CAPÍTULO 7
Traición
Los Ángeles Oscuros habían sorprendido al teniente Markham y a los Lobos Espaciales con su repentino ataque y retirada. El equipo de Markham los había perseguido, pero fueron emboscados una segunda vez. Habían sufrido tres bajas, pero el teniente no había tenido tiempo de atenderlos, pues el enemigo estaba muy cerca. Sus hombres y él habían seguido a los Ángeles Oscuros a través de una compuerta de acceso hasta las calles de Lethe.
La ciudad de Lethe se encontraba en un estado de pura carnicería. En las calles, escuadras de hombres disparaban sus rifles láser contra un enemigo invisible en las ruinas de los complejos residenciales. La brisa nocturna traía un olor cáustico y en el aire flotaban partículas de cenizas. Las explosiones iluminaban la noche con brillantes destellos de luz seguidos de atronadores ruidos, como si un centenar de tormentas estuvieran compitiendo por producir el trueno más ruidoso.
A la luz de los edificios en llamas, Markham vio tres Ángeles Oscuros cruzando la calle, buscando la cobertura que les proporcionaban las ruinas de lo que había sido una manufactorum, gracias a las numerosas conducciones y resto de maquinaria retorcida. Los guerreros del Cuchillo del Lobo que lo acompañaban aullaron.
—Nosotros nos encargaremos de ellos —dijo uno de los Lobos Espaciales—. Dirigíos al muro.
—Sí, señor —replicó Markham, conduciendo a sus hombres tras los marines espaciales.
El teniente era un hombre duro, veterano de innumerables batallas. En sus buenos tiempos había visto una gigantesca horda de orkos pieles verdes arrancar las armas de los vivos a dentelladas. Había visto actos de violencia sin fin, y también había contribuido de forma decisiva a ellos, pero sabía que él y sus fuerzas de defensa planetaria no eran rival para los Ángeles Oscuros y poca ayuda podían prestar a los Lobos Espaciales en su lucha. Sin embargo, debía cumplir con su obligación.
Los Lobos Espaciales atacaron a los Ángeles Oscuros en medio de la agrietada calle.
—Esperad a tener un disparo claro —ordenó Markham a sus hombres mientras observaba a los guerreros genéticamente alterados atacarse mutuamente con espadas sierra y pistolas bólter.
—Teniente, agradezco su magnífico trabajo —dijo Cadmus por el comunicador.
Markham sintió cómo su corazón latía apresuradamente. Ambos grupos de marines espaciales luchaban enconadamente, intercambiando golpes y disparos de bólter que podrían haber aniquilado una escuadra de guardias.
—Aléjense —gritó Markham a los Lobos Espaciales y a los hombres de su escuadra.
Si los marines del Cuchillo del Lobo le oyeron, no le hicieron ningún caso. Estaban sumidos en la batalla. Entonces Markham escuchó un sonido sibilante. Saltó al interior de un cráter que había en la calle, aunque su cerebro le decía que tanto él como sus hombres, los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros estaban a punto de morir.
Ragnar, Torin y Haegr observaron la videopantalla en el viejo puesto de mando mientras el mensaje «Bombardeo inminente» la recorría. Los Ángeles Oscuros todavía seguían inmóviles en el suelo. Ragnar mantenía un ojo fijo en ellos; eran marines espaciales y no tardarían en recuperarse. En la borrosa videopantalla, los Lobos Espaciales estaban luchando contra los Ángeles Oscuros en las calles de la ciudad, con la unidad de la Guardia Imperial detrás de ellos.
—Es el resto de los miembros del Cuchillo del Lobo —dijo Haegr cuando un Lobo Espacial derribó a uno de los Ángeles Oscuros—. ¿Y ése de ahí no es Markham?
Ragnar sintió cómo le hervía la sangre. Los Lobos Espaciales superaban en número a los Ángeles Oscuros, pero el resultado no era ni remotamente seguro. Trató de comunicarse con los demás miembros del Cuchillo del Lobo por el comunicador, pero sólo recibió interferencias.
—Torin, ¿crees que la Fuerza de Defensa Planetaria disparará sobre ellos? —preguntó Ragnar.
—Lo dudo, eso probablemente significa que esperan que los Ángeles Oscuros bombardeen la zona. Trata de establecer contacto con ellos. Tenemos que avisarlos de que están en peligro —contestó.
Los hombres de Markham todavía no habían entrado en combate, ni se habían puesto a cubierto. Tal vez el mensaje estaba equivocado, pues sin duda alguien habría informado a la Fuerza de Defensa Planetaria. Entonces, el teniente Markham miró hacia el cielo, gritó y se tiró de cabeza a un cráter. Por un breve instante, Ragnar vio la borrosa silueta de un gigantesco proyectil dirigirse hacia la escena de batalla, y después se produjo una cegadora explosión blanca.
Por los aires salieron volando cuerpos de Lobos Espaciales, Ángeles Oscuros y de soldados de la Fuerza de Defensa Planetaria.
—Han usado cañones estremecedores —jadeó Torin.
El cañón estremecedor era una pieza de artillería de tierra, y el Cuchillo del Lobo sabía que Cadmus disponía de varios en la ciudad. Al contrario que en el encuentro en la zona de tiro libre, la Fuerza de Defensa Planetaria de Hyades no quería correr ningún riesgo al matar Lobos Espaciales.
El mensaje que mostraba la pantalla cambió de «Bombardeo sobre el objetivo» a «Objetivo destruido».
—¡Nooo! —jadeó Jeremiah, sentándose en el lugar donde había yacido.
Miró hacia el monitor y se desmayó, obviamente todavía aturdido por el combate. Sus compañeros seguían sin moverse.
Ragnar ni siquiera se preocupó por si el ángel oscuro había fingido su inconsciencia, puesto que él, Torin, Haegr y Jeremiah habían visto cómo sus compañeros morían. De los nueve miembros del Cuchillo del Lobo que habían ido a Hyades, sólo ellos tres, y tal vez Magni, seguían con vida.
Ragnar decidió tratar de comunicarse con Magni. Se suponía que el joven Lobo Espacial estaba con lady Gabriella, protegiéndola, y deberían tener más suerte con las comunicaciones.
Torin y Haegr centraron su atención en los prisioneros. Ambos parecían más que preparados para otra pelea.
—Magni —gritó Ragnar por su comunicador. Sorprendentemente, recibió respuesta.
—¿Ragnar? ¡No hace falta que chilles! Todavía puedo oír. Mis oídos no han sufrido heridas. Sigo aquí con lady Gabriella y el gobernador Pelias. La guardia de la Casa Belisarius también está aquí. Estamos a salvo en un búnker bajo el palacio imperial —le informó Magni—. ¿Necesitas que salga a la calle para ayudaros a combatir a los Ángeles Oscuros?
—¿Qué guardia de la casa? ¿Los que trajimos de Terra o los que había aquí, en Hyades?
—Los de Terra. ¿Por qué? ¿Qué pasa, Ragnar? —quiso saber Magni.
—No estoy seguro. —Ragnar miró en dirección a las consolas esperando poder hacerse una idea de la situación—. Acabamos de perder a todos los miembros del Cuchillo del Lobo excepto Torin, Haegr, tú y yo. Permanece junto a Gabriella y no te fíes de nadie. Te volveré a llamar cuando sepa alguna cosa más. Ragnar fuera.
El comunicador de Ragnar zumbó inmediatamente.
—Ragnar, aquí el comandante Cadmus. Estoy sorprendido de que responda. ¿Tuvo éxito en su misión? Me temo que perdió varios de sus hombres, según me han informado.
—¡Maldito! ¡Usted ordenó el ataque contra el Cuchillo del Lobo! Ahora sé que no puedo confiar en usted —gruñó Ragnar—. Estoy seguro de que Markham no ha podido sobrevivir tan cerca de cuatro impactos de cañón estremecedor, y era uno de sus propios hombres.
—Estoy impresionado que haya encontrado la forma de estar tan al corriente de la situación —dijo Cadmus—. Desafortunadamente, ha sobrevivido. Ragnar, me temo que aunque necesito a los marines espaciales, no tienen por qué estar vivos para ayudarme. Gracias por esta pequeña comunicación. He localizado su posición. No se preocupe, Lobo Espacial, no volveré a subestimarlo. ¡Oh!, y tiene toda mi admiración. Usted y su Cuchillo del Lobo se merecen la reputación que tienen. Ésta es su última comunicación, así que saluden a Leman Russ cuando lo vean.
Todos los monitores se apagaron a la vez. Ragnar sospechó que el comandante había cortado la energía de todo el edificio. Como para demostrar la autoridad de Cadmus, el comunicador de Ragnar se quedó mudo con una explosión de estática.
Torin estaba encima de Jeremiah con su espada colocada en el cuello del ángel oscuro. No iba a darle a Jeremiah la oportunidad de aprovecharse de la oscuridad. Sin mirar hacia Ragnar conectó el comunicador.
—Mi comunicador también está muerto, hermano.
—Incluso han interceptado el comunicador del poderoso Haegr. No escaparán a la venganza de Haegr —gruñó el más grande de los Lobos Espaciales.
—Deberíamos matar a los prisioneros —dijo Torin en un tono totalmente impersonal.
Jeremiah miró a Ragnar. Ángel oscuro o no, Jeremiah era un adversario honorable, y había luchado bien. Y también había perdido a sus hombres en el bombardeo.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué estáis aquí? ¿Quién es Cadmus? ¿Es la razón por la que estáis aquí? —preguntó Ragnar, pasando de una pregunta a la siguiente sin dejar responder al ángel oscuro.
—Nos matará a todos si le dejamos. Necesito un arma —respondió Jeremiah—. ¿Pueden mis hermanos, Nathaniel o Elijah, ser reanimados?
—No lo sé —dijo Haegr—. Ambos recibieron un tratamiento especial con mis manos.
—Deberíamos matarlos —dijo Torin—. Su capítulo está destruyendo las posesiones de la Casa Belisarius, y no creo que podamos doblegarlos, hermano.
—Ragnar, te prometo por mi fe en Lion El'Jonson y en el Emperador que mis hombres y yo seguiremos siendo tus prisioneros hasta el momento en que nuestros hermanos nos liberen o vosotros nos soltéis. Devolvednos las armas. Somos marines espaciales igual que vosotros, y tenemos un enemigo común, este comandante Cadmus— dijo Jeremiah.
Algo relacionado con la sinceridad con que Jeremiah realizó su promesa hizo que Ragnar le creyera. Además, sabía que el ángel oscuro era enemigo de Cadmus, y éste había demostrado su traición al amenazar a los Lobos Espaciales. Decidió que podía confiar en aquellos Ángeles Oscuros.
—Torin, dale al ángel oscuro un arma. Podemos confiar en él.
—Chico, ¿te has vuelto loco? —exclamó Haegr—. Son Ángeles Oscuros. No podemos confiar en ellos.
—Haegr, Torin, viejos amigos, necesitamos confiar en ellos. Ellos saben algo sobre Cadmus. Ambos le habéis oído amenazarnos y todos sabemos que él ha ordenado a los cañones estremecedores bombardear a los otros miembros del Cuchillo del Lobo —dijo Ragnar—. Han venido aquí para acabar con Cadmus. Compartimos un enemigo común.
—Tienes buenos instintos, Ragnar de los Lobos Espaciales —dijo Jeremiah—. Me encargaré de mis hombres.
Torin entregó a regañadientes su espada a Jeremiah.
—Siempre trato de guardar un arma si es buena, aunque esté ligeramente dañada.
Jeremiah asintió y levantó su espada hacia el cielo.
—En el nombre de Lion, juro por mi alma que las vidas de mis hermanos: Gilead, Sebastian y Marius, serán vengadas. —A continuación envainó la espada y se limpió la sangre reseca de la cara.
Ragnar encontró un botiquín bajo una consola y se lo pasó a Jeremiah, que se encargó en primer lugar de Elijah.
—Date prisa, no tenemos mucho tiempo —le apremió Ragnar—. Cadmus ha cortado la energía y sabe dónde estamos. Si piensa que seguimos siendo una amenaza para él, enviará a las tropas a matarnos.
Jeremiah asintió e inyectó a Elijah un estimulante.
—No nos rendiremos —jadeó Elijah al despertar. El joven ángel oscuro golpeó salvajemente el aire con el puño.
—¡Alto! —le ordenó Jeremiah—. Nos hemos rendido, hermano Elijah; somos prisioneros del Cuchillo del Lobo, y lucharemos junto a ellos sin intentar escapar. Saben que tenemos un enemigo común. No digas nada más. Nuestra misión todavía no ha fracasado.
Elijah asintió y se movió lentamente. La desconfianza le inundaba los ojos.
—Obedeceré —dijo con cierta reticencia.
Jeremiah ayudó a Nathaniel a despertarse e incorporarse utilizando las mismas letanías que había usado con Elijah.
—Hermano, ¿hemos triunfado? —le preguntó Nathaniel antes de que sus ojos se enfocaran en los Lobos Espaciales.
—No, pero hemos llegado a un entendimiento. ¿Tus heridas son muy graves? —quiso saber Jeremiah.
—Puedo luchar. —Nathaniel se incorporó, decidido a no caerse.
Ver a los Ángeles Oscuros de aquel modo le recordó a Ragnar la vida con los Lobos Espaciales. Los Ángeles Oscuros le hacían pensar en una jauría de jóvenes Lobos Espaciales, un grupo unido por la hermandad, a veces incluso la amistad. Aunque Haegr y Torin eran auténticos hermanos de batalla de Ragnar, el sentimiento era diferente. Esos Ángeles Oscuros eran hombres que se habían acostumbrado a trabajar juntos en una zona de batalla. Tenían un vínculo más fuerte que las palabras, un constante sentido de propósito compartido.
—Hemos de encontrar una forma de salir de aquí, además de las puertas principales de esta sección del edificio o las minas que hay debajo —dijo Torin.
Ragnar sabía que tenía razón. El apenas usado corredor que habían utilizado para entrar en la sala de los monitores no era más que un pasillo de mantenimiento y una ruta de acceso a las minas y la refinería que había debajo. Ragnar vio que las grandes puertas correderas dobles eran de plastiacero y estaban marcadas con el águila imperial bicéfala. Las fuerzas de Cadmus vendrían a través de esas puertas, y probablemente habría más Ángeles Oscuros en los túneles inferiores.
—Los muros están reforzados —dijo Haegr—, pero podemos abrir un agujero con bombas de fusión.
—Es una suerte que nuestros prisioneros llevaran algunas con ellos. —Torin sacó un par de bombas de fusión, confiscadas a los Ángeles Oscuros, y las puso contra la pared que Ragnar suponía era la exterior.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Jeremiah a Torin— ¿Qué hay detrás de este muro?
—No estamos seguros —respondió Ragnar—, pero si el Emperador nos sonríe, será el mundo exterior, e incluso si no lo es, será una nueva salida que los hombres de Cadmus no esperarán que esté aquí.
—¿Por qué no salimos por la entrada principal? —preguntó Jeremiah—. Seguro que el enemigo no nos estará esperando.
—Cadmus tiene tropas por toda la ciudad. Si todavía no están aquí, no tardarán —dijo Torin.
—Puedo oler el hedor de algo asqueroso detrás de esas puertas —dijo Haegr—. Allí hay alguien.
Un suave golpeteo empezó a sonar en las puertas de plastiacero, y podían oírse voces apagadas. Detrás de las puertas había alguien, probablemente tratando de entrar. Era hora de marcharse.
Ragnar y los otros se apartaron y agacharon las cabezas. Las bombas de fusión estallaron y el muro se partió al detonar las cargas. El rocacemento se vaporizó bajo la tremenda potencia de la explosión. El agujero que dejó era una puerta de tamaño decente. Ragnar no pudo sino preguntarse si Haegr podría pasar por allí, pero no tenía tiempo para preocuparse por ello.
Las puertas principales cedieron y los disparos acribillaron la habitación, destruyendo consolas y videopantallas y rebotando en las servoarmaduras de los marines espaciales. Unas gigantescas figuras anduvieron tambaleándose en el interior. Por un instante Ragnar creyó que alguien había donado a Haegr y destrozado su armadura.
—Ogretes —dijo Jeremiah.
Los ogretes eran mutantes gigantescos, uno de los pocos humanos alterados permitidos en las fuerzas imperiales. Sus figuras eran impresionantes, casi convirtiendo en enanos a los marines espaciales, y le sacaban una cabeza incluso a Haegr. Ragnar había oído historias que decían que los ogretes eran tan fuertes que podían llegar a levantar tanques.
Las voluminosas criaturas eran puro músculo y estúpidas como rocas, sin ninguna clase de pensamiento racional que no fuera matar. Desafortunadamente, eso significaba que sus cerebros tardaban más en darse cuenta de que estaban heridos, o incluso muertos. Ragnar una vez había visto un ogrete luchando con un gran agujero en el pecho, hasta que un médico le hizo ver que estaba herido, y entonces cayó redondo.
Los ogretes llevaban una armadura de caparazón e iban armados con destripadores. Estas poderosas armas tenían tanto retroceso que sólo esos grandes mutantes podían dispararlas con firmeza, y disparaban tantos proyectiles seguidos que cada ogrete tenía que llevar una cinta de munición alrededor de sus brazos y cuerpo. Y lo peor de todo es que estas armas eran igual de letales utilizadas como maza en combate cuerpo a cuerpo.
—No había oído decir que aquí hubiera ogretes —dijo Torin.
—Deben formar parte de las fuerzas especiales de Cadmus, las que trajo con él —dijo Ragnar.
—¡Raaaarhh! —Haegr cargó tan rápido que Ragnar ni siquiera lo vio moverse.
Chocó violentamente contra el primer ogrete que entró en la habitación. La monstruosa criatura no se movió ni un ápice, pero su brazo giró hacia sus compañeros, acribillando el pie de uno con su destripador.
—Venga, Torin, saca a los demás —gritó Ragnar—. Yo cubriré a Haegr.
—Elijah, Nathaniel, id con Torin. Recordad lo que os he dicho y cumplid nuestra promesa. No lo traicionéis. En seguida os alcanzaré —les ordenó Jeremiah.
—Jeremiah, primero tenemos que encargarnos de estas abominaciones. No podemos dejar con vida a estos mutantes —respondió Elijah.
—Cumple mis órdenes, Elijah. ¡Ahora, vete! —La orden de Jeremiah fue obedecida a regañadientes.
Ragnar intercambió una mirada con Jeremiah. El ángel oscuro parecía que tenía algo que demostrar. Ragnar hizo una mueca. Él también.
—¡Hombre armadura, apártate! —gritó el ogrete mientras Haegr literalmente lo detenía a martillazos, asestándole golpe tras golpe.
El tamaño de ambos contendientes estaba haciendo ganar un tiempo precioso a todos. La puerta estaba totalmente bloqueada.
—¡Haegr, vámonos! —le ordenó Ragnar a gritos.
—¡Ja! ¿Te has vuelto loco? —dijo Haegr volviendo la cabeza—. ¡Estoy ganando!
Por un momento pareció que Haegr tenía razón. Entonces, un ogrete con la placa metálica en la frente, empuñó el cañón de su destripador y golpeó a Haegr con la culata con la fuerza suficiente como para agrietarle la servoarmadura. El Lobo Espacial cayó hacia atrás, hacia las destrozadas consolas de mando.
Jeremiah aprovechó la ocasión para disparar un proyectil de bólter contra la cabeza del ogrete, justo por debajo de la placa metálica. El ángel oscuro disparó un segundo proyectil contra uno de los grandes y amarillentos dientes de la bestia, rompiéndoselo y salpicándolo todo de sangre y fragmentos de hueso. Ragnar quedó impresionado por la precisión de Jeremiah, pero no estaba dispuesto a dejarse superar por un ángel oscuro.
Cargó contra la masa de ogretes saltando por encima del caído Haegr. Su espada rúnica partió la rodilla de uno de los ogretes, aunque a Ragnar le dio la impresión de que había atravesado el tronco de un árbol. Instintivamente disparó su pistola bólter sobre otro, arrancándole la mayor parte del brazo en el proceso. Detrás de los ogretes, Ragnar pudo ver las tropas de la Fuerza de Defensa Planetaria.
Un ogrete pateó a Ragnar con su gigantesca bota de acero, devolviéndolo de una patada a la habitación. Rodó por el golpe y, entre sus reflejos y su armadura, logró evitar la mayor parte del impacto. Levantó la espada para defenderse, pero se encontró con que los precisos disparos de Jeremiah habían eliminado a su enemigo.
Aquél parecía un momento perfecto para escapar antes de que el peso de la superioridad numérica del enemigo los aplastara.
—¡Vámonos! —gritó Ragnar.
Por una vez, Haegr no discutió. En vez de eso, se lanzó a través del agujero abierto en el muro. Afortunadamente, logró pasar.
—Lobo, pásame una bomba de fusión —le pidió Jeremiah.
Ragnar dudó tan sólo una décima de segundo antes de pasarle una bomba de fusión a Jeremiah.
El ángel oscuro saltó sobre una consola destruida y adhirió la bomba al techo. Ragnar lo cubrió disparando el bólter contra los ogretes con una sola mano. Casi sin pensarlo, Ragnar dejó de disparar en el instante en que Jeremiah acabó de colocar la carga. El ángel oscuro se lanzó a través del agujero con Ragnar pisándole los talones, como si ambos hubieran practicado la maniobra un centenar de veces.
La bomba de fusión detonó con un ruido ensordecedor. Los ogretes aullaron agónicamente, y a continuación se hizo el silencio. Un ligero retumbar indicó que el techo de la habitación se había derrumbado, aplastando a todos en el interior.
Los demás se habían movido unas docenas de metros por un corredor de rocacemento sin ninguna indicación.
—¿Dónde estamos? —preguntó Ragnar.
—No lo sé —respondieron Torin y Elijah al unísono.
—Hemos de encontrar a Cadmus —dijo Jeremiah.
—No —replicó Ragnar—. Primero hemos de encontrar a lady Gabriella y a Magni. Entonces iremos todos juntos a por el comandante Cadmus.
—Tengo hombres que vengar —le insistió Jeremiah.
—Y yo tengo un juramento que cumplir, y mi último hermano de batalla que mantener con vida contra un mundo lleno de enemigos potenciales y la invasión de vuestros Ángeles Oscuros. Si quieres decirme la verdad sobre lo que está sucediendo quizá puedas convencerme; de lo contrario, mi primera y más importante prioridad es asegurarme de que lady Gabriella de la Casa Belisarius está a salvo. ¿Todavía tenemos un acuerdo? —preguntó Ragnar.
Jeremiah miró directamente a Ragnar.
—Te di mi palabra. Yo no rompo juramentos.
—Bien, entonces tenemos un acuerdo —afirmó Ragnar.
—Sigamos moviéndonos —sugirió Torin—. Ella debe de estar en el palacio. Sólo tenemos que lograr salir de aquí.
—¡Ah, qué magnífico día para una batalla! —dijo Haegr.
Los seis marines espaciales prosiguieron hacia el final del corredor, donde unas puertas reforzadas indicaban: «Sólo fuerzas de defensa de Lethe». La cerradura de seguridad de la puerta parecía intacta, y todo en ella parecía indicar que nada de potencia inferior a un disparo de cañón láser podría atravesarla.
Nathaniel tenía problemas para mantener el ritmo de los demás, resollando y cojeando. El abrazo machaca-huesos de Haegr lo había herido de consideración. Como si notara lo que los demás estaban pensando, Nathaniel los tranquilizó.
—Mi fe en el Emperador me mantendrá en pie.
Una escuadra de la Fuerza de Defensa Planetaria apareció por el otro extremo del corredor mientras los marines espaciales estaban inspeccionando la puerta. Ahora estaban atrapados en el extremo de ese mismo corredor.
—Nos han encontrado —gruñó Torin.
Las fuerzas de defensa dispararon sus rifles láser contra los marines espaciales. Aunque ninguno de los disparos atravesó las armaduras, Ragnar sabía que no podían permanecer demasiado tiempo en esa posición.
Lentamente, la puerta se abrió.
—Está abierta, vamos —dijo Jeremiah.
Torin y Nathaniel dispararon sus bólters para detener el avance de las tropas que venían por el corredor mientras Jeremiah, Elijah, Ragnar y Haegr pasaban por la puerta, comprobando rápidamente si había enemigos al otro lado.
Se encontraban en el hangar de un gran depósito de vehículos. Las puertas exteriores estaban abiertas y mostraban al otro lado una parte de la ciudad. Ragnar tan sólo podía ver humo y ruinas, iluminadas por los destellos de los cañones láser y de los proyectiles que explotaban. Unos pocos servidores trabajaban en las consolas del perímetro de la sala. La mayor parte del hangar estaba desierta, a excepción de un único Chimera.
—Tal vez hemos encontrado la forma de llegar a Gabriella —comentó Haegr.
—Pero ¿quién ha abierto las puertas? —preguntó Ragnar.
—Debe de ser una trampa —aventuró Jeremiah.
—No lo es. Tenemos un amigo en el interior —afirmó Torin cuando él y Nathaniel entraron en la sala entre disparos de bólter.
Torin activó los controles, sellando las puertas una vez más, atrapando a las fuerzas de defensa de Lethe al otro lado. Apoyó el bólter contra el panel de control y disparó.
—Contacté con el tecnosacerdote Varnus cuando activamos las videopantallas —siguió explicando— y le pedí que hiciera todo lo posible por seguir nuestros pasos. Supongo que podría haber sido de más ayuda si no hubieran cortado la energía, pero aquí hay energía, probablemente gracias a un generador de emergencia independiente.
Ragnar estaba satisfecho de que el tecnosacerdote Varnus siguiera estando de su parte. Igual que los había ayudado a tender la emboscada a los Ángeles Oscuros, ahora seguía ayudándolos. La fe en el Emperador se veía recompensada de formas muy extrañas.
—No es una trampa. Vamos al Chimera, nos dirigimos al palacio —ordenó Ragnar.
—Yo conduzco —anunció Torin.
Abrió la escotilla delantera y entró en la cabina. La compuerta posterior se abrió para revelar un pequeño espacio con aspilleras para disparar los rifles láser exteriores. Elijah fue el primero en entrar en la parte posterior, seguido de Ragnar y Jeremiah. Haegr se detuvo un instante.
—¿Queréis que me meta ahí dentro?
—Sí —dijo Ragnar haciéndole señas a Haegr por encima del banco.
El gigantesco Lobo Espacial logró subirse, pero Ragnar pudo comprobar que el espacio pensado para los guardias imperiales era demasiado estrecho para el gran Lobo Espacial con servoarmadura. Torin arrancó el vehículo. Nathaniel logró llegar a la rampa con dificultades, disparando fuego de cobertura contra las fuerzas de defensa planetaria que estaban entrando en el hangar.
Ragnar oyó a las fuerzas de defensa planetaria que los atacaban desde el exterior incluso a través del rugir de las orugas del Chimera. No habían tardado mucho en romper la puerta de seguridad. Uno de ellos debía de tener los códigos adecuados, y el disparo de Torin probablemente no había causado grandes daños en el otro lado. Los hombres no dudaban en disparar, pero sus proyectiles no podían penetrar el blindaje del Chimera. Elijah devolvió el fuego con los rifles láser que el Chimera llevaba incorporados. Ragnar le indicó que lo dejara.
—Esos hombres siguen órdenes y están tratando de defender su casa. No son enemigos del Imperio y desconocen lo que está pasando.
Jeremiah asintió con cierta duda, pero Ragnar sabía lo que estaba pensando: los soldados de Hyades lucharían contra los Ángeles Oscuros, sus hermanos de batalla.
El Chimera salió rugiendo hacia la ciudad, que se había convertido en una zona de guerra. Los cascotes y las ruinas abundaban por doquier. Ragnar oyó los grandes cañones de Lethe disparando y olió el familiar hedor del promethium ardiendo. Desde las escotillas vio los ennegrecidos huesos de los defensores de Lethe. Los tanques destruidos cubrían las calles, y aunque el Chimera era un vehículo todoterreno, se estremecía violentamente cuando pasaba por encima de los cráteres y los cascotes caídos en la calle. Unos cuantos civiles se movían entre el humo. Algunos gritaban pidiendo ayuda, mientras que otros hacían lo que podían para ponerse a cubierto. Ragnar estimó que se encontraban a medio camino entre las murallas de la ciudad y el complejo central donde se encontraba el palacio imperial.
—No lograremos llegar al palacio —dijo Nathaniel—. Nuestros hermanos destruirán cualquier transporte que vean, sólo por si acaso.
—¿Por si acaso qué? —preguntó Ragnar.
Jeremiah puso una mano sobre el hombro de Nathaniel.
—Ragnar, nosotros tenemos nuestros propios secretos y honor que mantener. Estoy seguro de que lo respetarás.
Ragnar estaba empezando a cansarse de ese tipo de conversaciones.
—Sólo espero que, sea lo que sea que esté haciendo vuestro capítulo, valga la destrucción de un planeta imperial.
★ ★ ★
Gabriella daba vueltas en el interior del búnker del gobernador bajo el palacio imperial. Habían pasado horas desde que los Ángeles Oscuros habían entrado en el complejo del palacio. El gobernador le había pedido que fuera al búnker con él por su propia seguridad. Gabriella había traído algunos de sus propios guardias de la Casa Belisarius y a Magni, el miembro del Cuchillo del Lobo que estaba con ella. Había ordenado al resto que se uniera a la defensa de Ja ciudad frente al ataque de los Ángeles Oscuros. Estaba preocupada desde que Magni le había informado de la posible muerte de cinco de sus hermanos del Cuchillo del Lobo y los sistemas de comunicaciones del interior del búnker tan sólo recibían interferencias.
El interior de la sala principal del búnker estaba ricamente adornada con retratos de antiguos líderes de Hyades, gruesas alfombras y muebles de madera tallada a mano. Parecía más una sala de audiencias oficial que un búnker. El comandante Cadmus la había informado que ése era el lugar más seguro de Hyades, con muros de plastiacero reforzado y rocacemento tras el panelado de madera. Gabriella miró a Magni.
—Esto está terriblemente mal. Los marines espaciales no deberían estar atacándonos.
—Yo la protegeré, mi señora —la tranquilizó Magni—. Estoy seguro que las fuerzas de defensa resistirán el ataque de los Ángeles Oscuros.
Gabriella observó la habitación. Incluso en el interior del búnker podía notar las explosiones que sacudían la ciudad. Un brillo surgió de su frente y relució a través de su pañuelo negro.
—Lady Gabriella, ¿qué arte arcano es ése? —quiso saber Magni—. ¿Estáis bien?
Gabriella gimió y cayó de rodillas.
—Hay una perturbación en la disformidad. Puedo sentirla. Algo está llegando.
—Discúlpenme todos —dijo el comandante Cadmus entrando en la habitación con una guardia fuertemente armada y provistos de armaduras de caparazón. A Magni le pareció que eran soldados de élite de las fuerzas de Lethe, armados y equipados como los soldados de asalto de la Guardia Imperial—. Gobernador, gracias por permanecer aquí junto a lady Gabriella, como os había pedido. Me temo que debo llevar a cabo determinados cambios a causa de la invasión que estamos sufriendo.
—¿Cambios? ¿Qué cambios? —quiso saber el gobernador Pelias.
—Cambios de liderazgo, señor —dijo Cadmus, desenfundando su pistola de plasma tan rápidamente que los ojos de Magni casi no pudieron seguirla.
Una bola de fuego azul-verdoso engulló la cabeza del gobernador matándolo al instante. Su segundo disparo alcanzó a Magni en la rodilla, atravesando la servoarmadura y disolviendo esa parte de la extremidad, por lo que le amputó la pierna izquierda.
Las tropas de élite de Cadmus abrieron fuego contra la guardia de la Casa Belisarius. Tomados completamente por sorpresa, los guardianes de Gabriella no tuvieron ninguna posibilidad y la lucha finalizó en pocos segundos. Cadmus y sus hombres se encontraban en el centro de la habitación. Sólo Magni y Gabriella seguían con vida.
Magni se retorcía de dolor y por la rabia de la traición. Cadmus se acercó al caído Lobo Espacial, asegurándose de permanecer fuera del alcance de su brazo.
—Tengo un mensaje para tus compañeros del Cuchillo del Lobo. Diles que tengo a Gabriella, y que la única forma de que vuelvan a verla es que maten a todos los Ángeles Oscuros de Hyades. ¿Está claro?
Magni asintió con la cabeza.
—Tomaré eso como un sí. La mujer es ahora mi prisionera.
El comandante apuntó con su pistola a Gabriella mientras uno de sus hombres la cogía y le ataba las manos a la espalda. Todavía debilitada por su visión, fue incapaz de resistirse. Unas esposas le sujetaban las muñecas. Cadmus la puso violentamente en pie cogiéndola por el brazo izquierdo.
—¡Vamos!
Gabriella trató de zafarse, pero su captor la agarraba con la firmeza del acero. Magni era parcialmente consciente de que la estaba lastimando.
Los hombres de Cadmus habían desaparecido, asegurando todas las entradas y salidas. En un extraño momento de compasión, uno de ellos había colocado una alfombra sobre el cuerpo sin cabeza del gobernador. En el patio de armas no habría una estatua para Pelias.
A pesar del dolor, Magni era un Lobo Espacial, y estaba dispuesto a luchar hasta el final. Lentamente, con cuidado, sacó su pistola bólter de la cartuchera. Mientras Cadmus estaba medio conduciendo medio arrastrando a Gabriella fuera de la sala, Magni apuntó a la espalda del comandante.
Cadmus se dio la vuelta de repente, disparando un certero tiro con su pistola de plasma. Las manos del Lobo Espacial se consumieron instantáneamente en el fuego azul verdoso. Magni gritó sin poder evitarlo. Jamás había sentido un dolor tan intenso.
—No puedo creer la tozudez por la lucha de un Lobo Espacial. Es increíble. Deberíais saber cuándo habéis sido derrotados, y simplemente morir. ¿Lo entiendes? Ahora, fenrisiano, espero que quede suficiente de ti para entregar el mensaje. Gabriella depende de ello.
La violencia de su acción espabiló a Gabriella. Estaba segura que si trataba de resistirse, no dudaría en dispararle, pero estaba decidida a dejar bien claros sus sentimientos.
—Dejadme ir. Estáis cometiendo traición, comandante —le advirtió Gabriella—. ¿Os habéis vuelto locos?
—No, esto no es más que el acto de una mente racional en una situación irracional, mi querida navegante —dijo Cadmus—. Ahora, dejadme que os aleje de los aullidos de este joven Lobo Espacial. No es adecuado que un miembro de una noble casa esté rodeado de tanta violencia. Sois mi prisionera, y yo tengo todos los triunfos. Los Ángeles Oscuros tampoco os perdonarán. Cada cosa que hagáis a partir de ahora, incluso respirar, será porque yo lo permitiré. Por favor, no me decepcionéis. Seguís con vida sólo porque me gusta torturar a Ragnar.! Y pensar que me he disculpado con él!
—Sois un muerto que aún camina. He notado una perturbación en la disformidad, y eso sólo puede significar una cosa: que los Lobos Espaciales están aquí —dijo Gabriella.
—¿De verdad? Qué emocionante. Sois realmente una navegante muy poderosa. Estoy seguro que si vuestro padre viviera estaría muy satisfecho —se mofó Cadmus.
—He reconocido las señales disformes. La patrulla de los Lobos Espaciales en el sector acaba de llegar. En pocas horas no tendrás que preocuparte de los Ángeles Oscuros. El Gran Lobo tiene una alianza con Belisarius. Los Lobos Espaciales vendrán en número ilimitado.
Cadmus se detuvo. Cuando la miró, todo lo que ella pudo ver era un malicioso brillo en sus ojos. Cuando habló, lo hizo en un tono de voz muy suave.
—Mi querida Gabriella, no sólo ya sabía que los Lobos Espaciales han llegado, sino que contaba expresamente con ello. Todo dependía de que los Lobos Espaciales vinieran. Todo. Es bueno saber que no me han decepcionado.
A Gabriella se le heló la sangre.