CAPÍTULO 4
Tiroteo
Cuando Jeremiah fue asignado a la misión en Hyades, estudió todos los documentos que pudo localizar acerca de la colonización humana de ese mundo. Cuanto más supiera del planeta y de su capital, más preparados estarían tanto él como los miembros de su equipo. Desafortunadamente, al igual que sucede con una gran cantidad de historias planetarias, el paso del tiempo y la negligencia de los encargados de conservar la información dificultaron su localización. Sin embargo, mientras buscaba información técnica del Adeptus Mechanicus, encontró varios esquemas históricos de la ciudad de Lethe. Eso, combinado con otros datos históricos, le permitió crear un informe básico acerca de la construcción de la ciudad.
Lethe era la capital de Hyades, pero también era el punto original de la primera presencia humana en ese duro planeta. Lethe era donde estaban situadas las primeras minas de promethium, minas que, según todos los datos reunidos, Jeremiah podría encontrar todavía intactas. Algunas todavía seguían activas, mientras que otras se habían agotado y ya no se trabajaba en ellas. Además, el área de la ciudad designada como palacio del gobernador era, de hecho, el primer asentamiento humano. Los muros que rodeaban el palacio eran las murallas de la ciudad original.
A causa del hostil clima del planeta, cuando el asentamiento empezó a expandirse, sus habitantes salieron afuera de los muros originales y construyeron la nueva ciudad alrededor de la antigua. Una vez acabada, los ciudadanos abandonaron la ciudad antigua para trasladarse a la nueva. En vez de destruir las viejas estructuras, los posteriores gobernadores hicieron reconstruir el núcleo antiguo de la ciudad para utilizarlo como sede del Administratum, de las fuerzas de defensa y de cualquier otra organización que consideraron importante.
A Jeremiah le pareció que el sentido común de los anteriores gobernadores era algo fascinante e impresionante. Los terrenos del palacio fueron completamente segregados de la nueva ciudad en todos sus aspectos: eran autosuficientes en generación de energía, reciclaje de residuos y almacenamiento de comida y agua. Esto significaba que, en caso de asedio, el palacio podía resistir durante un largo período de tiempo.
Jeremiah y sus hombres estaban en esos momentos justo en el exterior de la antigua muralla de la ciudad. Desde su perspectiva dominante en una calle secundaria, Jeremiah tenía a la vista la entrada principal. El complejo del palacio estaba completamente rodeado por una muralla de rocacemento de diez metros de altura. Su cara exterior había sido modelada para que pareciera una antigua estructura de ladrillo y mortero, lo que le confería un aspecto más artesano que la mayoría de murallas. Esto la hacía estéticamente agradable a la vista, pero más fácil de destruir. Había servocráneos de vigilancia situados en cada esquina y en los puntos medios de la muralla, y todos ellos giraban hacia uno y otro lado, escaneando la carretera de acceso y las vías peatonales que rodeaban el complejo; carreteras y vías que en estos momentos estaban desiertas a causa del toque de queda impuesto. Había escuadras de centinelas apostadas en las cuatro puertas, y patrullas de al menos doce hombres recorrían las murallas con una frecuencia de treinta segundos, siguiendo una ruta alternativa en cada turno. Todo ello hacía que cualquier intento de infiltración fuera muy difícil de no ser detectado, por no decir imposible.
Jeremiah hizo unas cuantas señales al equipo con las manos, y los demás miembros del grupo le indicaron que todo estaba despejado. Justo después, el equipo se puso en marcha. Sincronizando sus acciones con las patrullas y los servocráneos de vigilancia, cada componente del equipo, en el momento adecuado, cruzó la calle y escaló la muralla del palacio. Utilizando las junturas y las grietas de la decorada muralla como asideros para pies y manos, los Ángeles Oscuros lograron atravesar la muralla y alcanzar el acceso al palacio en muy pocos instantes. Jeremiah fue el último en cruzar, esperando para estar seguro de que todos los miembros de su equipo estaban a salvo antes de seguirlos.
Jeremiah salió rápidamente de la cobertura y corrió hacia la muralla, como su equipo había hecho antes que él, y escaló el muro con relativa facilidad. Sujetándose a la parta superior, pasó las piernas por encima de la muralla y se agachó en la pasarela que la circundaba. Desde allí pudo ver el interior del complejo por primera vez.
El palacio del gobernador se levantaba en el centro de la ciudad. Era una bella estructura de cristal y ceramita, con ventanas de vidrio tintado que mostraban muchos aspectos históricos de la ciudad. Unos jardines extremadamente frondosos y unos pequeños grupos de árboles cubrían el terreno que rodeaba el palacio. Los jardines estaban rodeados por filas de edificios que albergaban todo tipo de actividades propias de la ciudad, incluido el lugar donde se gestionaban las cartillas de racionamiento, que se encontraba detrás del palacio. Los informes de inteligencia de los Ángeles Oscuros no aclaraban dónde se encontraba exactamente su objetivo, pero la mejor opción era considerar el palacio como la ubicación más probable. Jeremiah hizo rápidamente un mapa mental de la zona y saltó al otro lado de la muralla para unirse a su equipo.
Una vez en el suelo y a cubierto en las sombras, Jeremiah les habló.
—¿Qué te parece, Elijah?
Elijah estaba comprobando su auspex, estudiando los mapas y los informes de inteligencia del complejo del palacio.
—La interferencia aquí no es tan grande, pero la señal sigue siendo esporádica. Según los mapas, hemos de movernos en esa dirección —explicó Elijah.
Lentamente y con gran precisión, los Ángeles Oscuros se movieron entre las sombras hacia su objetivo.
El patio de armas se encontraba en el centro del complejo, donde el gobernador planetario podía inspeccionar las tropas. Tenía más de ciento cincuenta metros de longitud y casi setenta y cinco metros de anchura; su superficie de hierba se utilizaba en las ceremonias militares del gobernador. Todo el patio estaba rodeado de una senda pavimentada, que habitualmente utilizaban los guardias de palacio para entrenarse o para hacer ejercicios.
Desde el centro del palacio, un gran atrio acristalado de dos pisos sobresalía del terreno. Desde allí, el gobernador podía supervisar desde las alturas las tropas que desfilaban para su inspección. En el otro extremo del patio había pequeños grupos de árboles y arbustos que rodeaban arroyos y fuentes artificiales, junto a los cuales había bancos y mesas en las que los invitados podían disfrutar de la tranquilidad del jardín alejados del ruido y el ajetreo de palacio.
Era en esos tranquilos jardines donde se ocultaba el equipo de eliminación. Desde allí procederían sin la ayuda de los auspex, pues ya les resultarían inútiles, aparentemente a causa de los sistemas internos de defensa del palacio.
Sus escaneos ópticos no revelaban nada en las proximidades. Jeremiah hizo una señal a su equipo para que se pusiera en marcha a través del patio de armas, utilizando el follaje como cobertura. Permaneciendo en el extremo del patio opuesto al atrio, deberían ser capaces de avanzar sin ser detectados.
Elijah se colocó como punto de vanguardia, mientras Jeremiah cerraba la marcha. Se movieron rápidamente, deteniéndose ocasionalmente para escanear hacia adelante en busca de posibles amenazas no visibles. Se estaban aproximando al centro del patio.
—Elijah, ¿ves algo en el interior del atrio? —preguntó Jeremiah.
—Escaneo de espectro total. —Elijah subvocalizó la orden.
Los sistemas ópticos de su casco empezaron a recorrer todas las frecuencias del espectro visual. Para su sorpresa, los sensores visuales frieron incapaces de penetrar en el atrio acristalado.
—El atrio está protegido contra mis escáneres ópticos, señor —la voz de Elijah se oyó a través del comunicador—. Soy incapaz de detectar nada en su interior.
—Muy bien, seguid adelante —ordenó Jeremiah—. Los dormitorios se encuentran en el otro extremo del patio, nuestro objetivo debería estar allí.
Los marines espaciales espaciaron la línea mientras se movían de sombra en sombra. Elijah encabezó de nuevo la marcha y Jeremiah reasumió la posición de retaguardia. No encontraron resistencia alguna. Uno tras otro alcanzaron el borde opuesto del patio y el palacio. Desde allí no les separaban más de cincuenta metros de los barracones de la Fuerza de Defensa Planetaria.
Jeremiah fue el último en cruzar. Utilizando el follaje como cobertura, escudriñó el área tras él una vez más para asegurarse de que nadie los estaba siguiendo. Ni un solo movimiento visible. Lentamente, salió de la cobertura y cruzó la explanada hasta la esquina del palacio. Mientras cruzaba, algo le llamó la atención; al darse la vuelta vio a cuatro figuras moviéndose por el entresuelo de los pisos superiores del palacio. A juzgar por su tamaño y complexión, no podían ser humanos. Únicamente había una explicación posible: había otros marines espaciales en Hyades.
★ ★ ★
Los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros tienen una turbulenta historia que se remonta a los tiempos en que Leman Russ, primarca de los Lobos Espaciales, y Lion El'Jonson, primarca de los Ángeles Oscuros, todavía andaban entre las estrellas. Los motivos exactos de esa enemistad entre los dos capítulos hacía mucho que se había olvidado. Lo único que se sabe es que se produjo una gran pelea entre los hermanos primarcas en relación a determinados sucesos acaecidos durante la Herejía de Horus; sucesos tan graves que Russ desafió a Jonson a un combate singular. Diez mil años después, los Hijos de Russ todavía mantenían vivo el antiguo agravio causado por esos sucesos, y aunque no los consideraban enemigos acérrimos, seguían pensando que los Ángeles Oscuros no eran de fiar.
Ragnar sabía que, a lo largo de la larga historia de los Lobos Espaciales, había habido ocasiones en que el Gran Lobo del momento se había negado a ayudar a los Ángeles Oscuros, e incluso se habían producido pequeños enfrentamientos entre ambos capítulos.
No estaba muy seguro de la razón por la que los Ángeles Oscuros estaban en Hyades, pero sabía que los Cuchillos del Lobo debían actuar.
—Magni, quiero que avises al comandante Cadmus. Infórmale de que tenemos unos invitados no deseados en el patio. Hazle saber que Haegr, Torin y yo nos preparamos para interceptarlos —ordenó Ragnar.
—Pero Ragnar, ellos son más, necesitarás mi... —empezó a protestar Magni.
—Haz lo que te ha ordenado, cachorro —le interrumpió Haegr—. No son más que seis, apenas los suficientes para mí solo —fanfarroneó.
Magni sabía que no debía seguir discutiendo, más por la mirada que le había lanzado Ragnar que por el ladrido de Haegr. Se dio la vuelta y corrió hacia el atrio.
Ragnar se cogió a la barandilla y saltó, pasando las piernas por encima y aterrizando sobre el asfalto del camino sin apenas notar la caída de cuatro metros. Torin y Haegr lo siguieron inmediatamente. Antes de que hubieran tocado el suelo, Ragnar ya estaba corriendo a toda velocidad por el patio de armas.
Los tres miembros del Cuchillo del Lobo atravesaron el patio en cuestión de segundos. Ragnar y Torin saltaron por encima del follaje que unos instantes antes habían utilizado los Ángeles Oscuros como cobertura.
Ragnar se detuvo un instante y olfateó. Desde allí apenas podía notarse un tenue olor, pero era un rastro evidente y fácil de seguir. Mientras Ragnar se daba la vuelta hacia Torin, el follaje tras ellos se abrió y apareció Haegr.
—¿A qué estáis esperando aquí pasmados? No nos detengamos —dijo éste.
Ragnar y Torin intercambiaron una mueca y se dirigieron a la esquina del palacio por la que los Ángeles Oscuros acababan de girar. Con cuidado, Torin observó el otro lado de la esquina, pero al no ver nada se dio la vuelta e indicó a los demás que todo estaba despejado. En cuanto él y Ragnar dieron un paso hacia el camino, el muro del palacio explotó al ser impactado por una lluvia de proyectiles bólter. Torin fue alcanzado en el brazo, lo que le hizo girar y caer de espaldas. Viendo de dónde procedían los disparos, Haegr abrió fuego inmediatamente, aunque su objetivo estaba más allá del alcance de su pistola, pero eso le permitió a Ragnar saltar hacia la protección de la esquina.
Torin ya estaba levantándose del suelo.
—¿Estás bien, amigo mío? —preguntó Ragnar.
—La armadura ha detenido la fuerza del impacto, simplemente me cogió por sorpresa. No volveré a cometer el mismo error —le respondió Torin.
Haegr seguía disparando a sus invisibles adversarios. Mientras se asomaba para disparar otra ráfaga, Ragnar y Torin abandonaron la cobertura y atravesaron corriendo el pequeño patio hacia una gigantesca estatua de un antiguo gobernador de Hyades. Nadie devolvió el fuego. Haegr se reunió rápidamente con sus hermanos de batalla del Cuchillo del Lobo.
Ragnar no perdió tiempo. Rodeó la base de la estatua y echó a correr a toda velocidad hacia la esquina de los barracones. Se colocó pegado al muro del edificio y echó un rápido vistazo al otro lado justo a tiempo de ver a su atacante. Los ojos de Ragnar y los del ángel oscuro se encontraron, y en ese breve instante se intercambió más información entre los dos guerreros de la que podría haberse intercambiado en horas de conversación.
Ragnar se dio cuenta de que seguir la persecución lo conduciría hacia una emboscada. Tenía que encontrar la forma de lograr la ventaja. Dándose la vuelta, corrió a lo largo del muro del edificio del Administratum, saltó los escalones de la entrada y atravesó las puertas dobles. Torin y Haegr, que estaban justo detrás de él, adoptaron inmediatamente el cambio de táctica y entraron también en el edificio.
Ragnar actuaba como si estuviera en combate total. Los Ángeles Oscuros no deberían estar allí. Si estaban por motivos legítimos, habrían observado los protocolos estándar de los Astartes. La desconfianza y el odio de todo el capítulo hacia esos marines espaciales en concreto estaban justificados. Le habían disparado a él y a sus hermanos sin provocación alguna. Ellos no eran el enemigo, pero se suponía que no debían estar allí. Vivirían para lamentar su engaño.
Ragnar corrió más allá de la recepción y se adentró en el laberinto de corredores y salas llenas de estatuas de políticos locales que hacía mucho que habían muerto. Utilizando su memoria e inteligencia modificada genéticamente, recorrió varios corredores hasta llegar a la puerta de una habitación que, según sus cálculos, lo conduciría a la parte opuesta del edificio. Si tenía razón, los Ángeles Oscuros estarían en el otro lado.
Ragnar se detuvo en la puerta, cogió el pomo y entró silenciosamente en la estancia, tratando de evitar ser visto a través de las ventanas si los Ángeles Oscuros estaban donde él creía. Ragnar observó lo que parecía el interior de una gran sala de conferencias. Una larga mesa con sillas de respaldo alto ocupaba el centro de la sala. En la pared opuesta había tres ventanas con grandes pinturas adornando las paredes entre ellas. Un gran tapiz del Sagrado Emperador colgaba de la pared en el otro extremo de la habitación. Había cráneos de antiguos adeptos apilados en las estanterías como si fueran libros, mientras que en las esquinas ardían velas que emitían un vacilante resplandor por toda la sala. Ragnar observó a sus adversarios a través de la ventana de en medio. Parecía que estaban preparándose para una emboscada.
Ragnar no perdió el tiempo. Saltó sobre la mesa, dio un paso al frente y se lanzó a través de la ventana central. Fragmentos de vidrio y madera llovieron sobre el ángel oscuro más próximo. Ragnar aterrizó sobre el marine y lo agarró por los hombros. Sin embargo, el ángel oscuro utilizó el propio impulso de su atacante y se deshizo de éste para luego rodar hasta acabar con una rodilla en el suelo. Ragnar cayó sobre sus cuatro extremidades, agazapado y listo para atacar.
Ragnar observó a su oponente. Se había recuperado espléndidamente de su ataque inicial. El ángel oscuro, ahora acuclillado, lo observó, apartó la capa y desenvainó la espada. Los otros cinco miembros de la escuadra de Ángeles Oscuros estaban dispersos detrás de su actual presa, tratando de apoyar al que aparentemente era su jefe. Su ataque los había cogido totalmente por sorpresa.
Ahora que ya se había hecho cargo de la situación, Ragnar volvió a concentrarse en su adversario inicial. Ese ángel oscuro en concreto parecía más joven de lo que esperaba, pero sus marcas de servicio indicaban lo contrario. El tiempo pareció detenerse mientras los dos Astartes se estudiaban mutuamente, esperando el momento adecuado para atacar. La tensión fue en aumento, y los músculos y tendones se tensaron y relajaron sucesivamente. Finalmente, el tiempo se volvió a poner en movimiento.
Accionando la runa de activación de su espada, el Lobo Espacial saltó hacia adelante aullando su grito de batalla, que resonó por todo el patio. Ragnar levantó el arma muy por encima de la cabeza y luego la hizo descender en un rápido golpe letal dirigido al cuello del ángel oscuro. Su adversario apenas tuvo tiempo de levantar su espada para bloquear el golpe. Las dos espadas entrechocaron y se quedaron enlazadas. Ambos guerreros pugnaron el uno contra el otro y sus espadas desprendieron chispas al tratar ambos de lograr una cierta ventaja sobre su adversario. Las espadas seguían cruzadas y enganchadas por la empuñadura.
Ragnar se apoyó con todo su peso para intentar hacer descender su arma, mientras que el ángel oscuro acuclillado debajo de él presionaba hacia arriba con toda su fuerza tratando de mantener la espada de Ragnar a distancia. El Lobo Espacial sabía que su oponente era decidido y que no se rendiría.
Torin saltó por la ventana que Ragnar había roto, seguido de cerca de Haegr, que hizo su propia contribución a destrozar la pared al obligar a su voluminoso cuerpo a pasar por la estrecha abertura.
Torin se hizo inmediatamente cargo de la situación. Ragnar había demostrado una y otra vez que podía cuidarse solo. Sin embargo, había al menos otros cinco marines de los que hacía falta encargarse.
Torin y Haegr flanquearon a Ragnar, uno por cada lado, protegiéndolo. Si alguno de los Ángeles Oscuros trataba de intervenir, primero tendrían que pasar por encima de ellos. Torin distinguió cinco figuras entre las sombras. De repente, uno de los Ángeles Oscuros quedó iluminado por un tenue resplandor verde. Torin saltó inmediatamente hacia la derecha, evitando a duras penas la bola de plasma. Las paredes del edificio del Administratum ardieron al explotar el plasma contra ellas.
Torin observó cómo el ángel oscuro se adelantaba ligeramente para no volver a fallar. El marine espacial levantó su rifle de plasma para efectuar un segundo disparo. De repente, el arma empezó a brillar, primero de color rojo y más tarde al rojo blanco. Varias descargas de energía eléctrica recorrieron la superficie del rifle y los brazos del marine, que empezó a convulsionarse a causa de la repentina descarga de energía que el arma de plasma estaba emitiendo.
La tecnología de las armas de plasma era antigua y su poder devastador hacía que fueran muy efectivas en combate. Sin embargo, su efectividad tenía un elevado coste. A veces, la gran cantidad de energía acumulada era demasiado elevada para el sistema de contención del arma y se cortocircuitaba, sobrecalentándose y explotando; a veces llevándose por delante a quien la empuñara.
Ése no fue uno de esos momentos. El arma explotó, engullendo a su portador en una llamarada de fuego plasmático verde azulado que lo derribó. La armadura del marine espacial estaba chamuscada y fundida en algunos puntos, pero él estaba indemne.
Haegr se lanzó contra los tres Ángeles Oscuros que quedaban blandiendo su martillo.
—Tenéis que sentiros honrados, pues es Haegr quien se enfrenta a vosotros, y será Haegr quién dará fin a vuestros días —bravuconeó el Lobo Espacial mientras se acercaba a los tres Ángeles Oscuros.
De repente, todo el patio se iluminó y el rugido de los transportes militares fue ensordecedor cuando diversas escuadras de las fuerzas de defensa planetaria rodearon a los Astartes.
—Soy el comandante Cadmus de la Fuerza de Defensa Planetaria de Hyades. Os conmino a deponer las armas y rendiros. —La voz de Cadmus resonó por todo el patio.
Ragnar tuvo un instante de distracción, pero un instante era todo lo que su oponente necesitaba. Reuniendo todas sus energías, empujó a Ragnar, alejándolo, mientras rodaba a un lado y se ponía en pie.
Los seis Ángeles Oscuros se mantuvieron juntos, con la espalda contra la pared, rodeados por docenas de soldados de las fuerzas de defensa planetaria y tres miembros del Cuchillo del Lobo.
Ragnar se levantó y se unió a Torin y Haegr. Se había acabado.
—Es hora de obtener algunas respuestas —dijo Ragnar mientras se acercaba hacia los rodeados Ángeles Oscuros.
De repente, los miembros del Cuchillo del Lobo y la propia Fuerza de Defensa Planetaria quedaron cegados por una intensa luz blanca. El suelo tembló tan violentamente, que Ragnar fue arrojado al suelo, confuso y desorientado.
—¡En nombre de los krakens de Fenris!, ¿qué ha sido eso? —oyó Ragnar que gritaba Haegr.
—¡Granadas fotónicas! —gritó Torin.
Las granadas fotónicas explotaron con un cegador destello. Aunque la explosión no causaba daños, el destello de luz podía causar ceguera temporal, o incluso permanente, en unos ojos desprotegidos. Sin embargo, también emitían un pulso electrónico diseñado para inutilizar sistemas eléctricos y neurológicos, lo que podía ocasionar que los sistemas ópticos del casco Astartes dejaran de funcionar temporalmente.
Pasaron varios minutos antes que los efectos de la granada fotónica remitieran y Ragnar pudiera volver a ver. Se levantó y miró a su alrededor. Aunque los miembros del Cuchillo del Lobo no llevaban puestos los cascos de la armadura, eran marines espaciales, y sus modificaciones genéticas les permitían recuperar rápidamente sus facultades. Por desgracia, las fuerzas de defensa no fueron tan afortunadas, e incluso los que llevaban protecciones oculares se vieron afectados. Varios se habían dejado caer sobre las rodillas, lloriqueando, sucumbiendo al pánico por la pérdida de la visión. Muchos andaban desorientados, con los brazos estirados hacia adelante, tratando en vano de encontrar a sus compañeros. Ragnar sabía que los efectos pronto pasarían, así que centró toda su atención en el asunto que tenía entre manos.
Cadmus adelantó a Ragnar y se dirigió hacia el punto en el que habían estado los Ángeles Oscuros. Los tres Lobos Espaciales se dieron la vuelta y le siguieron. Cuando se aproximaban al lugar, el humo empezó a dispersarse, y descubrieron lo que había causado que la tierra temblara con tanta fuerza. Había un agujero de dos metros de ancho en el suelo bajo el punto en que los Ángeles Oscuros habían permanecido en pie.
—¿Dónde están? ¿Adónde han ido? —preguntó Haegr.
—Según parece, han ido hacia abajo —replicó Torin señalando hacia el agujero.
—Lethe era el lugar donde se explotaron las primeras minas de promethium de Hyades, y aunque las que se encuentran bajo la ciudad ya no se utilizan, todavía existen, y a medida que la ciudad ha ido creciendo, se ha construido sobre estas viejas minas. Al parecer, nuestros intrusos se han fabricado su propia ruta de escape —explicó Cadmus.
Ragnar se arrodilló para examinar la improvisada vía de escape. Los restos estaban dispersos por la parte exterior del agujero, formando un círculo, la mayor parte concentrada junto al borde del cráter. El humo todavía olía fuertemente. Los sentidos de Ragnar se vieron asaltados por d intenso olor del promethium.
—Más bien parece que algo haya estallado desde el interior del suelo —constató Ragnar.
—Supongo que se tratará de algún tipo de explosivo direccional, posiblemente una carga de fusión colocada en el suelo; se ha fundido atravesando el suelo y la roca hasta llegar a la mina abandonada, detonando los vapores de promethium —aventuró Cadmus.
—Parece que conoce muchas cosas acerca de cómo lograron escapar los intrusos, comandante. —El tono de voz de Torin era más interrogador que curioso.
—En realidad no, Lobo Espacial. Esto es simplemente lo que yo habría hecho.
—No importa cómo llegaron aquí. Lo que debemos saber es hacia dónde han ido, y allí es adonde nosotros vamos a ir —sentenció Ragnar.
—No lo creo, Cuchillo del Lobo Ragnar. Mis hombres pueden encargarse de ello a partir de ahora —le rebatió Cadmus.
—Afortunadamente, no tenemos que obedecer ninguna orden procedente de usted, comandante Cadmus —le replicó Ragnar.
—Evidentemente, jamás me atrevería a ordenarle nada a usted o a alguno de sus camaradas del Cuchillo del Lobo. Simplemente estaba asumiendo que querrían registrar el palacio para asegurarse de que no hay otros grupos de combate que pudieran poner en peligro la vida de lady Gabriella. Ella era sin duda su objetivo. Sin embargo, mis hombres pueden hacer ese trabajo en su ausencia.
Ragnar deseó arrancar de un puñetazo la sarcástica sonrisa que mostraba la cara del comandante, pero su razonamiento era realmente impecable. Los miembros del Cuchillo del Lobo debían, por su honor, servir a la Casa Belisarius, lo que sólo contribuía a hacer más frustrante la situación.
—Ciertamente, comandante, tiene razón —le respondió Ragnar—. El lugar de los guerreros del Cuchillo del Lobo es junto a lady Gabriella.
—No podemos dejarlos marchar, Ragnar, hemos de seguirlos —protestó Haegr.
—La sangre me dice lo mismo, amigo mío, y realmente deseo poder acabar esta lucha, pero nuestra misión principal es velar por la seguridad de lady Gabriella —le replicó Ragnar.
Torin asintió con la cabeza para demostrar su conformidad. Haegr simplemente emitió un gruñido de aceptación.
Ragnar se dio la vuelta, mirando a los soldados de las fuerzas de defensa, varios de los cuales habían empezado a recuperarse y acompañaban a los que seguían afectados hacia el personal médico. El edificio del Administratum que había sido alcanzado por el plasma estaba envuelto en llamas, pero los equipos de extinción ya controlaban el incendio. Era bastante evidente que el Cuchillo del Lobo no era necesario allí. Su misión era localizar a Gabriella y asegurarse de que estaba a salvo.
Ragnar se puso en movimiento, dirigiéndose hacia el edificio principal del palacio. Torin caminó junto a él.
—Serías un buen político, Ragnar —dijo Torin con una mueca.
—Magnífico, ahora también tengo que aguantar tus insultos.
—Bueno, ha sido un buen ejercicio —comentó Haegr.
—Me alegro que te hayas divertido, Haegr —replicó Torin.
—¿Has visto cómo esos Ángeles Oscuros echaron a correr en cuanto se dieron cuenta de que estaban enfrentándose a Haegr del Cuchillo del Lobo? —prosiguió Haegr.
—Sí, me he dado cuenta. Lo cierto es que deberías estar tremendamente orgulloso de ti mismo —se burló Torin.
—Jamás había hecho huir a un enemigo bajo tierra hasta ahora. Es la primera vez que me pasa. No puedo esperar a contárselo a Magni.
Ragnar se detuvo de golpe. Había enviado a Magni a avisar al comandante Cadmus, pero no había regresado con las fuerzas de defensa. ¿Dónde estaba?
—¿Torin ...?
—Estoy pensando lo mismo que tú, Ragnar —replicó Torin. Ragnar y Torin empezaron a correr en línea recta hacia el palacio, preocupados ante la posibilidad de que la presencia de los Ángeles Oscuros no hubiera sido más que una distracción. Ragnar activó su comunicador.
—¡Magni, Magni, contesta! —No hubo respuesta alguna.
Momentos antes, Ragnar se había sentido manipulado, al igual que el resto de los miembros del Cuchillo del Lobo. ¿Y si tenía razón? La misión del Cuchillo del Lobo era servir y proteger a los miembros de la Casa Belisarius. Aunque Ragnar siempre decía que estaba exiliado, sabía que era mucho más que eso. Sabía que el propio Logan Grimnar lo había enviado a esa misión. Si lo habían engañado, no sólo le había fallado al Cuchillo del Lobo, sino también a Logan Grimnar.
El estómago de Ragnar se revolvió en cuanto entró en el atrio y corrió de inmediato hacia los escalones que llevaban al segundo piso. Subió las escaleras en dos zancadas y empezó a dirigirse hacia el corredor que conducía a la sala de conferencias principal.
Cuando estaba a punto de llegar a la entrada de la sala, Magni y Gabriella salieron de ella, haciendo que el trío se detuviera en seco.
—Magni, te he enviado a avisar al comandante Cadmus. Esperaba que regresaras con él —le recriminó Ragnar.
—Las comunicaciones no funcionaban, así que he ido a buscarlo al centro de mando, pero no estaba allí. Al parecer, estaba en una misión de entrenamiento nocturna con su regimiento de élite —replicó Magni—. Iba a regresar cuando me he encontrado a lady Gabriella.
—Tras informarme de la situación, le he ordenado que se quedara conmigo —explicó Gabriella—. Y ahora, ¿por qué no me pones al día de todo lo sucedido?
Ragnar se tomó un instante para ordenar sus pensamientos.
—Como ya sabéis, hemos descubierto un pequeño grupo de Astartes intentando atravesar los terrenos del palacio.
—Eran Ángeles Oscuros, lady Gabriella —lo interrumpió Haegr. Torin le puso una mano sobre el hombro a Haegr.
—Lo siento, Ragnar —se disculpó el enorme Lobo Espacial. Ragnar asintió antes de proseguir.
—Estábamos siguiendo a los Ángeles Oscuros por el patio de armas cuando empezaron a dispararnos.
—Ellos abrieron fuego contra vosotros! —La sorpresa de Gabriella era innegable.
—Sí, fue tras empezar a perseguirlos para atacarlos. Durante el combate, Cadmus y las fuerzas de defensa planetaria rodearon nuestra posición, cortándoles la ruta de escape, ¡o eso creíamos! —Ragnar hizo una pausa.
—¿Así que lograron escapar? —preguntó Gabriella.
—Si, lady Gabriella. Utilizaron granadas fotónicas para ganar el tiempo suficiente con el que abrirse un punto de acceso a las minas abandonadas que hay bajo la ciudad —le explicó Torin.
—Ésa es una de las cosas más extrañas de todo lo sucedido —añadió Ragnar.
—Huyeron como los cobardes que son —se burló Haegr.
—No, Ragnar tiene razón —le contradijo Torin—. Estoy preocupado por eso y por el hecho de que nos dispararan sin provocación alguna. La enemistad entre nuestros respectivos capítulos es bien conocida. Ninguno se fía del otro, pero no dejan de ser Astartes, y nada en nuestra enemistad justifica su forma de actuar esta noche.
Lady Gabriella dio unos pasos hacia adelante con las manos cruzadas a la espalda mientras le daba vueltas a lo sucedido en la cabeza.
—Estoy de acuerdo. Hay algo mucho más importante detrás de todo esto, algo más que una simple disminución de la productividad. Creo que los acontecimientos de esta tarde son mucho más graves que una simple alteración de la producción de promethium. Informaré al gobernador de la situación. Tal vez deberíais aseguraros de que el palacio es seguro y ayudar al comandante en su búsqueda —indicó Gabriella.
—De acuerdo, mi señora —contestó Ragnar.
—Magni, déjame contarte cómo mi mera presencia ha hecho que seis Ángeles Oscuros se escondieran bajo tierra —dijo Haegr.