubiera tallado sus arrugas con un cuchillo Stanley.
—Lo sé, lo sé. Lo siento. Es culpa de la angustia de esta tarde, después de que Henry desapareciera así. Pensé que lo habíamos perdido, Louise.
Extiendo una mano y la poso sobre su rodilla. Él la cubre con la suya. En el asiento trasero, Henry se mueve y gimotea. Me vuelvo, retirando la mano que Sam cubre con la suya, y la extiendo hacia atrás para acariciar la pierna de Henry.
—No pasa nada, Henry. Vuelve a dormirte.
Miro a través de la oscuridad, pensando en voz alta.
—Es evidente que Bridget no pudo matar a Sophie. Para empezar, ni siquiera estaba allí, y, de todos modos, le habrían faltado fuerzas. Sophie fue estrangulada.
—Entonces debió de hacerlo Tim —dice Sam.
—No —digo—. Hace un momento apareció en el bungaló. Acaba de enterarse de lo de la página de Facebook. Estuvo en la comisaría de policía; ellos se lo contaron. No lo sabía, Sam. No sabía nada acerca de todo esto. Y, de todos modos, ¿cómo es posible que tuviera el colgante de Maria?
—Bueno, no sé cómo explicar lo del colgante, pero en cuanto a la página de Facebook, eso es lo que habría dicho, ¿no?
—No creo que estuviera mintiendo.
—Bueno, entonces…, quizá tenga algo que ver con Nathan Drinkwater —dice Sam, maniobrando para adelantar a un camión.
—¿Qué?
—Nathan Drinkwater. En la reunión me dijiste que Maria también era amiga suya en Facebook, ¿recuerdas? Era ese chico que estaba totalmente obsesionado con Maria antes de que se mudara a Sharne Bay, ¿no? Recuerdo que nos lo contó en su momento el primo de Matt Lewis. Quizá todo esto tenga algo que ver con él.
—Pero está…
Me interrumpo, no tengo intención de acabar la frase. Empiezo a darle vueltas a la cabeza. Cuando le dije a Sam en la reunión que Nathan Drinkwater estaba en la lista de amigos de Maria, me dijo que nunca había oído ese nombre. ¿Por qué ahora menciona a Nathan si no sabe quién es? Vuelvo a repetírmelo mentalmente, tratando de convencerme a mí misma. Sam no sabe quién es Nathan Drinkwater. ¿O sí?
Vuelvo a cerrar los ojos, aunque la sensación de relax se ha desvanecido. Sigo dándole vueltas, tratando de encajar las piezas, pero no parecen pertenecer al mismo rompecabezas. La razón que tenía Bridget para mandar los mensajes de Facebook está clara: quería que sintiera al menos una pequeña parte de su insoportable dolor. Ha estado alimentando ese dolor durante todos estos años, dejando que creciera, ensortijándose con todos sus otros pensamientos hasta que se marchitaron y murieron y solo quedó ese dolor.
Sin embargo, Bridget no mató a Sophie, y creo que Tim tampoco lo hizo. Aquella noche no estaban allí, los vi marcharse, a pesar del cebo que había atraído a Bridget hasta el instituto: la promesa de conseguir información sobre su hija fallecida y algo más…, una prueba tangible. ¿Un colgante?
Pienso en Sophie en la reunión, riéndose con los chicos, diciéndoles que lo sabía y lo veía todo. Y entonces, un poco más tarde, presa del pánico por los mensajes de Facebook, me dijo que en la fiesta de graduación habían pasado «muchas cosas». ¿Qué era lo que sabía? ¿Qué fue lo que vio?
Yo había dado por sentado que el Nathan de la página de Facebook era el auténtico Nathan, que Bridget lo había localizado como había hecho con Sophie y conmigo. Sin embargo, Bridget dijo que Nathan se había puesto en contacto con ella, y no a la inversa. Y Nathan Drinkwater está muerto. Cualquiera puede ser otra persona en Facebook. Es fácil ocultarse detrás de una página anónima en internet. Una madre destrozada y moribunda puede hacerse pasar por su hija muerta para vengarse de las chicas a las que culpa de haber arruinado su vida. Pero alguien estaba jugando con Bridget al mismo juego que jugaba ella. Alguien se hizo pasar por el chico que obligó a los Weston a abandonar su hogar y a empezar de nuevo en un pequeño pueblo de Norfolk. Alguien que sabía que Nathan Drinkwater era la única persona que, quienquiera que fingiese ser Maria, no sería capaz de resistir la tentación de responderle.
Avanzamos en silencio, roto solo ocasionalmente por los movimientos y los murmullos de Henry en el asiento trasero. No me atrevo a mirar a Sam porque me da miedo que descubra por la expresión de mi rostro lo que estoy pensando. Así pues, vuelvo la cabeza para mirar a través de la ventanilla. Intento mirar más allá de mi reflejo, a través de la oscuridad, pero no puedo ignorar mi cara mirándome desde las sombras, con los ojos muy abiertos. No puedo creer que Sam no pueda oír los latidos de mi corazón.
Yo debería saber mejor que nadie que las cosas no son siempre lo que parecen. Es como cuando alguien cuenta una historia y tú también estuviste allí, y no tiene nada que ver con lo que tú recuerdas. Puede que lo esté contando así con alguna intención, para hacer reír a la gente o para impresionar a alguien. A veces, sin embargo, es que simplemente la recuerdan así. Para esa persona, es la verdad. Entonces es cuando se hace difícil saber si lo que tú recuerdas es la verdad o si tan solo es una versión de ella.
Me doy cuenta de que he estado tratando de aferrarme a la idea de que Sam es un hombre decente porque es el padre de Henry, pero Sam ya me ha mentido antes, y mentía bien. Incluso después de descubrir ese mensaje de texto de Catherine en su móvil, siguió mintiendo, hasta que ya no pudo seguir haciéndolo y me dejó para estar con ella. Todas las mentiras, las traiciones, las muchas formas en que me hizo daño caen sobre mí, asfixiándome. Las veces que me dio un abrazo y eso se convirtió en algo más que un juego, las veces que me agarró el cuello con las manos para vivir una fantasía que no era mía.
Me rodeo con los brazos, aunque en el coche hace calor. He pasado mucho tiempo sumida en la oscuridad, mintiéndoles no solo a los demás, sino también a mí misma. Sin embargo, ahora la puerta está abierta. Es tan solo una rendija, pero está abierta. Y la luz se filtra a través de ella.