CAPÍTULO 16
Regreso a Fenris

El Alas de Belisarius había atravesado el espacio disforme hasta llegar a Fenris, y había realizado el viaje en relativamente poco tiempo. En cuanto se pusieron en órbita, Gabriella y los miembros supervivientes del Cuchillo del Lobo subieron a bordo de la misma lanzadera que los había sacado de Hyades. En esos momentos estaban bajando hacia la superficie de Fenris. Los cuatro estaban sentados y en silencio. Gabriella se encontraba al lado de Ragnar, quien miraba por una de las portillas de observación. Torin y Haegr, sentados en el mismo costado de la nave, un poco más adelante, hacían lo mismo por otra portilla. Todos los Lobos Espaciales ansiaban ver su planeta natal.

Ragnar se quedó contemplando el planeta que tenía bajo los pies. Casi había vuelto al hogar. Vio los mares agitados y los montañosos témpanos de hielo que se alzaban entre las olas, unas inmensas siluetas blancas que se balanceaban adelante y atrás. Las nubes de tormenta relucían con las descargas de relámpagos y expresaban su poder con sonoros truenos. Un velo de mal tiempo amenazaba con cubrir toda la superficie del planeta. Fenris era un mundo muy duro, un lugar frío y áspero donde sólo los más fuertes sobrevivían, pero, sobre todo, era, su hogar.

Se esforzó por no temblar por la emoción que sentía. Había pensado mucho en la posibilidad de volver a su hogar. De hecho, casi se había obsesionado con ello. Sin embargo, lo que no se había esperado era sentir una emoción tan fuerte. Sacudió la cabeza y después sonrió exultante. Por fin regresaba al Colmillo.

—Sí, sé cómo te sientes, muchacho —le dijo Haegr—. Nada conmueve más el corazón de un guerrero que volver al hogar. En cambio, el pobre Torin, que se ha visto completamente corrompido por la civilización, se encuentra un poco triste.

Torin se volvió hacia ellos.

—Yo también amo a Fenris. Es el planeta natal de nuestro capítulo. Aparte de eso, no puedo apreciar demasiado unos inviernos interminables, a los krakens y a una vida en condiciones muy duras aderezada tan sólo por el frío y los combates. A pesar de eso, comprendo por qué mi hermano Ragnar ama tanto a Fenris, y bueno, por lo que se refiere a ti, estoy seguro de que serás el motivo de décadas de hambruna cuando acabes con las despensas del Colmillo.

—¡Ja! Eso hará que el resto de los Lobos Espaciales sean más duros y eliminará a los frágiles y a los débiles —respondió Haegr.

Ragnar casi notó el gusto de la cerveza fenrisiana en la boca y le pareció oír los relatos de los veteranos sobre sus batallas contra los orkos, los eldars y el Caos. Él también tenía cosas que contar, relatos sobre enemigos a los que se había enfrentado: los adoradores del Caos, los asesinos imperiales, los Ángeles Oscuros y los Mil Hijos. Se sentía impaciente por ver a sus antiguos amigos, sobre todo a Sven y al viejo sacerdote lobo, Ranek. Sven conocía a Ragnar desde que los eligieron para las pruebas de iniciación, y había formado parte de la jauría de Ragnar, un grupo de garras sangrientas muy unido. Ranek en persona había escogido a Ragnar para que fuera un guerrero, y aunque había entrenado a cientos de Lobos Espaciales, el sacerdote lobo poseía la habilidad de hacerle sentir como si fuera el único Lobo Espacial que jamás hubiera reclutado.

El Colmillo apareció a la vista. Se trataba de la fortaleza eterna de los Lobos Espaciales, la montaña más alta de todo Fenris, una torre de hielo y roca que llegaba tan arriba que atravesaba el cielo. Dejaba pequeñas a las demás montañas que la rodeaban, y su pico se alzaba incluso por encima de las nubes tormentosas. Los guerreros de Fenris contemplaban el Colmillo con un temor supersticioso, y lo consideraban el hogar de los dioses. En cierto modo, era así. Comparados con los humanos normales, los Lobos Espaciales podían considerarse dioses.

Sin embargo, a diferencia de otros capítulos, los Lobos Espaciales jamás olvidaban que antaño fueron simples humanos.

Ragnar sintió que un escalofrío le bajaba por la espalda y se le extendía por todo el cuerpo. El Colmillo seguía llenándole de asombro el corazón, y sabía que no importaba lo que le deparara el futuro, cuántas batallas librara o lo lejos que viajara: el Colmillo siempre le afectaría de ese modo. Para él, representaba el corazón de los Lobos Espaciales y su deseo de combatir por sus ideales contra los enemigos de la humanidad.

La emoción se mezcló con el miedo que sentía en las entrañas. Seguía siendo un exiliado. Aquello no era más que una visita temporal. Ver a sus amigos sería sin duda una sensación agridulce, porque tendría que marcharse otra vez, A Ragnar le hubiera gustado contemplar el Colmillo durante todo el trayecto de descenso, pero sabía que aquello sería propio de un garra sangrienta muy joven, y que debería esperar como los demás.

Ragnar miró a Gabriella, quien apartó la vista para mirar hacia otro lado. ¿Le había estado observando la navegante? Se dio cuenta de que Gabriella se había comportado de un modo reservado y silencioso desde que la habían rescatado, y había sido así sobre todo con él.

—Gabriella, ¿hay algo que le preocupe? —le preguntó Ragnar con un susurro, aunque sabía que tanto Haegr como Torin serían capaces de oírlo.

Gabriella miró a Ragnar, fijamente a los ojos.

—Sí. En Hyades tuve una visión.

—Qué fue.

—No estoy completamente segura. Fueron muchas cosas, colores, formas e imágenes. Es muy difícil saber qué era real y qué era una ilusión —le contestó ella con un susurro—. Pero creo que vi una gran lanza, quizá la Lanza de Russ.

—¿Qué? —exclamó Ragnar. Los dos corazones casi le estallaron en el pecho—. Cuéntemelo todo. Necesito saberlo.

—No sé mucho más, Ragnar. Creo que vi a los Mil Hijos con la Lanza de Russ, pero había muchas otras imágenes de las que no estoy tan segura. Ocurrió mientras estaba en el búnker del templo del Caos. No sé si fue una visión de verdad, quizá no se trató más que de una alucinación. A lo mejor es una imagen del pasado, pero me parece que los Mil Hijos han sacado la Lanza del espacio disforme. Ya te he dicho que no estoy segura, pero sé lo que sientes respecto a esa arma. Sólo pensé que debía mencionártelo. Hablaré con el Gran Lobo y con los sacerdotes rúnicos para ver sí ellos creen que es real.

Gabriella apartó la mirada.

—Tengo que descubrirlo. Necesitamos esa oportunidad de recuperarla. Es mi oportunidad —le dijo Ragnar.

La lanzadera se inclinó de repente para efectuar el descenso final hacia el hangar del Colmillo. La sombra de la montaña cayó sobre la nave y ensombreció la visión desde las portillas de observación.

—¡Eh! Ya basta de cháchara —les dijo Haegr.

La lanzadera disminuyó de velocidad y Ragnar vio los enormes lobos esculpidos que guardaban la entrada del hangar. El emblema de tamaño respetable del Gran Lobo destacaba en uno de los laterales del hangar. Estaban en territorio de Logan Grimnar. La lanzadera se adentró en el lugar y momentos después se oyó el crujido del tren de aterrizaje al posarse sobre el hielo.

—Hemos aterrizado. Estamos en casa, hermanos —dijo Haegr. Cuando los cuatro salieron a la helada superficie de Fenris, Torin agarró por un brazo a Ragnar y se lo llevó a un lado.

—Hermano, escúchame, y escúchame con atención. Tanto Haegr como yo hemos oído la conversación que has tenido con Gabriella y lo que te ha dicho. Nuestro sentido del oído es demasiado agudo para un lugar tan pequeño. Deja que Gabriella hable con Logan Grimnar. No le hables tú en persona de la Lanza de Russ. Confía en el Gran Lobo.

Ragnar tragó saliva. Lo más probable era que su amigo tuviera razón. Torin sabía de diplomacia y de política. Si existía la justicia en la galaxia, Ragnar tendría su oportunidad, y si había un líder justo en el universo, ése era Logan Grimnar.

Ragnar sintió un estremecimiento cuando pasó del hangar a los salones del Colmillo en compañía de sus hermanos del Cuchillo del Lobo, todos en pos de Gabriella. La imponente majestad y fuerza de la roca le proporcionaba a aquel lugar sagrado una emoción indescriptible. Otros Lobos Espaciales deambulaban por los pasillos, además de guerreros humanos que habían entregado su vida para servir al capítulo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había visto a tantos de sus camaradas al mismo tiempo. El Colmillo era donde había comenzado su vida como Lobo Espacial; era su hogar.

Ranek, el viejo sacerdote lobo, estaba en mitad del gran pasillo, esperándolos.

—Cuchillo del Lobo Ragnar, déjame que te vea —le ordenó.

Ragnar se puso de inmediato en posición de firme.

La servoarmadura del sacerdote lobo era de un color negro mate, y de la espalda le colgaba una capa confeccionada a partir del pellejo de un enorme lobo fenrisiano. Al igual que todos los Lobos Espaciales, llevaba colgados dientes, colas y cráneos de lobo con runas grabadas, como era propio en alguien de su rango y cargo. Era un individuo de gran tamaño, con el cabello grisáceo y un aspecto dominante, viejo y fuerte como la montaña del propio Colmillo. Sus dientes caninos sobresalían como los grandes colmillos de un depredador, y su barba gris claro era tan suave que recordaba el color de la nieve al atardecer.

Los ojos de un tono azul glacial de Ranek estudiaron con atención a Ragnar, valorándolo por entero, y a este le dio la impresión de que el sacerdote lobo sabía todo lo que le había ocurrido desde que se había incorporado al Cuchillo del Lobo.

—Lady Gabriella, ¿me permite hablar unos instantes con este miembro de vuestro Cuchillo del Lobo?

—Por supuesto, sacerdote lobo Ranek —le contestó ella.

A Ragnar le pareció ver el atisbo de una sonrisa en los ojos de la navegante. Gabriella, Torin y Haegr siguieron adentrándose en el Colmillo y dejaron atrás a Ragnar.

El viejo sacerdote lobo siguió mirando a Ragnar de arriba abajo con expresión ceñuda mientras daba vueltas a su alrededor. Éste se mantuvo en posición de firme y sintiéndose tan nervioso como siempre que lo observaba el sacerdote lobo. Le parecía que había pasado muchísimo tiempo desde que Ranek se lo había llevado para hacerlo renacer como un Lobo Espacial. De hecho, Ragnar tenía la impresión de que había pasado una eternidad desde la última vez que lo había visto, en el juicio que lo había conducido al exilio.

—Tienes buen aspecto, muchacho. El tiempo que has pasado en el Cuchillo del Lobo te ha sentado bien. ¿Sigues sintiéndote un simple guardaespaldas?

—No. He... he aprendido bastante —le contestó Ragnar.

Se quedó un poco sorprendido ante el comentario de Ranek. Sin embargo, un momento después se dio cuenta de que había cambiado, y que los sacerdotes lobo eran famosos por su capacidad para leer el alma de las personas. Ranek alzó una espesa ceja.

—Veo en tus ojos que has adquirido sensatez y sabiduría para acompañar al fuego que te arde en el corazón. Las necesitarás.

—¿Necesitarlas? ¿Para qué? —quiso saber Ragnar.

—Para defender al Imperio y a Fenris, para lo que fuiste elegido. Reúnete con tus hermanos de batalla. Yo también quiero oír tu informe sobre lo ocurrido en Hyades. Ya seguiremos hablando un poco más tarde.

Ranek le dio una palmada en el hombro, lo miró fijamente a los ojos un momento más y luego se marchó en dirección a un grupo de aullantes garras sangrientas.

Ragnar se apresuró a reunirse con el Cuchillo del Lobo. Torin estaba sonriendo, y Haegr parecía algo contrariado mientras caminaban respetuosamente detrás de Gabriella.

—No lo era —dijo Haegr.

—Sí, sí que lo era —insistió Torin.

—¿De qué estáis hablando? —les preguntó Ragnar.

—Hemos visto a unos cuantos garras sangrientas nuevos, y uno de ellos era más grande que Haegr —le contestó Torin—. Bueno, quizá no lo fuera en la parte de la barriga —añadió entre risas.

—No hay Lobo Espacial de mayor tamaño que Haegr. ¿No estás de acuerdo, Ragnar? —le preguntó.

Ragnar se echó a reír. Las pullas y la amistad de sus hermanos de batalla le hacían sentirse bien.

—Bueno, yo no he visto a ninguno.

—¿Lo ves, Torin? Eso deja resuelto el asunto —le espetó Haegr—. Más tarde quizá te dé una buena paliza. A lo mejor pongo un poco de sentido común en esa cabezota tuya.

Los miembros del Cuchillo del Lobo se quedaron callados cuando se acercaron al salón del Gran Lobo.

Lady Gabriella condujo a sus protectores al interior de la estancia de Logan Grimnar. Unas grandes cabezas de lobo talladas en piedra los miraron fijamente desde arriba. Algunas partes de las paredes del gigantesco salón estaban cubiertas de escarcha, por lo que se tenía la impresión de encontrarse en una profunda cueva. Sin embargo, los estandartes y demás objetos heráldicos proclamaban que se trataba del salón del más grande de los señores del planeta. Los consejeros y guerreros se encontraban de pie y en un respetuoso silencio por toda la estancia, casi formando una guardia de honor, pero al mismo tiempo con una actitud tan imperturbable que parecían estatuas, como si formaran parte de la propia montaña.

El Gran Lobo estaba sentado en el Trono del Lobo, con un lobo de Fenris a cada lado. Incluso aquellos enormes animales parecían pequeños en presencia de su amo. Logan Grimnar era el corazón del Colmillo, con un aspecto impasible y viejo, pero tan fuerte como el planeta. Tenía posada una mano, cubierta por el guantelete de la armadura, sobre un hacha de hielo de dos hojas. Su cara estaba muy curtida y cubierta de arrugas, como una superficie rocosa desgastada y llena de fisuras, pero con una expresión dura, más dura que la de cualquier ser humano que Ragnar hubiera conocido. La barba le enmarcaba el rostro igual que el hielo enmarcaba los lados del Colmillo.

Ragnar inspiró profundamente y se esforzó por mantener la mirada fija en el Gran Lobo. No estaba dispuesto a mostrar miedo o cobardía alguna delante del señor del capítulo.

Gabriella se arrodilló ante el jefe de todos los señores lobo y lo mismo hicieron los miembros del Cuchillo del Lobo, en una demostración adecuada de respeto.

—Lady Gabriella de la Casa Belisarius, ¿qué nuevas traéis? —le preguntó Logan Grimnar.

Gabriella se puso en pie para hablar. Ragnar, Torin y Haegr la imitaron. La navegante parecía una delgada sombra en mitad del gigantesco salón del Gran Lobo.

—Traigo malas noticias, Gran Lobo. La capital del planeta Hyades ha sido tomada por el Caos, y también se produjo un enfrentamiento con los Ángeles Oscuros. Nuestra casa fue traicionada por uno de nuestros miembros y las fuerzas de los Mil Hijos son responsables de la muerte de muchos miembros de mi casa, además de la de un número considerable de nobles Lobos Espaciales.

—Cuéntemelo todo.

Ragnar se quedó escuchando cómo Gabriella narraba todo lo que había ocurrido en Hyades. Se dio cuenta de que procuró destacar el heroico comportamiento de los miembros del Cuchillo del Lobo, aunque sin faltar a la verdad. Nadie le mentía al Gran Lobo.

—Hay algo más —añadió Gabriella tras contar todo lo sucedido—. En Hyades tuve una visión. Creo que lo que vi fue la Lanza de Russ en manos de los Mil Hijos.

Aunque Ragnar no oyó sonido alguno, sintió la exclamación colectiva que surgió de los consejeros allí reunidos. Una noticia semejante era capaz de perturbar incluso a los imperturbables.

—Creo que es posible que los Mil Hijos intenten de nuevo atraer a Magnus el Rojo desde la disformidad hasta el espacio imperial —concluyó.

Logan Grimnar permaneció impasible. El silencio se apoderó de la estancia. Aquel momento duró lo que a Ragnar le pareció una eternidad. Le hizo falta cada gramo del autocontrol que poseía para no pronunciar a gritos un juramento a Russ y al Emperador ante el Gran Lobo: que encontraría la Lanza de Russ y la devolvería a sus legítimos propietarios. Logró mantenerse callado, pero en ese preciso instante miró fijamente a los ojos del poderoso Gran Lobo y pronunció el juramento en su corazón.

A Ragnar le dio la impresión de que Logan Grimnar hacía un gesto de asentimiento, aunque muy leve.

Las puertas del gran salón se abrieron y entró un mensajero a la carrera. Se acercó a Logan Grimnar y le susurró algo al oído. Ragnar tuvo una repentina sensación de que aquello ya lo había vivido. En su último encuentro con Logan Grimnar, un mensajero los había interrumpido para comunicarle la muerte del padre de Gabriella y de un viejo amigo del Gran Lobo, Skander.

—Buenas noticias acompañadas de malas nuevas —anunció el Gran Lobo—. Berek Puño de Trueno y su flota han regresado de Hyades, cansados pero victoriosos. Sin embargo, los astrópatas me informan de que se han producido ataques en numerosos planetas. Los Mil Hijos han lanzado una ofensiva como no se había visto desde hace siglos contra los planetas protegidos por nuestro capítulo. Nuestros enemigos nos han declarado la guerra, y nosotros aceptaremos este desafío. Celebraremos un consejo de guerra. Lady Gabriella, vos y los miembros del Cuchillo del Lobo podáis retiraros. Os llamará más tarde.

Gabriella se arrodilló de nuevo ante el señor del capítulo de los Lobos Espaciales y se marchó, con el Cuchillo del Lobo siguiéndola de cerca.

Ragnar se ofreció voluntario para pasar las siguientes horas haciendo guardia en las estancias de lady Gabriella. Quería tener tiempo para pensar y meditar. Gabriella sólo quería dormir. Haegr necesitaba comida, y Torin parecía querer dar una vuelta para visitar el Colmillo, por lo que Ragnar decidió ofrecerse para hacer el primer turno de las tareas de guardia.

Quería recuperar la Lanza de Russ. Sabía que si el capítulo la recuperaba, eso ya sería suficiente, pero ansiaba disponer de la oportunidad de recuperar su honor y, además, pensaba que era su responsabilidad. Él la había perdido. Había sido exiliado por ello y quería tener la oportunidad de enmendar las cosas.

Torin apareció al cabo de bastantes horas.

—¿Sigues de guardia, hermano? —le preguntó al verlo.

—Sí. Ella sigue durmiendo —le explicó Ragnar.

—Bueno, Haegr va a comerse unos cuantos krakens más antes de que volvamos a verlo —le comentó Torin negando con la cabeza—. Espero que las despensas del capítulo sean capaces de recuperarse.

Ragnar se lo quedó mirando.

—Hermano, tienes muchas cosas en la cabeza, pero no puedes cambiar ninguna de ellas —le aconsejó Torin—. Pareces tenso. Sé que hay algún problema porque no discutiste ni con Haegr ni conmigo sobre los turnos de guardia, y te ofreciste para hacer el primero. Déjame que te releve. Además, hay alguien importante en la cámara de observación que hay cerca de los hangares, y quiere hablar contigo.

—¿Quién es? —quiso saber Ragnar.

—Creo que será mejor que lo descubras por ti mismo. No tardarás en saberlo —le aseguró Torin.

—Gracias, Torin. Voy para allá —le agradeció Ragnar, dándole una palmada en el hombro a su hermano de batalla.

Empezó a caminar con rapidez, pero al cabo de unos momentos, echó a trotar en dirección a la cámara de observación.

Alguien quería hablar con él. Ragnar se preguntó quién sería. ¿Quizá Ranek, que quería ofrecerle algún consejo?

Ragnar abrió las puertas de piedra marcadas con el símbolo del lobo de Logan Grimnar. La cámara daba a los hangares, y desde aquel aventajado puesto de observación, un observador podía ver a las Thunderhawks y a las lanzaderas llegar y partir. La vista panorámica de Fenris que se contemplaba desde los paneles del suelo hasta el techo era algo impresionante. Se veían las montañas de menor tamaño situadas a la sombra del Colmillo, con sus cimas cubiertas de hielo y sus bosques, y las negras sombras de los profundos valles. A lo lejos incluso se distinguía el mar tormentoso y unas cuantas islas distantes, además de los enormes témpanos de hielo que flotaban sobre el frío océano.

Ragnar vio a un Lobo Espacial delante de la ventana de observación.

—He venido lo antes posible —barbotó antes de mirar bien quién era la persona que lo estaba esperando.

—Bueno, no está tan mal para alguien tan lento como tú.

Ragnar reconoció de inmediato la voz de Sven, su amigo de tanto tiempo atrás. Sonrío al oírle. Sven estaba junto a Ragnar desde el principio. Habían sido elegidos al mismo tiempo en uno de los campos de batalla de Fenris, hacía ya tantos años que Ragnar había perdido la cuenta. Juntos sobrevivieron a la iniciación, y ambos se habían enfrentado en sus luchas personales contra el wulfen. Habían combatido unidos en numerosas ocasiones, ya que estaban asignados a la misma jauría. Sven estaba a su lado cuando perdió la Lanza de Russ, luchando con él contra los Mil Hijos y el hechicero Madox. Sven había perdido una mano ese día, y mucho más. Aquella arma infernal lo había herido profundamente.

El cabello de Sven tenía una tonalidad gris plateada, y su rostro mostraba más arrugas de las que debería. Se acercó a Ragnar. Sven era mucho más que un amigo. Era un hermano de batalla, y estaba más cerca del corazón de Ragnar que ninguna otra persona de la galaxia.

—Ragnar —lo saludó su camarada dándole un abrazo de oso—. Me alegro de verte. Esperaba aterrizar en Hyades y encontrarte.

—¡Sven! —Ragnar le devolvió el fuerte abrazo.

Luego se separaron y se sonrieron el uno al otro, pero Ragnar sabía que Sven notaba que ocurría algo raro.

—No pareces muy emocionado de verme —le comentó Sven. Ragnar hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Lo siento. Es que...

Sven lo interrumpió alzando una mano.

—Lo sé, hermano. Los Mil Hijos han vuelto, y la última vez que los vimos, le metiste una lanza en el ojo a su primarca, por lo que te asignaron al Cuchillo del Lobo. Ya sabes lo que siento, sobre todo respecto a Madox. Cuando lo vea, voy a empuñar la espada y se la voy a meter por...

—Lo recuerdo —lo cortó Ragnar, sonriendo—. Me alegro de verte, Sven. —Le estrechó con fuerza la mano a su hermano de batalla.

—Todavía no me creo que estés dándote la gran vida en la cómoda Terra —le comentó éste.

—Te sorprendería saber cómo es en realidad la vida allí. Además, tienes que contarme lo que ha ocurrido después de que nos fuéramos de Hyades.

A Sven le llegó el turno de ponerse serio.

—Los Ángeles Oscuros aparecieron y nos ayudaron a ganar la batalla. Hicimos huir a la flota del Caos, pero tuvimos que abandonar Hyades. Teníamos demasiadas averías como para quedarnos allí, y los Ángeles Oscuros habían dejado en pie muy pocas instalaciones en el sistema donde pudiéramos efectuar las reparaciones necesarias en las naves. Creo que el destino de Hyades ya no depende de nosotros.

Los dos amigos intercambiaron una mirada cargada de sentido. Lo que había ocurrido en Hyades llegaría a oídos del Imperio... y de la Inquisición.

—Hemos tenido una reunión mientras estabas de guardia. Los Mil Hijos han atacado por todo el sector. Algunos de los señores lobo han sufrido grandes pérdidas. Ahora mismo siguen los combates. Sospecho que te habrían invitado a asistir si no hubieses estado de guardia con lady Gabriella.

—Veo que de nuevo los dos intentáis diseñar el futuro de la galaxia. Sven, te reclaman en tu compañía. Vete —dijo una voz profunda.

Tanto Ragnar como Sven se sobresaltaron y dirigieron una mano hacia las armas antes de darse cuenta de que se trataba de Ranek. A pesar de sus agudos sentidos, ni Ragnar ni Sven habían captado la entrada del sacerdote lobo en la cámara. Ragnar se preguntó cuánto tiempo llevaría allí.

—Por supuesto —contestó Sven, apartando la mano del bólter—. Me alegro de verte otra vez, Ragnar. Espero que Terra no te haya reblandecido demasiado.

Sven agarró a Ragnar por una hombrera durante un momento y luego salió de la cámara. Éste se puso en posición de firme, como siempre hacía cada vez que se encontraba bajo la mirada de Ranek. El sacerdote lobo esperó a que la puerta estuviera cerrada antes de hablar.

—Los Mil Hijos nos han atacado por todos los flancos. En estos momentos, estamos buscando ayuda allá donde podamos encontrarla. El Cuchillo del Lobo será necesario. La alianza entre los Lobos Espaciales y la Casa Belisarius funciona en ambos sentidos.

»Muchacho, da la impresión de que hayas sido tú en persona quien haya perdido Hyades a manos de los Mil Hijos. Pues tengo muy malas noticias para ti. En Hyades perdimos una ciudad, no todo el planeta, y no fue cosa tuya, sino de todo el capítulo, y puede que estemos a punto de perder mucho, mucho más. Prepárate para cumplir con tu deber en combate, sea a donde sea que te obligue a ir.

—Sí, por supuesto —respondió Ragnar antes de respirar profundamente. Hiciese lo que hiciese, sería para ayudar a su capítulo. En los ojos del viejo guerrero brilló una chispa.

—Además, he oído decir por ahí que hay un lobo que le clavó algo en el ojo al primarca de los Mil Hijos.

Ragnar sonrió y, para su sorpresa, Ranek le contestó con otra sonrisa.

—Vuelve a tus tareas —le ordenó el sacerdote lobo.

Ragnar asintió y se marchó para volver al lado de Torin. Cuando llegó, el veterano del Cuchillo del Lobo seguía en la puerta de Gabriella, atusándose el bigote. Ragnar tuvo la extraña sensación de que su camarada sabía todo lo que había ocurrido.

—Así que todo fue bien, supongo —le preguntó Torin.

—Así es —le contestó Ragnar—. Gracias. Yo me encargo de la guardia otra vez.

—No hace falta. Mejor vete a comer algo. Te llamaré si te necesito.

Ragnar decidió seguir el consejo de su amigo y se marchó a comer algo. La emoción de encontrarse de nuevo en el Colmillo, en Fenris, le impactó mientras caminaba por los pasillos. Se alegró de estar en su hogar otra vez. Cruzó los corredores de hielo y roca tallada hasta llegar a la Gran Sala, donde había disfrutado de numerosos festines cuando era un simple garra sangrienta.

Cuando Ragnar entró en la estancia, se sorprendió al ver que allí estaba la gran compañía de Berek Puño de Trueno. Eran sus amigos y sus hermanos de batalla, y había combatido a su lado contra los Mil Hijos. Muchos de ellos mostraban cicatrices recientes. Otros mostraban implantes cibernéticos relucientes, lo que era una prueba evidente de que los llevaban puestos desde hacía poco. Algunos incluso llevaban colgados del cinto cascos de los Ángeles Oscuros, y que eran, obviamente, trofeos. Ragnar se sintió un poco extraño al ver a tanta gente que lo conocía tan bien. Sabían lo que había ocurrido con la Lanza de Russ, y también habían estado en Hyades.

Ragnar vio a Haegr, que estaba sentado a solas en un extremo de la sala. Se detuvo un momento preguntándose si los demás lo reconocerían. También se preguntó si lo odiarían por ser una vergüenza para la compañía, si alguno de ellos ni siquiera lo saludaría. Era quien era, y no podía cambiar el pasado.

Decidió dirigirse hacia su enorme hermano de batalla y los restos que Haegr había dejado encima de la mesa. Pensó en Magni y en las últimas palabras que había pronunciado el miembro más joven del Cuchillo del Lobo antes de morir.

Se dieron cuenta de su presencia cuando ya había recorrido la mitad de la sala. Bastantes Lobos Espaciales se pusieron en pie mientras se dirigía hacia Haegr. Ragnar sintió los ojos y las miradas, pero mantuvo la mirada fija en Haegr, quien parecía ser la única persona de la estancia que no se había dado cuenta de su presencia. Su camarada del Cuchillo del Lobo estaba demasiado ocupado devorando un enorme trozo de carne y bebiendo una gigantesca jarra de cerveza fenrisiana, algo que, aparentemente, era capaz de hacer al mismo tiempo.

—¡Ragnar! —gritó uno de los cazadores grises.

Ragnar se detuvo en seco y dio media vuelta con lentitud.

—¡Por nuestro hermano de batalla Ragnar! ¡Por que tenga otra oportunidad de clavarle una lanza en el ojo a Magnus el Rojo!

—¡A tu salud, hermanito!

—No ha sido lo mismo sin ti.

De repente, las voces llegaron de todos lados, lo mismo que los vítores. Después, un puñado de Lobos Espaciales lo rodeó lamentando su asignación al Cuchillo del Lobo, preguntándole qué había hecho durante la batalla de Hyades, deseándole buena suerte y expresándole la esperanza de que tuviera la oportunidad de hacérselas pagar a los Mil Hijos. Todo parecía agobiante y maravilloso al mismo tiempo. Sus hermanos de batalla sabían la verdad.

Ragnar estaba en su hogar. Alguien le puso una jarra en la mano y se la bebió de un golpe. Era la cerveza que mejor le había sabido hasta ese momento.

—¡Por la gran compañía de Berek! —gritó.

Diferentes vítores acompañaron el grito.

—¿Cuándo volverás con nosotros? —le preguntó uno de los Lobos Espaciales—. Deberías estar en la compañía cuando mandemos de vuelta a la disformidad a los Mil Hijos.

—¡Alto! —aulló Haegr antes de soltar un tremendo eructo. Luego se abrió camino entre la multitud—. Apartad las manos, ahora es del Cuchillo del Lobo.

Ragnar se dio cuenta por el modo en que el gigantón se tambaleaba que había bebido demasiado, incluso para lo que él acostumbraba. Haegr le dio una palmada en el hombro.

—Ahora soy del Cuchillo del Lobo —anunció Ragnar—, pero siempre seré un hermano de batalla de cualquier miembro de la gran compañía de Berek Puño de Trueno.

Se oyó una tremenda aclamación, y después siguieron bebiendo, y en gran cantidad.