52

El mensajero

Axel Riessen cruza su comedor hasta la ventana, se detiene y echa un vistazo a los rosales que hay al otro lado de la valla metálica, a lo largo de toda la calle y junto a la escalera que lleva a la iglesia de Engelbrekt.

En el mismo instante en que estampó su firma en el contrato, asumió todas las tareas y obligaciones del difunto Carl Palmcrona.

Sonríe pensando en las vueltas que da la vida, pero de pronto se percata que se ha olvidado de Beverly. La angustia empieza a revolotear inmediatamente por su estómago. Una vez ella le dijo que bajaba a la tienda, pero, cuando al cabo de cuatro horas aún no había vuelto, Axel salió a buscarla. Dos horas más tarde la encontró en una caseta abierta delante del Museo Observatorio. Estaba muy desconcertada, olía a alcohol y no llevaba bragas. Alguien le había pegado un chicle en el pelo.

Le dijo que había conocido a unos chicos en el parque.

—Le estaban tirando piedras a una paloma herida —explicó Beverly—. Pensé que, si les daba mi dinero, la dejarían tranquila. Pero sólo tenía doce coronas, no era suficiente. Querían que hiciera más cosas. Me dijeron que, si no lo hacía, aplastarían con el pie a la paloma.

Se quedó callada y las lágrimas le afloraron a los ojos.

—Yo no quería —susurró—. Pero sentía tanta lástima por la paloma…

Axel saca su teléfono y la llama.

Mientras van sonando los tonos mira calle abajo, hacia el edificio que antes estaba ocupado por la embajada china y hacia la casa oscura que alberga la oficina sueca del Opus Dei.

Los hermanos Axel y Robert Riessen comparten una de las grandes viviendas de la calle Bragevägen. La casa está en el centro de Lärkstaden, un barrio exclusivo entre Östermalm y Vasastan donde los edificios son bastante parecidos entre sí, como los hermanos en una familia.

La residencia de la familia Riessen está compuesta por dos plantas grandes y separadas, distribuidas en tres estancias cada una.

El padre de los dos hermanos, Erloff Riessen, que lleva muerto veinte años, fue embajador primero en París y después en Londres, mientras que su tío Torleif fue un pianista destacado que tocó en la Symphony Hall de Boston y en la Grosser Musikvereinsaal de Viena. A grandes rasgos, la familia noble de los Riessen está formada por diplomáticos y filarmónicos. Dos oficios que, en esencia, recuerdan mucho el uno al otro, pues ambos exigen una gran sensibilidad y dedicación.

El matrimonio de Alice y Erloff Riessen tenía un acuerdo singular pero muy lógico. Pronto decidieron que su hijo mayor, Axel, se dedicaría a la música y que el menor, Robert, seguiría los pasos de su padre como diplomático. Pero dicho arreglo dio un vuelco repentino cuando Axel cometió un error fatal. Tenía diecisiete años cuando lo obligaron a dejar la música. Ingresó en la academia militar y Robert tuvo que pasarse a la carrera musical. Axel aceptó su castigo, lo consideró razonable, y no ha vuelto a tocar el violín desde entonces.

Después de lo sucedido aquel oscuro día treinta y cuatro años antes, la madre rompió todo contacto con su hijo. Ni siquiera estando en su lecho de muerte quiso hablar con él.

Por fin, después de nueve tonos, Beverly contesta tosiendo.

—¿Hola?

—¿Dónde estás?

—Estoy…

Beverly se aleja del auricular y Axel no puede oír el resto de la frase.

—No te oigo —dice con voz áspera.

—¿Por qué estás enfadado?

—Dime dónde estás —ruega él.

—Si insistes… —dice ella, y suelta una risotada—. Estoy aquí, en mi habitación. ¿Está mal?

—Es que estaba preocupado.

—No seas tonto, sólo voy a ver el especial sobre la princesa Victoria en la tele.

La chica corta la llamada y Axel se resiente de la inquietud que le ha provocado la imprecisión del tono con el que le ha hablado.

Mira el teléfono y duda sobre si volver a llamarla o no. De pronto el móvil empieza a sonarle en la mano, da un respingo y lo coge:

—Riessen.

—Sí, soy Jörgen Grünlicht.

—Hola —dice Axel en tono interrogante.

—¿Cómo ha ido la reunión con el grupo de referencia?

—Me ha parecido provechosa —responde Axel.

—Le dieron prioridad a Kenia, espero.

—Al certificado de finalización de los Países Bajos —dice Axel—. Había muchas cosas sobre la mesa y quiero esperar a posicionarme antes de meterme un poco más en…

—Pero Kenia… —lo interrumpe Grünlicht—. ¿Aún no ha firmado el permiso de exportación? Tengo a Pontus Salman encima preguntándome por qué diablos lo está alargando tanto. Es una venta muy importante que ya lleva mucho retraso. El ISP les dio indicaciones tan positivas que pusieron en marcha toda la producción. La fabricación está hecha, lo están llevando de Trollhättan al puerto de Gotemburgo, el armador llega mañana con un buque de carga de Panamá, descargarán la mercancía durante el día y al día siguiente estarán listos para cargar la munición.

—Jörgen, ya he entendido todo eso, he mirado los papeles y, sí…, claro que los voy a firmar, pero acabo de asumir el cargo y es importante que sea meticuloso.

—Pero yo mismo he revisado la venta —dice Grünlicht, descortés—. Y no he visto ninguna irregularidad.

—No, pero…

—¿Dónde está usted ahora?

—Estoy en casa —dice Axel sin comprender.

—Le mando los documentos —dice Jörgen—. El mensajero puede esperar mientras usted firma y así no perderemos más tiempo.

—Prefiero echarles un vistazo con calma mañana.

Veinte minutos más tarde, Axel sale al recibidor para coger el paquete de Jörgen Grünlicht. Lo incomodan las prisas, pero tampoco ve motivos para retrasar más la venta.

El contrato
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