14

Fiesta nocturna

El corazón de Penélope late a un ritmo frenético. Intenta respirar sin hacer ruido pero el aire tiembla a su paso por su garganta. Se desliza por las rocas rugosas levantando el musgo húmedo y baja por entre las tupidas ramas del abeto. Tiene tanto miedo que está tiritando. Se acurruca pegada al tronco, donde la oscuridad de la noche se acaba cerrando. Se oye a sí misma gimotear cuando piensa en Viola. Björn está sentado bajo las ramas rodeándose el torso con los brazos y no deja de murmurar algo una y otra vez.

Han corrido presas del pánico sin mirar atrás, han tropezado, se han caído, han vuelto a ponerse en pie, han trepado por encima de árboles derribados, se han hecho heridas en piernas, rodillas y manos, pero sin detener nunca la marcha.

Penélope ya no sabe a qué distancia están del hombre que los persigue, si los ha descubierto ya, si se ha rendido o si ha decidido esperar.

Han huido, pero Penélope no tiene la menor idea de por qué. No comprende por qué los persiguen.

«A lo mejor se trata de un error —piensa—. Un tremendo error».

Su pulso acelerado se regulariza un poco.

Está mareada, siente ganas de vomitar, pero traga con fuerza.

—Oh, Dios mío, oh, Dios mío —susurra sin parar—. Esto no funciona, necesitamos ayuda, no deberían tardar en encontrar el barco y empezar a buscarnos…

—Chsss —la hace callar Björn con la mirada asustada.

Las manos de Penélope están temblando. Por su cabeza pasan imágenes a toda prisa. Parpadea para no tener que verlas, intenta fijarse en sus zapatillas blancas de deporte, la pinaza marrón del suelo, las rodillas sucias y ensangrentadas de Björn, pero las imágenes persisten: Viola está muerta, está sentada en el borde de la cama con los ojos abiertos, la mirada impenetrable; está pálida, tiene la cara mojada y el pelo le cae en mechones empapados.

De algún modo, Penélope había entendido que el hombre de la playa que estaba llamando a Björn para que nadara hasta la orilla era el mismo que había matado a su hermana. Lo sintió de ese modo. Ató cabos e interpretó la imagen en un segundo. De lo contrario, ya estarían todos muertos.

Ella le había gritado a Björn. Habían perdido tiempo, habían sido demasiado lentos y lo había herido con la punta del bichero antes de conseguir que subiera a bordo.

La lancha de goma rodeó el islote de Stora Kastskär y aumentó la velocidad cuando se encontró en mar abierto.

Penélope giró directamente hacia un viejo embarcadero de madera, metió la marcha atrás, apagó el motor y la proa chocó contra un poste. El barco se ladeó con un crujido y saltaron a tierra, huyeron muertos de miedo, no se llevaron nada, ni siquiera el teléfono. Ella resbaló al subir por la roca y se apoyó en la mano, miró hacia atrás y vio al hombre vestido de negro que sujetaba rápidamente su lancha al embarcadero.

Penélope y Björn echaron a correr a través del bosque de abetos, avanzando a toda prisa codo con codo, esquivando árboles, saltando oscuras rocas. Björn gemía cuando sus pies descalzos pisaban alguna rama punzante.

Penélope tiraba de él, su perseguidor no estaba lejos.

No tenían nada pensado, ningún plan, corrían presas del pánico por entre los helechos y los arbustos de arándanos.

Penélope oía su propio llanto mientras avanzaban, sollozaba de un modo como nunca antes lo había hecho.

Una rama gruesa le azotó el muslo y tuvo que detenerse. La respiración le arañaba por dentro y gemía. Con manos temblorosas, apartó la rama y vio a Björn acercarse de prisa a ella. El músculo de la pierna le latía a causa del dolor. Reemprendió la marcha, recuperó el ritmo, oía a Björn a su espalda mientras seguían adentrándose en el espeso bosque sin mirar por dónde corrían.

Cuando el pánico se apodera de los seres humanos, ocurre algo en su cabeza, porque el miedo no es constante, sino que de vez en cuando se ve interrumpido para dar espacio al raciocinio. Es como apagar un ruido insoportable y toparse con el silencio y una repentina imagen global. Después vuelve el miedo, la mente sólo tiene una vía de escape, comienza a girar en espiral y uno sólo quiere correr, alejarse de quien lo está persiguiendo.

Penélope pensaba una y otra vez que debían encontrarse con alguien, que tenía que haber cientos de personas en Ornó esa noche. Tenían que encontrar las zonas habitadas de la isla, más al sur, tenían que encontrar ayuda, dar con un teléfono y llamar a la policía.

Se ocultaron entre unas ramas, pero al cabo de un rato el miedo se hizo insoportable y tuvieron que salir corriendo de nuevo.

Penélope corría y de nuevo notó su presencia, le parecía oír sus pasos largos y veloces. Sabía que él no había dejado de correr. Acabaría alcanzándolos si no encontraban ayuda en seguida, si no daban con alguna casa habitada.

El suelo ascendía otra vez, las piedras se soltaban bajo sus pies y rodaban cuesta abajo.

Debían cruzarse con alguien en alguna parte, tenía que haber alguna casa cerca. Un ataque de histeria se apoderó de ella, un deseo único de parar y ponerse a gritar para pedir auxilio, pero siguió adelante, hacia arriba.

Björn tosió a pocos metros por detrás, respiró con fuerza y volvió a toser.

¿Y si Viola no estaba muerta? ¿Y si necesitaba ayuda? El miedo la atosigaba. Penélope sabía que pensaba eso porque era mucho más duro aceptar la verdad. Sabía que su hermana estaba muerta pero la idea le resultaba incomprensible, era como una inmensa oscuridad. No quería comprender, no podía siquiera intentarlo.

Subieron por otra gran roca, entre abetos con ramas cortantes, piedras y arbustos de arándanos rojos. Penélope utilizaba las manos como apoyo y alcanzó la cima. Björn iba pegado a su espalda, intentó decir algo pero le faltaba el aliento, y ella se limitó a llevarlo consigo cuesta abajo. Al otro lado, el bosque descendía hacia la playa oeste de la isla. Entre los árboles oscuros veían la superficie brillante del agua. No quedaba lejos. Continuaron bajando. Penélope resbaló y se deslizó por el borde, cayó al vacío y se golpeó con fuerza contra el suelo. Su boca chocó contra las rodillas, recuperó el aliento y tosió.

Intentó ponerse de pie, se preguntaba si se habría roto algo cuando de pronto oyó música, voces y risas. Se apoyó en la pared húmeda de la montaña y se incorporó, se secó los labios y se miró la mano ensangrentada.

Björn bajó y comenzó a tirar de ella, señalaba en una dirección, había una fiesta allí delante. Se cogieron de la mano y echaron a correr. Entre los oscuros árboles vieron luces de colores en las celosías que rodeaban una terraza de madera instalada de cara al mar. Echaron a andar, alertas.

Había gente alrededor de una mesa delante de una hermosa casa de verano de color rojo. Penélope comprendió que estaban en mitad de la noche, aunque el cielo se viera claro. La cena hacía tiempo que había terminado, quedaban los vasos y las tazas de café, los platos de postre y los cuencos de patatas fritas vacíos.

Algunos cantaban una canción, otros charlaban y rellenaban sus copas de vino. La barbacoa todavía despedía calor. Lo más seguro era que los niños estuvieran durmiendo en el interior de la casa tapados con mantas. A Björn y a Penélope aquella gente les parecía de otro mundo. Eran rubios y se desenvolvían con tranquilidad. Había entre ellos una hermandad evidente que se cerraba a su alrededor como una cúpula de cristal.

Sólo había una persona fuera del círculo. Estaba un poco apartado, mirando al bosque, como si estuviera esperando una visita. Penélope se detuvo en seco y sujetó a Björn de la mano. Se acuclillaron en el suelo detrás de un abeto bajo. Björn estaba asustado, no entendía nada, pero ella estaba segura de lo que había visto. Su perseguidor había intuido su rumbo y había llegado a la casa antes que ellos. Sabía que llegarían allí como un par de libélulas. Así que los estaba esperando, oteaba el bosque buscándolos entre los oscuros árboles, quería dar con ellos un poco más arriba. No tenía ningún reparo en que la gente de la fiesta oyera los gritos, sabía que nadie se atrevería a internarse en el bosque hasta que ya fuera demasiado tarde.

Cuando Penélope se atrevió a mirar otra vez, había desaparecido. Empezó a temblar por la adrenalina que se le había liberado en la sangre. Quizá su perseguidor pensara que se había equivocado, se dijo paseando la mirada a su alrededor.

Quizá había echado a correr en otra dirección.

Justamente empezaba a pensar que quizá la huida había llegado a su fin, que ella y Björn podían bajar a la fiesta y llamar a la policía, cuando lo descubrió en una nueva posición.

Estaba pegado al tronco de un árbol, no muy lejos.

Con movimientos sopesados, el individuo sacó unos prismáticos negros con lentes de un tono verdoso.

Penélope se acurrucó junto a Björn intentando reprimir el impulso de ponerse a correr sin ton ni son, sólo correr y correr. Observó al hombre entre los árboles mientras se llevaba el instrumento óptico a los ojos y pensó que debía de tratarse de una cámara de infrarrojos o unos prismáticos de visión nocturna.

Entonces agarró la mano de Björn y, en cuclillas, se alejaron de la casa y de la música en dirección al bosque. Al cabo de un rato ella se atrevió a erguir la espalda. Echaron a correr a lo largo de una larga roca erosionada por la kilométrica capa de hielo que una vez cubrió todo el norte de Europa. Atravesaron espesos matorrales, se metieron por detrás de una gran roca y treparon a una cima escarpada. Björn se agarró a una gruesa rama y se deslizó con cuidado cuesta abajo. El corazón de Penélope latía con fuerza en su pecho, los muslos le temblaban, intentaba respirar en silencio pero le faltaba el aliento. Se deslizó asimismo por la rugosa roca arrancando musgo mojado y helechos hasta llegar al suelo por entre las tupidas ramas del abeto. Björn sólo llevaba puesto un bañador que le llegaba por debajo de las rodillas, estaba pálido y tenía los labios casi blancos.

El contrato
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