CAPÍTULO 9
El dilema de Belisarius
El humo saturaba el aire con el hedor de la carne quemada, el combustible de los motores y los residuos de promethium. Edificios que habían perdurado durante décadas ya no eran más que cascarones quemados. Los cráteres cubrían el suelo a causa de los repetidos bombardeos de la artillería. Había trozos de cuerpos dispersos entre las ruinas, todo lo que quedaba de las víctimas que no habían logrado refugiarse a tiempo en los bunkers para evitar el bombardeo. El agua de las conducciones subterráneas fluía libremente por las calles, abriéndose paso entre cascotes y ruinas, llenando tos cráteres y convirtiendo el polvo recién levantado en fango.
Los temblores provocados por unos fuertes golpes crearon ondas en la superficie del agua estancada; primero una, después otra, cada vez con mayor intensidad. Un gigantesco escarabajo, molesto por las vibraciones, se escurrió desde un montón de cascotes en una frenética carrera por llegar a otra protección.
Una pisada metálica aplastó el escarabajo y los cascotes bajo los que se había refugiado. El dreadnought Gymir Puño de Hielo observó los alrededores. Anteriormente ya había visto calles bombardeadas, pues había servido al Imperio durante varios siglos. Había sido reclutado en algún olvidado campo de batalla de Fenris, y había servido como marine espacial durante cientos de años, hasta que resultó tan malherido que ni siquiera los sacerdotes de hierro pudieron curar sus heridas. Sin embargo, éstos no querían arriesgarse a perder las décadas de experiencia y conocimientos de Gymir, así que se le concedió el honor del servicio eterno, otorgándole el privilegio de ser enterrado en uno de los antiguos sarcófagos de dreadnought. Desde su cubierta de metal, Gymir se convirtió en un guardián viviente del linaje de los Lobos Espaciales. Pasaba la mayor parte del tiempo descansando en lo más profundo del Colmillo, hasta que se le llamaba para volver una vez más al servicio.
Gymir atravesó lentamente las ruinas. Sus sensores visuales, mucho mejores que los ojos modificados genéticamente, escudriñaban el campo a medida que avanzaba. El sagrado cañón de asalto que formaba su brazo apuntaba alternativamente a izquierda y a derecha. Su garra de combate se abría y cerraba instintivamente, anticipando el inminente conflicto.
Sus pesadas pisadas producían vibraciones que se propagaban por el suelo. Los dreadnoughts no se caracterizaban por su habilidad para pasar desapercibidos ante el enemigo. Gymir no ocultaba su presencia. Sus sensores visuales le permitían distinguir e identificar las señales caloríficas orgánicas de las artificiales. Sintió una amenaza potencial oculta tras unas ruinas a veinte metros hacia adelante. Siguió avanzando sin dejar de apuntar a la posible amenaza con el cañón de asalto, deteniéndose a quince metros del objetivo.
La señal era demasiado pequeña para tratarse de un marine espacial. Los Ángeles Oscuros eran traicioneros, pero no cobardes. Su presa no podría ocultarse de él durante demasiado tiempo.
—Levántate para ser identificado —ordenó la voz metálica de Gymir.
Una figura solitaria se levantó lentamente desde detrás de las ruinas con las manos vacías levantadas por encima de la cabeza. Gymir reconoció el uniforme de un oficial de la Fuerza de Defensa Planetaria; aunque la tela estaba gastada, desgarrada y empapada de la sangre de las numerosas heridas del soldado. La cara del hombre estaba horriblemente quemada y casi le había desaparecido toda la mejilla izquierda, lo que obligaba a su ojo izquierdo a permanecer cerrado. De ambos oídos le manaba un poco de sangre.
—No dispare, estoy desarmado —dijo el oficial.
Desde su aventajada altura, Gymir detectó otras ocho señales de calor ocultas en distintos puntos de las ruinas. Gymir avanzó hacia el oficial.
—Identifíquese —dijo. Su profunda voz metálica no dejaba duda alguna respecto a sus intenciones.
El oficial cojeó ligeramente al salir un poco más de su escondite, moviéndose lentamente para no parecer amenazador.
—Me llamo Markham, y soy teniente de las fuerzas de defensa de Hyades.
El Chimera chocó contra la puerta del palacio. Varios chispazos eléctricos rebotaron en el casco del transporte cuando los cables quedaron cortados y arrancados de sus conductos en la pared. La doblada y deformada puerta dejó el paso franco al transporte blindado, envolviendo el morro del Chimera hasta que fue arrastrada bajo las orugas del vehículo. El Chimera aceleró por la carretera circular de entrada dejando a su víctima metálica atrás y cortó camino a través del jardín floral del centro. Una oleada de tierra y vegetación salió disparada hacia todos lados ensuciando el pavimento. El vehículo salió por el extremo opuesto del jardín, y aminoró la velocidad hasta detenerse ante los escalones de la entrada del palacio.
El mido de los motores del transporte se convirtió en un rugido antes de apagarse de repente, como si aceptara que había viajado lo más lejos que podía. Los sellos de presión se abrieron, emitiendo chorros de polvo atrapado por los bordes de la compuerta mientras la presión atmosférica interior se equiparaba con la del entorno. Los cilindros hidráulicos sisearon cuando la compuerta trasera empezó a descender. El sonido de metal contra metal chirrió como un desafío, como si anunciara que un dignatario largamente esperado finalmente había llegado. Lentamente, Ragnar y Jeremiah descendieron del vehículo, tomando posiciones a cada lado de la puerta trasera, cubriendo el despliegue del resto de pasajeros. Haegr, Nathaniel y Elijah siguieron de cerca de Torin, dispersándose en cuanto salieron del Chimera.
Los jardines del palacio parecían abandonados, pero no mancillados por el conflicto que los rodeaba. La ciudad fuera de los viejos muros era una historia totalmente diferente. Numerosas columnas de humo se levantaban hacia el cielo, en muchos puntos de la ciudad exterior. El aire estaba lleno de los sonidos y de las escenas del combate. Las calles estaban vacías de cualquier otra clase de actividad, y los papeles y demás restos ligeros rodaban libremente por el suelo, empujados caprichosamente por las tórridas brisas. Tenían el rostro marcado por la preocupación, pero lo que habían visto y oído reforzaba su determinación de acabar el conflicto lo más rápidamente posible.
Los marines espaciales subieron los escalones en dirección a la puerta principal del palacio. Torin y Nathaniel cerraban la marcha, atentos a cualquier señal de problemas. Al entrar en el vestíbulo del palacio descubrieron que éste había sido evacuado. Por todos lados había mesas y sillas tumbadas y el suelo estaba cubierto de papeles. Las luces de emergencia apenas iluminaban las salas y corredores.
Ragnar condujo a los demás rápidamente por el palacio. Gabriella debería estar en el centro de mando, en los niveles inferiores. Al marcharse del palacio dejaron a Magni con ella, y sólo cabía confiar que, en la confusión, siguiera siendo el caso. Sin embargo, hasta ese momento todos los intentos de comunicar con él habían sido infructuosos. Ragnar esperaba que no fuera más que una interferencia electrónica de Cadmus, o del promethium.
Cuando los guerreros del Cuchillo del Lobo llegaron allí, Ragnar hizo un reconocimiento de tantas salas del palacio como pudo, intentando memorizar su configuración con la mayor fiabilidad posible. Se sentía más cómodo y notaba que controlaba la situación cuando conocía los alrededores. La distribución parecía más grande y laberíntica de lo que recordaba, pero sabía que no era más que un truco de su mente.
Su preocupación por Gabriella estaba distorsionando su percepción. Necesitaba recuperar la concentración, controlar sus emociones. Ragnar maldijo para sí mismo; jamás debería haberse alejado del lado de Gabriella.
La escuadra mixta de marines espaciales casi había llegado al ascensor de la sala de mando cuando Ragnar olió sangre. Al rodear la última esquina antes de los ascensores, Ragnar encontró el origen del olor. Había cadáveres de la guardia de la Casa Belisarius esparcidos a ambos lados de las puertas de los ascensores. El hedor a sangre y carne quemada colmaba el aire. Ragnar llamó al ascensor mientras el resto del grupo examinaba los cadáveres.
—Fueron tomados por sorpresa —comentó Torin.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? —le preguntó Elijah.
Las puertas del ascensor se abrieron, y el grupo entró.
—No llegaron a desenfundar sus armas —le respondió Ragnar. Torin y Haegr asintieron.
—Si fue su querido comandante, ¿por qué habrían de hacerlo? —replicó Torin.
Elijah, Nathaniel y Jeremiah intercambiaron una rápida mirada. Jeremiah negó sutilmente con la cabeza, no deseando ser descubierto. No podía contarles a los Lobos Espaciales su secreto. Hasta esa noche, la percepción que Jeremiah tenía de los Lobos Espaciales era que se trataba de bárbaros, más interesados en su próxima jarra de cerveza que en conceptos como deber y honor. Ragnar y los demás les estaban demostrando que sus concepciones estaban totalmente equivocadas.
El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Los sentidos de Ragnar se vieron inmediatamente asaltados por la abrumadora gama de estímulos olfativos presentes en el centro de mando. Los seis marines espaciales entraron en la sala. Lo único que se veía en todas las pantallas y consolas era la estática. Por doquier había cadáveres de guardias de la Casa Belisarius, y otro cuerpo yacía en el centro de todos ellos. Ragnar no tuvo que olfatear para saber que se trataba del gobernador Pelias.
Ragnar siguió escudriñando la habitación. Se sintió aliviado al no ver el cuerpo de Gabriella entre toda aquella carnicería. Esa sensación de alivio desapareció rápidamente cuando sus ojos se toparon con el cuerpo que yacía en el otro extremo de la sala.
—¡Magni! —gritó Haegr mientras atravesaba corriendo la habitación.
Su joven colega se había desplomado contra la pared. Un rastro de manchas de sangre cruzaba la habitación desde donde se había arrastrado. Haegr se arrodilló girando de lado a Magni. Su camarada todavía estaba agarrándose el muñón de la mano derecha contra el pecho. El plasma había cauterizado la herida, deteniendo la pérdida de sangre. El muñón que había sido su pierna izquierda ya era algo muy diferente: el plasma había actuado completamente a través de su pierna, fundiendo la servoarmadura con la carne y el hueso. Las arterias seccionadas, los fragmentos de músculo y los tendones colgaban de donde anteriormente estaba la rodilla y la parte inferior de la pierna de Magni. La sangre se había acumulado alrededor del punto donde se había detenido.
—¡Magni, vamos, muchacho! Di algo —le suplicó Haegr. La voz de Magni le llegó débil y rasposa.
—Por Russ, no dejes que la última cosa que oiga sean tus gemidos, Haegr—. Magni levantó lentamente la cabeza. Tenía la piel de un color ceniciento y unos círculos oscuros le rodeaban los ojos, dándole un aspecto cadavérico—. Cadmus es un traidor. Se llevó a Gabriella. ¡Le he fallado al Cuchillo del Lobo! ¡Le he fallado a ella!
—Trata de no hablar de eso, chico. Conserva las fuerzas —le dijo Torin.
Éste miró a Ragnar, y sus ojos hablaron por él. Ragnar sabía que Magni no sobreviviría. Torin se dio la vuelta hacia los demás cuerpos, incapaz de mirar mientras su compañero del Cuchillo del Lobo moría. Ragnar vio la rabia y el dolor en los habitualmente calmados ojos de Torin.
Ragnar se sentía de la misma forma. Morir al servicio de Russ y del Emperador era como todo Lobo Espacial esperaba llegar a su final: de pie, enfrentándose al enemigo. Ser traicionado de esta forma era una muerte más allá de la comprensión de cualquier Lobo Espacial.
Ragnar se arrodilló junto al joven garra sangrienta. Sabía que Magni estaba sufriendo muchísimo. Ragnar quería aliviar el sufrimiento del chaval. Magni levantó los ojos lentamente para encontrarse con los de Ragnar.
—Ragnar, Cadmus tenía un mensaje para el Cuchillo del Lobo. —Hizo una pausa tratando de recuperar el aliento—. Se llevó a Gabriella, y la matará... la matará si nosotros... no...—. Magni tuvo un nuevo estertor de muerte.
—Tómate tu tiempo, Magni. ¿Qué quería de nosotros?
Ragnar hubiera preferido que parara y que ahorrara fuerzas para poder descansar, pero necesitaba saber cada detalle, todo lo que Magni sabía. Éste se esforzó por seguir hablando.
—Lo siento..., Ragnar... Los Ángeles Oscuros... Él dijo que la mataría si nosotros no... eliminamos.., a todos los Ángeles Oscuros que hay en Hyades... Debemos matar.., los a todos. —El alivio se reflejó en la cara de Magni al acabar.
Ragnar se le acercó más.
—¿Adónde se la ha llevado, Magni?
Magni movió lentamente la cabeza.
—Yo... no lo sé..., pero... él sabía... que los Lobos Espaciales... estaban viniendo... Contaba... con ello. Mató a todos... maldito...
Ragnar limpió la sangre de la cara de Magni. El joven lobo luchaba por seguir consciente. Miró a Ragnar, esforzándose en mantener la mirada fija.
Su cuerpo estaba desmoronándose. Los cuerpos de los marines espaciales están diseñados para resistir casi cualquier herida, para sobrevivir a venenos y toxinas, y son inmunes a prácticamente cualquier enfermedad. Su sistema respiratorio les permite sobrevivir sin oxígeno durante largos períodos de tiempo. Se les implantan órganos especiales para cambiarla composición de su sangre. Estos órganos normalmente les permiten coagular la sangre de forma casi instantánea. Sin embargo, incluso con todas estas manipulaciones genéticas, los marines espaciales no son indestructibles. A veces, en casos como el de Magni, sin un tratamiento médico inmediato, las modificaciones simplemente no son suficientes.
—Ragnar... ni hiciste... lo correcto. Yo sólo.., quería que lo supieras... —El cuerpo de Magni cayó al suelo al perder su último hálito de vida.
Ragnar acercó la mano y retiró el cabello de la cara de Magni. La tristeza fue convirtiéndose en rabia en los corazones de los Lobos Espaciales. Su hermano de batalla había muerto.
Ragnar se levantó y le dio la espalda al cuerpo de Magni, poniendo la mano en el hombro de Haegr.
—Cadmus tiene a Gabriella. Hemos de encontrarla y ponerla a salvo. —La voz de Ragnar mostró una firme determinación.
Haegr cruzó la habitación hacia Jeremiah.
—A mí me parece sencillo, sólo hemos de eliminar a todos los Ángeles Oscuros —dijo, levantando su bólter hacia el capitán de los Ángeles Oscuros—. Y podríamos empezar aquí mismo.
★ ★ ★
Gymir Puño de Hielo, el venerable dreadnought de Fenris, estaba de pie en medio de la calle. Su voluminosa forma metálica era mucho más grande que el oficial de las fuerzas de defensa de Hyades. El pelotón del oficial se había dispersado entre las ruinas, en un intento de ocultarse del dreadnought. A su orden, las tropas del teniente Markham salieron de sus escondrijos. El sistema de rastreo de Gymir los recorrió uno tras otro. Si hiciera falta, podría acabar con todos ellos con rapidez.
—Mikal, he encontrado y asegurado fuerzas planetarias. —La voz de Gymir llegó por el sistema de comunicaciones.
Mikal y sus cazadores grises apresuraron el paso por las calles de la ciudad. Llegaron a la posición de Gymir en menos de sesenta segundos, rodeando las fuerzas del teniente Markham. Mikal se aproximó al teniente. Necesitaba coordinarse con las fuerzas de defensa, pero ese oficial no era lo que había esperado. Había demasiadas preguntas sin respuesta en Hyades.
—Teniente Markham. Me llamo Mikal, y soy un guardia del lobo de Berek Puño de Trueno. —Mikal extendió una mano, que hizo desaparecer a la de Markham cuando éste se la estrechó—. Estábamos intentando coordinar los esfuerzos defensivos con el comandante de las fuerzas planetarias. Íbamos de camino hacia el palacio cuando nuestra Thunderhawk fue derribada.
Mikal captó el olor a miedo procedente de Markham. Normalmente esta reacción no era de esperar al tratar con fuerzas imperiales. Sin embargo, la reacción de Markham era diferente. La conducta de Markham cambió cuando mencionó el nombre del comandante planetario.
El teniente sostuvo la mirada de Mikal.
—El comandante Cadmus es un traidor —dijo, destilando rabia y dolor en cada una de sus palabras.
—El comandante de la Fuerza de Defensa Planetaria es un traidor? Explíquese, teniente —exigió Mikal.
—Cadmus disparó intencionadamente una barrera de artillería sobre nuestra posición. Estaba tratando de matar a los marines espaciales. Nos habría matado también a nosotros de no haber sido por ellos —explicó Markham.
—¿Está diciendo que los marines espaciales les salvaron? —le preguntó Mikal.
—Sí, señor. Justo antes del bombardeo, algunos de los marines espaciales lograron llevar a algunos de mis hombres hasta una cobertura. Los otros intentaron protegerlos de la explosión con sus propios cuerpos —respondió Markham.
—Por favor, teniente, empiece desde el principio. —Mikal hizo una seña a Markham para que lo siguiera hasta donde las fuerzas de defensa no pudieran oírlos.
El teniente caminó junto a Mikal.
—Los Ángeles Oscuros enviaron un equipo de combate para infiltrarse en el palacio antes de la invasión.
—¿Se ha establecido cuál era el objetivo del equipo de combate? —preguntó Mikal.
—Todos asumimos que lady Gabriella era su objetivo. —Markham se sentía cada vez más seguro a medida que respondía a las preguntas de Mikal.
—¿Lady Gabriella está en Hyades? —Mikal estaba familiarizado con la Casa Belisarius, lady Gabriella y el antiguo pacto entre Belisarius y los Lobos Espaciales.
—¡Sí! Llegó hace sólo unos días con un contingente del Cuchillo del Lobo desde la Sagrada Terra.
—Por favor, continúe.
El teniente prosiguió su relato de la traición a Mikal, mientras se movían por las calles de la ciudad hacia el abandonado edificio del Administratum. Como éste estaba relativamente intacto, Mikal decidió que sería la mejor localización para establecer su puesto de mando.
Envió dos jaurías de cazadores grises a localizar y establecer comunicación con sus hermanos lobos. Una vez logrado, podrían crear un centro de mando y control desde el que dirigir sus fuerzas en defensa de Hyades. Una vez las fuerzas de los Lobos Espaciales estuvieran organizadas, pediría al teniente Markham ayuda para identificar y localizar las unidades leales de la Fuerza de Defensa Planetaria, confiriéndole el mando global de todas las fuerzas de defensa en Hyades.
Por toda la ciudad, los Lobos Espaciales y las fuerzas de defensa de Hyades se coordinaron para establecer un perímetro definitivo. El curso de la batalla estaba cambiando.
★ ★ ★
Ragnar dio un salto, agarró el bólter de Haegr, y lo obligó a levantarlo. Los cráteres creados por los proyectiles de bólter recorrieron el techo. Jeremiah, Elijah y Nathaniel aprestaron sus armas. Torin gruñó y desenfundó su pistola. Los Ángeles Oscuros apuntaron a los Lobos Espaciales. Ragnar permanecía entre los dos grupos, tratando de imponer su voluntad en una situación que se estaba quedando fuera de control por momentos.
Las miradas iban de los amigos a los enemigos, todos tratando de calcular cuál sería el siguiente movimiento. Los dedos estaban tensos en los gatillos. La tregua entre el Cuchillo del Lobo y los Ángeles Oscuros parecía rota para siempre. Ragnar pasó la mirada de Jeremiah a Haegr. Todo se decidiría por las acciones que se tomaran en los próximos segundos.
—Haegr, Torin, bajad las armas —les ordenó Ragnar.
—Magni está muerto por su traición, Ragnar —rugió Haegr. Ragnar captó la bestia en el interior de su gigantesco amigo. El lobo estaba peligrosamente cerca de la superficie.
—Aquí el enemigo es Cadmus, Haegr. Fue su traición la que mató a Magni. —Ragnar luchó contra su propia rabia por la muerte de Magni, pero no eran Jeremiah ni su grupo de combate quienes habían matado a su hermano de batalla.
Torin era el Lobo Espacial más comedido que Ragnar había jamás conocido, no dejando nunca que la bestia mostrara ni el más leve rastro. El hermano en el que siempre había confiado para ser la voz de la razón y la calma mantenía su bólter apuntando a Elijah ya Nathaniel Podía ver la rabia en sus ojos, casi como un reflejo de la locura que los rodeaba. No podía creer que todo eso acabara de esa forma; lanzándose todos al cuello de los demás. Hizo un gesto a Torin para que bajara el arma. Torin lo miró con la mirada perdida, como si no supiera quién era. Entonces, Ragnar pudo ver cómo la racionalidad volvía a sus ojos. Lentamente, Torin bajó el bólter y Ragnar supo que su amigo había regresado.
—Ragnar tiene razón, Haegr, Yo también lamento la pérdida de Magni. Cadmus pagará por su traición. Esto te lo prometo por los infiernos helados de Fenris. —Torin se dirigió hacia Haegr y puso la mano sobre su arma—. Nosotros no nos doblegamos a las exigencias de Cadmus.
Haegr dio la espalda a sus hermanos, disgustado.
—La decisión es tuya, Ragnar, pero asegúrate de que sea la correcta.
En muy poco tiempo, Ragnar había aprendido que Jeremiah era un hombre de palabra y mantenía su honor por encima de todo, en contradicción directa con todo lo que había aprendido sobre los Ángeles Oscuros. Traición y engaño conformaban la forma de actuar de los Ángeles Oscuros, o al menos eso era lo que creía la mayor parte de los Lobos Espaciales. Las acciones de Jeremiah hasta ese momento indicaban lo contrario, pero no había sido completamente sincero con Ragnar en el tema de Cadmus. Le había dicho que no podía discutir con Ragnar los detalles de su misión a causa de la lealtad para con sus hermanos. Eso era lo mismo que Ragnar hubiera hecho en caso de encontrarse en su misma situación.
Las cosas eran diferentes en esos momentos. Ya no era un enfrentamiento de! Cuchillo del Lobo contra un equipo de combate de los Ángeles Oscuros. Desde el Chimera habían visto el asalto planetario de los Lobos Espaciales. Ragnar había reconocido el símbolo pintado en el costado de las naves, así que sabía que la gran compañía de Berek Puño de Trueno estaba en el planeta. Allí en Hyades se estaban enfrentando dos de los capítulos más importantes del Adeptus Astartes. Ragnar levantó la mano, señalando con el dedo hacia Jeremiah.
—Ha llegado el momento de dar respuestas, ángel oscuro. Si hemos de sobrevivir a todo esto, debes contarnos la verdad.
—Te he contado todo lo que podía, Ragnar.
—No! Me has contado todo lo que has decidido contarme —corrigió Ragnar al ángel oscuro.
Jeremiah sabía que Ragnar tenía razón. Había mucho más sobre Cadmus de lo que se había dicho, pero tenía las manos atadas. No podía divulgar la verdadera naturaleza del comandante.
Dos capítulos de marines espaciales haciéndose la guerra no significaba nada comparado con lo que podía suceder si el terrible secreto de los Ángeles Oscuros era revelado. Ragnar había demostrado ser un hombre de convicciones y valor, muy lejos del bárbaro que esperaba encontrar en un Lobo Espacial.
Jeremiah valoró mentalmente la situación.
No podía revelar a Ragnar toda la verdad. Pero tal vez no era necesario. Podía llegar a contar parte de lo que él y los Ángeles Oscuros sabían sin traicionar al capítulo.
—Estás en lo cierto. He decidido retener parte de la información que tenemos respecto a Cadmus.
—Jeremiah, no traiciones el honor de nuestro capítulo —protestó Nathaniel.
Jeremiah levantó la mano para acallar a Nathaniel.
—La historia de desconfianza entre nuestros capítulos es larga. En muy poco tiempo he descubierto que la desconfianza mutua que sentimos los unos por los otros está injustificada. —Jeremiah avanzó un paso hacia Ragnar—. Te voy a contar únicamente lo que puedo, y nada más.
—Bueno, pues empieza —le gritó Haegr a Jeremiah.
—Haegr —dijo Torin en tono de advertencia, ya que se daba cuenta de que Haegr no estaba ayudando a solucionar la situación.
—Todo este misterio me da dolor de cabeza. —Haegr se dirigió hacia el ascensor—. No sé por qué Ragnar está tan emocionado por volver a la galaxia. No parece tan diferente a la Sagrada Terra. Todo el mundo tiene un secreto.
lbrin siguió a Haegr hacia el ascensor.
—Ragnar, me llevaré a Nathaniel y Elijah y haremos un reconocimiento del resto del palacio.
Ragnar asintió para mostrar su conformidad.
—Nathaniel, tú Elijah debáis ir con Haegr y Torin.
Las palabras de Jeremiah eran más una petición que una orden. Nathaniel parecía preocupado, y su mirada iba una y otra vez de Jeremiah a Ragnar. Jeremiah cruzó el espacio que lo separaba de su viejo camarada.
—¿Confías en mí? —le preguntó.
—Siempre lo he hecho —le respondió Nathaniel.
—Entonces confía en mí una vez más, hermano —le pidió Jeremiah. Nathaniel asintió y se dirigió hacia los dos miembros del Cuchillo del Lobo que lo esperaban.
—Vamos, pequeño, ayudemos a estos Lobos Espaciales. Al menos de esta forma podremos vigilarnos los unos a los otros. —Elijah parecía preocupado cuando se movió hacia los otros.
Cuando los cuatro llegaron a las puertas del ascensor, Torin miró una vez más a Ragnar, quien asintió con la cabeza. Torin le devolvió el gesto y entró en el ascensor.
—Nos encontraremos en treinta minutos o menos, Torin —le avisó Ragnar mientras las puertas del ascensor se cerraban.
Jeremiah se dio la vuelta hacia Ragnar y, mirando al suelo, empezó a hablar.
—Cadmus y los Ángeles Oscuros tienen un asunto pendiente. Mi equipo fue enviado para confirmar nuestras sospechas, capturarlo y, si era posible, entregarlo a mis superiores para su interrogatorio.
Ragnar juzgó a Jeremiah no sólo por sus palabras, pero si el ángel oscuro no estaba diciendo la verdad, su olor no lo indicaba. Su lenguaje corporal era otra cosa. Seguía ocultando algo.
—¿Qué querían los Ángeles Oscuros de un comandante de la Fuerza de Defensa Planetaria?
—Creemos que ha estado conspirando con los siniestros poderes del Caos —le explicó Jeremiah.
—¿Del Caos?
La mente de Ragnar regresó al templo del Caos y al altar de los sacrificios que los miembros del Cuchillo del Lobo habían descubierto. Había desconfiado de Cadmus desde el principio. Ahora todas las piezas del rompecabezas empezaban a encajar. Cuando el Cuchillo del Lobo había descubierto el templo del Caos y después había entrado en la zona de tiro libre, las distintas unidades de la Fuerza de Defensa Planetaria los habían atacado inmediatamente. El ataque no había sido un accidente como afirmaba Cadmus, sino un intento de destruir a los guerreros del Cuchillo del Lobo, tal como Ragnar había sospechado.
Jeremiah se dio la vuelta hacia él.
—Sospecho que Cadmus atrajo a mi equipo hacia aquí intencionadamente, y nos permitió pasar los muros de la ciudad y llegar sin problemas al palacio.
Esto hizo que Ragnar hiciera una pausa momentánea.
—¿Por qué querría atraeros a Hyades, sabiendo que el Cuchillo del Lobo estaba aquí y que los Lobos Espaciales vendrían de patrulla al sistema?
—Yo creo que ha orquestado este conflicto desde el principio, utilizando la antigua desconfianza entre Lobos Espaciales y Ángeles oscuros para iniciar la batalla —prosiguió Jeremiah—. Tal vez pretende iniciar una guerra a gran escala entre nuestros capítulos.
Ragnar consideró con cuidado las palabras de Jeremiah, tratando de imaginarse qué podía ganar Cadmus poniendo esta cadena de acontecimientos en acción. ¿Qué podía ganar de un conflicto entre dos de los mayores servidores del Emperador? Ragnar había aprendido suficiente de las fuerzas del Caos para saber que, si lo que decía Jeremiah era cierto, tenía que haber una razón. Irónicamente, las fuerzas del Caos nunca hacían nada aleatoriamente. Siempre había un plan, siempre había una razón. Lo mismo tenía que estar sucediendo aquí. Si Cadmus había puesto en marcha esta situación, era para lograr algo que lo beneficiara. Lo difícil sería determinar qué era.
—Si lo que dices es cierto, no debemos seguir dejándonos manipular —dijo Ragnar.
—Sí, pero ya se ha derramado mucha sangre por ambos bandos. ¿Cómo podremos tú yo poner fin a esto? —La pregunta de Jeremiah tenía sentido. ¿Cómo podrían ellos lograrlo?
—Tu equipo y el Cuchillo del Lobo han conseguido dejar a un lado nuestras diferencias y forjar una alianza, por frágil que sea. Si nosotros podemos hacerlo, también podrán nuestros capítulos. Hemos de encontrar y derrotar a nuestro verdadero enemigo. Hemos de tener éxito, Jeremiah. Hemos de triunfar.
Ragnar se dirigió al ascensor. Tenían que moverse, y hacerlo rápido. Cada segundo que proseguía la batalla hacía que el final fuera más duro. Al llegar al panel para llamar al ascensor, Ragnar se dio cuenta que Jeremiah no lo había seguido. Se dio la vuelta para encararse a su nuevo aliado.
—Ragnar, aún hay una cosa más que debo pedirte. Cadmus es un enemigo de los Ángeles Oscuros y yo debo completar mi misión —dijo Jeremiah con reservada confianza.
—Cadmus mató a Magni y secuestró a Gabriella, su vida terminará en la punta de mi espada —replicó Ragnar.
—Entiendo cómo te sientes, Ragnar, pero debes entender que soy un Hijo de Lion, y Cadmus es mío. —La voz de Jeremiah era firme y sin sombra de duda. Podía ver la rabia en la cara de Ragnar. Sus ojos estaban llenos de furia. Hizo un último intento de llegar a un acuerdo con el Lobo Espacial—. Acabas de decirme que debemos conseguir que nuestros hermanos dejen a un lado su antigua desconfianza para acabar este conflicto. No hemos llegado a salir de esta habitación y ya volvemos al principio —afirmó Jeremiah—. Yo, al igual que tú, he hecho un juramento de servicio, y un juramento de lealtad. No puedo, no quiero, dejar eso de lado. Te suplico que luchemos uno junto al otro y hagamos todo lo necesario para acabar con este conflicto, pero yo personalmente debo encargarme de Cadmus.
Ragnar pensó con cuidado lo que el ángel oscuro le acababa de decir. Evaluando los acontecimientos de los últimos días, se puso en el lugar de Jeremiah. Nuevamente se preguntó a sí mismo qué haría él en caso de que la situación fuera la inversa. No dejaría que nada lo apartara de su objetivo. Jeremiah no era lo que había esperado de un ángel oscuro. De hecho, estaba sorprendido de lo parecidos que ambos eran, como si eso fuera una redención... Se preguntó que habría hecho él con la Lanza de Russ.
Ragnar le tendió la mano a Jeremiah, que aceptó su gesto de amistad y confianza.
—Sé que hay muchas más cosas entre los Ángeles Oscuros y Cadmus de las que me has contado —dijo Ragnar—. También sé que has arriesgado mucho contándome lo que me has contado. Entiendo lo que significa arriesgar algo para lograr un bien mayor, y no puedo hacer caso omiso de algo así. Cadmus será tuyo para que hagas con él lo que consideres oportuno. Tienes mi palabra de Lobo Espacial.