Epilogo
La guerra por Corinthus V casi había acabado. Una sola victoria más y los Lobos Espaciales habrían derrotado por completo a los Amos de la Noche. Sin embargo, el conflicto había durado un día más de lo que se esperaban los Lobos Espaciales. Con la victoria casi a su alcance durante un combate en las calles de San Harman, Tor, uno de los miembros de la Guardia del Lobo, había conducido a sus hermanos de batalla a una emboscada planeada para hacer salir al señor lobo y eliminarlo para así decapitar a la gran compañía. La fuerza y la habilidad de los Lobos Espaciales les habían permitido no acabar aniquilados. Basándose en la información reunida por los exploradores lobo, Ragnar Blackmane estaba en posición de darle la vuelta a la situación contra las fuerzas del Caos. Esta vez, el ataque principal de los Lobos Espaciales no sería más que una distracción, y Tor dispondría de una oportunidad de redimirse con un asalto directo contra un hechicero del Caos, probablemente el jefe de aquellos traidores.
El señor lobo Ragnar Blackmane paseaba arriba y abajo por delante de sus guerreros mientras éstos se preparaban para la nueva ofensiva contra San Harman. Los miembros de sus fuerzas esperaban en el exterior del sector del Administratum, el corazón de la ciudad, el mismo sector donde el señor lobo había sufrido una emboscada el día anterior.
Ragnar estaba impaciente por dar la orden de ataque. Ansiaba conseguir la victoria contra los traidores y las almas que los seguían de forma esclavizada, pero sabía que la sincronización era vital. Tenían que esperar hasta que les llegara la señal de que Tor se encontraba en posición.
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En el interior de uno de los oxidados y apestosos túneles que cruzaban el subsuelo de San Harman, a más de un kilómetro del señor lobo, Tor encabezaba un grupo de cazadores grises que seguían a dos exploradores lobo. Un poderoso hechicero en las filas de los marines espaciales del Caos había planeado un ritual que abriría un portal a la disformidad. Según aquellos exploradores, los blasfemos servidores del Caos habían elegido como lugar para celebrar la impía ceremonia la catedral de San Harman, que daba nombre a la ciudad.
Tor no dejaba de abrir y cerrar el puño. El señor lobo lo había escogido de entre todos los guardias del lobo para que dirigiera aquel ataque, mientras que el resto de los Lobos Espaciales efectuaban un ataque de distracción. El día anterior, el propio Tor había conducido a su jauría a una emboscada, y había arrastrado a otra jauría a aquel desastre. Eso casi le había costado la vida, y a su capítulo le había costado la pérdida de unos guerreros de gran valía. A pesar de ello, Ragnar lo había elegido a él, y por ello, Tor le estaba agradecido.
Se sentía responsable de lo ocurrido y ansiaba tener la oportunidad de recuperar el honor que había perdido y expiar sus faltas. Ragnar había hablado en privado con él antes del amanecer y le había explicado los pormenores del plan. Tor y un grupo de cazadores grises escogidos interrumpirían el ritual y matarían al hechicero del Caos responsable del mismo. Para proporcionarles cobertura, los demás Lobos Espaciales realizarían un ataque en masa que atrajera al mayor número posible de guerreros enemigos. Tor se sintió sorprendido de que el señor lobo lo escogiera después del error que había cometido, pero una simple mirada a los ojos de Ragnar le hizo ver a Tor que el señor lobo comprendía perfectamente cómo se sentía.
El explorador más veterano, Hoskuld, alzó una mano para que Tor y sus hombres se detuvieran. La escuadra permaneció dubitativa en mitad de las apestosas alcantarillas apenas iluminadas. Tor oyó el repiqueteo de las gotas que salían de los escapes en las tuberías, e incluso con aquella escasa luz, fue capaz de ver los colores de los productos contaminantes que flotaban sobre el agua en la que tanto él como sus guerreros estaban metidos.
Hoskuld señaló una serie de peldaños metálicos que llevaban a una rejilla de gran tamaño que daba a la calle.
—El callejón que está a un lado de la catedral —le susurró.
Una vez dijo aquello, los exploradores le dieron la espalda a Tor y a sus hombres y se perdieron al trote entre las oscuras sombras de las alcantarillas. Tor estaba seguro de que encontrarían sus propias posiciones desde las que los apoyarían durante el ataque.
Había llegado el momento. Tor activó su comunicador y le envió una señal a Ragnar antes de desactivarlo de nuevo. El ataque comenzaría y el resto dependería de él y de su grupo de combate.
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El comunicador de Ragnar emitió un zumbido y se quedó callado de inmediato. Tor había enviado la señal y se había apresurado a cerrar la comunicación. No había necesidad de arriesgarse a que el enemigo interceptara cualquier mensaje. Había llegado el momento de lanzar el ataque.
Ragnar activó su propio comunicador y se dirigió a todos los miembros de su Guardia del Lobo, excepto a Tor. Sus escoltas estaban desplegados entre las unidades de la fuerza de combate.
—¡En marcha! ¡Ya es la hora!
Un suave coro de aullidos empezó en uno de los extremos del contingente de Lobos Espaciales y se extendió con rapidez hacia el otro a medida que las diferentes jaurías que las formaban se unían a él. Ragnar disfrutó del sonido y sintió una oleada de emoción en las venas. No habría nada sutil en ese ataque. El señor lobo quería que los Amos de la Noche supieran que se lanzaban al ataque. Contaba con el hecho de que, en su arrogancia, los marines espaciales del Caos creyeran que todos aquellos aullidos no eran más que una bravata estúpida de un puñado de bárbaros para que no se dieran cuenta de que, en realidad, el ataque tan sólo era una maniobra de distracción.
Las jaurías de cazadores grises, de garras sangrientas y un grupo de colmillos largos se abrieron paso hacia los desfiladeros de rocacemento y plastiacero que constituían las calles de San Harman, y los guerreros se desplegaron por las diferentes vías. Cada grupo avanzó con cautela, comprobando que no hubiera trampas explosivas o emboscadas.
Un grupo de diez garras sangrientas escoltaba al señor lobo. El avance de Ragnar iba acompañado de su propia cobertura móvil. Un tanque, un Predator Annihilator llamado Rabia del lobo, encabezaba la marcha.
Iba equipado con una pesada pala excavadora acoplada a la parte frontal del casco del vehículo, lo que le permitía abrirse camino por la calle llena de escombros. Los cañones láser del tanque le proporcionaban la potencia de fuego necesaria para enfrentarse a prácticamente cualquier enemigo. El vehículo se encontraba en desventaja en un terreno como eran las estrechas calles de la ciudad, pero Ragnar lo había escogido junto a su tripulación porque sabía que la amenaza que representaban llamaría la atención.
Los Amos de la Noche no decepcionaron a Ragnar. La pala delantera del Predator chocó con un gran trozo de roca y estalló una bomba de fusión que incineró toda la pala y lanzó una lluvia de metal al rojo vivo por toda la parte delantera del tanque. Ragnar y los garras sangrientas se tiraron al suelo buscando de forma instintiva algún tipo de cobertura. Ese instinto demostró ser acertado, porque empezó a caer una granizada de proyectiles de bólter desde las ventanas de dos edificios que había a cada lado de la calle, un poco por delante de ellos.
—¡Seguidme todos! —ordenó Ragnar a gritos por el comunicador a los garras sangrientas de la columna.
Se puso en pie y echó a correr a toda velocidad. Dejó atrás el vehículo dañado y se dirigió al edificio que tenían a la izquierda. El único modo de eliminar al enemigo sería sacarlo de sus agujeros. De la pared de rocacemento colgaban los cráneos blanqueados de escribas y burócratas muertos mucho tiempo atrás y que los miraban fijamente y sin expresión alguna con las cuencas oculares vacías. Ragnar bromeó consigo mismo al pensar que habían mantenido su personalidad incluso después de muertos.
Varios proyectiles le rebotaron contra la servoarmadura. Los disparos caían sin cesar. Se sacó una granada del cinto y la lanzó sin dejar de correr hacia las puertas principales del edificio. Eran oscuras y de gran tamaño, con un águila imperial tallada sobre ellas, lo que las convertía en el objetivo perfecto. La granada perforante las hizo volar en mil pedazos.
A los pocos segundos, Ragnar y los garras sangrientas atravesaron la humareda provocada por la explosión y se pusieron a cubierto en el interior del edificio. Ragnar debía a continuación llevar a sus guerreros hacia arriba para encontrarse con el enemigo. Activó el comunicador.
—Aquí el señor lobo. Mi jauría ha trabado combate con el enemigo.
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Tor y su grupo llevaban esperando más de media hora desde que dio la señal. Miró a Jarl, uno de los cazadores grises más experimentados, un guerrero al que se le conocía más por sus enfrentamientos contra los orkos. Llevaba una ristra de colmillos de orko colgando de la armadura, además de lucir un collar con un único colmillo de lobo. Tenía apoyada una gran hacha en el hombro, y empuñaba el bólter con una sola mano.
—Estamos preparados, señor, si ha llegado el momento —le dijo Jarl.
Tor se dio cuenta de que había estado mirando a Jarl a la espera de que diera su aprobación para el ataque. Sin embargo, la decisión de comenzarlo no estaba en manos de Jarl, sino en las suyas. Tor sabía que ése era otro de los motivos por los que Ragnar lo había elegido. Tor era capaz de tomar buenas decisiones, y necesitaba hacerlo de nuevo antes de que lo ocurrido el día anterior se apoderara de su mente y le hiciera dudar de sí mismo.
—Ha llegado el momento. En marcha, con rapidez y en silencio. Asegurémonos de que el ritual ha comenzado antes de revelar nuestra presencia.
Tor se agarró a los peldaños y subió hacia la rejilla metálica. La apartó con cuidado y salió a un callejón que había entre dos edificios. El callejón estaba a oscuras, ya que la única luz procedía de la calle que era visible en uno de los extremos. Tor oyó el eco lejano de los estampidos de los disparos de bólter y de las explosiones. Empuñó el bólter y se movió con sigilo hacia la calle.
Asomó un poco la cabeza cuando llegó al extremo del callejón. Sus ojos modificados se ajustaron a la penumbra del mismo modo que lo harían los ojos de un depredador nocturno, pero no le hizo falta la visión mejorada para ver su objetivo. La calle a la que se abría el callejón daba a una gran plaza situada delante de la catedral. El gigantesco edificio religioso se alzaba triunfante por encima de las demás edificaciones que lo rodeaban. Aunque se encontraba a unos cien metros de la catedral, las señales de la herejía eran inconfundibles.
Una gran fuente situada delante de la catedral estaba iluminada y parte de los rayos de luz caían sobre una estatua de san Harman, quien tenía aspecto de monje anciano, y que había dedicado cada momento que había estado despierto a cantar alabanzas al Emperador. Alguien había destrozado a golpes el rostro de la estatua, por lo que parecía que sólo había una túnica vacía, y en vez de agua limpia, la fuente estaba llena de sangre. Nada más mirar el edificio, Tor sintió que algo iba muy mal, como si su bestia interior fuera capaz de sentir los acontecimientos antinaturales que los exploradores habían afirmado que se producían allí dentro.
Una leve luz verdosa apareció de repente en las ventanas delanteras de la catedral. A Tor no le quedó ninguna clase de duda: había llegado el momento de corregir la situación y de derrotar al enemigo de una vez por todas.
—Avancemos por el perímetro de la plaza y mantengámonos a cubierto todo lo que podamos. Vamos hacia el lateral izquierdo de la catedral. Es posible que encontremos una entrada aparte de la delantera.
Como verdaderos lobos de Fenris, los cazadores grises acecharon entre las sombras y avanzaron a lo largo del borde de la plaza. Si el enemigo los había detectado, no dio señal alguna de ello. Vieron otras dos veces el mismo resplandor verdoso procedente del interior de la catedral.
La jauría llegó al muro exterior del edificio y rodeó ese lado de la catedral. En un hueco había una puerta de apariencia modesta. Encima de la puerta se veía una imagen intacta de san Harman.
—El Emperador protege —murmuró Tor.
Cuando se detuvo un momento delante de la puerta, Tor captó un olor del otro lado, un olor a sulfuro y a aceites. Aquello le recordó de inmediato a los marines del Caos del día anterior. Indicó con un gesto a sus guerreros que se apartaran y preparó el bólter.
Le propinó una tremenda patada a la puerta, que salió despedida hacia dentro, y entró en tromba.
Un Amo de la Noche disparó un chorro de llamas contra la puerta. La luz de las llamas se reflejaba con fuerza en su ornamentada armadura. El marine traidor avanzó sin decir palabra, con el lanzallamas preparado para incinerar a su objetivo.
Tor consiguió esquivar la peor parte del chorro de llamas. Se lanzó de cabeza hacia adelante por el pasillo, que no ofrecía ninguna clase de cobertura, y confió en que la resistencia de su servoarmadura y su velocidad natural le proporcionarían suficiente protección. Activó la espada de energía y una descarga azul la recorrió desde la empuñadura, todo ello sin perder impulso en la carga. Antes de que el Amo de la Noche pudiera alzar el arma para disparar de nuevo, la espada de energía rebanó el cañón del lanzallamas. Entonces Tor clavó la hoja en el cuerpo de su oponente de tal forma que le atravesó casi por completo la armadura y lo dejó manoteando al extremo de la espada. Liberó el arma de un fuerte tirón y encabezó la subida de su grupo de guerreros por una escalera que esperaba los condujera hasta el santuario principal.
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Ragnar condujo a sus garras sangrientas por un tramo dañado de escaleras en dirección a los pisos superiores del edificio, desde donde los Amos de la Noche estaban disparando hacia la calle. Ragnar subió los peldaños de tres en tres. Ansiaba impaciente la oportunidad de matar a unos cuantos traidores con su espada rúnica. Una puerta en el siguiente rellano le indicó que se encontraban en la quinta planta del edificio, dedicada a la memoria del escriba Leonardus.
La puerta se desplomó hacia adelante y los servidores del Caos lanzaron granadas hacia los Lobos Espaciales que subían. Ragnar logró ver a dos de sus enemigos. Eran guerreros de estatura elevada, incluso para ser marines espaciales, y parecían más altos todavía debido a los largos cuernos que les salían de los cascos.
—¡Granada! —gritó Ragnar mientras seguía subiendo a la carrera. El repentino ataque lo había sorprendido, y lo único que pudo hacer fue continuar con su carga.
El primer Amo de la Noche desenvainó una espada sierra y se colocó en el camino de Ragnar. El marine del Caos no mostró miedo o duda alguna. Con la mano libre se arrancó un gran saco que llevaba al cinto y lo arrojó hacia el señor lobo. Esta vez, Ragnar estaba prevenido y desvió el improvisado proyectil con un mandoble de la espada rúnica, lo que hizo un corte en el saco y dejó al descubierto su contenido: el ensangrentado casco de un Lobo Espacial.
—¡Contempla tu destino, perro del Emperador! —rugió el Amo de la Noche antes de lanzar una estocada contra Ragnar con la chirriante espada sierra. Ragnar se recuperó y detuvo el ataque con la espada rúnica.
A la espalda del primero, el otro Amo de la Noche preparó el bólter buscando un hueco para poder disparar contra Ragnar.
Ragnar pensó que eran enemigos peligrosos. En sólo un momento, habían tomado la iniciativa y bloqueado el paso por las escaleras, lo que había obligado a los Lobos Espaciales a combatir uno por uno mientras el resto de la escuadra se preparaba para luchar o para retirarse. El señor lobo decidió que ya se había hartado de los Amos de la Noche.
Ragnar lanzó un aullido y partió la espada de su enemigo con un fuerte golpe de su propia espada rúnica. Luego alzó la pistola bólter hacia el casco del Amo de la Noche y apretó el gatillo una y otra vez. Un proyectil tras otro impactaron contra la cabeza del marine espacial del Caos y le abrieron unos grandes agujeros en el cráneo.
Ragnar no perdió el tiempo y empujó a un lado el cuerpo del primer Amo de la Noche. El segundo abrió fuego sin piedad contra el Lobo Espacial y disparó un chorro de proyectiles de bólter. Ragnar lanzó un gruñido y se abalanzó de cabeza contra su enemigo. Derribó a su oponente, de gran tamaño, y luego se incorporó lo suficiente como para poder clavar la espada rúnica en las tripas al marine del Caos.
El Amo de la Noche miró fijamente a Ragnar mientras se moría. El señor lobo captó la rabia y el asco que aquel traidor sentía hacia el Imperio, un odio tan grande que le había hecho entregar su alma al Caos. El Amo de la Noche se estremeció e intentó alcanzar una de las granadas que llevaba al cinto. Ragnar se dio cuenta del movimiento y le inmovilizó la muñeca con la punta del cañón del bólter. Luego apretó el gatillo y le voló la mano al marine traidor.
Al perder aquella última oportunidad de matar al señor lobo, la luz de sus ojos se extinguió y su espíritu lo abandonó, llevándose consigo su odio.
Los garras sangrientas aparecieron corriendo y rodearon a Ragnar en la entrada del largo pasillo. Sus guerreros parecían estar relativamente indemnes a pesar del ataque con granadas.
—Encontrad a todos los que podáis. Cada uno de estos oponentes es muy valioso para el enemigo.
Ragnar sabía que los Amos de la Noche no tardarían en intentar algo desesperado. Oyó el lejano eco de los disparos de artillería en el exterior. Él no había ordenado ninguna clase de bombardeo artillero. De hecho, el señor lobo esperaba poder mantener intacta la ciudad en la medida de lo posible. Si las fuerzas del Caos disponían de artillería, eso sí que sería valioso para ellos.
Un Amo de la Noche apareció de repente cuando se bajó de un salto de un conducto de ventilación y empezó a disparar. Los garras sangrientas lo vieron y aullaron antes de lanzarse a la carga como unos lobos famélicos que hubieran descubierto a su presa. Para cuando Ragnar se puso en pie, las hachas y las espadas de los garras sangrientas habían golpeado al Amo de la Noche en una decena de sitios. El enemigo cayó y los garras sangrientas siguieron golpeándolo hasta reducirlo a una masa sanguinolenta apenas reconocible.
Un momento después, una explosión sacudió el edificio. Los Amos de la Noche estaban dispuestos a disparar contra sus propias tropas con tal de acabar con sus enemigos. Ragnar bajó la mirada al Amo de la Noche de elevada estatura al que había desmembrado y matado. En la mano que le quedaba tenía un comunicador. El intento de alcanzar la granada no había sido más que una distracción. Probablemente le habría indicado al enemigo que bombardeara el edificio con su artillería.
—¡Tenemos que salir de aquí ahora! —gritó Ragnar.
Deseó que Tor tuviera éxito en su misión, y que lo tuviera pronto.
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Tor subió a la carrera el tramo de escaleras del interior oscuro y pétreo de la catedral de San Harman. Esperaba haber elegido correctamente y encontrar un camino hacia el lugar del ritual. Nueve cazadores grises seguían al guardia del lobo, preparados para cumplir la misión. Lo que se reveló ante sus ojos les hizo detenerse un momento.
Todo el santuario interior de la catedral había sido destrozado. Los bancos de oración habían sido arrojados contra las paredes y se había derramado sangre sobre el sagrado suelo de piedra. Habían derribado las estatuas y habían escrito alabanzas a los dioses del Caos en las paredes donde se proclamaba su poder. Una rugiente hoguera de llamas de color esmeralda ardía entre los bancos destrozados. Varios herejes vestidos con túnicas rodeaban la fogata con los brazos extendidos hacia los lados mientras entonaban un cántico en un extraño idioma ululante.
Una figura vestida con una larga túnica de color rojo sangre y un casco con cuernos en la cabeza dirigía la ceremonia. De las mangas de la túnica sobresalían unas manos de largos dedos pálidos cubiertas de delgadas venas azules. Con cada gesto de esas manos, los cantores cambiaban las palabras y el tono de la composición, como si fuera un siniestro director que dirigiera un coro de blasfemias. Las llamas también reaccionaban con cada gesto. Tor supo sin duda alguna que era el hechicero.
Luego estaban los marines espaciales del Caos.
Ocho Amos de la Noche ocupaban posiciones alrededor de la estancia, divididos en cuatro parejas situadas cerca de alguna pila de escombros que les proporcionara una rápida y fácil cobertura. Cada uno de los viejos marines del Caos poseía una armadura distinta, pero todos compartían la misma clase de aspecto. Los pinchos y las afiladas hojas que sobresalían de las armaduras servían tanto para provocar miedo como para ser usadas como útiles armas secundarias, y del pecho les colgaban largas cintas de munición. Los Amos de la Noche eran luchadores muy veteranos, todos ellos estaban dispuestos a enfrentarse sin retroceder a cualquier situación desesperada. No mostraron sorpresa ni titubeo alguno cuando aparecieron los Lobos Espaciales, aunque Tor estaba seguro de que debían de haber pillado desprevenidos a sus enemigos. Los marines del Caos alzaron los bólters para apuntar contra los Lobos Espaciales de un modo simultáneo que demostraba un buen entrenamiento.
Tor sabía qué debía hacer. A los Amos de la Noche les bastaría con mantener alejados con un tiroteo a los Lobos Espaciales hasta que el ritual hiciera salir algo impío de la disformidad, algo capaz de acabar con ellos. Tor no estaba dispuesto a quedarse esperando que eso ocurriera. Había llegado el momento de lanzarse a la carga.
Una andanada de proyectiles bólter acribilló a los cazadores grises en cuanto empezaron a correr. Los Amos de la Noche dispararon a toda la velocidad que se lo permitieron sus armas. Tor sintió los, proyectiles martillear contra la servoarmadura, pero apretó los dientes y se concentró en su objetivo: el hechicero.
Un Amo de la Noche pasó de un salto por encima de una estatua derribada y se lanzó a por él en cuanto se dio cuenta de que lo que el guardia del lobo pretendía hacer era matar al hechicero. De la armadura del marine del Caos sobresalían unas sierras circulares que giraban a toda velocidad. Se abalanzó contra Tor con las cuchillas por delante para atravesarle la armadura y luego la carne y los huesos. Se movió a una velocidad que rivalizó con la del propio Tor.
El guardia del lobo se frenó un poco para alzar la espada de energía y defenderse, pero desde el primer momento se dio cuenta de que había respondido con demasiada lentitud. Por suerte para él, los Lobos Espaciales actúan en jaurías. Aunque Jarl estaba un paso por detrás de él, el cazador gris estaba prevenido ante cualquier clase de ataque. Dio un salto y su cuerpo actuó como un escudo, por lo que el Amo de la Noche se estrelló contra él en vez de contra Tor. El aire se llenó de chispas cuando las sierras circulares del Amo de la Noche atravesaron la servoarmadura de Jan. El condecorado veterano cubierto de trofeos orkos rugió más que gritó por el dolor mientras forcejeaba con su oponente.
Tor se volvió de nuevo hacia el hechicero. No permitiría que la entrega de Jarl no sirviera para nada. El brujo hizo un gesto en dirección a Tor, aunque interrumpió el ritual al hacerlo. De inmediato, las llamas esmeralda titilaron y se apagaron a continuación. Todos los monjes gritaron al mismo tiempo cuando de la punta de los dedos del hechicero surgieron rayos de energía en dirección a Tor.
El ozono y el azufre se mezclaron en el aire cuando los rayos impactaron contra Tor. Le dio la impresión de que los dos corazones se le paraban al mismo tiempo, y, de repente, no fue capaz de respirar. Siguió avanzando como si fuera un autómata. El hechicero cerró el puño y, al hacerlo, Tor notó que el pecho se le estrechaba. Al Lobo Espacial se le nubló la vista y le zumbaron los oídos. Pensó que no importaba lo que le ocurriera, incluso si era la muerte: llegaría hasta el hechicero y cumpliría su misión. Justificaría la confianza que Ragnar había puesto en él. Le habían concedido la oportunidad de redimirse y nada, ni siquiera la magia negra del Caos, le impediría hacer lo que debía.
El hechicero del Caos miró fijamente al guardia del lobo, y aunque tenía la vista borrosa, el Lobo Espacial le devolvió la mirada. La reacción del marine espacial sorprendió al hechicero, y Tor se dio cuenta de que la maligna confianza que su oponente sentía se iba desvaneciendo. Al hacerlo, a Tor le dio la impresión que empezaba a recuperar las fuerzas. Acortó la distancia que los separaba.
Uno de los monjes trató de intervenir, del mismo modo que Jarl había actuado para ayudar a Tor, pero incluso medio cegado y sufriendo una agonía indescriptible, el guardia del lobo poseía la fuerza suficiente como para blandir la espada de energía y partir por la mitad a su nuevo oponente.
En los dedos del hechicero volvió a brillar una descarga de energía. Tor no podía estar seguro de si el hechicero decía algo, ya que el zumbido que se había apoderado de sus oídos era demasiado fuerte, pero de repente, ya no había distancia entre ellos. El brujo interrumpió el hechizo e intentó desenvainar su espada para defenderse.
El aliento regresó a los pulmones de Tor y sus dos corazones volvieron a latir. Recuperó de inmediato la vista y el zumbido de los oídos desapareció por completo. En vez de detenerse para disfrutar un momento de la recuperación de los sentidos y respirar profundamente, lanzó un mandoble con la espada contra el cuerpo del hechicero. Las vestiduras místicas, la carne y el hueso no fueron capaces de detener el golpe, y el ataque partió por la mitad al hechicero. Los monjes volvieron a gritar y luego se desplomaron todos a la vez, como si fueran marionetas que de repente se hubieran quedado sin hilos de los que colgar.
Los Amos de la Noche redoblaron sus ataques contra los Lobos Espaciales. Habían fracasado a la hora de proteger al hechicero, y los marines del Caos sabían que sólo la muerte dejaría satisfechos a sus Dioses Oscuros. Tor sintió que la energía le volvía al cuerpo. Había cumplido la misión que le había encomendado el señor lobo. Se apresuró a activar el comunicador.
—Señor lobo, misión cumplida. —Y sin esperar una respuesta, se lanzó a ayudar a sus camaradas Lobos Espaciales.
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Ragnar y los garras sangrientas habían logrado escapar del edificio donde sus enemigos los habían esperado para emboscarlos, pero fue pocos momentos antes de que recibiera una tromba de proyectiles de artillería. Los disparos bólter habían dejado de acribillar la calle, y el señor lobo hizo avanzar con cautela a sus hombres.
El comunicador de Ragnar soltó un chasquido.
—Señor lobo, misión cumplida —le dijo Tor con voz llena de orgullo.
—Bien hecho —contestó Ragnar, aunque le llegó el sonido del combate que se estaba librando al otro lado del comunicador.
Sin embargo, sabía que esa batalla no tardaría en acabar. Sin el hechicero, los Amos de la Noche no dispondrían de sus aliados demoníacos y sus recursos materiales eran demasiado escasos como para que continuaran resistiendo. Ragnar estaba seguro de que el enemigo tendría que retirarse con los pocos efectivos que le quedaran.
Ranulf llegó a la carrera por una calle lateral con un puñado de guerreros.
—Salud, mi señor lobo! Por lo que parece, el enemigo se está retirando por completo.
—Bien. Eso es lo que se supone que debía pasar. Bien hecho. Espera un momento, Ranulf. —Ragnar abrió un canal de comunicación con Hoskuld, el viejo explorador lobo—. Tor ha eliminado al objetivo. Acercaos y ayudadlo.
—Sí, mi señor lobo. Estamos aquí para apoyarlo —contestó Hoskuld.
Ranulf se quedó mirando al señor lobo.
—¿Por qué no ordenó simplemente a los exploradores que eliminaran al hechicero? —le preguntó en voz baja.
Ragnar puso la mano en uno de los anchos hombros de Ranulf.
—Porque necesitaré que Tor mantenga la moral alta en el próximo Planeta. Se merecía la oportunidad de acepar sus responsabilidades. Eso hará de él un mejor guerrero. —Se quedó callado—. A mí me funcionó —añadió al cabo de un momento.