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La Comisión contra el Crimen

Corre la primera semana de junio. En Estocolmo la gente lleva ya muchos días despertándose demasiado temprano por la mañana. El sol sale a las tres y media de la madrugada y es de día durante casi toda la noche. El principio del verano ha sido más caluroso de lo habitual. Los cerezos alisos y las lilas han florecido a la vez. Los pesados racimos de flores esparcen sus aromas desde el parque de Kronoberg hasta la entrada de la comisaría.

La Dirección Nacional de Policía Judicial es el único cuerpo operativo central de Suecia responsable de combatir los crímenes más graves, tanto a nivel nacional como internacional.

Su jefe, Carlos Eliasson, está junto a la ventana de la octava planta mirando las colinas del parque de Kronoberg. Tiene un teléfono en la mano, marca el número de Joona Linna pero una vez más salta el buzón de voz. Cuelga, deja el teléfono sobre el escritorio y mira la hora.

Petter Näslund entra en el despacho de Carlos carraspeando levemente, se detiene y se apoya junto a un cartel que reza: «Vigilamos a los malhechores, los marcamos de cerca, los ponemos nerviosos». Desde la sala contigua se oye una cansada conversación telefónica en torno a unas órdenes de arresto europeas y el aparato informativo de Schengen.

—Pollock y sus muchachos llegarán en breve —dice Petter.

—Sé la hora que es —responde Carlos en tono suave.

—Los bocadillos ya están listos —añade Petter.

El jefe se esfuerza por borrar la sonrisa de su rostro y pregunta:

—¿Te has enterado de que están reclutando?

Petter enrojece y baja la mirada, se concentra y luego vuelve a levantar la vista.

—Yo iba… ¿Se te ocurre alguien que encaje mejor en la Comisión contra el Crimen? —pregunta.

La Comisión contra el Crimen está compuesta por seis expertos que ayudan a resolver casos de asesinato por todo el país. La comisión trabaja de manera muy sistemática apoyándose en un método simplificado de la investigación policial de crímenes graves.

La presión a la que están sometidos los miembros fijos de la comisión es enorme. Están tan solicitados que casi nunca tienen tiempo de reunirse en la comisaría de policía.

Cuando Petter Näslund ha salido del despacho, Carlos se sienta en la silla y se queda mirando los peces paraíso de su acuario. En el mismo momento en que alarga el brazo para coger el tarro de comida llaman al teléfono.

—Sí —contesta.

—Están subiendo —le informa Magnus, de recepción.

—Gracias.

Carlos hace un último intento de ponerse en contacto con Joona Linna antes de levantarse de la silla. Luego se mira un instante al espejo y abandona el despacho. En cuanto sale al pasillo se oye una campanilla y las puertas del ascensor se abren sin hacer ruido. Con la visión de la Comisión contra el Crimen, una imagen fugaz pasa por su mente. Un recuerdo de un concierto de los Rolling Stones al que asistió con unos amigos hace años. Los integrantes del grupo, vestidos todos con traje oscuro y corbata, parecían hombres de negocios relajados, exactamente igual que los miembros de la comisión.

En cabeza va Nathan Pollock, con el pelo gris recogido en una coleta; detrás tiene a Erik Eriksson, con sus gafas con brillantes, motivo por el que el grupo lo llama Elton; lo siguen Niklas Dent y P. G. Bondesson, y por último va el tipo de la científica, Tommy Kofoed, encorvado, mirando malhumorado al suelo.

Carlos les muestra el camino hasta la sala de reuniones. Benny Rubin, el jefe operativo, ya está sentado a la mesa redonda con una taza de café solo en la mano, esperando su llegada. Tommy Kofoed coge una manzana del frutero y empieza a comérsela con ruidosos bocados. Nathan Pollock lo mira sonriente y sacude la cabeza cuando el otro se detiene interrogante antes de volver a morder la manzana.

—Bienvenidos —dice Carlos—. Me alegra que todos tuvierais tiempo y la posibilidad de venir, puesto que tenemos algunos puntos importantes en el orden del día que debemos discutir.

—¿No iba a venir también Joona Linna? —pregunta Tommy Kofoed.

—Sí —tarda un poco en responder Carlos.

—Ése hace lo que quiere —señala Pollock, impasible.

—Joona resolvió los asesinatos de Tumba el año pasado —dice Tommy Kofoed—. No puedo dejar de pensar en ello, que lo tuviera tan claro… Sabía exactamente en qué orden habían tenido lugar.

—Contra toda lógica —sonríe Elton.

—Lo sé casi todo de ciencia criminal —continúa Tommy Kofoed—. Pero a Joona le bastó con entrar y observar los rastros de sangre, no lo entiendo…

—Observó el caso en su totalidad —añade Nathan Pollock—. El grado de violencia empleada, el estrés y lo cansadas que parecían las pisadas de la casa adosada en comparación con las del vestuario.

—Todavía me resulta difícil de creer —murmura Tommy Kofoed.

Carlos carraspea y baja la mirada al orden del día que tiene delante.

—La policía marítima ha llamado esta mañana —explica—. Por lo visto, un viejo pescador ha encontrado a una mujer muerta.

—¿En su red?

—No. Vio una gran embarcación de recreo a la deriva en la isla de Dalarö, se acercó a remo, subió al barco y la encontró sentada en la cama del camarote de proa.

—Eso no es competencia de la comisión —sonríe Petter Näslund.

—¿La han asesinado? —pregunta Nathan Pollock.

—Suponemos que se trata de un suicidio —responde Petter rápidamente.

—Nada urgente —dice Carlos cogiendo un pedazo de bizcocho—. Pero quería mencionároslo de todos modos.

—¿Alguna otra cosa? —pregunta Tommy Kofoed con sequedad.

—Tenemos una solicitud de información de la policía de Västra Gotaland —dice Carlos—. El documento está sobre la mesa.

—Yo no podré hacerlo —dice Pollock.

—Estáis todos hasta arriba de trabajo, lo sé —repone Carlos recogiendo las migas de la mesa—. Quizá deberíamos empezar por otro lado y hablar de… del reclutamiento para la Comisión contra el Crimen.

Benny Rubin mira a su alrededor con ojos un tanto severos y luego explica que la dirección está al corriente del gran volumen de trabajo que tienen y que por eso han decidido ampliar la Comisión contra el Crimen con un miembro fijo más.

—Vosotros tenéis la palabra —dice Carlos.

—¿No sería mejor que Joona estuviera presente para hablar de ese punto? —pregunta Tommy Kofoed al tiempo que se inclina por encima de la mesa y hurga entre los bocadillos envueltos.

—No es seguro que vaya a venir —dice Carlos.

—Podemos picar algo primero —propone Erik Eriksson acomodándose sus brillantes gafas.

Kofoed retira el plástico a un bocadillo de salmón, le quita la ramita de eneldo, echa unas gotas de limón y luego desenrolla la servilleta que contiene los cubiertos.

De pronto se abre la puerta de la gran sala de reuniones y aparece Joona Linna con su pelo rubio peinado hacia un lado.

—Syö tilli, pojat —dice en finlandés sonriendo.

—Exacto —ríe Nathan Pollock—. Dice que os comáis el eneldo, chicos.

Nathan y Joona se miran alegres a los ojos. Tommy Kofoed se sonroja y sacude sonriente la cabeza.

—Eneldo —repite Nathan, y suelta una carcajada cuando Joona se acerca y vuelve a poner la ramita de eneldo al bocadillo de Tommy Kofoed.

—¿Qué tal si continuamos con la reunión? —sugiere Petter.

Joona le estrecha la mano a Nathan Pollock, luego camina hasta una silla vacía y cuelga la americana en el respaldo antes de sentarse.

—Os pido disculpas —dice con calma.

—Eres más que bienvenido —dice Carlos.

—Gracias.

—Justo ahora íbamos a tocar el tema del reclutamiento —explica Carlos.

Se pellizca el labio inferior y Petter Näslund se revuelve en su silla.

—Creo que… creo que será mejor cederle la palabra a Nathan —continúa Carlos.

—Vale, con mucho gusto. Ahora no hablo sólo por mí —empieza diciendo Nathan Pollock—, sino que… estamos todos de acuerdo. Esperamos que quieras unirte a nosotros, Joona.

Se hace el silencio en la sala. Niklas Dent y Erik Eriksson asienten. Sentado a contraluz, la cabeza de Petter Näslund parece un disco negro.

—Nos alegraría mucho —dice Tommy Kofoed.

—Agradezco el ofrecimiento —responde Joona pasándose los dedos por el espeso cabello—. Sois muy buenos, lo habéis demostrado, y respeto vuestro trabajo… —Sonríe a la mesa—. Pero… no creo que pudiera trabajar con el método simplificado —explica.

—Lo sabemos, lo entendemos —se apresura a decir Kofoed—. Es algo rígido, pero puede ser de ayuda. Ya se ha comprobado que… —Se interrumpe—. Aun así, queríamos preguntártelo —dice Nathan Pollock.

—No creo que el puesto encaje conmigo —responde Joona Linna.

Dejan caer las miradas, alguien asiente con la cabeza y Joona se disculpa cuando empieza a sonar su teléfono. Se levanta de la mesa y abandona la sala. Al cabo de unos minutos vuelve y recoge su americana de la silla.

—Lo siento —dice—. Me quedaría a la reunión con mucho gusto, pero…

—¿Ha pasado algo grave? —pregunta Carlos.

—Era John Bengtsson, de Seguridad Ciudadana —dice Joona—. Acaba de encontrar a Carl Palmcrona.

—¿«Encontrar»? —inquiere Carlos.

—Ahorcado —responde Joona.

Su rostro simétrico se torna grave y los ojos le brillan como cristal gris.

—¿Quién es Palmcrona? —pregunta Nathan Pollock—. No consigo ubicarlo.

—El director general del ISP —responde Tommy Kofoed rápidamente—. El organismo que decide sobre la exportación de armas en Suecia.

—¿No están clasificados como confidenciales todos los cargos del ISP? —pregunta Carlos.

—Sí —asiente Kofoed.

—Entonces debería ir alguien de la secreta.

—Acabo de prometerle a Bengtsson que me pasaría por allí —responde Joona—. Dice que hay algo que no cuadra.

—¿El qué? —pregunta Carlos.

—Pues… no sé, pero será mejor que vaya a verlo con mis propios ojos.

—Suena interesante —comenta Tommy Kofoed—. ¿Puedo ir contigo?

—Si quieres… —dice Joona.

—Entonces, creo que yo también me apunto —se apresura a añadir Pollock.

Carlos intenta decir algo acerca de la reunión en curso pero comprende que no vale la pena. Los tres hombres abandonan la sala inundada de sol y salen al fresco pasillo.

El contrato
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