CAPÍTULO 10
Mil sufrimientos

Cadmus permanecía de pie entre los servidores conectados a los sistemas de vigilancia en uno de los bunkers de mando de Lethe. Esos antiguos criminales cumplían su condena por cobardía, herejía y otros crímenes, ayudando a controlar los sistemas de vigilancia de las defensas de Lethe. Eran más máquinas que hombres y, como tales, Cadmus ni siquiera se fijaba en ellos. Por lo que a él se refería, estaba solo, contemplando la carnicería en las calles de la ciudad. Observar cómo se desarrollaba la batalla le proporcionaba a Cadmus una sensación de poder. Él había orquestado todo lo sucedido.

La puerta que había detrás de Cadmus se abrió y el teniente Carson, de la Fuerza de Defensa Planetaria, entró apresuradamente. Carson era un hombre joven que había ascendido rápidamente en el escalafón, un individuo alto y carismático que se había ganado su rango. El valor y el sosegado mando de Carson eran legendarios entre la tropa, pero Cadmus podía notar que el valor del oficial iba debilitándose a medida que proseguía el asalto de los marines espaciales.

—No tenemos mucho tiempo, comandante. Los Ángeles Oscuros han atravesado muchas de nuestras defensas, y los Lobos Espaciales... —El teniente tragó saliva—. Señor, ¿por qué estamos atacando a los Lobos Espaciales?

Cadmus atravesó al teniente con su mirada. Unas pequeñas gotas de sudor aparecieron en la frente del hombre. Cadmus suspiró. No podía dejar que los demás hombres vieran a Carson asustado. Era una lástima. Carson era el tipo de herramienta que Cadmus habría podido convertir en leyenda en otros mundos y tiempos pasados.

—Venga conmigo, Carson. —Cadmus guió al teniente afuera de la sala de monitores. Ninguno de los servidores registró el hecho de que los dos hombres se habían marchado.

—¿Adónde vamos, señor? —quiso saber Carson.

Cadmus levantó la mano en respuesta y condujo al joven oficial a través de la sala hacia una gran puerta de plastiacero.

—Ésta es la sala más secreta de la ciudad. Incluso hice eliminar a los servidores después de su construcción para mantener la seguridad. Una vez estemos dentro, le explicaré el plan.

Cadmus presionó las runas correctas para activar la puerta de seguridad. Con un ruido sordo, la gigantesca puerta se abrió lentamente.

El teniente forzó la mirada para ver el interior, pero la sala estaba totalmente a oscuras.

—Entre —le ordenó Cadmus.

El comandante siguió al teniente hacia el interior. La puerta se cerró rápidamente, sobresaltando al teniente con el chasquido final. La habitación era fría además de oscura. Carson se sentía como si hubiera entrado en una tumba. Los dos hombres se encontraban en una oscuridad casi total.

—Teniente, usted nació y creció aquí en Hyades, ¿verdad? —le preguntó Cadmus.

—Sí, señor.

—¿Sabía que los habitantes de Hyades, y los de Lethe en particular, son los seres más cerrados de mente que jamás he conocido? Su pueblo rehúsa categóricamente rendirse a la naturaleza, pero también se niega a adaptarse al mundo. En vez de ello, obligan al mundo a adaptarse a ustedes: una cualidad admirable. Desafortunadamente, parecen no darse cuenta de que este mundo únicamente existe como tal por la voluntad del Emperador, o quizá debería decir, de los burócratas imperiales.

—¿Qué?

Cadmus sonrió.

—Seguro que sabe que el Emperador está muerto en el Trono Dorado. Ha estado muerto durante diez mil años. El Imperio es una mentira, y los más mentirosos son esos devotos Ángeles Oscuros que han venido a degollaros. Así pues, teniente, voy a serle sincero.

—¿Señor? —El teniente retrocedió un paso—. No le entiendo —dijo.

—Teniente, no me importan ni usted ni nadie de este planeta. Únicamente me importan mis hermanos y yo mismo. Para asegurar mi seguridad y la derrota de mis enemigos, me temo que he tenido que hacer un trato por el que voy a sacrificar Lethe a mis nuevos aliados —dijo Cadmus.

El comandante alzó su brazo hacia adelante. Al hacerlo, un círculo arcano cobró vida en el centro de la habitación. Una sanguinolenta luz roja emanaba de sus retorcidas runas. En el interior del círculo oscilaba una columna de humo, y al teniente le pareció ver algo traslúcido moviéndose en su interior. Fuera lo que fiera, estaba fascinado, aunque su mera visión hacía que la sangre se le helara de terror.

—El poder del Señor de la Transformación fluye por este lugar —le susurró Cadmus—. Puedo adivinar que está intrigado. Las llamas hipnotizan incluso a los hombres con más férrea voluntad. Y es mucho más impresionante cuando está activada al máximo.

—¿Por qué vos...? ¿Qué es esto...? —El teniente luchaba contra sus propias palabras y emociones.

—El sacrificio de sangre lo activa —afirmó Cadmus en un tono tan frío como el hielo. Su espada centelleó por el aire cortando limpiamente el cuello del teniente. Cadmus sostuvo cuidadosamente el cuerpo del soldado con su mano libre, colocándolo en el círculo. El humo se volvió rojo oscuro, y un sonido sibilante llenó la habitación.

Cadmus se quedó quieto un momento y limpió su espada mientras veía cómo la sangre caía a borbotones en el círculo.

—Ha llegado la hora —dijo Cadmus, dirigiéndose al círculo de poder—. He hecho todo lo que habíais pedido. Los cadáveres de los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros cubren Hyades. Incluso he atraído al Cuchillo del Lobo como queríais.

Se produjo un corto silencio. Entonces, una voz retumbó desde más allá del tiempo y el espacio.

—Lo has hecho muy bien, Caído. Como prometí, vuestros enemigos serán destruidos. La venganza será para ambos, pues aunque odiáis a los Ángeles Oscuros, ¡no hay nada que pueda compararse con el odio contra los Lobos Espaciales que sienten los Mil Hijos! Y respecto a mí, pronto acabaré personalmente con la vida de aquel que ha demostrado ser una espina clavada en el costado de mi señor.

—Supongo que estáis hablando del señor lobo Berek —inquirió Cadmus.

—¡No, estoy hablando del cachorro Ragnar! —El portal crepitó. Varios relámpagos azules surgieron del centro del círculo y una silueta gigantesca tomó forma.

Cadmus dio un paso atrás y llevó la mano a la empuñadura de su espada. Aunque no quería admitirlo, ver la imagen de una gigantesca forma acorazada manifestarse en su presencia lo ponía en guardia. El marine espacial del Caos no estaba realmente en la habitación, se recordó a sí mismo, únicamente había aparecido para hablar con él vía hechicería oscura. Aun así, Cadmus no podía evitar una extraña sensación en la boca del estómago.

—Mis disculpas, lord Madox —ofreció Cadmus.

El gigantesco hechicero del Caos llevaba una armadura azul con ribetes dorados cubriendo sus siempre cambiantes sellos de Tzeentch. Era un artefacto, una reliquia del Caos por sí misma, expuesta al poder de Tzeentch y los demonios de la disformidad durante innumerables milenios. Las placas oculares de Madox brillaban con una luz amarillenta, y Cadmus fue capaz de sentir el odio en el interior del señor de los Mil Hijos.

—Los Lobos Espaciales destruyeron nuestro planeta. Nos traicionaron. Nuestro señor, Magnus el Rojo, intentó salvar al Emperador, pero no le hicieron caso. Únicamente Horus creyó en nosotros, ¡y ni siquiera él fue capaz de aceptar toda la verdad! En esos tiempos podíamos haber salvado el Imperio, ¡pero ahora lo destruiremos! He caminado por la superficie de Fenris. Había preparado el regreso de mi primarca desde la disformidad. Sólo una cosa me impidió ser el más poderoso de los Mil Hijos, ese insignificante cachorro de lobo, Ragnar.

Madox echó la cabeza hacia atrás, levantó los brazos, y lanzó una carcajada.

Cadmus estaba sudando. Había visto cientos de batallas y se había enfrentado a enemigos terroríficos. Incluso había escapado por los pelos de los Ángeles Oscuros en dos ocasiones, pero la presencia del hechicero del Caos le helaba el alma.

La voz de Madox adquirió un tono enloquecido, y los rayos del portal se adaptaron al tono de su risa.

—Mi señor Tzeentch en el auténtico señor del Caos, el Señor de la Transformación, el Señor de la Magia y el todopoderoso Dios del Fuego. Sin duda está poniendo a prueba mi resistencia. Si mi adversario fuera un señor lobo, o un héroe del Imperio, mis derrotas tendrían una excusa; ¡pero enfrentarme a un ignorante guerrero me ha hecho aspirar a metas mucho más elevadas! Gracias, Tzeentch, por Ragnar, porque él y sólo él me ha mostrado el camino para destruir totalmente su maldito capítulo.

La risa se convirtió en una blasfema cacofonía procedente del portal. Madox miró directamente a Cadmus.

—Ahora, Caído, como has dicho, ha llegado la hora.

El hechicero del Caos levantó las manos y de sus dedos surgieron llamas que se dirigieron hacia el techo del búnker, ardiendo con colores púrpura, azul, índigo, amarillo, verde y rojo oscuro; todos a la vez.

—Que el fuego en la sangre de este mundo traiga la bendición de Tzeentch.

Cadmus escuchó un chillido. El sonido al principio fue leve, pero pronto todo resonó a su alrededor.

—Las muertes de los marines espaciales deben dar fruto. Necesito mucho más que sus vidas, necesito su esencia vital. Los Hijos de Tzeentch vendrán y cosecharán las almas de sus enemigos.

—Lord Madox, ¿qué más necesitáis? —le preguntó Cadmus—. ¿No os he proporcionado todo lo que habíais solicitado? He provocado una guerra.

Madox se quedó en silencio, y el chillido se redujo a un apenas audible grito.

—Quiero más que una guerra. Quería cuerpos. Ahora quiero su semilla genética.

La semilla genética era una parte de cada marine espacial que hacía de ellos lo que eran. Cada semilla genética contenía un fragmento del ADN del primarca, el fundador del capítulo. Cuando un guerrero era elegido para convertirse en marine espacial, los apotecarios le implantaban la semilla genética en el cuerpo. Junto a la semilla genética se implantaban otros órganos que controlaban y regulaban no sólo los cambios genéticos, sino también su aceptación por parte del cuerpo.

La semilla genética era la esencia de un marine espacial, era lo que los diferenciaba de los hombres normales, mucho más que su característica servoarmadura, o incluso su fe en el Emperador.

Cadmus se dio cuenta de repente de que no había sido más que una herramienta para los Mil Hijos. Todo lo que había hecho no significaba nada para ellos. No era más que un peón de sus juegos. Esto lo llenó de furia. No iba a dejar que nadie, ni siquiera un mal de diez mil años de antigüedad, jugara con él.

—Mi señor, espero que honréis los términos de nuestro acuerdo —dijo Cadmus—, y si no lo...

Madox inclinó la cabeza y miró directamente al comandante. La protesta de Cadmus murió en su garganta. El Caído sintió como si Madox mirara a lo más profundo de su alma, como si lo supiera todo de él.

—Sé que no queréis acabar vuestra amenaza. Las emociones os hacen débil, Cadmus, no merecéis ningún honor. En esto sois como vuestro antiguo capítulo. Sin embargo, os enviaré aliados en tiempo de necesidad. —Madox volvió a reírse—. Ya hemos reunido todas nuestras piezas y enfrentado a los Lobos y a los Hijos de Lion. Debemos segar nuestra sangrienta cosecha, de forma que podamos sembrar la semilla de la destrucción para mi señor Tzeentch.

Con una llamarada multicolor, la imagen de Madox desapareció.

Cadmus se encontró sudando y temblando. El corazón le latía desbocado, y notó cómo la sangre le ardía en las mejillas. El ritual lo había agotado física y mentalmente.

—¡Por la espada de Luther! —maldijo Cadmus.

Se dirigió a la pared de la oscura habitación y encendió la luz. Unas lentes cuidadosamente trabajadas brillaron bajo la luz desde las gárgolas y los demonios esculpidos. Todo en la habitación se había hecho en secreto para permitir que el círculo de invocación funcionara, como el hechicero había solicitado. Cadmus miró el silencioso círculo de invocación.

—No juegues conmigo. No soy uno de vuestros adoradores sin mente— murmuró en dirección al suelo, pero sabía que él era el único que estaba escuchando. Sobreviviría, y un día sería reconocido por todos sus enemigos.

Al comandante le costó un poco recuperar la compostura. No podía dejar que sus hombres vieran su rabia, y no podía permitirse que sus pensamientos estuvieran nublados. Inspeccionó su uniforme en busca de sangre, y cuidadosamente eliminó las pequeñas gotas discriminatorias. No quedaba ni rastro del cuerpo del teniente o de su sangre en toda la habitación. El hechizo había consumido totalmente el cuerpo. Cadmus se estremeció.

Activó la puerta y cerró las luces. Estaba preocupado, aunque sabía que todo había ido de acuerdo a su plan. Todo dependía del tiempo y de la secuencia, un acontecimiento seguía a otro. Lo había puesto todo en marcha y vería cómo acababa. Había contactado con los Mil Hijos, ¿no? Él era el genio manipulador, seguía siendo él, pero por mucho que se reafirmara en ello, no podía disipar totalmente sus dudas.

Cadmus siguió el corredor de seguridad más allá de la sala de los monitores y de la entrada al complejo de la ciudad. Las puertas de plastiacero en este extremo de la sala eran un duplicado de las otras. Dos de sus hombres leales lo saludaron mientas permanecían en sus puestos. Los guardias eran suyos, obedientes a todas sus órdenes.

—Abrid la puerta —les ordenó.

El guardia más próximo al panel de control lo activó en cuanto dejó de saludar. La puerta se abrió lentamente y las luces se encendieron al entrar Cadmus en el interior.

La amplia y vacía sala era anodina. Un almacén que fácilmente podía haber estado en un millar de planetas, o incluso astronaves, por todo el Imperio. La sala tenía un ocupante que yacía en el suelo en medio del lugar.

Gabriella estaba atada y le habían puesto grilletes. Miró a su captor con odio en los ojos. Parecía cansada de luchar. Era una lástima que estuviera tan consagrada a su casa. A pesar de su carencia de belleza clásica, Cadmus admiraba su espíritu.

Gabriella había intentado en vano de liberarse de sus ataduras, y aunque era consciente de que probablemente estaba malgastando energías, no estaba dispuesta a aceptar ninguna de las partes del plan de aquel oficial con hambre de poder.

—He notado la presencia del Caos. Decidme, Cadmus, ¿las fuerzas oscuras también son parte de vuestro plan? Porque si lo son, estáis más loco de lo que pensaba.

Cadmus se arrodilló junto a la navegante y la abofeteó en la cara. La pequeña descarga de odio le hizo sentir bien.

—Os prometo, lady Gabriella, que si muero, vos también moriréis. Afortunadamente, espero que vuestros Lobos Espaciales demuestren su habitual falta de control y malgasten su energía destrozando a los Ángeles Oscuros. Mientras esto sucede, mis hombres matarán a los que queden. Pronto estaremos en una ciudad de muertos, y mis aliados pondrán fin a todo esto.

Gabriella sonrió; no creía ni una palabra de cuanto le había dicho.

★ ★ ★

En las calles de Lethe la batalla entre Ángeles Oscuros y Lobos Espaciales arreciaba. Ambos bandos luchaban ferozmente contra sus camaradas marines espaciales. Mientras, los hombres de Lethe hacían lo que podían para defender su ciudad en ruinas. Dos antiguos campeones de los capítulos se encontraron en las destruidas calles.

El dreadnought de los Ángeles Oscuros, Arion el Invicto, apuntó con sus cañones láser acoplados a su equivalente Lobo Espacial, Gymir Puño de Hielo. El disparo alcanzó su objetivo, pero la máquina de los Lobos Espaciales fue alcanzada en el brazo en vez de en el sarcófago del pecho. El impacto superficial hizo arder una gigantesca piel de lobo fenrisiano, pero no logró entorpecer la mente del marine espacial enterrado en el cuerpo del venerable dreadnought. Los combatientes de ambos bandos se detuvieron para contemplar, con temor y reverencia, el duelo que estaba desarrollándose ante sus ojos.

El dreadnought de los Lobos Espaciales pateó a un lado los restos de un ángel oscuro muerto como si fuera el juguete de un niño y cargó, conjurando en las mentes de los soldados de ambos bandos imágenes de un soldado corriendo más que de un pesado bípode mecánico. El dreadnought de los Ángeles Oscuros resistió el envite golpeando con su puño de combate. El metal chocó con el metal como los sonidos de una forja gigantesca.

El teniente Markham trastabilló alejándose de los dos dreadnoughts. Rezó para que, con la ayuda de los Lobos Espaciales, la Casa Belisarius saliera victoriosa. El guardia del lobo Mikal había contactado con las demás unidades de la Guardia Imperial Markham había tenido suerte al encontrar al guardia del lobo. La noticia de la traición de Cadmus se estaba propagando, pese a que muchos hombres le seguirían siendo leales asumiendo que los rumores no eran más que un truco de los Ángeles Oscuros. Aun así, los Lobos Espaciales estaban coordinando la batalla. Los Ángeles Oscuros se habían ajustado a la situación, y la batalla por Lethe estaba en su máximo apogeo.

Un tanque Leman Russ reforzado con un blindaje de asedio entró por una calle lateral. Se detuvo para disparar su gigantesco cañón de batalla a un objetivo que Markham no podía ver. Aunque el Leman Russ era el principal tanque de batalla de la Guardia Imperial en innumerables mundos, la Fuerza de Defensa Planetaria disponía de muy pocos en Hyades. El tamaño del vehículo hacía que fuera difícil maniobrar con ellos por las calles de la ciudad y en la selva, aunque cada uno de los tanques de que disponían había recibido más atención de los tecnosacerdotes que los Hellhounds o los Chimeras. Eso se debía al orgullo que la Casa Belisarius sentía por un vehículo que recibía el nombre del primarca de sus aliados, los Lobos Espaciales.

Markham vio los muros defensivos de la ciudad exterior más allá de la plaza principal. El bombardeo del asalto los había convertido en un montón de ruinas. La ciudad estaba terriblemente destruida. Unas formas oscuras se movían entre las ruinas. Si se trataba de fuerzas de defensa tal vez podría reagruparlas. El comandante Cadmus lo había traicionado a él, al Cuchillo del Lobo y a la Casa Belisarius. Markham no juraba lealtad a la ligera, y algo se había removido en su estómago cuando la magnitud de la traición había sido evidente. Sabía que aún estaba conmocionado por la explosión de los cañones estremecedores, pero sentía que la traición le había hecho perder la cabeza.

Cadmus había cometido un error. Markham era originario de Catachán, un auténtico mundo letal, no un planeta en el que la gente se escondía detrás de muros y temía a las minas más de lo que él había temido las plantas. Encontraría una forma de sobrevivir y de cumplir con su deber. Sabía que se había ganado el respeto del guardia del lobo Mikal cuando había pedido un arma para poder volver a la lucha. Markham no iba a permitir que algunos rasguños, cortes, o incluso una conmoción lo detuvieran.

Parpadeó para poder ver más claramente. Las formas oscuras que había detectado se movían de forma extraña, y estaba seguro de que había muchas más que antes. Lethe ardía por la guerra y, con su aturullado cerebro, Markham no estaba seguro de lo que estaba viendo. Se frotó los ojos.

Las formas no eran humanas, eran reptos. Docenas de criaturas estaban reuniéndose junto a la brecha mientras los humanos del planeta estaban ocupados destrozándose mutuamente. Los reptos parecía que estaban agrupándose y esperando.

Markham tenía un comunicador que había recuperado de un soldado muerto para permanecer en contacto con los Lobos Espaciales.

—Guardia del lobo Mikal —dijo—, creo que tenemos un problema. El muro tiene una brecha y los reptos están penetrando por ella para saquear.

—Teniente, ¿qué son los reptos? —le respondieron, y Markham oyó algunos disparos de bólter de asalto a través del comunicador.

—Los reptos son criaturas nativas del planeta que viven en la selva que rodea Lethe. Han estado atacando las minas y a cualquiera que se alejara de las murallas. Son reptiles con características de mamíferos —contestó Markham.

La estática fue la única respuesta que recibió. Las comunicaciones volvían a estar interferidas.

Markham se agachó junto a un montón de escombros para poder observar mejor. Los reptos temblaban y se convulsionaban. Estaba confuso. Jamás había advertido en ellos ese comportamiento. Las criaturas habían penetrado en las calles dirigiéndose a los cadáveres de los Ángeles Oscuros. Extrañamente, ignoraron los cadáveres de las fuerzas de defensa.

Las criaturas se arrojaron sobre sus objetivos, desgarrándolos y mordiéndolos. Con un supremo esfuerzo, encontraron grietas y puntos débiles en las servoarmaduras y desgarraron la carne muerta que había debajo. Markham negó con la cabeza. Odiaba ver a los reptos saqueando y devorando humanos, aunque fueran los Ángeles Oscuros que habían atacado Hyades.

Los reptos estaban arrancando grandes trozos sanguinolentos de los cuerpos de los marines espaciales. Markham no estaba seguro de lo que estaban cogiendo. Al principio pensó que eran sus corazones, pero eran órganos demasiado grandes. Los reptos se reunían en grupos, siseando y mordiendo los componentes corporales, como si lo celebraran.

Todos los reptos retrocedieron para formar un semicírculo alrededor de un miembro mucho más grande de su especie. El repto grande llevaba distintas pieles escamosas y portaba un largo bastón. Su visión fascinó e hipnotizó a Markham. Se olvidó del ruido de la batalla que se libraba detrás de él, completamente ajeno a todo menos a la escena que estaba presenciando.

El repto con el bastón se prendió fuego de repente y empezó a arder envuelto en llamas. Al principio, Markham pensó que alguien, probablemente un soldado infiltrado, le había disparado con una pistola lanzallamas, pero la criatura no ardió con el purificador fuego blanco del promethium. En vez de ello, las llamas brillaron con un ultraterreno abanico de colores. A medida que el fuego consumía al repto, algo aún más inesperado tuvo lugar. Markham se frotó los ojos. Con el halo de la batalla no estaba seguro de que lo que estaba viendo fuera real.

Unos tentáculos surgieron del cuerpo de la criatura envuelta en llamas. Entonces, algo cubierto de bocas y ojos flotó fuera del fuego. La criatura era de color azul brillante con estrías rojas y rosada. Flotó por encima del suelo y una nube de fuego irisado lo rodeó. La mente de Markham trató de aceptar lo que estaba viendo. Era un superviviente, un hombre nacido en un mundo letal. Había sufrido privaciones y dolor. Se había enfrentado a los más peligrosos depredadores de infinidad de planetas por toda la galaxia.

De alguna forma sabía que lo que estaba viendo no formaba parte de la galaxia. Sintió el terror en todas y cada una de las fibras de su ser.

Los reptos emitieron al unísono un estridente sonido y mostraron sus trofeos. La abominación los fue tomando con sus tentáculos, agarrándolos con delicadeza. Entonces, volvió a convertirse en llamas y desapareció. Los reptos se dispersaron en busca de más trofeos, excepto uno, que cogió el bastón de la quemada mano de su anterior propietario.

Markham cayó de rodillas y gimió una oración de agradecimiento al Emperador. El innombrable horror que había presenciado se había marchado. No podría haberse sentido tan aliviado si hubiera sabido que escenas similares estaban repitiéndose por toda la ciudad. La cosecha había empezado.

★ ★ ★

En el complejo del palacio, Haegr, Torin, Elijah y Nathaniel buscaron a Cadmus. Ragnar y Jeremiah estaban buscando juntos por otro lugar, y el resto de los marines espaciales supusieron que estaban negociando más detalles de su alianza sin las complicaciones de los pensamientos de los demás. Los cuatro se concentraron en su búsqueda, esperando ser el primero en descubrir al comandante. Hasta ese momento no habían encontrado nada excepto cadáveres, y las heridas láser de los cuerpos, junto con las puertas todavía cerradas indicaban que sus asesinos no habían sido Ángeles Oscuros. Los muertos parecía que habían sido asesinados por miembros de las fuerzas de defensa planetaria.

Torin miró más allá de Haegr después de olfatear el aire.

—Así pues, chico, tu nariz puede decirnos cualquier cosa menos la que nos interesa. ¿Dónde está Cadmus? No puedo encontrarlo.

Haegr hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No estoy seguro. Hay demasiados olores.

—¿Realmente estás tratando de oler su rastro? —preguntó con curiosidad Elijah. El ángel oscuro parecía incrédulo—. Pensaba que no era más que una forma de hablar de los Lobos Espaciales para referirse a rastrear o algo parecido.

—Jovencito —le dijo Nathaniel— los Lobos Espaciales son famosos por sus agudos sentidos.

—Desafortunadamente, algunos de nosotros pierden el tiempo tratando de buscar exclusivamente comida —dijo Torin.

—¿Qué tiene eso de malo? —le preguntó Haegr—. Sin mi habilidad para encontrar sustento, moriríamos si las cosas se pusieran feas. Torin, creo que hace demasiado tiempo que no recibes una buena paliza.

Haegr tuvo que admitir que bromear de aquella manera le relajaba. Seguían encontrando rastro tras rastro de muerte, y no sabían dónde estaba Cadmus. Torin puso la mano sobre el hombro de Haegr y se le acercó para susurrarle de esa forma casi conspirativa que le salía tan bien.

—Hermano, ¿estás rastreando a Cadmus? —le susurró.

—Lo estoy intentando —respondió Haegr.

—Pues en vez de eso, céntrate en el olor de Gabriella. Lo conoces mucho mejor —le recomendó Torin.

Haegr miró fijamente a su amigo. No estaba seguro de si Torin estaba insinuando algo de manera implícita o no. Haegr sabía que tenía un extraño sentimiento por Gabriella, pero se decía a sí mismo que era un sentimiento de sobreprotección.

Desde una de las ventanas del palacio, Haegr vio las cápsulas de desembarco descendiendo en medio del fuego y el humo de los combates. ¡Los Lobos Espaciales habían llegado! Simplemente ver el símbolo del lobo hizo que su corazón se acelerara, aunque también le asaltó un sentimiento de inquietud. Debería estar en una de esas cápsulas con sus hermanos de batalla. Entonces se dio cuenta de que el símbolo pertenecía al señor lobo Berek Puño de Trueno.

—Impresionante, ¿verdad? —manifestó Torin.

Los otros marines espaciales se juntaron a su alrededor, momentáneamente distraídos por la escena de una cápsula de desembarco tras otra descendiendo.

—Mirad —dijo Elijah, señalando a través de la ventana. Más cápsulas de los Ángeles Oscuros estaban también descendiendo. Los Ángeles Oscuros seguían llegando. La batalla estaba empeorando.

Se les estaba acabando el tiempo.

★ ★ ★

Gabriella luchó con sus ataduras mientras el comandante la empujaba por un oscuro pasaje tras otro. Había perdido el sentido del tiempo y del lugar. Los guardias caminaban tras ellos, hombres duros con cicatrices, extrañas armaduras mixtas y armas únicas. Al menos los acompañaban seis de ellos, pero no podía asegurar si había más. Eran las tropas seleccionadas personalmente por Cadmus; hombres que lo habían seguido a este planeta.

Sabía que el Cuchillo del Lobo vendría a por ella. Los Lobos Espaciales no cejarían hasta encontrarla. Cadmus moriría por su traición.

Pero podía notar que había otras fuerzas en acción. En el ojo de su mente los colores oscilaban, vibrantes y brillantes. Podía notar el poder del Caos actuando en esos oscuros pasillos. Veía imágenes de Madox y de los Mil Hijos, exactamente como los había sentido cuando Cadmus había contactado con ellos en su ritual. Estaban viniendo y traían algo con ellos desde la disformidad.

Entonces vio una imagen que sabía que procedía de antiguos tapices y pinturas. Vio la Lanza de Russ, el artefacto que Ragnar había perdido. Estaba en posesión de los Mil Hijos; debían de haberla recuperado de la disformidad. Conocía la historia de Ragnar y de cómo los Mil Hijos casi habían conseguido abrir un portal entre la disformidad y el mundo real intentando invocar a su primarca, Magnus el Rojo.

¿Tendrían éxito en esta ocasión?