CAPÍTULO 12
El verdadero enemigo

Cadmus estaba furioso. Los miembros del Cuchillo del Lobo eran todo un enigma. Su plan había sido perfecto; él nunca cometía errores. Cuando los Lobos Espaciales llegaron de patrulla y descubrieron la fuerza de invasión de los Ángeles Oscuros, se inició una guerra. El grupo de combate de los Ángeles Oscuros debía haberse unido a ellos en la lucha, dejando que Ragnar y el Cuchillo del Lobo rescataran a Gabriella y encontraran su muerte. No deberían haber estado trabajando juntos; los Lobos Espaciales odiaban a los Ángeles Oscuros. Aparentemente, Ragnar era tan problemático como Madox decía. Ya pensaría en eso más tarde, en esos momentos lo que debía hacer era escapar.

Llegó a la pared trasera y, moviendo su mano por la superficie, activó un panel oculto, que se deslizó revelando una placa de acceso. Introdujo el código de acceso.

La placa zumbó su rechazo. Cadmus reintrodujo nuevamente el código, que fue otra vez rechazado. Marcó el código una tercera vez, esta vez comprobando detenidamente que estuviera introduciendo el número correcto. De nuevo, la placa zumbó su rechazo.

—¿Corriendo a esconderte de nuevo, Caído?

La voz parecía emanar de las propias paredes. Cadmus se dio la vuelta para ver una figura en una esquina de la habitación.

Era Madox. Su armadura azul y dorada relucía levemente con energías místicas. Unos cuernos en espiral se curvaban desde su casco, y una luz verde emanaba de sus ojos. En la mano derecha sostenía un báculo rematado por un orbe brillante. El hechicero salió de entre las sombras.

—He enviado la ayuda que me solicitaste, Cadmus, y ahora abandonas a mis guerreros como has abandonado a tus propios hermanos de batalla todos estos siglos.

—¿No esperarás que me crea que estás preocupado por lo que les pueda suceder a algunos de tus seguidores? —masculló Cadmus mientras se volvía en dirección al panel de control.

—No, tienes razón. Lo cierto es que te he estado esperando, Cadmus —replicó Madox.

Nuevamente, Cadmus introdujo el código en la placa, y nuevamente ésta lo rechazó. Furioso, golpeó la pared con el puño.

—El panel ya no funciona, Cadmus, ha sido desconectado —le aseguró Madox.

—¡Yo he mantenido mi parte del trato! ¡He atraído a los Ángeles Oscuros a Hyades! He creado una guerra entre ellos y los Lobos Espaciales, e incluso he atraído a los guerreros del Cuchillo del Lobo como tú querías. ¿Por qué estás bloqueando mi huida?

La risa maníaca de Madox llenó la habitación.

—Porque Ragnar sigue vivo y, por lo que a ti se refiere, ya no te necesito para nada.

—¡Pero teníamos un trato! ¡Yo lo he puesto todo en marcha! Pareces olvidar, Madox, que sin mí nada de todo esto habría sido posible —dijo Cadmus con voz temblorosa de rabia.

—Pero ¿realmente eres tan inocente que te crees que todo esto ha sido posible sólo gracias a ti? ¿Realmente crees que todo ha sido «parte de tu plan»? —le espetó Madox.

Cadrnus estaba lleno de rabia. ¿Realmente había sido un peón del Caos? ¿Realmente había sido tan fácil de manipular y engañar? Rebuscó en su memoria en busca de alguna señal, alguna pista de que él no había estado controlando todo el proceso. Desenfundando su pistola de plasma, se dirigió hacia Madox.

—Así, finalmente te has dado cuenta de la verdad —se regodeó Madox.

—Voy a matarte —dijo Cadmus, y levantando la mano, apretó el gatillo.

—Eres realmente ingenuo.

La risa de Madox llenó la habitación mientras se desvanecía.

★ ★ ★

La huida de Cadmus dejó a Ragnar y los otros enfrentados a los Mil Hijos. Gabriella yacía inconsciente en el suelo en la parte posterior de la habitación. Había cajas, bidones y muebles esparcidos alrededor. Los Mil Hijos no destacaban por su gran poder en el combate cuerpo a cuerpo, ya que atacaban de forma lenta pero decidida sin dejar de disparar ráfagas de bólter, lo que permitía a sus hechiceros ganar la batalla. Ragnar supuso que los Mil Hijos no eran más que una táctica dilatoria para que el comandante tuviera tiempo de huir. Con un aullido de batalla, Ragnar y el resto de su equipo saltaron sobre los marines del Caos.

Las armas vomitaron fuego mientras ambos bandos chocaban. Desviando un ataque con su espada, Ragnar se lanzó contra uno de los Mil Hijos y clavó el hombro en el abdomen de su adversario. Se había enfrentado anteriormente a esta amenaza, y aunque no destacaban por su habilidad en el combate cuerpo a cuerpo, eran guerreros tenaces, capaces de resistir una gran cantidad de heridas. Mientras los Mil Hijos avanzaban, Ragnar saltó, pisando una de las cajas de plastiacero, lo que le permitió elevarse por encima del marine del Caos. Dirigió la punta de su espada allí donde el casco y la armadura del cuello se unían, y luego la empujó con todas sus fuerzas hacia abajo. El guerrero de los Mil Hijos se dobló sobre sí mismo y cayó al suelo, liberando la energía que lo mantenía activo.

Haegr blandió su martillo trazando un golpe de abajo arriba que lanzó a su oponente por los aires; el marine del Caos cayó al suelo en medio de un estruendo ensordecedor. Después levantó su arma por encima de la cabeza y le asestó el golpe definitivo. El casco del marine del Caos explotó en cientos de fragmentos. El antiguo polvo que antaño fue la forma física del marine se vertió sobre el suelo de rocacemento.

Jeremiah se dirigió a la puerta por la que Cadmus había desaparecido. Un marine de los Mil Hijos le cortó el paso. La espada sierra del traidor chirrió al cruzarle la placa pectoral, y la fuerza del ataque provocó que Jeremiah se tambaleara hacia atrás.

Aunque recuperó rápidamente el equilibrio, su adversario aprovechó la ventaja, y obligó al ángel oscuro a retroceder y a desviar un golpe tras otro de la espada sierra del Caos. El marine del Caos le apuntó con la pistola bólter. Al verlo, Jeremiah desvió el arma, pero eso lo dejó expuesto, un error que fue rápidamente aprovechado cuando la espada sierra le golpeó en el hombro, haciéndole caer de rodillas.

El marine del Caos sabía que tenía la ventaja, e intentó acabar rápidamente la pelea. Mientras el golpe letal trazaba un arco hacia abajo, Jeremiah se incorporó y sujetó la mano de su adversario mientras incrustaba su propia pistola en el abdomen de su enemigo para luego dispararle varios proyectiles. La hueca armadura sin vida cayó al suelo.

Torin se encontró atrapado contra la pared cuando uno de los marines del Caos se le acercó. Ragnar le había dicho que los Mil Hijos eran lentos, pero él no creía que esa información fuera demasiado correcta. Agachó la cabeza y la espada sierra de su oponente se hundió en la pared de rocacemento. Era el error que había estado esperando. Dirigió su espada hacia arriba y, haciéndola girar, le cortó limpiamente la extremidad a su adversario, enviando la espada sierra y la pieza de armadura del brazo repiqueteando al suelo. Torin aprovechó el impulso de su ataque y se dobló sobre sí mismo para rodar sobre un hombro y colocarse por detrás de su enemigo.

Luego volteó la espada en la mano para invertir la forma en que la tenía sujeta, puso la otra mano sobre el pomo y giró sobre sí mismo. A continuación, hundió la espada en la juntura de la cintura de la armadura del marine del Caos y siguió girando. La espada le desgarró todo el costado y partió al guerrero de los Mil Hijos en dos mitades.

Nathaniel eliminó rápidamente a su adversario y se dio la vuelta para ayudar a Elijah. Mientas corría en ayuda de su joven hermano de batalla, un casco de marine del Caos rebotó en el suelo más allá de él. El traidor que estaba enfrentándose a Elijah se dejó caer de rodillas y se derrumbó en el suelo.

En muy poco tiempo, las vacías y rotas armaduras de seis marines de la legión de los Mil Hijos yacían inactivas y destrozadas en el suelo del centro de mando de Cadmus.

Haegr estaba de pie en un lado de la habitación observando una placa pectoral, sorprendido por el hecho de que estuviera vacía. Torin, Jeremiah y el otro ángel oscuro comprobaron la habitación para asegurarse de que estaban seguros.

Ragnar saltó al lado de Gabriella y se apresuró a quitarle la mordaza y las ataduras.

—Gabriella, ¿se encuentra bien? —le preguntó.

La navegante estaba apenas consciente y la notaba muy frágil, nada que ver con la persona que conocía. Tenía la cara magullada e hinchada. Unos regueros de sangre seca le surcaban la cara desde la comisura del ojo derecho. De las orejas le manaba sangre fresca.

Lentamente abrió los ojos, pero le costó bastante tiempo concentrar la mirada.

—Ragnar, ¿Magni está vivo? —fue lo primero que le preguntó Gabriella.

—No se preocupe por eso ahora, mi señora. Debemos llevarla a un lugar seguro —dijo Ragnar. Su voz reflejaba la preocupación que sentía.

Gabriella empezó a limpiarse la sangre de la cara y Ragnar se dio cuenta de que estaba recuperando las fuerzas. En sus ojos vio la decidida determinación y confianza que ella siempre había poseído. La navegante miró directamente a Ragnar.

—Debes detener a Cadmus —le ordenó.

—En cuanto estéis a salvo, lejos de aquí, mi señora. Debemos sacaros de este lugar —protestó Ragnar.

Gabriella agarró el borde de la armadura de Ragnar y se incorporó hasta quedar sentada.

—Estaré bien. Cadmus debe ser detenido —insistió ella de nuevo, sólo que esta vez Ragnar sabía que no era la petición de una mujer que deliraba, sino la orden de un miembro de la Casa Belisarius. Ragnar se incorporó colocándola al mismo tiempo con delicadeza contra la pared. Él era un guerrero Astartes, un Hijo de Russ, y sabía lo que tenía que hacer.

—Torin, atiende sus heridas. Haegr, cubre la puerta —les ordenó Ragnar.

Jeremiah y Nathaniel cruzaron la habitación para unirse a Ragnar. Juntos, los tres marines espaciales atravesaron la puerta por la que Cadmus había marchado.

Al entrar en la habitación que había al otro lado, encontraron a Cadmus, con un arma en la mano, mirando hipnotizado al ardiente fuego azul verdoso que brillaba en una esquina. No parecía consciente de la presencia de los marines espaciales. Ragnar se fijó en las marcas del Caos que adornaban el suelo y los muros de la sala, así como los diversos estantes llenos de armas de aspecto arcano.

Cuando vio a Jeremiah, Cadmus se puso a reír.

Allí no había realmente nada más que Ragnar pudiera hacer, excepto honrar la promesa hecha a Jeremiah. Gabriella estaba a salvo con Torin y Haegr; su misión era acabar con el conflicto entre Lobos Espaciales y Ángeles Oscuros.

—Se ha acabado, Jeremiah —dijo—. Cumpliré mi palabra. Cadmus es vuestro.

—Ragnar, tengo un mensaje de un viejo conocido tuyo —declaró Cadmus.

—Silencio, hereje! —le gritó Nathaniel, golpeando al comandante en la cara.

Cadmus estaba derrotado, su plan frustrado. ¿Qué mensaje podía tener?, se preguntó Ragnar. Sabía lo suficiente para no creerse las últimas súplicas de un traidor condenado. Sin embargo, todavía no conocía los verdaderos objetivos de Cadmus.

—¿Qué puedes tener que decirme que yo quiera oír, Cadmus? —preguntó Ragnar.

—Sé por qué fuiste enviado a Terra, y conozco tu fracaso. Sé que fuiste enviado al Cuchillo del Lobo en castigo por perder la Lanza de Russ —declaró Cadmus, desafiante, con tranquilidad.

Jeremiah y Nathaniel intercambiaron una fugaz mirada, sin saber qué hacer con esa información. Jeremiah empezó a preocuparse. Sabía lo que Cadmus intentaba hacer. Estaba tratando de dividirlos, utilizando esa información para crear una brecha entre los aliados.

—Hablas de generalidades vagas esperando hacer creer que sabes más de lo que sabes realmente. Hablas como alguien que está a punto de ser llevado ante la justicia y chilla para encontrar un camino de salida —replicó Ragnar.

—Puede ser, Lobo Espacial, pero debo negarlo; como te he dicho, tengo un mensaje para ti de un viejo amigo: Madox te envía saludos —manifestó Cadmus.

Ragnar no logró ocultar su sorpresa. Había hablado de la Lanza en numerosas ocasiones mientras estaba en Hyades. Los equipos de vigilancia de Cadmus podrían haberle proporcionado la información sobre la Lanza de Russ, pero ¿cómo podía él conocer su verdadero nombre? La lógica y la razón le decían que era otro de los intentos de Cadmus de manipular la situación a su favor, de fracturar la tenue alianza entre los Lobos Espaciales y los Ángeles Oscuros. Debía proseguir con cautela.

—¿Cómo conoces ese nombre? —gruñó Ragnar.

—Como te he dicho, muchacho, tengo mucha información, pero todo tiene un precio. —La voz de Cadmus iba ganando confianza.

—Ragnar, no lo escuches —dijo Jeremiah—. Es un hereje, un peón de los Poderes Oscuros.

—¡No interfieras, ángel oscuro! O tal vez quieres discutir conmigo otros asuntos, tal vez de naturaleza más personal —lo amenazó Cadmus.

—Ya te lo he preguntado, Cadmus, ¿cómo conoces ese nombre? —insistió Ragnar una vez más.

—Un precio, Ragnar. Deberías saber que toda información tiene un coste —dijo Cadmus, regocijándose.

—Di el tuyo —le exigió Ragnar.

—Realmente es una nimiedad. No es en absoluto elevado. Simplemente quiero mi vida —declaró Cadmus; todo el miedo había abandonado su voz.

—Cuéntame lo que quiero saber y tu vida será tuya —prometió Ragnar.

—¡Ragnar, hiciste un juramento! ¿Es así como los Hijos de Russ mantienen su palabra? —protestó Jeremiah, aturdido.

Ragnar vio en sus ojos la traición que Jeremiah sentía y comprendió su rabia. Había dado su palabra de que Cadmus sería suyo para hacer con él lo que considerara oportuno, pero las circunstancias habían cambiado. Necesitaba saber cómo Madox encajaba en todo aquello. Ragnar recordaba su primer encuentro con el hechicero del Caos. Jamás había conocido la verdadera maldad hasta ese día, y nunca comprendió la magnitud del peligro que el Caos representaba para el Imperio.

La máquina educacional le había enseñado la naturaleza del Caos y le había mostrado numerosas batallas entre las fuerzas del Imperio y del Caos. Sin embargo, que te cuenten lo maligno que es y experimentarlo de primera mano son cosas totalmente diferentes. Madox odiaba absolutamente todo acerca de los Lobos Espaciales y el Imperio. Si estaba implicado, todo lo sucedido en Hyades tenía poco o nada que ver con la Casa Belisarius, Hyades, o las minas de promethium. ¿Era esa información más importante que su juramento o su honor?

—Si Madox está aquí, es imperativo que obtengamos esa información, Jeremiah.

—¡Ragnar, teníamos un acuerdo! Yo confié en ti —exclamó Jeremiah.

—Entonces, sigue confiando en mi, Jeremiah —le pidió Ragnar—. No sabes de lo que Madox es capaz. Necesitamos respuestas.

Miró a Jeremiah y luego a Nathaniel, tratando de determinar qué acciones tomar. No quería un enfrentamiento entre ellos, pues se habían ganado su respeto varias veces, pero quería obtener respuestas; por encima de todo quería respuestas.

—¡Sigue, Cadmus! ¿Qué tiene que ver Madox con todo lo que está sucediendo aquí? —le preguntó Ragnar.

—Te quiere ver muerto, y una vez estés muerto, pretende destruir al resto de los Hijos de Russ —explicó Cadmus.

—¿Cómo pretende hacerlo, y qué tiene que ver Hyades con todo ello? —quiso saber Ragnar con un gruñido creciendo en su garganta.

—Hyades no es más que un campo de batalla. Quería iniciar un conflicto entre los Hijos de Lion y los Hijos de Russ. Eso le daría acceso a uno de los dos componentes que necesita: la sagrada semilla genética —continuó Cadmus.

—¡La semilla genética!

Los tres marines espaciales quedaron horrorizados. El futuro de cada capítulo de marines se basaba en la semilla genética. Lo más sagrado de todas las cosas. Sin ella, cada capítulo iría mermando hasta extinguirse.

—Veo que he captado vuestra atención. —La voz de Cadmus fue disminuyendo de intensidad hasta convertirse en un siniestro gruñido.

—Has mencionado dos componentes. ¿Cuál es el segundo? —preguntó Ragnar.

Cadmus dudó un momento.

—Algún tipo de antigua reliquia, un arma o instrumento. Era inoperativo que poseyera ambos componentes para el ritual. De eso estoy seguro —respondió Cadmus.

La mente de Ragnar rememoró el día en que había perdido la sagrada Lanza. Se vio a sí mismo empuñando la más querida de las reliquias de su capítulo. Con un doloroso recuerdo se vio a sí mismo lanzando la Lanza al portal, alcanzando al gigante cíclope primarca de los Mil Hijos. Ragnar había obligado al maligno primarca a regresar a la disformidad salvando a sus hermanos de batalla, ¡pero perdiendo la Lanza para siempre! ¿Podría Madox haberla encontrado? Si era así, su, fracaso era aún mayor de lo que había pensado.

—¿Qué artefacto es ése, y dónde lo tiene? —inquirió Ragnar.

—No estoy seguro de que realmente lo posea. Si no es así, estoy seguro de que sabe dónde encontrarlo. —Cadmus respondió con una malévola sonrisa, disfrutando el efecto que sus palabras tenían en Ragnar.

—Así que iniciaste este conflicto para que Madox tuviera acceso a la semilla genética para utilizarla junto a ese desconocido artefacto en algún tipo de ritual. ¿Con qué fin?

—Un ritual mediante el cual está seguro de que podrá lograr la destrucción de los Hijos de Russ —continuó Cadmus.

—Pero ¿por qué implicar a los guerreros del Cuchillo del Lobo? —preguntó Jeremiah.

Cadmus señaló a Ragnar.

—Oh, no es a los guerreros del Cuchillo del Lobo a quienes quiere. Es a Ragnar —replicó Cadmus—. Ya os he contado todo lo que estoy dispuesto a decir. Así que ha llegado el momento de marcharme.

—Muy bien, Cadmus, tú has mantenido tu palabra, y a cambio yo mantendré la mía —dijo Ragnar.

Ragnar cruzó la habitación como si fuera a abrirle paso a Cadmus. Nathaniel y Jeremiah cerraron filas, bloqueando su salida. Jeremiah miró ansiosamente hacia Ragnar, esperando que cumpliera su palabra. Cadmus se detuvo, preocupado, preguntándose si lo dejarían marchar. Miró por encima del hombro hacia Ragnar.

—Te he contado todo lo que sé. El resto tendrás que descubrirlo por ti mismo. Me diste tu palabra de que podría marcharme.

—¡Ragnar, ¡no puedo dejarlo marchar! Tiene causas pendientes con los Ángeles Oscuros —se opuso Jeremiah controlando su tono, pero no sus intenciones.

—Jeremiah, he dado mi palabra —insistió Ragnar deteniéndose delante de uno de los estantes de armas del muro opuesto.

—No estás obligado a mantener tu palabra cuando se la has dado a un traidor como éste —insistió Nathaniel, sintiéndose obligado a dar su opinión.

—Si ése fuera el caso, no serías diferente de aquellos a los que llamas enemigos —intervino Cadmus—. Los leales servidores del Emperador no pueden escoger. Deben honrar sus promesas y seguir a sus señores sin importar el camino. Lo sé mejor que nadie, y tú también, Hijo de Lion —dijo Cadmus con evidente tristeza y reproche en sus palabras.

—Cadmus tiene razón, Jeremiah. Le he dado mi palabra. No puedo romperla, al igual que estoy obligado a cumplir la promesa que te hice —afirmó Ragnar.

—Ambas son antagónicas, Ragnar —replicó Jeremiah.

—Sí, Astartes, me parece que no vas a poder cumplir las dos —se regocijó Cadmus, escupiendo las palabras como si fueran veneno.

—En realidad, no hay ningún conflicto entre ambas. Jeremiah, yo te prometí que Cadmus sería tuyo para que hicieras con él lo que quisieras una vez hubiera rescatado a Gabriella —manifestó Ragnar con calma.

—Sí, y tú me diste tu palabra de que si te ayudaba sería libre de irme —intervino Cadmus. Las palabras casi bailaban en sus labios. Se estaba impacientando.

—Esto no es del todo correcto —lo corrigió Ragnar, cogiendo una espada sierra de la pared—. Te prometí que tu vida sería tuya, y así será. —Ragnar tiró al espada sierra al suelo, a los pies de Cadmus—. Te sugiero que la defiendas. —Ragnar volvió a atravesar la habitación, rebasando a Cadmus y deteniéndose junto a Jeremiah. Ragnar puso la mano sobre su hombro.

—Es tuyo para hacer lo que quieras. Estoy seguro de que harás lo correcto —afirmó Ragnar antes de volverse y abandonar la habitación.

Jeremiah concentró toda su atención en Cadmus, quien estaba arrodillándose para recoger la espada. Por un instante hubo miedo en sus Ojos; el miedo que alguien siente cuando la justicia finalmente cae sobre uno después de toda una vida de traición. Esto hizo que Jeremiah sonriera. Su misión original era entregar el Caído al capellán interrogador, pero Jeremiah sabía que eso ya no sería posible. Cadmus había atraído a sus hermanos de batalla, tanto a Ángeles Oscuros como a Lobos Espaciales, dirigiéndolos a la muerte, sacrificando a sus hombres para sus propios propósitos. Era imposible la redención para alguien como Cadmus. Con razón o sin ella, éste era el camino en el que se encontraba Jeremiah.

Desenvainó su espada y se juró a sí mismo ver a Cadmus muerto fueran cuales fueran las consecuencias.

—Así pues, así es como encontraré mi fin, asesinado por los perros falderos del Emperador en este mundo atrasado, abandonado para que me pudra en este olvidado subterráneo. —El desdén rezumaba en la voz de Cadmus mientras se preparaba para el combate.

—Demasiado bueno para lo que te mereces —declaró Nathaniel desenvainando también su espada.

—No, Nathaniel. Déjanos solos —ordenó Jeremiah—. Confía en mí. Si fallo, deja que huya como el cobarde que es.

Nathaniel quiso protestar, pero no lo hizo. Honraría la orden de Jeremiah, fuera cual fuera el precio. Asintió y abandonó la habitación Había servido con Jeremiah durante muchos años y tenía una inquebrantable confianza en sus habilidades.

—Así pues, Jeremiah, ¿pretendes que sea un combate singular entre tú y yo, a muerte? —preguntó Cadmus.

—Absolutamente. Tú y yo, combate singular, a muerte —le respondió Jeremiah.

—Sabes que no tienes ninguna posibilidad. Yo ya caminaba entre las estrellas cuando Lion en persona dirigía la legión. Estaba allí cuando Galiban fue destruido. Incluso sin mi armadura, no eres rival para mí —dijo Cadmus, regodeándose.

—No saldrás de aquí victorioso, Cadmus, pero si fracaso, podrás salir de aquí sin problemas. Mis hermanos honrarán mi palabra en esto —replicó Jeremiah.

Jeremiah sabía lo que tenía que hacer, pero Cadmus tenía razón en una cosa: tenía más siglos de experiencia. Jeremiah no fallaría, no podía hacerlo; la maldad de Cadmus debía ser detenida. Su fe y su determinación eran todo lo que tenía. Sabía que eso era más que suficiente.

Jeremiah y Cadmus giraron uno alrededor del otro en el centro de la habitación. El corazón del ángel oscuro estaba lleno de rabia. Todo lo que había presenciado en Hyades, todas aquellas atrocidades, eran obra de un hombre, pero sobre todo, eran obra de los Caídos. Los Ángeles Oscuros habían estado pagando por la traición de los Caídos desde la Herejía de Horus, y aunque Jeremiah era el responsable de haber llevado a varios miembros de los Caídos ante los capellanes interrogadores, jamás había sido testigo de la corrupción de uno de los Caídos de forma tan directa.

—No puedes derrotarme, joven Hijo de Lion. No posees ni la habilidad ni la experiencia —afirmó Cadmus.

—Tu arrogancia me asombra, Cadmus. Has dado la espalda a todas las cosas que antaño fueron importantes para ti, a todo lo que te importaba. Tu destino quedó sellado en el mismo instante en que pusiste el pie en Hyades. Ni tus habilidades ni tu experiencia han tenido demasiada influencia en lo sucedido. Tus propias acciones han determinado tu destino. Yo no soy más que un instrumento de redención —dijo Jeremiah, hablando de corazón.

Cadmus y Jeremiah siguieron girando lentamente uno alrededor del otro en el centro de la habitación. Ambos guerreros esperaban una apertura, un signo de debilidad que pudieran aprovechar. De repente, Cadmus blandió su espada formando un arco de arriba abajo. Jeremiah bloqueó y contraatacó. Se produjo un rápido intercambio de ataques y paradas. Cada contrincante estaba poniendo a prueba al adversario.

—¿Tú hablas de traición? Hablas de cosas que desconoces. Yo podría hablarte de traición, hablarte de darles la espalda a tus hermanos —dijo Cadmus, aguijoneando a su oponente.

Jeremiah sabía que Cadmus estaba tratando de desconcertarlo y obligarlo a cometer un error. Sabía que no debía escucharlo, no podía permitirse el lujo de una respuesta emocional. No debía permitir que lo distrajeran las palabras.

Jeremiah embistió, golpeando bajo para tratar de coger desprevenido a Cadmus. El Caído bloqueó el ataque con bastante facilidad y convirtió su parada en un golpe ofensivo contra la cintura de Jeremiah. Éste apenas pudo detener el ataque sin quedar desequilibrado, un hecho que Cadmus aprovechó, y con su guantelete de acero golpeó a Jeremiah en la boca, derribándolo. Cadmus no aprovechó la ventaja, deteniendo su ataque para que Jeremiah pudiera volver a ponerse de pie.

La nariz de Jeremiah sangraba. Se la limpió con la mano.

—Guarda tus mentiras para ti, Caído. Conocemos sobradamente tu traición. Todos cargamos con el peso de vuestras acciones. Somos los No Perdonados, Cadmus, no perdonados por tus cobardes acciones y las del resto de los Caídos. Es un peso que seguiremos cargando hasta que el último de vosotros sea redimido.

Cadmus saltó hacia Jeremiah. Sus espadas chocaron y quedaron trabadas por la empuñadura. El Caído se inclinó hacia adelante, quedando cara a cara con Jeremiah.

—Escupes palabras como un loco programado, regurgitando la propaganda que los auténticos traidores de Caliban inventaron. Nosotros no traicionamos al Imperio. Nosotros no dejamos que el Emperador pereciera —masculló Cadmus con voz cargada de rabia.

Jeremiah había escuchado todo lo que podía soportar.

—Puede que tú no te consideraras un traidor, Cadmus, pero la simiente de la traición puede tardar en germinar. Te has ofrecido al caos. Lo has abandonado todo, al igual que tus nuevos aliados te han abandonado a ti. Nosotros cazamos a los Caídos en un intento de ofrecerles una posibilidad de redención. Tú ya no eres un ángel oscuro. Ni siquiera eres uno de los Caídos. No eres más que un peón que el caos ha utilizado para atraer a los desgraciados Lobos Espaciales a una trampa. Eres patético. Estás más allá de la redención ¡y no pienso escuchar más tus mentiras!

Jeremiah empujó a Cadmus, dejando que la rabia controlara sus acciones. Blandió su espada mientras giraba, una maniobra fácil de bloquear para el viejo guerrero. Sin embargo, Jeremiah volvió a atacar, con una furia y rapidez cegadoras. No dejó a Cadmus un momento de respiro, y cada ataque fue más rápido y poderoso que el anterior. El Caído estaba cediendo terreno, incapaz de detener la ráfaga de ataques que le estaba lanzando el joven Hijo de Lion.

El pie de Cadmus finalmente cedió y cayó sobre una rodilla, apenas capaz de bloquear el último ataque, que lo desequilibró. Jeremiah giró sobre sí mismo y atravesó con la espada el abdomen del ángel oscuro caído. Cadmus vomitó sangre.

Jeremiah se inclinó para mirar a los ojos de su adversario, imitando el último acto desafiante del Caído.

—Tu tiempo se ha acabado, traidor. Confiesa tus pecados y serás redimido —le escupió.

—No confieso nada —replicó Cadmus tosiendo sangre—. La traición no fue mía, sino que fue tu querido primar... —Las últimas palabras del Caído jamás llegaron a pronunciarse, pues la espada de Jeremiah le atravesó el pecho, acabando con la vida de Cadmus.