CAPÍTULO 2
Enemigos desconocidos
Después de entrar en Lethe, Ragnar y los miembros de su escuadra se dirigieron con toda la rapidez que pudieron al complejo del palacio central llevando consigo a Magni. Aunque era un marine espacial, el joven garra sangrienta había sufrido unas heridas graves y había perdido la conciencia. Lady Gabriella se había reunido con Ragnar después de que los médicos y los cirujanos hubiesen comenzado la exploración del paciente. Envió a los demás miembros del Cuchillo del Lobo a que cumplieran las tareas que tenían asignadas, pero dejó que Ragnar se quedara el tiempo suficiente como para asegurarse de que Magni se recuperaría.
Ragnar se quedó contemplando cómo los doctores y los servidores médicos atendían a Magni. El área médica era excelente según el estándar imperial, e incluía mesas quirúrgicas equipadas con prótesis y potenciadores. Como todas las instalaciones de ese tipo, era un lugar cargado con olores antisépticos mezclados con el olor de la sangre y los restos orgánicos. Aquella mezcla poco natural irritaba a la bestia interior de Ragnar.
A pesar de todos sus conocimientos, la extraña anatomía del marine espacial, mejorada genéticamente, supuso todo un desafío para los médicos. Habían limpiado las heridas de Magni y efectuado unos cuantos rituales curativos, pero al final, Magni tendría que curarse por sus propios medios.
El joven Lobo Espacial empezó a moverse a medida que recuperaba la conciencia. Uno de los médicos se apartó del paciente para hablar con lady Gabriella.
—Creo que vuestro paciente se recuperará, mi señora. No conocemos demasiado la fisiología de un marine espacial, pero hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos. —El individuo de cabellos grises negó con la cabeza—. Había oído hablar de la capacidad regenerativa de los Astartes, pero era un poco escéptico al respecto hasta que lo he visto con mis propios ojos. Alabado sea el Emperador.
Gabriella, que estaba al lado de Ragnar, se limitó a asentir. Era una mujer delgada y de elevada estatura, con un rostro más anguloso y severo que hermoso, pero que mostraba un aspecto magnífico con su uniforme negro. Llevaba un pañuelo negro atado a la frente que le cubría el tercer ojo, el propio de un navegante. Una larga mata de cabello negro le caía sobre los hombros.
Un simple vistazo a su piel pálida dejaba claro que no era una nativa de Hyades. Todos los habitantes originarios del planeta tenían la piel de un leve tono rojizo. Ragnar se preguntó si eso se debería a alguna clase de sustancia existente en el aire, a un efecto a la exposición a aquel sol o como resultado de los vapores de promethium que emanaban del suelo. Fuese lo que fuese, hacía que resultara fácil distinguir a quienes vivían en el planeta de los visitantes.
Ragnar no apartó la mirada de Magni. Se sentía culpable por las heridas del joven garra sangrienta. Sabía que debería haberlo tenido mejor bajo control y no haberle permitido que lo adelantara en su carrera hacia la ciudad. El guerrero herido yacía sobre dos mesas de quirófano, ya que una no era suficiente para soportar el enorme cuerpo de un marine espacial. Magni gruñó y se quejó mientras los médicos continuaban examinándolo.
El increíble número de miembros mecánicos que había en la estancia impresionó a Ragnar. Había prótesis de todas clases, desde las claramente funcionales hasta otras que estaban cubiertas de artefactos añadidos, como cuchillas eléctricas o sopletes de fusión. Todo ello colgaba de las paredes. Por lo que parecía, los habitantes de Hyades perdían extremidades de forma habitual. Gabriella se dio la vuelta hacia Ragnar.
—Está fuera de peligro.
—Quería estar seguro. Tenemos que hablar.
—Vamos. —Gabriella salió de la enfermería a un pasillo tranquilo que había al otro lado de la sala de examen. Una vez allí, dejó escapar un suspiro—. Dime por qué piensas que lo que ha ocurrido fuera de las murallas no es un simple error.
Ragnar había informado a Gabriella en cuanto cruzaron la puerta de la ciudad, y ella lo conocía lo bastante bien como para saber que había algo que lo inquietaba.
—Deberíamos hablar en un lugar más discreto.
Ragnar miró arriba y abajo a lo largo del pasillo. No vio a nadie, pero le dio la sensación de que las paredes tenían oídos.
«¿Prefieres que hablemos así?», resonó la voz de Gabriella en la mente de Ragnar.
El Lobo Espacial se estremeció. Confiaba plenamente en Gabriella. De hecho, había prometido protegerla y servirla, pero había algo en sus habilidades psíquicas que lo incomodaba. Aunque los sacerdotes rúnicos de los Lobos Espaciales poseían unos dones similares, en el corazón de Ragnar todavía quedaba algo del guerrero supersticioso, y se aferraba a los viejos instintos.
—Vayamos a la lanzadera —sugirió Ragnar—. Está protegida y es segura.
«Si insistes, pero hasta el hangar hay un trayecto bastante largo», volvió a resonar la voz de Gabriella en su mente.
El Lobo Espacial se estremeció, pero Gabriella sonrió, disfrutando un poco de la sensación de inquietud de Ragnar.
★ ★ ★
Ragnar observó la ciudad mientras caminaban por los pisos superiores del palacio. Desde arriba, parecía más un conjunto de estructuras mineras y edificios de abastecimiento que una ciudad propiamente dicha. Puesto que Lethe se había construido sobre un entramado de túneles que conducían a las minas y a las refinerías subterráneas, la arquitectura tenía sentido, aunque poseía el mismo estilo que las fortificaciones de rocacemento. Muchos de los edificios habían sido construidos con un aspecto sólido y recordaban de forma constante el peligro potencial que representaban las posibles explosiones en los depósitos de almacenamiento llenos del valioso promethium.
La única excepción a la monótona ciudad era el palacio, donde se iban a aposentar los miembros del Cuchillo del Lobo junto al resto de los dignatarios de Hyades. El edificio transmitía una imagen regia, con una arquitectura que incluía columnas delicadamente talladas, suelos de madera, techos abovedados y grandes patios repletos de jardines con flora importada. Todo el conjunto hacía que Ragnar se sintiera incómodo, como si la sensación de civilización impuesta fuera una blasfemia contra la lucha constante de la gente de Hyades y el poder natural de la selva.
Mientras que el resto de Lethe se había construido para que fuera funcional, el palacio se había edificado para que fuera un símbolo. A Ragnar le parecía que estaba fuera de lugar, pero los ciudadanos de Lethe respetaban y admiraban el edificio. Para ellos, el palacio representaba la promesa de riquezas y lujos, un futuro en el que la humanidad habría conseguido domeñar Hyades.
Torin se unió a Ragnar y a Gabriella mientras éstos paseaban por los pasillos cubiertos de alfombras.
—Ragnar, mi señora. Tenemos que hablar.
—Ven con nosotros, Torin. Creo que todos tenemos que hablar —le respondió Gabriella.
Torin se encontraba más a gusto que Ragnar en aquel entorno civilizado, ya que éste prefería los campos de batalla. Torin era un miembro ya veterano del Cuchillo del Lobo, puesto que había pasado décadas asignado al servicio en la Sagrada Terra. Era el Lobo Espacial más acicalado que Ragnar hubiese conocido jamás. Llevaba el cabello peinado, a diferencia de la salvaje melena que lucía Ragnar, y también se había dejado crecer un bigote que habría sido la envidia de cualquiera de los más vanidosos nobles imperiales. Torin también llevaba amuletos y medallas enjoyadas de muchos mundos en vez de los típicos dientes de lobo y runas habituales en su capítulo. Siempre olía a perfume y a colonia, lo que para Ragnar representaba el hedor de la civilización.
Torin se había encargado de enseñarle todo a Ragnar cuando llegó a Terra y durante el proceso de adaptación al Cuchillo del Lobo. Continuaba haciéndolo, porque a pesar del tiempo que llevaba perteneciendo a la unidad, a Ragnar le seguían haciendo falta unos cuantos ajustes. El Cuchillo del Lobo podía sacar a Ragnar de Fenris, pero no podía sacar a Fenris del corazón de Ragnar.
A pesar de las vanidosas aficiones de su amigo, Ragnar respetaba la habilidad de Torin como guerrero y como diplomático.
Gabriella condujo a los dos gigantes con armadura hasta el hangar y ellos a su vez la escoltaron hasta el interior de la lanzadera. Ella los hizo entrar en un camarote privado con las paredes cubiertas de la heráldica de la Casa Belisarius. Luego se dirigió a un sillón de gran tamaño, donde se sentó. Apretó un botón y la puerta se cerró con un suave deslizamiento.
—Ya podemos hablar con seguridad —les dijo.
Torin fue el primero en hacerlo.
—Hablé con Cadmus, el comandante de las fuerzas militares, en cuanto Ragnar regresó de la selva. Me dijo que a veces el promethium que se encuentra bajo la superficie interfiere las comunicaciones. Los guardias de la ciudad tan sólo intentaban mantener despejada la zona de tiro. Llevan realizando turnos adicionales para mantener limpia toda el área que rodea a la ciudad, pero debido al incremento de la actividad en la selva, sólo han conseguido proteger la mitad de las murallas. Los árboles y las enredaderas han logrado llegar hasta las murallas en otros sitios.
»Al parecer, captaron movimiento en ese punto poco antes de que nuestros guerreros salieran de la cobertura, y alguien nervioso apretó el gatillo sin pensar. Una vez disparó ese soldado, todos los demás lo imitaron. Los oficiales de las murallas ordenaron a todo el mundo que dejaran de disparar cuando Ragnar llevó a cabo su salto acrobático sobre el Hellhound. El comandante planetario nos ha pedido disculpas por el incidente. —Torin sonrió al ocurrírsele algo—. Aunque creo que estaba un poco decepcionado. A pesar de todas las armas de las murallas, de dos Sentinels y de un Hellhound, sus soldados no lograron matar ni a un solo Lobo Espacial. —Miró a Ragnar—. Tenías que haberte visto saltar sobre ese Hellhound al mismo tiempo que te disparaba. ¿Qué te hizo ni siquiera pensar en hacer algo así?
—Sólo supe que lo tenía que hacer. Pensé que alguien estaba interfiriendo a propósito las comunicaciones —le contestó Ragnar—. Descubrimos algo en la selva, una estructura grande y antigua. También descubrimos que las formas de vida nativa habían matado a una bestia gigantesca cerca de allí. Por cierto, del templo salían huellas de un Chimera.
Gabriella alzó una mano antes de hablar.
—Quizá el comandante Cadmus y el gobernador planetario tengan conocimiento de la existencia de ese templo. El comandante pidió hablar con todos los miembros del Cuchillo del Lobo después de que regresarais de vuestra patrulla. Esta gente forma parte de la Casa Belisarius y nos han pedido ayuda. Por eso hemos venido, para ayudarlos.
—Tiene razón —añadió Torin—. Vamos a reunirnos con el comandante Cadmus, a ver qué te parece, Ragnar.
—No me va a gustar —replicó Ragnar.
—Algún día te enseñaré a comportarte como algo más que un simple bárbaro, Ragnar —le dijo Torin.
—Al menos de los bárbaros te puedes fiar —comentó el aludido.
★ ★ ★
El trío encontró al gobernador Pelias y al comandante Cadmus en una amplia sala, con ventanas abiertas al sol y los emblemas de Hyades y de la Casa Belisarius bien visibles por doquier. Un tecnosacerdote estaba de pie frente a ellos, ya que era incapaz de sentarse debido al tamaño y al número de implantes que tenía instalados. Parecía estar completamente fuera de lugar en una estancia tan elegante.
El gobernador Pelias era el que menos impresión causaba de los tres. Era un individuo delgado con un tono dorado en la piel que lo señalaba sin lugar a dudas como un nativo de Hyades. El cabello escaso y plateado le formaba una corona alrededor del cráneo, por lo demás pelado. El uniforme de gala que llevaba puesto incluía una capa sujeta con un broche, un cierto número de medallas de aspecto pesado que le colgaban de la pechera, unos guantes largos y botas de caña alta de cuero lustroso. Parecía sentirse incómodo, incluso reticente, como si fuera el tipo de persona a la que le habían encomendado el peso del mando cuando no lo deseaba.
El tecnosacerdote llevaba puesta una capa roja con capucha, como era habitual en ellos. A la nariz de Ragnar llegó el olor penetrante a aceite y a humo que rodeaba al individuo. La respiración del tecnosacerdote iba acompañada de unos leves sonidos chirriantes.
Al menos uno de los ojos era artificial, y había sido reemplazado por una brillante luz roja que relucía en el interior del cráneo. Tenía una tremenda musculatura, y Ragnar no fue capaz de distinguir cuánto del tecnosacerdote era carne y cuánto maquinaria. De la espalda le salían un gran puñado de cables y engranajes, por lo que daba la impresión de que terna un gigantesco insecto mecánico oculto debajo de la capa Los seis apéndices que sobresalían eran gruesos y cortos, lo que sugería que no estaban extendidos del todo.
—Gobernador Pelias, comandante Cadmus, tecnosacerdote Varnus, permítanme que les presente a mi Cuchillo del Lobo. Sé que ya conocen a Torin, y éste es Ragnar, quien junto a sus hombres fue víctima del incidente con fuego amigo de esta mañana —les comunicó Gabriella.
El comandante y el gobernador se pusieron en pie para saludar a Gabriella. Ragnar fijó la mirada en el comandante Cadmus y pensó que faltaba algo. Cuando Ragnar miraba fijamente a la mayoría de los humanos normales, veía su miedo, sin importar lo bien que lo escondieran. Sin embargo, Cadmus no mostró el más mínimo indicio de esa emoción.
El comandante era un hombre enorme, aunque no llegaba al inmenso tamaño de los Lobos Espaciales. A Ragnar le llamaron la atención sus ojos. Eran de color azul pálido y de expresión tranquila, y no perdían detalle de nada. Ragnar sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Cadmus no tenía el típico color de piel de los nativos de Hyades, lo que indicaba que procedía de otro planeta. El comandante se había puesto una chaqueta de uniforme sobre una armadura de malla. El arma que llevaba al cinto era una pistola de plasma.
—Le presento mis disculpas por ese incidente, Ragnar —le dijo Cadmus mientras se volvía a sentar—. Mis guardias han sido entrenados para reaccionar como si fuera una amenaza directa ante cualquier cosa que salga de la selva. Debo admitir que me ha sorprendido que sus hombres hayan escapado con tan pocos daños a la andanada inicial. Espero que Magni..., porque se llama Magni, ¿verdad?, se esté recuperando.
—Los lobos no morimos con facilidad.
—Es evidente —contestó Cadmus.
—Lady Gabriella —intervino el gobernador—, espero que tanto usted como los miembros del Cuchillo del Lobo se den cuenta de que lo ocurrido es precisamente lo que ha dicho el comandante, un accidente. He ordenado que se revisen los procedimientos de defensa de inmediato para que no se vuelva a producir jamás algo parecido.
—Disculpe, señor —se apresuró a decir Cadmus—, pero ¿es eso sensato? Sin duda, se trata de un error estúpido, y ya he castigado a los hombres implicados en el incidente, pero si hago que los soldados se dediquen a revisar todos los procedimientos de defensa, la selva se apoderará de áreas enteras de la zona de tiro. Casi la hemos limpiado en todo el perímetro de la ciudad. Si no lo hacemos, es posible que encuentre algún punto débil en la muralla y se abra camino hacia el interior.
—Por cierto, comandante, ¿frente a qué clase de amenaza se están preparando? —le preguntó Torin.
—Esos lagartos-simiescos son el mayor peligro. Los hemos llamado «reptos», aunque no estoy seguro de si el Imperio ha aprobado el nombre que hemos elegido —le explicó Cadmus—. Sin embargo, creo que hay que estar preparados para cualquier cosa. He viajado de un extremo a otro de este sector, y he sido testigo de muchos combates. Se que en cualquier momento se puede producir una invasión. Debemos permanecer vigilantes siempre.
—Tengo ciertas preocupaciones respecto a la seguridad —siguió diciendo Cadmus—. Existen extraños edificios en la selva, ocultos bajo las copas de los árboles. Creemos que los reptos los construyeron, pero también pueden ser restos de una antigua colonia, o de... bueno, cualquier cosa. Estoy seguro de que como miembros del Cuchillo del Lobo lo entienden y lo respetan.
—Por supuesto que sí, comandante —le contestó Torin.
—Alguien ha informado a la Inquisición sobre la existencia de esos edificios? ¿Qué tiene que decir la Eclesiarquía local al respecto? —quiso saber Gabriella.
Fue el gobernador quien contestó.
—Hace siglos, la Inquisición declaró abandonados y seguros esos edificios. Hemos estado más ocupados perforando que preocupándonos por esa clase de asuntos, y me temo que el sacerdocio tiene muy poca representación aquí, en Hyades. Es un mundo difícil, y realizamos un trabajo muy peligroso con la extracción de promethium.
—Nos aseguramos del bienestar de los trabajadores —comentó el tecnosacerdote Varnus. Su voz metálica era hueca y resonante—. Si la Eclesiarquía desea enviar a algunos de sus miembros, haremos todo lo posible por acomodarlos con nosotros.
A Ragnar se le encrespó un poco el ánimo. Ya antes de formar parte del Cuchillo del Lobo había aprendido que los Lobos Espaciales no confiaban en los extraños, ni siquiera en los miembros de la Inquisición. Se podía confiar en algunos, pero otros tenían sus propios planes. En Terra había aprendido que no todos los servidores del Imperio se encontraban en el mismo bando.
—Quiero saber más acerca de esos edificios y del comportamiento de los reptos. Creo que esa investigación podría revelar la verdad sobre sus ataques y sobre por qué la flora y la fauna local han decidido eliminar a los humanos de este planeta —declaró Gabriella.
—Lady Gabriella, ¿habéis notado alguna anomalía en vuestros dones de navegante?
Ragnar pensó que la pregunta era muy poco habitual. Aunque no era un secreto, sino más bien lo contrario, que la Casa Belisarius era una Casa Navegante, y que la capacidad de los navegantes para guiar a las naves a través de los horrores del espacio disforme era la clave de la riqueza de los Belisarius, una pregunta tan directa parecía fuera de lugar. No se habría hecho con gente desconocida delante. Se recordó a sí mismo que se suponía que todos los presentes en la estancia apoyaban a la Casa Belisarius.
—No. Os lo habría comunicado si así fuera. Gobernador Pelias, me gustaría que el comandante Cadmus se reuniera con mi Cuchillo del Lobo para que discutieran sobre las investigaciones relativas a esos edificios y las actividades de los reptos.
—Por supuesto, lady Gabriella —se apresuró a responder el gobernador.
—Y ahora, si me disculpan, gobernador, comandante, deseo comprobar el descenso de producción y revisar los registros —manifestó Gabriella antes de ponerse en pie. Ellos se levantaron también y la navegante salió acompañada por Ragnar y Torin.
Haegr los esperaba en la puerta.
—Mi señora, el poderoso Haegr está preparado para protegeros.
—Gracias, Haegr.
—Lady Gabriella, Ragnar y yo nos acercaremos a comprobar el estado de la lanzadera —le dijo Torin—. Quiero asegurarme de que la tripulación ha repostado todos los suministros y se han entonado las letanías apropiadas a los motores.
—Podéis marcharos. Estaré más que a salvo al lado de Haegr —contestó ella—. Nosotros iremos a inspeccionar las instalaciones de refinado de promethium. Me pondré en contacto con vosotros si os necesito.
—Os aseguro que no los necesitaremos estando yo a vuestro lado —comentó Haegr.
★ ★ ★
Torin guió a Ragnar por un pasillo de suelo de madera que tenía las paredes cubiertas de tapices donde se relataba la historia de la Casa Belisarius. Uno de ellos mostraba a Leman Russ empuñando su lanza. Era una escena que a Ragnar le resultaba familiar, pero que siempre que la veía le recordaba de un modo doloroso el motivo por el que se había convertido en un miembro del Cuchillo del Lobo.
—Torin, ¿para qué necesitamos comprobar la lanzadera? —le preguntó Ragnar.
Torin lo miró de un modo que le hizo sentir como si fuera el más novato de los garras sangrientas, y se dio cuenta de que tan sólo era una excusa y de que su amigo quería hablar con él en privado.
—Hermano —comenzó diciendo Torin en un tono de voz que indicaba a las claras que el veterano Lobo Espacial estaba irritado con él—. ¿No recuerdas las lecciones que aprendiste en Terra, o es que tu paseo por la selva de Hyades ya te las ha borrado de la memoria?
Ragnar dejó escapar un suspiro.
—Por supuesto que las recuerdo.
—Pues entonces, será mejor que pienses en lo que allí se te dijo —insistió Torin—. En Terra, nunca se ve todo el cuadro de golpe. Lo mismo se puede decir aquí, en Lethe. Ten cuidado.
—No me fío de Cadmus, y no estoy seguro del motivo —contestó Ragnar—. Es peligroso. Se comporta como un individuo que no temiera a los marines espaciales. Aparte de los inquisidores, nunca me he encontrado con nadie que no se sintiera un poco intimidado por nosotros.
—Hermano, por supuesto que es peligroso. Es el comandante de todas las fuerzas armadas del planeta. Si no fuera peligroso, ahora mismo estaríamos en mitad de la selva o enfrentándonos a una rebelión. Esta gente extrae promethium. Hay tantos servidores como personas en las minas. Los ciudadanos de este mundo tienen más en común con Terra que los habitantes de los planetas fronterizos. Esta gente es blanda. Cadmus es un tipo duro.
—Torin, Cadmus no es nativo de este planeta. ¿Por qué no tienen a alguien de su propio mundo al mando de sus fuerzas de combate?
—Eso debería ser algo obvio incluso para un cachorro como tú. Cadmus ha participado en muchos combates. Ten cuidado a la hora de asumir quiénes son tus amigos y quiénes tus enemigos. Si él quisiese hacerle algún tipo de daño a Gabriella, lo de esta mañana habría sido desperdiciar una magnífica ocasión para eliminar a buena parte del Cuchillo del Lobo.
—Torin, no nos tiene miedo —insistió Ragnar.
—Lo sé, hermano, pero también sé que le tiene miedo a algo —afirmó Torin mientras se atusaba el bigote con gesto pensativo—. Nadie enfatiza tanto la importancia de la seguridad como él ha hecho sin temer algo. Probablemente se debe a sus anteriores experiencias en batalla. Tú serás el más adecuado para averiguarlo.
—¿Por qué yo?
—Porque sabe que no confías en él.
—¿Y tú confías en él? —le preguntó Ragnar.
—No se trata de mí —le replicó Torin—. Ya hablaremos de eso más tarde. Vuelve a comprobar cómo se encuentra Magni. Será mejor que me asegure de que los suministros alimenticios se encuentran almacenados ya en nuestros aposentos. Después de todo, a Haegr le apetecerá una buena comida cuando Gabriella ya no lo necesite.
Ragnar se esforzó por encontrar una réplica mientras Torin se alejaba, pero no se le ocurrió nada que mereciera la pena, así que se dirigió hacia la enfermería.
Torin tenía razón. Aunque el propio planeta Hyades se parecía en muy poco a la Sagrada Terra, la ciudad de Lethe intentaba emular a Terra para ocultar que se trataba de una colonia fronteriza. La gente se mantenía alejada del mundo que los rodeaba y aislada en los núcleos urbanos en vez de aprender a sobrevivir en la selva.
★ ★ ★
Ragnar estaba a mitad de camino de la enfermería cuando sonó una voz en el comunicador.
—Cuchillo de Lobo Ragnar, por favor, reúnase conmigo en la Torre de la muralla norte.
Era Cadmus.
Ragnar pensó en contestar con una negativa, pero estaba seguro de que Torin le diría que se reuniera con el comandante. La llamada se parecía lo suficiente a una petición como para que la aceptara, a pesar de lo que le decían sus instintos.
—Voy para allá —contestó al cabo de un momento.
Un Chimera se reunió con Ragnar en la entrada principal del palacio. Que un vehículo blindado lo llevara por el interior de la ciudad era algo excesivo, pero era Cadmus quien estaba al mando de las fuerzas de combate. Se sentó a solas en la parte posterior del transporte de tropas mientras éste se dirigía rugiente hacia la poderosa muralla que protegía Lethe. Ragnar memorizó el trayecto como si fuera una lección táctica.
El vehículo se detuvo al lado de la muralla exterior. Ragnar salió y echó un vistazo a su alrededor. A un lado no se veía nada más que la muralla de la ciudad y varios edificios, en su mayoría barracones y centros de mando construidos en la base de la propia muralla. Hacia el centro de Lethe tan sólo vio el paisaje uniforme de los edificios cuadrangulares de rocacemento. Por la parte superior de la muralla caminaban unos pocos soldados y un servidor con una garra mecánica implantada. La muralla se alzaba a bastante altura, y se podía subir por un ascensor o mediante unos escalones en caso de emergencia. Ragnar prefirió subir por los escalones. No tenía demasiada prisa por reunirse con Cadmus, y además, le pareció lo más apropiado.
Se detuvo a mitad de camino para contemplar la ciudad. Los estandartes de la Casa Belisarius colgaban en unos cuantos edificios. A lo lejos se distinguía el brillo del palacio, que se alzaba en el centro de la ciudad. El entramado del palacio formaba el corazón de Lethe, desde donde las lanzaderas despegaban hacia el cielo, los monumentos se erguían en honor a las glorias pasadas de ciertos personajes y entre la poca vegetación que había en el interior de la ciudad. A pesar del impresionante espectáculo, Ragnar se sintió incómodo, como si algo no estuviera bien.
Cadmus estaba esperando a Ragnar en la parte alta de la muralla, observando la zona de tiro. A su espalda, los servidores y los soldados realizaban rutinas de entrenamiento de combate y comprobaban una y otra vez los informes de los resultados obtenidos. Cadmus mantenía preparadas a sus fuerzas, como si se esperara en cualquier momento una invasión a escala planetaria. Ragnar pensó que hubieran hecho mejor en preocuparse por la selva.
El uniforme del comandante estaba inmaculado: bien planchado y con las botas cepilladas hasta brillar. Le dirigió una sonrisa a Ragnar mientras éste se acercaba.
El Lobo Espacial se tomó un momento para captar con claridad el olor del comandante. Esperaba encontrar de algún modo la impureza del Caos en él, algo que le sirviera de excusa para acabar con aquel hombre del que desconfiaba.
—Ragnar, permítame ofrecerle de nuevo mis disculpas por el incidente de esta mañana —le dijo Cadmus a modo de saludo. Ragnar asintió.
—¿Para qué quería yerme?
—Quiero que nos entendamos, Ragnar. Me da la sensación de que nos parecemos bastante. He oído decir que la mayoría de los miembros del Cuchillo del Lobo reciben ese destino debido a alguna clase de problema sufrido durante su servicio como Lobo Espacial —le comentó Cadmus.
—¿Cómo sabe algo así? —le preguntó Ragnar, sorprendido.
—He estudiado la historia de la Casa Belisarius —respondió Cadmus con un gesto de asentimiento—. Conozco un poco el método por el que se selecciona a los integrantes del Cuchillo del Lobo. Muchas grandes personas hacen cosas que los demás no logran entender. Tengo a mi lado a muchas personas como ésas. Sirven en puestos de responsabilidad aquí, y ayudan a la gente de Hyades a prepararse ante un ataque.
—¿Por qué le hizo falta traerse a esas personas? ¿Por qué lo eligieron para que los dirigiera? —quiso saber Ragnar.
—Estoy al mando de esas personas porque conocen mis capacidades. He luchado en muchas batallas a lo largo y ancho del Imperio. La gente de Hyades necesita protección frente a la naturaleza de su propio planeta. Se esfuerzan por mejorar su planeta. Sin embargo, no poseen ninguna clase de experiencia en enfrentarse a las amenazas que existen en la galaxia. Yo sí. Miran hacia dentro, pero yo soy capaz de mirar mucho más allá.
Ragnar hizo un gesto negativo con la cabeza. Tanta charla no era de su agrado, a no ser que se incluyeran en ella grandes cantidades de cerveza fenrisiana y buenos relatos.
—Ragnar, me alegro de que el Cuchillo del Lobo esté con nosotros. Sólo quiero asegurarme de que está dispuesto a defender a la Casa Belisarius frente a cualquier amenaza.
—Comandante, estoy dispuesto.
—Bien. Me alegro de disponer de su grupo. Lo que hizo hoy cuando se enfrentó al Hellhound fue algo increíble, y ya tengo a mis mejores soldados preparados para ir con usted a la selva mañana por la mañana. Una de las razones por las que no he investigado a fondo esas ruinas es porque en ningún momento me parecieron una amenaza. Además, la Inquisición las declaró un lugar seguro hace mucho tiempo.
Ragnar no dijo nada, ya que en realidad no sabía qué decir. Se produjo un silencio incómodo. Quería estar seguro de que no insultaba a Cadmus con su tono de voz o sus palabras.
—Cuénteme lo que sabe sobre esas ruinas. He descubierto señales de una actividad reciente, y también las huellas de un Chimera que pasó hace poco por allí.
—Buscaré los informes y se los enviaré a lady Gabriella lo antes posible. Y ahora, no le entretengo más. Puede regresar a sus deberes del Cuchillo del Lobo —le dijo Cadmus.
—Puede estar seguro de que lo haré —le replicó Ragnar.
Abajo se veía a uno de los Hellhounds vomitando promethium en llamas contra una sección de la selva. Daba la impresión de que el comandante quería que sus soldados se esforzaran al máximo.
—¿Son capaces de mantener despejada la zona de tiro? —le preguntó Ragnar.
—Disponemos de alrededor de un setenta por ciento del perímetro de la ciudad en este momento. Por supuesto, eso cambia, pero por suerte disponemos de un suministro ilimitado de promethium. Todas las puertas de las partes de la muralla hasta donde llega la selva están reforzadas y son vigiladas de un modo constante. ¿Le preocupa que los reptos asalten la muralla, Lobo Espacial? —inquirió Cadmus.
—No, pero estoy convencido de que la seguridad de Lethe es importante.
—Bien. En eso estamos de acuerdo.
Ragnar se dirigió a los peldaños y comenzó a bajar de la muralla. Seguía sin gustarle Cadmus, pero no sabía cuál era el motivo. Su instinto le indicaba que había algo raro en él. El Chimera lo estaba esperando en la parte inferior de la muralla. Se subió para que lo llevara de nuevo al conjunto de edificios que formaban el palacio.
El comandante Cadmus contempló cómo Ragnar bajaba de la muralla y se quedó admirando el poder de aquel guerrero sobrehumano.
—Los Lobos Espaciales cumplirán su propósito —murmuró para sí mismo—, y las equivocaciones pasadas se corregirán ahora.