CAPÍTULO 13
Una paz incierta
Los dos grupos de marines espaciales se quedaron frente a frente, en lados opuestos del búnker secreto de Cadmus. Ambos tenían que referir informes secretos a sus superiores y se habían apartado de forma respetuosa los unos de los otros. Puesto que ambos grupos disponían de comunicadores en los cascos y podían hablar subvocalizando, la separación física era más una cuestión de educación que algo práctico. Gabriella estaba sentada cerca de los Lobos Espaciales y se frotaba las muñecas en la zona donde las ataduras le habían cortado la carne. Era evidente que había quedado agotada por todo lo que había sufrido, y parecía estar concentrada en recuperar las fuerzas.
—Capellán interrogador Vargas, aquí el capitán Jeremiah del equipo de eliminación Orgullo de Lion. La amenaza ha sido eliminada. Hemos cumplido la misión —informó Jeremiah con la esperanza de que la señal llegara hasta la barcaza de combate de los Ángeles Oscuros, allá en la órbita del planeta. La estática parecía haber dejado de afectar a las comunicaciones.
Nathaniel y Elijah flanqueaban a Jeremiah. Se mantuvieron a la espera de una respuesta mientras observaban a los Lobos Espaciales. La misión se había acabado. Lo único que les quedaba era proteger su secreto.
Ragnar también contactó con sus superiores sin quitarles el ojo a los Ángeles Oscuros.
—Señor lobo Berek Puño de Trueno, aquí Ragnar, del Cuchillo del Lobo. Los Ángeles Oscuros han completado su misión y se marcharán muy pronto. No hay razón alguna para seguir con el ataque.
Torin y Haegr se mantenían tranquilos, pero con las armas preparadas. La tensión casi restallaba en el aire. Ambos grupos de marines espaciales esperaban que la lucha terminara pronto.
Jeremiah se apartó un poco más esperó encontrarse lo bastante lejos como para que los Lobos Espaciales no lo oyeran. No quería revelar los secretos de su capítulo a sus rivales más feroces, sin importar lo honorables que fueran individualmente.
—Capitán Jeremiah, ¿ha muerto el hereje? —le preguntó el capellán interrogador Vargas con voz fría y metálica.
—Sí, mi señor.
—¿Tiene en sus manos sus restos? —quiso saber Vargas.
—Así es.
—Active su baliza. Un equipo de recogida se encargará de transportarlos a todos.
—Capellán interrogador, ¿me permite sugerirle que interrumpa el enfrentamiento con los Lobos Espaciales? —le preguntó Jeremiah.
—Se excede en sus funciones, capitán —le replicó Vargas.
La conversación que mantenían el señor lobo y Ragnar no iba mucho mejor.
—Joven Ragnar, me alegra oírte —le dijo la resonante voz de Berek Puño de Trueno por el comunicador—. Sí, la batalla ya casi ha terminado. Acabaremos con estos traidores y colgaremos sus armaduras de color verde de las paredes del Colmillo como trofeos. ¡Apuntad de nuevo! ¡Hacedlos volar en pedazos, muchachos!
Ragnar sintió un estremecimiento. Ya había oído ese tono de voz en el señor lobo, cuando había estado a su lado en una batalla contra marines espaciales del Caos. Sabía la clase de guerrero que era Berelc vivía para el combate y jamás retrocedería.
—Lord Berek, el comandante de la Fuerza de Defensa Planetaria era un traidor. El Caos ha infestado este planeta. Los Ángeles Oscuros sólo atacaron para eliminar esa amenaza. Tenemos que dejar de pelear entre nosotros. No hay razón para que ninguno de los dos bandos siga luchando.
—Ragnar, sabes que desearía que continuaras siendo uno de mis muchachos en vez de pertenecer al Cuchillo del Lobo, pero espero que el tiempo que has pasado en Terra no te haya reblandecido —le contestó Berek—. Los Ángeles Oscuros siguen disparando contra nosotros, y soportaré los helados infiernos de Fenris antes de bajar mis escudos o abandonar, así que será mejor que logres que ellos lo dejen antes.
—Entendido —respondió Ragnar antes de cortar la comunicación.
Luego miró a los Ángeles Oscuros para saber si habían acabado su parte de la conversación con los mandos superiores. Jeremiah asintió y le indicó a Ragnar con un gesto que se acercara, aunque todavía estaba hablando por el comunicador.
—Capellán interrogador, por favor, escúcheme —insistió Jeremiah sin dejar de mirar a Ragnar.
Sabía que éste no podría detener a los Lobos Espaciales, y lo cierto era que Jeremiah sabía que tan sólo se limitaban a defender su territorio, sin importar el punto a que hubiera llegado la situación. Mantuvo la esperanza de que las siguientes palabras se las inspirara el propio Lion.
—Tenemos en nuestra posesión al objetivo, a su comunicador y a su búnker. Tenemos asegurada toda esa información, pero sólo porque un grupo de Lobos Espaciales han accedido a acordar una tregua con nosotros. Si no cesamos las hostilidades y aceptamos abrir una negociación, volveremos a entrar en conflicto con ellos —insistió Jeremiah. Luego volvió a mirar a Ragnar antes de seguir hablando—. El objetivo presentó una fuerte resistencia, y no podremos enfrentarnos con éxito a los Lobos Espaciales. Cuando caigamos, se apoderarán de los secretos de nuestro objetivo —dijo en voz bien alta para que lo oyeran los otros marines espaciales.
En el comunicador sólo se oyó el sonido de la estática. Los Ángeles Oscuros y los Lobos se quedaron en silencio mientras esperaban la respuesta del capellán interrogador. Ragnar sintió la tensión que flotaba en el ambiente mientras todos seguían esperando que contestara. El único ruido procedía de uno de los malditos escarabajos, que seguía volando, ignorante del momento.
Elijah atrapó al insecto en pleno vuelo y lo aplastó con el guantelete. Los seis marines espaciales no pudieron evitar sonreír.
—Capitán Jeremiah del equipo de eliminación Orgullo de Lion, he decidido que abra negociaciones con los Lobos Espaciales. Eso supondrá una ventaja para nosotros. Mantenga la tregua. Recupere lo que necesite. Lion lo contempla.
La metálica voz del capellán interrogador Vargas hizo que aquella última frase sonara más como una amenaza que como una bendición.
Torin habló subvocalizando a través del comunicador.
—¿Estás seguro de dejar el búnker en manos de estos Ángeles Oscuros? —le preguntó a Ragnar.
Éste asintió muy levemente, pero sabía que Torin captaría el gesto. Ya tenían a Gabriella. Ella era más importante que cualesquiera que fuesen los secretos que tuviera Cadmus. Además, Ragnar sabía que Jeremiah no acabaría en su lucha contra el Caos. Para su sorpresa, confiaba en que los Ángeles Oscuros en general jamás abandonarían su persecución de los enemigos comunes a ambos capítulos. Jeremiah no lo dejaría, lo mismo que Ragnar.
—Nuestro deber es proteger a lady Gabriella. Jeremiah, confío en que tú y tus hermanos de batalla os encargaréis de Cadmus y de su búnker —dijo en voz alta.
Jeremiah miró a Ragnar directamente a los ojos. Habían ocurrido muchas cosas entre ellos en un período de tiempo muy breve.
—Tienes mi respeto, Ragnar del Cuchillo de Lobo. Tú y tus hermanos sois hombres de honor.
Ragnar asintió. Sin decir más, Torin, Haegr y él se dieron la vuelta y se marcharon. Ragnar le ofreció el brazo a Gabriella para que se apoyara, pero ella hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—Puedo caminar, Ragnar —le dijo al mismo tiempo que le sonreía débilmente.
—Mi señora, este búnker está en mitad de la selva, y será mejor que conservéis las fuerzas hasta que hayamos llegado a la ciudad —le aconsejó Ragnar.
—Muy bien, puedes ayudarme —le replicó ella, recuperando el tono de autoridad en la voz.
Los Lobos Espaciales se detuvieron un momento a intercambiar un saludo de despedida sin palabras con los Ángeles Oscuros, aunque Gabriella ni siquiera les dirigió la mirada. Jeremiah y sus hombres tampoco dijeron nada y comenzaron a escudriñar el búnker a la búsqueda de cualquier información dejada por Cadmus.
—¡Vamos! Existen unas criaturas mezcla de simios y lagartos que Haegr quiere añadir a su leyenda —rugió el propio Lobo Espacial alzando su martillo—. ¡Seguidme! —bramó, y encabezó la marcha que los sacaría de la base secreta de Cadmus.
La batalla en el interior de Lethe continuaba. Mikal y la Guardia del Lobo se encontraron con una escuadra de Ángeles Oscuros a medio camino entre las murallas y el centro de la ciudad. Las armas de los Ángeles Oscuros estaban cubiertas de sangre y de vísceras, una prueba de los muchos soldados que habían matado desde que comenzó el ataque.
Mikal rugió cuando él y los demás miembros de la Guardia del Lobo dispararon contra los Ángeles Oscuros. Siete de sus oponentes cayeron cuando los proyectiles de bólter acribillaron la escuadra. No todos estaban muertos, ya que los marines espaciales son capaces de sufrir heridas graves y sobrevivir, pero habían quedado fuera de combate. Los Ángeles Oscuros restantes alcanzaron las filas de la Guardia del Lobo blandiendo las espadas sierra al mismo tiempo que disparaban las pistolas bólter. Mikal se lamió los colmillos. Como la mayoría de los Lobos Espaciales, prefería enfrentarse a su enemigo en combate cuerpo a cuerpo.
Una espada sierra mordió la ceramita cuando uno de los Ángeles Oscuros se abalanzó contra Mikal. El guardia del lobo golpeó el casco de su adversario con el puño de combate sin hacer caso de la acometida de la espada sierra. Confiaba en que la armadura aguantaría. Así fue, y el puño de combate le machacó el cráneo a su oponente.
Un chillido agudo llenó el aire, seguido de un siseo procedente de todas direcciones. Mikal captó un movimiento con su visión periférica. Unos nuevos atacantes se lanzaron a por los marines espaciales. De los edificios bajaron a saltos unos grandes humanoides reptilianos y atacaron a los guerreros desde todos lados.
Aquellos nuevos enemigos tenían la misma estatura elevada que un marine espacial y el cuerpo cubierto de escamas verdosas salpicadas por mechones de pelo de color verde, marrón o rojizo. Sus grandes ojos redondos eran de color amarillo y tenían las pupilas negras en forma de diamante. Las fauces estaban llenas de largos colmillos y dientes afilados, aunque se movían más como primates que como lagartos. Muchos de ellos mostraban unas extrañas pinturas de guerra de color rojo y púrpura por todo el cuerpo. Aquellas criaturas se lanzaron a la carga contra los marines espaciales sin mostrar miedo alguno.
El ataque pilló por sorpresa a la Guardia del Lobo, pero eso no les afectó. Lucharían por el capítulo y el Emperador sin importar quién fiera el enemigo. Si aquellas criaturas todavía no habían aprendido a temer a los Lobos Espaciales, al acabar el día se sabrían bien esa lección.
Unas fauces serradas se cerraron alrededor de uno de los brazos de Mikal, aunque supusieron un impacto menor que el de la espada sierra de unos momentos antes. Mikal arrojó a un lado a la criatura al mismo tiempo que le volaba las entrañas a otra con el bólter de asalto. Gracias a sus armaduras, los Lobos Espaciales eran casi invulnerables a los golpes de aquellas criaturas, pero la tremenda superioridad numérica de sus oponentes amenazaba con derribar bajo su peso a Mikal y a los demás guardias del lobo.
Mikal redobló sus esfuerzos y permitió que el wulfen se apoderara de él, permitiendo así que la rabia y la furia que sentía en su interior guiaran sus ataques. Se convirtió en un berserker y mató y mutiló a sus adversarios. Mikal destrozó colas y dientes, cabezas y corazones, forzando sus propios límites físicos para vencer a sus enemigos.
La Guardia del Lobo se vio en apuros. Mikal vio a sus hombres caer bajo la masa de oponentes alienígenas. Continuaban moviéndose, y tenía la esperanza de que siguieran con vida, pero la marea de bestias era demasiado. No podrían resistirla.
El suelo se estremeció con fuerza. Mikal no se dio cuenta al principio, ya que pensó que se trataba de más explosiones. Un momento después, de la horda de criaturas surgió un chillido común. Varias sisearon y se volvieron para enfrentarse a algo que estaba al final de la calle. Una enorme sombra tapó la luz de sol y una de las bestias que estaba mordiendo a Mikal abrió las fauces y se apartó de un salto.
Una gigantesca garra metálica lanzó por los aires a tres criaturas alienígenas hacia un cielo cubierto de llamas y de humo. Mikal sintió que el corazón se le llenaba de orgullo. La sombra pertenecía a un enorme dreadnought venerable. Gymir Puño de Hielo se alzó sobre sus enemigos y los mató literalmente a puñados. El poderoso dreadnought había llegado por fin para ayudar a sus camaradas.
—¡Morid, escoria alienígena! ¡Enfrentaos a la furia de Fenris! —dijo la voz tronante de Gymir por los altavoces que tenía instalados.
Gymir continuó blandiendo la garra de combate como si fuera una guadaña, moviéndola de un lado a otro, y abatió a las criaturas en una cosecha sangrienta. Los huesos se partieron con facilidad cada vez que el dreadnought barría las filas de bestias. La simple presencia de la venerable máquina hizo temblar el ánimo de los alienígenas, que se quedaron mirando al dreadnought al mismo tiempo que siseaban llenos de miedo, frustración y rabia. Al final, la emoción que ganó a las demás fue el miedo, y los lagartos supervivientes interrumpieron el ataque para dispersarse en todas las direcciones. Gymir se quedó de pie, solo y rodeado de una pila de cadáveres, mientras seguía buscando más enemigos que matar. Al no encontrar a ninguno, se giró con un zumbido de servomotores hacia Mikal.
—¿Estáis bien, hermanos? —les preguntó Gymir.
—Sí —le contestó Mikal.
Cuando los miembros de la Guardia del Lobo se pusieron en pie y la escuadra se reorganizó, Mikal se dio cuenta de algo extraño. Los cuerpos de los Ángeles Oscuros estaban destrozados. Se acercó a ellos y se arrodilló al lado del cadáver de uno de los marines que habían caído.
Durante el ataque, algunas de las criaturas habían abierto brechas en las servoarmaduras de los Ángeles Oscuros y les habían clavado las garras. Mikal sintió que se le helaba la sangre. Al marine espacial le habían arrancado unos cuantos trozos de carne. Le habían quitado varios órganos, incluida la semilla genética propia de los marines espaciales. Echó un vistazo a los demás cuerpos, y todos mostraban las mismas heridas: los alienígenas se habían dedicado a recoger la semilla genética de los mejores guerreros del Emperador. Mikal miró a los demás miembros de la Guardia del Lobo, y después a Gymir.
—¡Las criaturas han robado la semilla genética de los Ángeles Oscuros! —rugió.
Su comunicador chasqueó de repente.
—Guardia del lobo Mikal, aquí el teniente Markham. Los reptos están entrando en la ciudad en número incalculable.
★ ★ ★
Muy por encima de la superficie del planeta, el Puño de Russ se quedó flotando en el espacio sin disparar. La flota de los Ángeles Oscuros se apartó de las naves de los Lobos Espaciales mientras las Thunderhawks que habían despegado del planeta atracaban en sus respectivas naves nodriza.
El señor lobo Berek Puño de Trueno, sentado en la silla de mando de piedra que se encontraba en el puente, no podía creer lo que estaba viendo. Las runas de combate indicaban que tos Ángeles Oscuros se estaban retirando, lo mismo que señalaban las proyecciones holográficas de la batalla. Los Ángeles Oscuros habían interrumpido sus ataques. El heraldo de la nave lo llamó.
—Mi señor, estamos recibiendo un mensaje de la barcaza de combate de los Ángeles Oscuros.
Berek esperó un momento. Seguía sin poder creerse que Ragnar hubiera negociado algo como aquello. Sabía que el joven tenía valor de sobra, lo mismo que ansias de combate, pero no era muy diplomático, a menos que el corto espacio de tiempo que había pasado en el Cuchillo del Lobo lo hubiera cambiado bastante.
La tripulación del señor lobo se quedó esperando sus órdenes. Serían capaces de seguir a Berek hasta el Ojo del Terror si así se lo ordenase. El señor lobo se puso en pie.
—Heraldo, acepta la transmisión de los Ángeles Oscuros.
El heraldo tocó una runa y dos cabezas de lobo talladas abrieron las fauces para dejar al descubierto unos altavoces ocultos allí. Una fría voz metálica resonó en el altavoz.
—Comandante Lobo Espacial, aquí el capellán interrogador Vargas a bordo del Vinco Redemptor. Vamos a retirar nuestras fuerzas de su Planeta. Confío en que ahora que han recibido refuerzos tendrán las fuerzas suficientes para derrotar al Caos. Hemos interrumpido los ataques contra las naves de los Lobos Espaciales, pero quiero que tengan claro que nos volveremos a defender si a su vez ustedes no interrumpen sus ataques de inmediato.
Berek carraspeó para aclararse la garganta y tomó el micrófono de la consola de comunicaciones. El heraldo de la nave retrocedió un paso.
—Aquí el señor lobo Berek Puño de Trueno, capellán interrogador. Estoy seguro de que es consciente de que conozco muy bien la historia llena de duplicidades y traiciones de su capítulo.
—Lo mismo que yo conozco la reputación de bárbaros ignorantes que tienen los Lobos Espaciales —replicó Vargas.
—Bien —dijo Berek dejando al descubierto los colmillos—. Puesto que nos entendemos, yo diría que se están retirando y que nos piden que no les disparemos. Lo comprendo, ya que casi hemos destrozado su preciosa barcaza de combate y los hemos machacado en la superficie. Nos quedaremos quietos. Después de todo, no quiero dejar al Imperio sin uno de sus capítulos de marines espaciales, aunque sea el de los Ángeles Oscuros. Sólo una cosa: a mis hombres les gustaría oírle anunciar su retirada.
—No morderé el anzuelo, Lobo Espacial. Sólo dispararemos si nos disparan. Hemos logrado lo que queríamos. El resto de este desastre es asunto suyo, señor lobo. Yo tampoco deseo dejar a la humanidad sin varios de sus defensores, aunque sean de los que no son capaces de impedir que su territorio se vea infiltrado por el Caos.
—De acuerdo, pero eso quiere decir que se retiran —insistió Berek.
—Nos retiraremos una vez que se encuentren a bordo todas las tropas que tenemos en el planeta —contestó el capellán interrogador Vargas.
La batalla en el espacio había acabado.
Los miembros del Cuchillo del Lobo se abrieron paso por la selva de Hyades de regreso a la ciudad. Ragnar ayudaba a caminar a Gabriella. Tanto él como Torin y Haegr avanzaban con toda la rapidez que podían. Varias lianas sacudidoras intentaron atraparlos, y mataron decenas de escarabajos zumbadores cuando atravesaron los enjambres que formaban.
Uno de los árboles intentó agarrar a Haegr con las raíces, y el gigantesco Lobo Espacial blandió el martillo para propinarle un tremendo golpe. Todo el árbol se estremeció.
—Y no lo intentes otra vez —le advirtió Haegr.
Varias columnas de humo y nubes de polvo les dieron la bienvenida cuando el grupo salió a la zona de tiro procedente de la selva. Unos cuantos montículos de rocacemento roto salpicaban las antaño inexpugnables murallas de Lethe. Una de las puertas colgaba rota. En el interior de la ciudad resonaban unas estruendosas explosiones. La batalla todavía no había acabado.
—Hemos conseguido llegar a la ciudad. Ahora sólo tenemos que pasar por el centro de ese combate hasta llegar al palacio y encontrar una lanzadera —les dijo Gabriella.
Parecía estar muy cansada, pero había recuperado su aire de mando. En ese momento, el comunicador de Ragnar empezó a chasquear.
—Aquí el señor lobo Berek Puño de Trueno. Ragnar, muchacho, si estás por ahí, contesta.
—Aquí Ragnar. ¿Se han retirado los Ángeles Oscuros?
Ragnar sentía curiosidad, ya que las explosiones no habían cesado.
—Se están retirando. Me siento impresionado, chaval. Sólo hay una cosa que impide que se vayan. La Fuerza de Defensa Planetaria sigue disparando contra ellos. El gobernador no responde a los mensajes, y ya sé lo de su comandante. ¿Dónde está lady Gabriella? ¿No sois sus guardaespaldas? Necesito que alguien ordene a los soldados del planeta que dejen de atacar a los Ángeles Oscuros —dijo el señor lobo entre risas—. Mikal ha bajado al campo de batalla, pero no logro ponerme en contacto con él. ¿Tienes a lady Gabriella cerca?
—Sí, mi señor lobo. Está aquí con nosotros —le confirmó Ragnar—. El señor lobo Berek Puño de Trueno está al habla. Le pide que ordene a la Fuerza de Defensa Planetaria que deje de atacar a los Ángeles Oscuros —le informó el joven Lobo Espacial.
Gabriella se inclinó para hablar por el sistema comunicador de Ragnar.
—Aquí lady Gabriella de la Casa Belisarius, señor lobo Berek Puño de Trueno. Ordenaré el cese inmediato de las hostilidades contra los Ángeles Oscuros.
—Me alegro de oírla, señora —le contestó el señor lobo—. Seguimos preparados para defender a la Casa Belisarius. Tengo entendido que existe un problema con los alienígenas ahí abajo, pero creo que es mejor empezar a resolver problemas quitando de en medio a los Ángeles Oscuros.
—La Casa Belisarius no los quiere por más tiempo aquí. Voy a dar las órdenes ahora mismo.
—Recibido. Cambio y corto —respondió el señor lobo. Gabriella ajustó los códigos del comunicador.
—Fuerza de Defensa Planetaria de Hyades, al habla lady Gabriella de la Casa Belisarius. Les ordeno que cesen los ataques contra los Ángeles Oscuros invasores. Han accedido a retirarse. Los Lobos Espaciales ayudarán a restaurar el orden. El gobernador Pelias y el comandante Cadmus han caído, por lo que en estos momentos, las órdenes las daremos el señor lobo Berek Puño de Trueno o yo misma. Repito, que cesen los ataques contra los Ángeles Oscuros de inmediato.
—Bueno, ahora sólo tenemos que quedarnos escuchando —dijo Torin—. Si las armas dejan de sonar, es que lo ha logrado, mi señora. Si no, será mejor que nos preparemos para un largo combate.
Los cuatro se quedaron en la zona de tiro sin decir nada y se mantuvieron a la escucha. Las explosiones se fueron espaciando cada vez más hasta que cesaron por completo. Los únicos ruidos que Ragnar consiguió captar fueron los zumbidos de los servomotores de las servoarmaduras y los de los omnipresentes escarabajos.
—Han parado —comentó Ragnar.
—Una pena —respondió Haegr—. Hubiera preferido darles una paliza.
—Ahora sólo tenemos que sobrevivir a los reptos —indicó Ragnar—. Y con la compañía de Berek aquí, lo conseguiremos.
—Lady Gabriella, será mejor que la llevemos cuanto antes a la lanzadera de la casa Belisarius—se ofreció Torin—. Eso suponiendo que siga entera. Hay que sacarla de este planeta.
—Por fin Torin ha tenido una buena idea —bromeó Haegr.
Los cuatro treparon por uno de los montículos de restos de la muralla y entraron en la ciudad.
El recorrido del Cuchillo del Lobo por el centro de la ciudad dejó bien clara la extensión de los daños. Por todos lados se veían edificios derrumbados y convertidos en escombros. Las calles estaban llenas de cráteres y el paisaje se asemejaba más a una zona volcánica que a una ciudad. A pesar de la devastación que los rodeaba, el verdadero horror era el número de cadáveres que yacían esparcidos por doquier.
Los cuerpos estaban por todos lados, pudriéndose ya entre las ruinas. Algunos llevaban puestos el uniforme de la Fuerza de Defensa Planetaria, pero la mayoría eran civiles. A Ragnar, el hedor a muerte y a podredumbre le quemaba las fosas nasales. En el rostro de muchos de los muertos se veían expresiones de dolor y miedo. Sintió un nuevo respeto al terror que los marines espaciales podían provocar en sus enemigos. Lethe había sufrido de un modo horrible, y no quedaban más que ruinas y llamas en todas las direcciones. Torin se paraba de vez en cuando para comprobar la lectura del auspex y confirmar que iban en la buena dirección.
—Por el Emperador... —musitó Gabriella mirando el cuerpo lacio de un niño que colgaba del borde de un cráter—. ¿Qué clase de maldad guió a Cadmus?
—La peor clase de maldad, lady Gabriella —le contestó Ragnar—: el Caos. No sólo el Caos, sino la obra de nuestros peores enemigos: los Mil Hijos.
Ragnar sintió que la cólera se apoderaba de él con sólo pensar en los Mil Hijos. A lo largo de toda su carrera como Lobo Espacial habían demostrado ser el enemigo más incansable. Todas las leyendas confirmaban que los Mil Hijos eran los peores enemigos de los Lobos Espaciales, y Ragnar se creía todos y cada uno de esos relatos. La apasionada rivalidad entre los Ángeles Oscuros y los Lobos Espaciales era una pálida sombra del feroz odio que enfrentaba a estos últimos con los Mil Hijos.
Para Ragnar, luchar contra los Mil Hijos era algo personal. Había luchado bajo el mando de Berek la última vez que se había enfrentado a ellos. Los derrotó utilizando la Lanza de Russ. Era irónico que fuera a combatir con más guerreros de ese capítulo traidor mientras la gran compañía de Berek tenía que luchar contra los Ángeles Oscuros tanto en tierra como en la órbita del planeta.
A pesar de ello, era un día victorioso. Los Ángeles Oscuros se marchaban, y aunque se habían tenido que enfrentar a marines del Caos, los miembros del Cuchillo del Lobo los habían derrotado. Cadmus estaba muerto, y no importaba que su cuerpo quedara en posesión de los Ángeles Oscuros.
El suelo se estremeció. Un momento después, se estremeció otra vez... y otra vez y otra... El sonido de las explosiones fue aumentando de volumen, cada vez más y más. Una columna de llamas blancas surgió en mitad de la calle delante de los Lobos Espaciales. Instantes más tarde se había convertido en una muralla de fuego que se extendió en ambas direcciones y llegó a una altura de treinta metros. El olor a promethium ardiente era inconfundible.
—¡Poneos a cubierto! —gritó Torin.
La siguiente explosión los lanzó a todos al suelo, incluso a Haegr. El suelo quemaba. Las explosiones no se parecían a nada que hubieran presenciado en un campo de batalla.
Ragnar se puso a cubierto con los demás detrás de una pared alta que todavía se mantenía en pie y de la que sobresalía lo que poco tiempo atrás debía de ser el suelo de la segunda planta. En esos momentos, era un refugio contra la lluvia de fuego. Intentó comprender lo que ocurría. El bombardeo aéreo ya hacía bastante tiempo que había cesado, así que, ¿qué era lo que estaba produciendo esas explosiones?
El olor a promethium era tan fuerte que se preguntó si lo que estaban estallando eran las refinerías. Incluso era capaz de sentir el regusto del combustible en la lengua.
Las explosiones continuaron por todas partes y el humo salió en grandes bocanadas de las fisuras abiertas en las calles. Las detonaciones se estaban produciendo en el subsuelo.
—¿Qué está pasando? —preguntó Haegr.
—No estoy segura —contestó Gabriella.
—Con ese olor a promethium por todos lados... —indicó Ragnar.
—Lo único que se me ocurre es que ha ocurrido algo terrible en las refinerías, en los túneles o en las minas —comentó Torin.
Gabriella miró por turnos a los miembros del Cuchillo del Lobo y finalmente fijó la vista en Ragnar.
—Tenemos que volver a la lanzadera ahora mismo —le dijo.
—Lo sé —le contestó Ragnar—. Si el promethium se ha incendiado, nos asaremos si nos quedamos.
—Veo algo allí delante. Seguidme —soltó Haegr de repente.
—Ten cuidado —le advirtió Torin.
Ragnar vio lo que Haegr había descubierto. Se trataba de un Chimera, parado en mitad de la calle y con la rampa bajada. Los cuerpos de los soldados que habían ocupado el vehículo yacían esparcidos alrededor de la rampa. Los agujeros de proyectil de bólter y los cortes característicos de las espadas sierra indicaban a las claras que aquellos soldados se habían encontrado con los Ángeles Oscuros y que las cosas les habían ido muy mal.
Torin se acercó a la abertura de la escotilla principal, que parecía haber sido arrancada de cuajo. Se inclinó sobre el asiento del conductor y sacó un cadáver a medio carbonizar.
—También han matado a los conductores —les comentó mientras sacaba otro cuerpo ennegrecido. Lo arrojó al pavimento, donde se estrelló con un chasquido húmedo. El hedor era casi insoportable—. Pondré esto en marcha. Yo conduciré. Con su permiso, señora, creo que este vehículo nos permitirá llegar a la lanzadera de un modo mucho más seguro.
—Llévanos hasta allí, Torin. Entremos y pongámonos a cubierto de todos estos restos ardientes.
Del cielo caían con suavidad motas de ceniza y de promethium que contrastaban con la violencia de las erupciones.
—¿Queréis que me meta otra vez en uno de esos cacharros? —preguntó Haegr.
—Sí —le replicó Ragnar secamente. No quería más retrasos.
Torin meneó la cabeza antes de meterse a su vez en la parte delantera del vehículo. Haegr lanzó una imprecación en la que mencionó las partes pudendas de los lobos de Fenris, pero acabó agachándose y acurrucándose en el interior.
Una nueva descarga de estática restalló en el comunicador de Ragnar, y esté soltó una maldición en voz baja. Dio un par de golpes en la pared del compartimento del conductor.
—Torin, vuelvo a estar sin señal.
—Me parece que sufrimos interferencias —le contestó Torin.
Ragnar no estaba de humor para soportar la capacidad de Torin para resaltar lo obvio, pero sabía que su hermano de batalla se tenía que enfrentar a la tremenda tarea de conducir el Chimera a través del infierno ardiente en el que se había convertido Lethe. Tenía que pensar con claridad durante unos momentos.
—Torin, ¿qué hay del sistema de comunicación del Chimera? ¿Puedo acceder a los mandos? ¿No debería tener más potencia de emisión? —le preguntó Ragnar.
—Prueba tú mismo. Hay una consola de comunicación cerca de donde estás.
Ragnar activó el sistema de comunicación del vehículo mientras avanzaba rugiente a través de los escombros en dirección al palacio. Gabriella se había atado los arneses de seguridad, pero Haegr seguía dando vueltas en su asiento.
—¿Cómo meten a los ogretes en este sitio? —preguntó exasperado.
—Me temo que los ogretes son más pequeños que el poderoso Haegr —bromeó Ragnar, encontrando ganas para ello, aunque lo cierto era que en su fuero interno estaba rezándole al Emperador para que el comunicador funcionara. Lo único que captó fue más estática.
—¡Por el Hacha de Morkai! —exclamó Ragnar—. No puedo ponerme en contacto con Berek.
Sacudió con fuerza el aparato, frustrado por las continuas interferencias que se sumaban a la locura de la situación.
Un chasquido sonó en el sistema. Ragnar estaba recibiendo una señal. Era débil, pero era una señal de todos modos.
—Aquí Ragnar para el señor lobo Berek ¿Puede oírme? —preguntó Ragnar.
—Aquí el Puño de Russ, Ragnar. Soy el heraldo de la nave. El señor lobo está ocupado —fue la respuesta.
El Chimera tropezó con algo que había en la carretera, dio un salto y luego empezó a hacer mucho calor en el interior. Haegr soltó otra maldición cuando se dio con la cabeza en el estrecho compartimento de transporte del vehículo.
—Será mejor que lleguemos pronto —advirtió con un gruñido.
—Tengo que hablar con el señor lobo. Todo esto no es sólo obra del traidor de Cadmus —insistió Ragnar.
—Aquí Berek —dijo la voz del señor lobo por el comunicador—. Cuchillo del Lobo Ragnar, lo que ha ocurrido en la superficie del planeta es obra del Caos. Puesto que ya tienes a lady Gabriella a tu lado, abandonad lo antes posible Hyades.
—Alguien ha incendiado las minas de promethium —le informó Ragnar—. Todo está explotando.
—Vaya, muchacho, pues deberías ver el espectáculo desde el espacio —le respondió Berek.
—¿Qué queréis decir, mi señor?
—El dibujo que forman las líneas de llamas es ovalado. De hecho, parece un ojo llameante que nos mira desde el planeta. Es muy visible desde el espacio. Lo puedo ver desde las cubiertas de observación. Por la señal que recibo, debes encontrarte cerca del centro...
La comunicación se cortó.
—En nombre de Russ —musitó Ragnar.
Dejó el micrófono en su sitio y en silencio mientras absorbía el impacto que suponía lo que acababa de oír.
Gabriella lanzó un grito. Debajo del pañuelo que le cubría la frente surgió una leve luz, y se estremeció con fuerza.
Dejó escapar un gorgoteo incoherente. Algunas lágrimas empezaron a bajarle por las mejillas y se dio varios cabezazos contra el respaldo del asiento. Ragnar vio como todos los músculos se le tensaban. Una vena se le hinchó en el cuello.
—¡Gabriella! ¿Qué pasa? —le preguntó Ragnar.
—¿Cómo podemos ayudarla? —le preguntó Haegr mientras Ragnar sacaba un maletín de primeros auxilios de una estantería del Chimera.
Gabriella comenzó a hiperventilar. Ragnar la agarró de las manos.
—Aguante. Vuelva con nosotros, con el Cuchillo del Lobo. Estamos dentro de un Chimera, en Lethe.
Gabriella volvió a respirar con mayor normalidad y fijó la mirada en los ojos de Ragnar.
—Ragnar, está ocurriendo algo terrible. Hay muchas.., perturbaciones en la disformidad.
—Preparaos —gritó Torin desde el asiento del conductor—. ¡Vamos a atravesar una muralla de fuego!
Todo se volvió extremadamente caliente y se oyó un fuerte estampido. El Chimera se inclinó hacia la derecha y eso provocó que Haegr cayera hacia un lado y se estrellara contra Ragnar. Ninguno de los dos Lobos Espaciales llevaba puestos los arneses de seguridad, pero por suerte, ninguno de ellos aterrizó sobre Gabriella. Torin soltó una maldición mientras se esforzaba por recuperar el control del vehículo.
Otro fuerte estampido hizo que el Chimera se inclinara de nuevo, pero esta vez hacia la izquierda. Los dos Lobos Espaciales salieron disparados contra la otra pared del compartimento. Los arneses de seguridad de Gabriella la mantuvieron a salvo.
—¡En nombre de Russ! —exclamó Haegr cuando Ragnar se estrelló contra él.
Ragnar pensó por un momento que el Chimera había salido volando por los aires. Un instante después, otro impresionante estampido reverberó por todo el vehículo, y le siguió un sonido chirriante y metálico. Supo de inmediato que al tanque le habían saltado varias secciones de al menos una cadena. Olió a aceite derramado, y el chirrido continuó en el lado derecho del vehículo de transporte. El Chimera se estremeció con fuerza de un extremo a otro y acabó deteniéndose con un golpe resonante. Al menos, no habían volcado. Ragnar y Haegr se pusieron en pie.
—¿Sigue todo el mundo vivo ahí atrás? Lo siento, pero las condiciones para conducir han sido bastante complicadas —bufó Torin. Ragnar no le hizo caso.
—Gabriella, ¿está bien? —le preguntó.
Ragnar la miró a los ojos inyectados en sangre y se dio cuenta de inmediato de que no podía considerarla una de las preguntas más inteligentes que había hecho en su vida.
Gabriella consiguió sonreír, como si se hubiera percatado de lo estúpida que era la pregunta.
—El poderoso Haegr va a salir —anunció el propio Haegr.
Abrió de un empujón la rampa de acceso posterior y al salir afuera empuñó el martillo.
Ragnar se quedó unos momentos más para examinar a Gabriella en busca de heridas adicionales. Una vez confirmó que se encontraba relativamente bien, se reunió con Haegr.
Estaban rodeados de reptos por todos lados. Las criaturas saltaban y corrían en todas las direcciones intentando esquivar las explosiones. Eran cientos, y avanzaban como una frenética masa informe. Una de las criaturas se detuvo para quedarse mirando a los Lobos Espaciales, y como si hubiera lanzado una señal silenciosa, las demás bestias se detuvieron también. Luego, todos los integrantes de la masa de criaturas giraron la cabeza al mismo tiempo para mirar a los marines espaciales.
Les enseñaron los afilados dientes y avanzaron siseando hacia ellos, con el pánico previo aparentemente olvidado.
—¡Ja! —exclamó Haegr dándole una palmada en el hombro a Ragnar al mismo tiempo que alzaba el martillo—. Muchacho, entre los dos los superamos en número.