CAPÍTULO 3
Eliminar a un equipo de eliminación
Muy por encima de la superficie de Hyades, decenas de transportes, de barcazas de carga y de cruceros de distintas clases y tamaños se dedicaban a sus tareas, que básicamente eran acarrear suministros hasta el Planeta y llevarse el promethium que producía. La enorme cantidad de actividad en los pasillos orbitales de Hyades hizo que a un crucero ligero le resultara fácil entrar en órbita alta sin llamar en absoluto la atención. La nave siguió la trayectoria de vuelo estándar de cualquier mercante y cruzó la línea que conducía al lado nocturno del planeta. Para los sistemas de exploración normales, la configuración de la nave era la de un crucero ligero, no muy distinta a la de cualquier otra utilizada por los comerciantes para transportar mercancías y suministros. Sin embargo, la carga de aquella nave era muy distinta a la habitual.
Una figura solitaria estaba de pie delante de la portilla de observación y contemplaba la maniobra mediante la que la nave se estaba deslizando hasta situarse en órbita alrededor de Hyades. Su servoarmadura de color verde oscuro parecía negra debido a la escasa luz. El rostro afeitado y de aspecto casi juvenil ocultaba muy bien el paso de los años, aunque sus ojos azules de penetrante mirada no lo conseguían. En ellos se reflejaban siglos de sabiduría al servicio de su capítulo y del Imperio.
No pudo evitar sentirse preocupado mientras observaba cómo la nave se colocaba en una de las rutas orbitales controladas. Su misión en Hyades era de tal importancia que cada detalle debía llevarse a cabo con una precisión infalible. Sonrió para sí mismo al darse cuenta de esa preocupación que lo invadía simplemente por el rumbo del transporte. Sabía que tenía preocupaciones mucho más importantes que dirigir a la nave hasta una órbita estacionaria.
Sin embargo, el capitán Jeremiah Gieyus no era simplemente un marine espacial del capítulo de los Ángeles Oscuros, también era un miembro del Ala de Muerte, la Primera Compañía de los Ángeles Oscuros, la élite del capítulo. Había alcanzado ese nivel de autoridad controlando todos y cada uno de los detalles de las misiones en las que había participado. Inspeccionaba cada arma y cada granada con un cuidado meticuloso, y supervisaba a los tecnomarines mientras preparaban las armaduras que llevaban sus hermanos de batalla.
Jeremiah cruzó el pasillo y entró en un amplio compartimento de carga en el centro del cual habían situado una cámara de teleportación. El suelo estaba cubierto de cables que se dirigían hacia aquella estructura y la conectaban con las terminales de energía, de sensores y de cogitadores de la nave. Los servidores, sus encargados cibernéticos, se movían alrededor del artefacto para confirmar que todo estaba ungido del modo correcto y que se habían entonado todos los cánticos apropiados, por lo que la cámara de teleportación se encontraba preparada para la activación. Jeremiah no pudo evitar tampoco sentir un profundo orgullo mientras observaba a los sirvientes del Dios Máquina efectuar sus rituales.
Pocos momentos después, otros cinco miembros de los Ángeles Oscuros se reunieron con Jeremiah. Los vio entrar en la cámara y colocarse en las posiciones que tenían asignadas en el interior. Cada una de ellas estaba cubierta de inscripciones de fe y de devoción por el Emperador. Los servidores efectuaron los ungimientos finales en los sistemas interiores, en las conexiones, en los conductos y en los emisores de energía. Todo tenía que encontrarse en perfecto estado para que los Hijos de Lion no sufrieran daño alguno en el proceso.
Jeremiah se unió al resto del grupo de combate en el interior de la cámara. Todos tenían las armas a mano y preparadas. Iban a aparecer en un despliegue de combate, aunque Jeremiah había escogido una posición muy discreta para su inserción en el planeta, por lo que la detección resultaría casi imposible. Sin embargo, al tratarse de un objetivo de aquella naturaleza, nunca se era demasiado cuidadoso. Jeremiah no estaba dispuesto a conducir a sus hermanos a una trampa.
Varias semanas antes, los Ángeles Oscuros habían recibido información sobre un miembro de los Caídos, que había sido localizado en Lethe, la capital de Hyades. La información era bastante vaga y no incluía muchos detalles. Todo lo que sabían era que uno de sus antiguos hermanos ocupaba un puesto de importancia en el círculo de cargos cercanos al gobernador.
Habían enviado a Jeremiah y a su grupo de combate a efectuar un reconocimiento de la situación y, si era posible, capturar y retener al miembro de los Caídos hasta que se pudieran enviar refuerzos y a un capellán interrogador.
Tan sólo los oficiales de mayor rango y los miembros del Ala de Muerte de los Ángeles Oscuros conocían la terrible vergüenza que debía soportar el capítulo. Durante diez mil años habían perseguido a los Caídos, erradicándolos de allá donde se escondían y arrojándolos a la purificadora luz del Emperador. Lo mismo ocurriría con aquel nuevo informe sobre la presencia de uno de los Caídos allí, en Hyades. Su grupo de combate, con él a la cabeza, confirmaría esa información y luego lo capturarían para entregárselo a los capellanes interrogadores. Luego, si era necesario, llegarían refuerzos para encargarse de cualquier otro posible miembro de los Caídos y purgarían cualquier posible contaminación que hubieran dejado atrás.
Puesto que los demás miembros del grupo de combate no conocían la existencia de los Caídos, se les había dicho que el objetivo de la misión era localizar y capturar a un comandante herético que se había unido a los Poderes Siniestros.
Los preparativos ya se habían completado, por lo que Jeremiah le hizo una señal al tecnomarine para que iniciara las letanías del transporte. Las columnas empezaron a brillar poco a poco hasta que una cegadora luz blanca llenó toda la estancia.
En mitad de la selva se produjo un fuerte estallido de luz cuando el grupo de combate de los Ángeles Oscuros se materializó en la superficie del planeta. De noche, un resplandor como aquél sería visible a bastantes kilómetros de distancia. Sin embargo, la tremenda espesura disminuía de forma muy considerable el radio de visión del estallido de luz.
El grupo de combate comenzó a moverse con lentitud y cada miembro tomó su posición para asegurar la zona de inserción. Las armaduras de color verde oscuro eran casi invisibles en mitad de la noche. Cinco de los marines espaciales se desplegaron alejándose del punto central de teleportación para aumentar la circunferencia del perímetro, mientras que el sexto permaneció en su posición inicial.
Elijah sacó el auspex de la funda del cinturón y realizó unos cuantos ajustes en los mandos. La pantalla del aparato parpadeó encendiéndose y apagándose, revelando tan sólo breves detalles de lo que detectaba en la zona. Estudió con mucha atención la información que revelaba para así asegurarse de que la transmitiría con la máxima precisión.
—Hermano capitán, existe alguna clase de interferencia que disminuye la efectividad del auspex. Sin embargo, creo que hemos conseguido desplegarnos a tan sólo cincuenta metros de nuestro objetivo inicial, lo que nos sitúa a un kilómetro y medio de Lethe —comunicó Elijah al tiempo que señalaba en dirección a la ciudad.
—Entendido —respondió Jeremiah—. Elijah, todos compartimos los mismos riesgos y el mismo destino esta noche, así que no es necesario seguir los protocolos habituales. Por favor, dirígete a mí como Jeremiah.
—Sí, Jeremiah —contestó Elijah.
—Además, hermano, eso le ocultará al enemigo nuestra cadena de mando, sin contar con que Jeremiah ya sabe cuál es su rango sin que los presentes se lo tengamos que recordar.
La broma de Nathaniel hizo que todos sonrieran.
Jeremiah miró uno a uno a todos los miembros del grupo de combate antes de hablar.
—Lion nos contempla y su mano nos guía en estos momentos. Alabado sea Lion.
Sus palabras provocaron un impacto físico en el grupo. Al oír el nombre de su primarca, un estremecimiento de orgullo sacudió a los guerreros, ya que les recordó la importancia de aquella misión.
—¿Quiénes somos?
—¡Somos los Hijos de Lion! Somos Ángeles Oscuros.
La respuesta sonó al unísono, un testamento de su honor, el juramento de corregir los errores de sus hermanos. Formaron una fila y cada uno de ellos tomó el puesto que tenía asignado.
Elijah era el miembro más reciente del grupo de Jeremiah. Había demostrado su valía en numerosas campañas antes de ganarse por fin el honor de aquel puesto. Aunque era el más joven, su experiencia era equiparable a cualquiera de sus hermanos de batalla. Su aguda vista y su atención al detalle hacían que fuera la elección perfecta. Nathaniel era la siguiente elección evidente, debido precisamente también a su edad y a su enorme experiencia, como indicaba el color grisáceo que empezaba a asomar en las sienes de su cabello negro cortado a cepillo. Jeremiah y él habían servido juntos más tiempo que con ningún otro, y Nathaniel sentía que parte de su deber consistía en cuidar del joven. Sin embargo, precisamente su referencia constante a Elijah como «el joven» a veces irritaba de un modo visible a su hermano de batalla.
Marius siempre iba el tercero. Su rifle de plasma era la mejor arma para servir de apoyo tanto a Nathaniel como a Elijah si se encontraban de repente en apuros inesperados. Como siempre, Jeremiah ocupaba la cuarta posición de la fila, lo que le posibilitaba una posición táctica. Le seguía muy de cerca Gilead, y Sebastian cerraba la retaguardia.
Elijah intentó de nuevo explorar con el auspex el terreno que los rodeaba. El suave y casi imperceptible zumbido de la estática fue la única lectura que consiguió. El ángel oscuro realizó una serie de ajustes de un modo casi ritual, pero el único resultado que obtuvo fue un cambio en el tono del zumbido.
—Parece que la interferencia ha aumentado, hermano cap..., Jeremiah. No estoy seguro de cuál es la causa exacta —le explicó Elijah mientras apartaba de un manotazo un gran escarabajo que se le había posado en uno de los visores del casco.
—Es posible que se trate de una descarga o de un impulso energético procedente de las minas de promethium —comentó Nathaniel—. Los informes de inteligencia indicaban que toda la zona estaba plagada de pozos, minas y tuberías que llevan el promethium a las numerosas refinerías de Hyades.
Jeremiah asintió para indicar que los había oído e hizo la señal de que se pusieran en marcha. Cuando el grupo se adentró un poco más en la selva, la densa espesura pareció envolver por completo a cada uno de los integrantes del grupo, hasta tal punto que hubo momentos en los que Jeremiah perdió de vista a sus camaradas.
El follaje de Hyades era de un tipo que jamás había visto antes. Todas las formas y colores parecían similares a las de otros planetas, pero en el fondo eran completamente distintas. Unas hojas parecidas a pequeños cuchillos de combate arañaron la armadura de Jeremiah a la altura del pecho, y las lianas y las ramas parecían enroscarse y agarrar de forma voluntaria los brazos y las piernas, como si intentasen capturarlos o inmovilizarlos por algún motivo. Aquella sensación se vio reforzada por los muchos sonidos que los rodeaban. La mayor parte eran muy semejantes a los que había oído en otros planetas. Sin embargo, otros daban la impresión de ser llamadas entre distintas criaturas. Jeremiah estaba seguro de que los estaban observando, aunque le preocupaba es que también los estuvieran acechando:
El grupo continuó abriéndose camino por la selva. Mientras seguían avanzando, Jeremiah se fijó en los restos de esqueletos de pequeñas criaturas atrapadas entre el follaje de las enredaderas que crecían a los píes de bastantes árboles. No dejaron de avanzar a través de la densa vegetación, y sólo se libraron momentáneamente de la fauna loca! de Hyades cuando cruzaron algún claro ocasional. El dosel que formaban las copas de los árboles no fue tan generoso. No había claros ni aberturas, y su espesura no permitía el paso de la luz que iluminara el suelo de la selva. Tan sólo el don de Lion de la mejora genética de su capacidad de visión y los aumentadores de luz de los visores de los cascos les permitieron ver con claridad.
Estaban cruzando uno de los escasos claros cuando una conmoción de furia y sonido surgió de debajo de un matojo de lianas entrelazadas que se encontraba a la derecha de Jeremiah. Desenvainó con rapidez la espada, preparado para enfrentarse a cualquier clase de enemigo que los atacase. Una pequeña criatura, cubierta de pelos y plumas, se subió de un salto a una de las raíces retorcidas que sobresalían del suelo. Se giró, emitió un siseo y lanzó un escupitajo contra Jeremiah que le salpicó el lado derecho del casco. La ceramita afectada por el salivazo de la criatura comenzó a llenarse de ampollas. Aquella flema venenosa no era lo suficientemente potente como para penetrar completamente la armadura, pero Jeremiah pensó que si la criatura fuese más grande, resultaría toda una amenaza.
La criatura, semejante a un roedor, siseó de nuevo en un gesto de desafío y se bajó de un salto de la raíz. Dio otros dos saltos hacia el interior de la selva antes de que, de repente, un matorral parecido a la hiedra lo atrapara. La criatura comenzó de inmediato a sufrir convulsiones, y unas descargas de electricidad blancas y azules corrieron por toda la hiedra hasta cubrir a la aturdida víctima.
—Manteneos atentos, hermanos. Por lo que parece, Hyades se merece la reputación que se ha ganado.
—Creo que hemos descubierto de dónde proceden parte de las interferencias —comentó Elijah.
—Pequeñas criaturas venenosas, hiedra carnívora y eléctrica... A mí me parece que esa reputación se ha quedado corta —declaró Nathaniel.
—Puede que sí —respondió Jeremiah—, pero eso no impedirá que cumplamos nuestra misión. Sigamos avanzando.
Los Ángeles Oscuros llevaban caminando casi dos horas cuando la voz de Elijah sonó en el comunicador.
—Veo luz delante de nosotros.
El grupo se desplegó con lentitud, procurando por todos los medios moverse en silencio. Que los descubrieran en ese momento sería desastroso. Jeremiah se agachó y se acercó sigilosamente hasta la espalda de Elijah. Un momento después, alzó un puño cerrado y todo el grupo se quedó inmóvil de inmediato, convertidos en estatuas antiguas.
Un grueso rayo de luz comenzó a iluminar las hojas y los troncos de los árboles a medida que avanzaba por la selva. El foco de luz les indicó que por fin habían llegado a la capital del planeta. Jeremiah utilizó el lenguaje de manos para indicarle a Nathaniel que se acercara hasta el mismo borde de la selva y consiguiera mejor información sobre lo que estaba pasando. Nathaniel se movió con lentitud a través del follaje mientras los demás miembros del grupo se mantenían perfectamente inmóviles a la espera de su regreso.
—Calculo que la zona de tiro tiene una anchura de unos cien a ciento cincuenta metros de ancho —les informó Nathaniel cuando volvió—. Por lo que parece, hay emplazamientos de armas cada treinta metros, y dos Sentinels patrullan la zona en intervalos de treinta minutos.
Jeremiah hizo que parte del grupo regresara a la seguridad de la espesura. De los que permanecieron con él, hizo que Nathaniel se quedara para seguir observando y que le informara de cualquier cambio en la actividad de la Fuerza de Defensa Planetaria. A los otros dos, Sebastian y Gilead, los envió a lo largo del perímetro para que descubrieran si existía alguna clase de punto débil en el sistema o alguna oportunidad semejante que el grupo pudiera aprovechar. Cuando Sebastian regresó, su informe coincidió con el de Nathaniel. Jeremiah esperó el informe final. Si el de Gilead era semejante a los otros dos, tendría que pensar en un nuevo modo de infiltrarse.
A Jeremiah le habían entregado un informe de inteligencia bastante detallado sobre Hyades y su capital planetaria, Lethe. En ese informe se incluían el número de tropas, la capacidad defensiva y un mapa preciso de la ciudad, además del plano del palacio del gobernador y del centro de mando.
El plan inicial había sido llegar a las murallas de la ciudad, escalarlas y atravesar la ciudad aprovechando la oscuridad de la noche hasta llegar al centro de mando. Según los informes, no existían conflicto o crisis alguna en aquella zona , por lo que las defensas de Hyades serían mínimas. Algo debía de haber cambiado para provocar ese aumento de fortificación. Ese incremento en las defensas no era una coincidencia, ya que según la experiencia personal de Jeremiah, las coincidencias no existían. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando la voz de Gilead restalló en el comunicador.
—Jerem... hssst... La selva... hssst... Voy a..., hssst...
El resto de la comunicación se perdió debido a la estática.
Jeremiah miró al resto del grupo para confirmar que ellos también habían recibido aquella transmisión parcial. Puso a sus hermanos de batalla en marcha con un simple y breve gesto de asentimiento. No tenía ni idea de la localización ni del estado en que se encontraba Gilead. Tan sólo sabía la dirección aproximada hacía la que había ido. El grupo formó una línea de escaramuza y avanzó con toda la rapidez y silencio posibles. El sigilo no es una habilidad que posean muchos marines espaciales, ya que su gran tamaño lo hace difícil, pero, por suerte, la espesura de la selva y los ruidos de fondo les proporcionaron la cobertura suficiente para que no se les viera ni oyera.
—Gilead, responde, por favor. Informa de tu localización y de tu situación —le pidió Elijah.
—Tra... brech... ona... tir... has —fue la única respuesta.
El grupo ya había recorrido un tramo de unos trescientos metros de selva cuando Jeremiah les ordenó que se detuvieran. Luego le hizo una señal a Elijah para que intentara de nuevo ponerse en contacto con él.
—Gilead, responde, por favor. Informa de tu localización y de tu situación —repitió Elijah.
Gilead no respondió. Los Ángeles Oscuros esperaron, pero siguieron sin recibir respuesta alguna.
Jeremiah se sintió cada vez más frustrado. Había perdido a uno de los miembros de su grupo y quería saber el motivo, pero no podía poner en peligro la misión enviando a más Ángeles Oscuros a buscar a un marine espacial perdido. Observó con atención la selva que tenía ante él en busca de alguna señal, de alguna indicación de lo que le podría haber ocurrido a Gilead. En esa zona, la concentración de árboles y plantas no era tan densa como la del área desde la que habían llegado, y la extraña hiedra eléctrica, que el grupo había acabado llamando lianas sacudidoras, era mucho más abundante. Se preguntó qué tamaño acabaría teniendo esa clase de hiedra al crecer y si resultaría una amenaza para él o para sus hermanos de batalla.
—Interrupción en el mensa... Hay... e... la zona de tiro... Ya regreso —dijo de repente la voz de Gilead por el comunicador.
—Recibido, Gilead. Nos hemos acercado a tu posición. Esperamos tu llegada —respondió Elijah.
A los pocos minutos, Gilead apareció a través de la selva y se reunió con el grupo.
—¿Qué es lo que has descubierto? —le preguntó Jeremiah de inmediato.
—Hay una gran zona de selva que todavía no ha sido despejada —le contestó Gilead—. Y llega justo hasta la muralla de la ciudad.
—¿Qué anchura tiene esa zona?
—Es de al menos unos ciento setenta y cinco metros de ancho, hermano, si no más. Logré adentrarme unos ciento cincuenta metros antes de darme cuenta de que había perdido la comunicación, así que di media vuelta y regresé.
—Un trabajo excelente, Gilead.
Jeremiah se aparto un poco del grupo y se acarició la barbilla en un gesto pensativo.
—Pareces preocupado, Jeremiah —dijo Elijah.
—Nuestro jefe siente curiosidad por saber el motivo de que los detalles relativos a esta zona de tiro no aparecieran en nuestros informes de inteligencia —reflexionó en voz alta Nathaniel.
—Exacto. ¿Qué es lo que ha ocurrido en Hyades que ha motivado el aumento de las medidas defensivas? ¿Y por qué precisamente ahora?
Las siguientes palabras de Jeremiah hicieron callar al grupo.
—El tiempo para las especulaciones se ha acabado, hermanos. Sea cual sea la causa, no nos impedirá cumplir nuestra sagrada misión. Seguiremos con el plan.
El grupo avanzó hasta un punto que ellos calcularon sería el eje central de la zona de selva todavía sin despejar. En esos momentos, determinar su posición era mucho más fácil. El rugido de los lanzallamas y el traqueteo de las cadenas de los vehículos de patrulla se imponían al ruido de fondo de la selva, por lo que eran un punto de referencia permanente, además de que les permitían caminar con mayor rapidez ya que no necesitaban ocultar tanto sus movimientos.
Lo único que Jeremiah tenía que hacer era determinar cómo iban a entrar en la ciudad. No había ni que pensar en utilizar cargas de demolición para abrirse paso a través de la muralla. Pensó que quizá podrían escalar los muros, algo que unos marines espaciales como ellos lograrían sin demasiadas dificultades. Sin embargo, debido al incremento en las patrullas y al aumento de medidas de seguridad, se arriesgaban a que los descubrieran. Aunque las fuerzas de combate de Hyades que defendían la muralla no representaban un desafío, no podían tomar ellos solos toda una ciudad, y tampoco podían arriesgarse a poner sobre aviso de su presencia al objetivo de la misión. Lo cierto era que lo segundo cada vez le preocupaba menos a Jeremiah, que estaba convencido de que el miembro de los Caídos ya conocía la presencia del grupo de combate.
Elijah levantó la vista del auspex y se dio la vuelta hacia sus compañeros.
—La interferencia sigue siendo demasiado intensa. No puedo atravesarla.
El grupo de combate había tardado tres horas y media en llegar hasta aquel punto. Basándose en el ciclo de rotación de Hyades, todavía disponían de ocho horas para cruzar las murallas de la ciudad y alcanzar su objetivo. Aunque el tiempo era un factor importante en una misión de aquella naturaleza, se estaba convirtiendo a cada momento en algo crucial. El obstáculo final que tenían por delante era encontrar un modo de entrar en la ciudad.
Jeremiah ordenó al grupo que se detuviera un instante y aprovecharan para descansar. Estaba meditando sobre todo lo que había ocurrido a lo largo de las pocas horas anteriores cuando Nathaniel le puso una mano en el antebrazo. Jeremiah levantó la vista para saber qué quería su hermano, y se dio cuenta de que no lo estaba mirando a él sino a algo que había a su espalda. Se dio la vuelta con lentitud.
—No estamos solos, hermano. Algo se mueve en la selva —le dijo Nathaniel señalando en dirección a la muralla de la ciudad. Jeremiah no logró ver nada al principio, pero tras unos momentos, captó un atisbo de movimiento en la selva, un poco por delante de donde se encontraban ellos. El resto del grupo ya estaba alerta y preparado, así que asintió y todos se dirigieron hacia el movimiento. Cada miembro del grupo enfundó el arma y desenvainó el cuchillo de combate. Incluso con la ruidosa cobertura que ofrecía la limpieza del claro por parte de los equipos de la fuerza de defensa, no podían comenzar un tiroteo tan cerca de las murallas. Fuese cual fuese la amenaza, tendrían que enfrentarse a ella en combate cuerpo a cuerpo.
Un sonido sibilante fue el único aviso que recibieron antes de que la selva pareciera cobrar vida animal a su alrededor. Numerosas criaturas salieron saltando de entre la espesura. Jeremiah alzó el cuchillo para detener el ataque de su desconocido asaltante, pero, de repente, se encontró cayendo de espaldas: algo se le había enrollado en las piernas y lo había derribado de un fuerte tirón. Al caer al suelo, pensó de nuevo en las lianas sacudidoras y recordó haberse preguntado hasta qué tamaño podrían crecer y si atacarían a una criatura de un tamaño tan grande como un marine espacial. Antes de que le diera tiempo a descubrir la respuesta a aquellas dos preguntas, su verdadero enemigo se le echó encima.
Su capacidad de visión, aumentada genéticamente, y los aparatos ópticos del casco de su reverenciada armadura le revelaron que se trataba de una criatura de gran tamaño que parecía una combinación impura de lagarto y simio. Jeremiah le propinó un fuerte puñetazo en las costillas, justo debajo del brazo, y se la quitó así de encima.
Rodó sobre sí mismo y se irguió sobre una rodilla, preparado para el siguiente ataque. La criatura se encorvó frente al marine espacial y, un momento después, su alargada cola lo atrapó del brazo a la altura de la muñeca. La fuerza de su oponente era monstruosa y lo pilló por sorpresa, hasta el punto que casi lo derribó de nuevo al suelo. Jeremiah se puso en pie en dirección a la criatura y recuperó el equilibrio al mismo tiempo que alzaba el brazo y atraía a su enemigo hacia él. Luego realizó un veloz movimiento circular con la mano y le rebanó por completo la cola con el cuchillo de combate. La criatura cayó trastabillando hacia atrás.
Del apéndice amputado salió un chorro de sangre que salpicó por todas partes cuando lo sacudió de un lado a otro. La criatura lanzó un chillido de dolor mientras se ponía en pie. El miedo y el pánico se apoderaron de su mente primitiva y se dio la vuelta para meterse de nuevo en la selva de un salto para huir de la causa de su dolor. Jeremiah salió en persecución de su enemigo en cuanto se dio cuenta de que se dirigía hacia los equipos de soldados encargados de despejar la selva. No quería que encontraran a la criatura. El corte limpio de su cuchillo de combate revelaría que la herida de la cola no se la había producido otro animal en una pelea. Tenía que alcanzarla antes de que llegara al borde de la selva.
Mientras atravesaba en tromba la espesura también se percató de que, fuese lo que fuese la criatura, era extremadamente veloz, ya que se movía por la selva con una agilidad increíble. Ya no era capaz de verla, tan sólo tenía el rastro de por dónde había pasado. Se le estaba escapando.
De repente, a varios metros por delante de él, una tremenda tormenta de llamas envolvió la selva y abrasó la espesura. Por encima del rugido del fuego se oyó un chillido espeluznante. El equipo de limpieza de selva había encontrado a la criatura, o más bien, ella se los había encontrado de frente. Jeremiah se tiró de bruces al suelo y se ocultó bajo uno de los arbustos de hojas afiladas como cuchillas. No corría peligro por las llamas, lo que realmente le preocupaba era la posibilidad de que lo descubrieran. Cuando el chillido y las llamas bajaron de intensidad, oyó el rugido del motor de un Chimera además del sonido de los pasos de varios soldados de la Fuerza de Defensa Planetaria, que se dedicaron a inspeccionar la zona llena de restos quemados.
—Parece que era otro de esos puñeteros reptos —dijo alguien.
—¡Es genial! ¿Ves alguno más? —respondió otro soldado.
El motor del Chimera rugió y Jeremiah oyó cómo se ponían en marcha de nuevo. Le llegó el sonido de los árboles pequeños al partirse bajo el peso del vehículo de transporte. Alargó una mano con lentitud hacia el cinturón y sacó una granada preparándose para el inminente combate, pero el Chimera se detuvo, y Jeremiah vio la luz de un foco que recorría la espesura. Silueteó el árbol bajo el que se escondía cuando pasó lentamente por encima de él.
—No veo ninguno más —dijo la primera voz, gritando para hacerse oír por encima del ruido del motor del Chimera.
—Vale entonces. Volvamos al trabajo. Todavía nos queda mucha selva por despejar.
Jeremiah dejó escapar un suspiro de alivio. Esperó unos cuantos segundos para estar seguro de que los soldados habían vuelto a sus tareas antes de alejarse arrastrándose por el suelo. Una vez hubo tomado suficiente distancia, se puso en pie y regresó a la carrera junto a su grupo de combate.
Cuando Jeremiah se reunió de nuevo con sus hombres, se enteró de que el ataque había durado poco, y vio en el suelo los cadáveres de siete de aquellas criaturas mezcla de simio y lagarto.
—¿Todos bien? ¿No hay nadie herido? —preguntó.
—Sanos y salvos, señor —le respondió Nathaniel—. Y hemos encontrado algo que es interesante. Después de rechazar el ataque, envié a Sebastian y a Elijah para que reconocieran la zona desde donde habían venido esas criaturas para determinar si había más, y hemos descubierto algo que debería ver.
Jeremiah siguió a Elijah y a Sebastian, que guiaron a todo el grupo a través de la selva. Pocos minutos después, llegaron al punto donde la selva crecía hasta los pies de la muralla. Jeremiah miró incrédulo lo que tenía ante él. Aquellas criaturas simiescas, a las que él había considerado unos animales sin raciocinio alguno, habían estado levantando bloques de la muralla. La zona alrededor de la abertura estaba sembrada de trozos de rocacemento y herramientas primitivas fabricadas a partir de huesos y colmillos de otros animales.
—Estaban excavando un túnel para entrar en la ciudad —exclamó asombrado Jeremiah.
—No exactamente —le aclaró Sebastian.
Elijah y Sebastian se acercaron a la abertura y apartaron numerosos trozos de piedra y de follaje que las criaturas simiescas habían colocado para ocultar lo que estaban haciendo.
Detrás de la improvisada pantalla había lo que parecía ser una vieja escotilla metálica de un conducto de mantenimiento.
—Por lo que parece, las criaturas descubrieron un punto de la muralla donde habían sellado este antiguo conducto de mantenimiento —comentó Elijah.
—Yo diría que casi habían terminado de excavar. Seguramente nos hemos acercado demasiado y los hemos interrumpido en su tarea —añadió Sebastian.
—Pues yo diría que hemos encontrado un punto de acceso. ¡Alabado sea Lion!
★ ★ ★
Jeremiah se encontraba en un pequeño callejón, en la esquina que daba a una calle principal. Después de utilizar el conducto de mantenimiento para entrar, el grupo de combate había tenido que arrastrarse por diferentes túneles de servicio hasta que por fin llegaron a lo que parecía ser un sistema de alcantarillas que había caído en desuso. Luego siguieron por las alcantarillas hasta que encontraron un pozo de salida que les permitió subir hasta la superficie sin ser detectados. Ya habían encontrado otros pozos de salida antes, pero cuando revisaron el lugar al que daban, descubrieron que se trataba de zonas que no eran lo bastante retiradas como para ocultar su presencia.
Una vez salieron de las alcantarillas, ocultaron sus movimientos utilizando callejones traseros y callejuelas laterales. Los pocos ciudadanos con los que se cruzaron estaban a su vez procurando pasar inadvertidos o demasiado borrachos como para darse cuenta de quiénes eran.
Al cruzar una de las callejas vieron que en la pared de uno de los edificios habían montado una gran pantalla. En ella se veía el rostro de una mujer de rasgos delgados y angulosos que comentaba las noticias del día: cuotas de producción de las minas, resultados de los encuentros deportivos locales, actividades de los magistrados de la ciudad, y por qué el toque de queda era un edicto popular y necesario promulgado por el gobernador.
El grupo de combate se encontraba en esos momentos a la entrada de una calle bien iluminada. Los paneles de luces que había a lo largo de ambos lados se encargaban de ello. En diversos puntos de la calle se veían aparcados algunos aparatos de transporte terrestre personal. El avance por los callejones había sido relativamente sencillo, y la avanzada hora de la noche hacía que las calles de Lethe estuviesen prácticamente desiertas. Seis individuos que recorriesen las calles de una ciudad por la noche podrían pasar inadvertidos con cierta facilidad, pero seis marines espaciales del Emperador ya era algo mucho más difícil. Jeremiah estudió con detenimiento cada ventana y cada hueco en busca de alguna señal de actividad, o de algo que pudiera revelar su presencia.
—Exploración rotatoria espectrográfica —musitó Jeremiah.
Los filtros ópticos de los visores del casco respondieron y pasaron por todas las longitudes de onda del espectro de la luz, lo que le proporcionó al marine espacial una imagen clara de lo que había en la calle. Sin embargo, Jeremiah también sabía que fuese cual fuese la divina tecnología que le proporcionase el servicio al Emperador, esa capacidad de visión podía verse anulada por la insidiosa tecnología de los enemigos de la humanidad.
Como el resto del grupo, Jeremiah llevaba puesta una túnica de tonos oscuros que cubría la mayor parte de su servoarmadura, pero el gran tamaño de un marine espacial era difícil de ocultar a pesar de la hora de la noche. Tendrían que correr un riesgo al atravesar esa calle.
Se quitó el casco, lo enganchó al cinturón e indicó con un gesto al grupo que hicieran lo mismo. Si los descubrían, cabía una mínima posibilidad de explicar su tamaño, pero eso sería imposible si llevaban puestos los cascos. Debido el sudor, tenía pegado a la frente el rubio cabello, corto y rizado. Sus ojos azules seguían mostrando la misma sabiduría que contradecía su aspecto juvenil.
—Elijah, busca cuál es la mejor ruta para dirigirse a la zona del palacio —le ordenó Jeremiah.
Elijah activó el auspex sin decir palabra y descargó los mapas de la ciudad en la pantalla. Aunque las interferencias habían afectado seriamente a sus sensores, no mostró problema alguno en enseñar los mapas que habían almacenado en su memoria.
—La entrada sureste del palacio es la que está menos protegida. Hay muy pocos centinelas montando guardia, y es la que queda más alejada de los posibles refuerzos que se puedan enviar en caso de que seamos detectados.
—¡Excelente! Ponte en cabeza y llévanos allí. Recordad que queremos entrar, localizar y capturar a nuestro objetivo para marcharnos en seguida. No queremos alertar a toda la ciudad de nuestra presencia —les advirtió Jeremiah.
Elijah se colocó de nuevo en vanguardia y comenzó a adentrarse en las sombras, seguido por Jeremiah y el resto del grupo de combate.
Mientras el grupo se adentraba en la calle, una figura los observaba desde las sombras del tejado de uno de los altos edificios residenciales que se alineaban a lo largo de esa misma calle. Parecía ser capaz de mantener alejada la luz por pura fuerza de voluntad y ocultaba sus rasgos en la oscuridad, rodeado por una negrura antinatural. No se movió hasta que el grupo dobló la esquina de la calle, y lo hizo para llevarse la mano a la boca.
—Han mordido el cebo. Han llegado. Estarán en el palacio dentro de unos diez minutos. Asegúrate de que todo está preparado. Quiero que tengamos un comité de bienvenida digno de unos invitados de su categoría. Me reuniré contigo dentro de poco.
Una vez enviado el mensaje, el misterioso observador se dio la vuelta y desapareció en la oscuridad.
★ ★ ★
La cocina del servicio era eficiente y aprovechaba al máximo el espacio. A un lado había tres grandes unidades refrigeradoras, mientras que la pared contraria estaba ocupada por completo por estanterías. Aunque no era un lugar demasiado grande, había sitio suficiente para que el personal de cocina trabajara con comodidad. La gran masa de un marine espacial a cuatro patas con la cabeza metida en una de las unidades refrigeradoras hacía que pareciera que el espacio era anormalmente pequeño. A Haegr se le escapó un gruñido mientras revisaba las frías cajoneras. Lo cierto era que el sonido procedía en realidad del estómago del Lobo Espacial.
Estaba rebuscando entre los paquetes de comida concentrada congelada cualquier cosa que él considerara digna de comerse. No había tenido una comida decente desde que habían partido de la Sagrada Terra. De hecho, hacía tanto tiempo de ello, que esa misma mañana, mientras estaban explorando la selva, incluso había pensado en comerse uno de los numerosos escarabajos. Eso no le habría dejado demasiado satisfecho, y lo más probable era que tuviera un sabor asqueroso, pero aún habría sido mejor que los paquetes de comida congelada. Era la segunda unidad refrigeradora que revisaba, y hasta ese momento, no había tenido ninguna suerte.
—¿Cómo puede vivir esta gente con esto? ¡Me voy a morir de hambre! ¡Espera! ¡Ése ha sido su plan desde el principio! —A Haegr le gustaba mucho hablar consigo mismo—. Torin y Ragnar no me pueden ganar en una pelea limpia, así que me han traído a esta misión a sabiendas que habría escasez de comida y de ese modo debilitarme. —Haegr ya había empezado a atar cabos—. Bueno, pues aquí hay comida. Puedo olerla. ¡Si no fuese por este maldito planeta y toda su fauna! Suerte tengo de seguir respirando.
Haegr se levantó lleno de frustración, pero se olvidó de que tenía medio cuerpo metido en la unidad refrigeradora. Las dos estanterías superiores se partieron y cayeron al suelo, esparciendo paquetes de comida por todo el lugar y haciendo ruido suficiente como para despertar a todos los habitantes del palacio. A Haegr no le importó. Estaba buscando comida, y nada podía detener la caza de un lobo.
—En nombre de Russ, ¿qué está pasando aquí? —preguntó una voz.
Ragnar estaba en la puerta de entrada de la cocina, con una enorme pata de ave asada en una mano y con la otra escondida a la espalda. Le dio otro mordisco a la pata antes de hablar de nuevo.
—Haegr, ¿qué estás haciendo?
Su camarada le contestó sin ni siquiera darse la vuelta. Nada le impediría seguir buscando, esta vez en la tercera unidad refrigeradora.
—¡Conozco tu miserable plan, Ragnar! Divertíos mientras podáis tú y Torin. Encontraré lo que estoy buscando y luego me las pagaréis.
Ragnar tragó el bocado.
—Mmmm... ¿Qué es lo que estás buscando, amigo mío? Quizá pueda ayudarte —le dijo, antes de darle otro mordisco a la pata.
—No me distraigas, Ragnar. El olor es más fuerte ahora. Casi lo he encontrado. Lo tengo tan cerca que casi puedo saborearlo.
Haegr logró llegar por fin a la puerta de la tercera unidad refrigeradora. Agarró el asa y la abrió de par en par. Luego miró con atención el interior y vio más cajoneras llenas de paquetes de comida. Lanzó un aullido de frustración y cerró la puerta con tanta fuerza que perdió el equilibrio. Giró sobre sí mismo y cayó de espaldas al suelo. Haegr acabó sentado con la espalda apoyada en la puerta de la unidad refrigeradora y las piernas abiertas delante de él.
—Mira lo que has hecho, Ragnar. Mira a lo que me habéis reducido entre Torin y tú —le soltó Haegr, exasperado.
—Bueno, amigo mío, vine a pedirte que me ayudes en una cosa —le contestó Ragnar mientras cruzaba la cocina para acercarse hasta él al mismo tiempo que sacaba la otra mano de la espalda y dejaba al descubierto una bandeja con el resto de la enorme ave asada—. Me he encontrado con toda esta carne y no soy capaz de acabármela.
Haegr alzó la mirada, vio el asado y sonrió de oreja a oreja. Agarró la bandeja con una mano mientras con la otra le arrancaba la pata que le quedaba al ave.
—A ti... fiam... y a Torin... ñam... os daré... flam... una buena paliza cuando haya acabado con esto.
—Pues entonces, será mejor que también te dejemos esto —dijo Torin, entrando en la cocina con una enorme jarra de lo que parecía ser cerveza—. Me disgustaría mucho que nos dieras una paliza estando sediento y deshidratado —se burló Torin mientras Haegr agarraba con ansia la jarra.
—Muestras una sabiduría impropia de tus escasos años, Torin —le replicó Haegr.
—Bueno, antes de que nos des esa paliza, procura limpiar todo esto. Procuremos no ser una molestia para nuestros anfitriones —te ordenó Torin.
Tanto él como Ragnar dieron media vuelta y salieron de la cocina.
—Vamos a seguir bebiendo de esa buena cerveza en la balconada del atrio. Ven con nosotros cuando hayas acabado con eso —le gritó Ragnar por encima del hombro.
Haegr no le contestó, al menos, no de un modo que Ragnar pudiera entender.
★ ★ ★
Ragnar y Torin estaban de pie en la balconada que daba al atrio del palacio. Ya era tarde. De hecho, ya casi era de madrugada. El personal de mantenimiento iba y venía por el lugar regando las numerosas plantas y limpiando y puliendo tos suelos. Eran tareas que se debían hacer de noche y de madrugada. Ragnar había aprendido durante su estancia en Terra que los que se dedicaban a esas tareas no debían trabajar durante las horas diurnas, cuando los mandatarios políticos o burocráticos podían verlos en sus menesteres.
Ragnar se sentía contento de haber salido de Terra y de estar recorriendo de nuevo la galaxia. Había tenido la esperanza de que al marcharse de Terra habría dejado atrás todas aquellas conspiraciones a las que siempre había tenido que hacer frente. Deseaba volver a la claridad del campo de batalla, donde se veía a la primera quién era el amigo y quién el enemigo. Sin embargo, después de todo lo que había visto hasta ese momento en el planeta, empezó a considerar que las intrigas políticas formaban parte de la vida. Incluso su asignación, más bien exilio, al Cuchillo del Lobo tenía una motivación política. Quizá así eran las cosas, y Ragnar ya no se podía permitir ver la galaxia con los Ojos de un inmaduro garra sangrienta. Quizá había llegado el momento de que creciera y dejara de desear cómo debían ser las cosas para empezar a aceptarlas tal y como eran.
—¡Ragnar! —Torin tuvo que alzar la voz para llamar la atención de su camarada—. Te juro que a veces eres el tipo más taciturno que he conocido —se burló Torin.
Ragnar apartó la mirada de la bebida y vio que Magni se había reunido con ellos. El joven todavía no estaba recuperado del todo y parecía cojear un poco, pero por lo demás daba la impresión de encontrarse bien. La armadura mostraba señales de haber sido reparada hacía poco. El garra sangrienta podía darle las gracias a Russ de que la armadura hubiera absorbido el grueso del impacto de los proyectiles explosivos.
—Te pido perdón, hermano. No te vi entrar en el balcón.
Ragnar todavía se sentía avergonzado de que Magni hubiera acabado herido. Se levantó para ponerle una silla al lado a su camarada y no se sentó otra vez hasta que Magni también lo hizo.
—Sí, Magni, tendrás que perdonar a nuestro honorable hermano, pero a veces se pone muy taciturno —siguió diciendo Torin—. Sin embargo, decreto que esta noche sea de sagas y bebida, de actos valerosos y de guerreros de Fenris que vencen frente a obstáculos insuperables. No pienso permitir que sea una noche para ponerse sombrío o celebrar debates dialécticos —exigió Torin.
—Quizá debería empezar yo contando cómo derroté a Torin en combate cuerpo a cuerpo allá en Terra —declaró Haegr en el momento de entrar en la balconada.
Llevaba una nueva jarra de cerveza en la mano y suficientes migajas de carne asada en la barba para alimentar a un pelotón de guardias de palacio durante una semana. Los otros tres Lobos Espaciales alzaron las jarras en saludo a la llegada de su hermano de batalla.
—Sí, sí, o quizá deberíamos hablar de aquella vez que te venció una jarra que se te quedó enganchada al pie —le replicó Torin.
Ragnar soltó una carcajada con tantas ganas que casi se le salió la cerveza por la nariz al recordar el día de su llegada a la Casa Belisarius. Magni también se había echado a reír, pero era una risa hueca, incómoda. Ragnar se dio cuenta y empezó a contarle lo ocurrido, añadiendo detalles de vez en cuando, pero sólo para hacerla más divertida.
—Me hubiera encantado ver algo así —comentó Magni—, pero lo que de verdad me gustaría sería oír el relato de Ragnar y de la Lanza de Russ.
De inmediato se hizo el silencio entre los cuatro Lobos Espaciales. Los demás miraron a Ragnar.
—¿Para qué querrías oír ese relato, cachorro? —quiso saber Ragnar—. ¿Para qué querrías oír hablar del estúpido error de un joven garra sangrienta?
—No quería ofenderte Ragnar, de verdad. Lo que nos han contado a nosotros no dice nada en absoluto del error de un garra sangrienta. De hecho, lo que cuenta lord Ranek es algo muy distinto. Cuenta cómo utilizaste la propia Lanza de Russ para frustrar los planes de Magnus el Rojo, y que le impediste la entrada a través del portal, que salvaste la vida de tus hermanos de batalla con tu rapidez de decisión y tu valentía.
—De modo que el viejo lo cuenta así, ¿no? —Ragnar no se había dado cuenta hasta ese momento de lo mucho que echaba de menos los consejos de Ranek—. Quizá algún día me digne a contarte lo que ocurrió, pero no será esta noche. Hay cosas mucho mejores de las que hablar.
Ragnar miró a Torin, quien le guiñó un ojo. Su camarada sabía la angustia que le provocaba aquello y el tremendo deseo que tenía de regresar a Fenris.
—Además, ¿para qué querríamos oír hablar de eso cuando yo estoy aquí? Tengo relatos mucho más entretenidos —dijo Haegr, y comenzó a contar uno.
Ragnar se acercó al borde del balcón y se quedó contemplando el atrio, sus columnas semejantes a las de las catedrales que se elevaban hacia el techo abovedado. La planta inferior era de cristal en la parte delantera y la posterior para que la gente que pasara por allí pudiera admirar y disfrutar con la visión de la asombrosa colección de vida vegetal. Era una colección magnífica. Las plantas que no eran nativas del planeta se cuidaban con un tacto exquisito. Ragnar pensó que era extraño que alguien sintiera la necesidad de llevar flora a un planeta como Hyades. En las paredes por encima del nivel del suelo situadas a ambos lados había grandes vidrieras de colores, y en cada una se veía una parte de la gloriosa historia de Hyades: soldados que se enfrentaban a criaturas indescriptibles y héroes que protegían a la gente de una muerte cierta. Ragnar entendía esas imágenes. Él, al igual que todos sus hermanos lobos, había decidido dedicar su vida a lo mismo, a defender a aquellos que no podían defenderse a sí mismos.
Varias risotadas que sonaron a su espalda hicieron que se volviera a medias. Haegr empuñaba en una mano una pequeña mesa y la utilizaba como si fuera un escudo. Sin duda, estaba representando una de sus grandes aventuras. Ragnar sabía que allí, en el Cuchillo del Lobo, la vocación era la misma, no era diferente a la que se sentía en Fenris, en el Colmillo. La misión era la misma, y sabía que estaba donde debía estar.
Ragnar se volvió de nuevo, pero esta vez debido a que Haegr había dejado caer la mesa al suelo. Como era habitual, la capacidad de narrar de Haegr no era rival para su imaginación. Estaba a punto de entrar al rescate de su camarada cuando un olor le llamó la atención. Era muy leve, casi indetectable, pero se trataba de un olor que en modo alguno debería estar allí. Durante las tareas de mantenimiento de la armadura de un marine espacial, los sacerdotes de hierro tenían buen cuidado de entonar las letanías del ritual de un modo exacto y de ungir cada parte con los ungüentos sagrados. Era ese tipo de atención al detalle lo que permitía que aquellos antiguos aparatos siguieran al servicio del Emperador. El olor a aceite de ungimiento flotaba en el aire esa noche, pero no procedía de un miembro del Cuchillo del Lobo.
El primero en notar el cambio de actitud en Ragnar fue Torin. Todos los Lobos Espaciales poseen un sentido del olfato muy agudizado. Era uno de los dones que les concedía Russ, pero el olfato de Ragnar era el más agudo que Torin jamás hubiera conocido. Si Ragnar había captado un olor, lo más probable era que hubiera algo allí fuera. Torin cruzó el balcón para colocarse a su lado.
—¿Qué es lo que te ha llamado la atención, hermanito? —le preguntó. El diminutivo hacía referencia a la diferencia de edad, no de tamaño.
—Ya te lo dije, Torin. Has pasado demasiado tiempo en Terra —le contestó Ragnar—. Este olor no debería estar aquí. No puedo explicártelo, pero lo cierto es que hay otros marines espaciales en el palacio.
—Aparte de los miembros del Cuchillo del Lobo, no hay más marines aquí, Ragnar. ¿Estás seguro del olor?
—Estoy seguro de que hay otros marines espaciales en el edificio —insistió Ragnar mientras intentaba localizar la dirección desde la que le había llegado el olor para así poder seguirle el rastro.
Haegr y Magni se habían dado cuenta de lo que pasaba y se habían acercado a sus camaradas. Ragnar abrió una puerta que daba a un entresuelo exterior que rodeaba el atrio. Había captado el olor. Ya le llegaba con fuerza, y era inconfundible. Alzó una mano horizontalmente con la palma abierta hacia abajo y luego la bajó poco a poco. Esa señal les indicó a sus hermanos que avanzaran más despacio y con sigilo. Ragnar caminó con lentitud por el entresuelo siguiendo el rastro olfativo.
Los Lobos Espaciales aprestaron sus armas en silencio, preparados para enfrentarse a lo que se encontraran.
No era habitual que los servidores del Imperio se dispararan los unos a los otros, pero se sabía de casos en los que eso había ocurrido, por lo que los miembros del Cuchillo del Lobo no podían permitirse correr ningún riesgo. Fuesen quienes fuesen los intrusos, no pertenecían a aquel planeta, por lo que necesitaban saber qué estaban haciendo allí.
Cuando Ragnar se acercó al extremo del entresuelo exterior, divisó seis figuras cubiertas por túnicas que se movían por el lado opuesto del jardín y que avanzaban hacia la zona de desfiles. Una de las figuras se dio la vuelta, y una ráfaga de brisa movió el borde de una de las túnicas, lo que dejó al descubierto la hombrera de una servoarmadura. Sin duda, eran marines espaciales, y Ragnar reconoció de inmediato la insignia de la espada alada. Pero ¿qué hacían los Ángeles Oscuros allí, en Hyades?