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Un exhaustivo trabajo policial
Saga Bauer mira el reloj y los alerta de que tienen que irse. Daniel Marklund bromea en voz baja diciendo que él se queda en las barricadas, pero sus ojos reflejan que en realidad está aterrado.
—Vamos a entrar muy fuerte. Aparta el cuchillo, no opongas resistencia, ríndete de inmediato y nada de movimientos bruscos —dice Saga de prisa antes de que ella y Joona salgan del pequeño despacho.
Daniel se queda sentado en su silla de oficina, mira cómo se van, después coge la bayoneta rusa y la tira a la papelera.
Joona y Saga abandonan las instalaciones laberínticas de la Brigada y salen a Hornsgatan. Saga se reúne con el grupo de civil de Göran Stone, que está sentado en Nagham Fast Food comiendo patatas fritas en silencio. Tiene la mirada vacía a la espera de recibir órdenes del mando operativo.
Dos minutos más tarde, quince policías armados saltan de cuatro furgones negros. Las fuerzas especiales revientan las puertas de entrada y el gas lacrimógeno se extiende por las instalaciones. Cinco jóvenes, entre ellos Daniel Marklund, son hallados sentados en el suelo con las manos detrás de la cabeza. Los sacan tosiendo a la calle con los brazos a la espalda y esposados con bridas de plástico.
La cantidad de armas que confisca la policía no hace más que evidenciar la escasa militancia de la Brigada: una vieja pistola militar de la marca Colt, una escopeta de caza, una escopeta de doble cañón deformada, una caja de cartuchos de corto alcance, cuatro cuchillos y dos estrellas ninja.
Mientras avanza con el coche por Söder Mälarstrand, Joona saca el móvil, marca el número del jefe de la policía judicial y después de dos tonos Carlos contesta pulsando la tecla del altavoz con un bolígrafo:
—Joona, ¿cómo te va en la escuela de policía? —pregunta.
—No estoy allí.
—Ya lo sé, porque…
—Penélope Fernández está viva —lo interrumpe Joona—. Está huyendo de alguien que la persigue para matarla.
—¿Quién lo dice?
—Dejó un mensaje en el buzón de voz de su madre.
Transcurren unos segundos de silencio y luego Carlos respira profundamente.
—Vale, está viva, bien… ¿Qué más sabemos? Está viva, pero…
—Sabemos que hace treinta horas estaba viva, cuando llamó —dice Joona—. Y que alguien la está persiguiendo.
—¿Quién la persigue?
—No le dio tiempo a decirlo, pero… si es el mismo hombre con el que yo me crucé, tenemos mucha prisa —afirma Joona.
—Y tú crees que se trata de un asesino a sueldo.
—Estoy seguro de que la persona que me atacó a mí y a Erixon es un «limpiador» profesional, un grob.
—¿Un grob?
—Significa «tumba» en serbio. Son caros, en principio trabajan solos, pero hacen el trabajo por el que se les paga.
—Eso suena de lo más inverosímil.
—Tengo razón —dice Joona conteniéndose.
—Siempre dices eso, pero, si de verdad se trata de un asesino profesional, Penélope no debería haber sobrevivido tanto tiempo… Han pasado casi dos días —dice Carlos.
—Si sigue con vida es porque el sicario da prioridad a otras cosas.
—¿Sigues pensando que está buscando algo?
—Sí —responde Joona.
—¿El qué?
—No estoy seguro, pero quizá se trate de una foto…
—¿Por qué lo crees?
—Es la mejor teoría que tengo en este momento…
El comisario le explica brevemente lo que había observado con los libros de la estantería, la foto con los versos, los trocitos de celo y la esquina de la fotografía.
—¿Crees que el asesino va detrás de la misma foto que Björn fue a buscar?
—Creo que empezó revisando el piso de él y, al no encontrarla, lo roció con gasolina y puso al máximo el selector de temperatura de la plancha de la vecina. El aviso llegó a la central de alarmas de los bomberos a las 11.05 y toda la planta quedó calcinada antes de que pudieran controlar el fuego.
—Y la misma tarde mataron a Viola.
—Supongo que dio por sentado que Björn se habría llevado la foto al barco, así que los siguió, subió a bordo, ahogó a Viola, revisó la embarcación y planeaba hundirla cuando algo lo hizo cambiar de idea. Se fue del archipiélago, volvió a Estocolmo y empezó a buscar en el piso de Penélope…
—Pero ¿no crees que encontrara la foto? —pregunta Carlos.
—O Björn la lleva consigo o la ha escondido en casa de algún amigo o en una caja donde sea.
Se quedan callados. Joona oye la respiración pesada de su jefe.
—Si nosotros encontramos la foto primero —dice Carlos pensativo—, todo este asunto se habrá terminado.
—Sí —conviene Joona.
—Quiero decir… si la policía ve esa foto, su existencia dejará de ser un secreto y ya no será motivo para matar a nadie.
—Espero que sea así de simple.
—Joona, no… no puedo quitar a Petter de la investigación, pero doy por sentado…
—Yo me voy a la escuela de policía a dar clase —lo interrumpe Joona.
—Eso es todo necesito saber —se ríe Carlos.
De vuelta a Kungsholmen, Joona accede a su buzón de voz y escucha unos cuantos mensajes de Erixon. Primero le dice que puede trabajar perfectamente desde el hospital, trece minutos más tarde exige que lo deje participar en el trabajo, y veintiséis minutos después grita que está a punto de volverse loco por no tener nada que hacer. Joona lo llama, suenan dos tonos y luego se oye a Erixon murmurar con voz cansada:
—Cuac…
—¿Llego tarde? —pregunta Joona—. ¿Ya te has vuelto loco?
Erixon se limita a hipar como respuesta.
—No sé si lo entenderás del todo —dice Joona—, pero corre prisa seguir avanzando. Ayer Penélope Fernández dejó un mensaje en el buzón de voz de su madre.
—¿Ayer? —repite Erixon, atento.
—Dijo que la estaban persiguiendo.
—¿Vas camino del hospital?
Joona oye a Erixon respirar por la nariz mientras le explica que Penélope y Björn no durmieron juntos la noche del jueves. Un taxi pasó a recogerla a las siete menos veinte de la mañana para llevarla a los estudios de televisión, donde iba a participar en un debate. Apenas unos minutos después de que el taxi se hubo marchado de la calle Sankt Paulsgatan, Björn entró en el apartamento. Joona le cuenta a Erixon lo de la huella de la mano en el cristal, los trocitos de celo y la esquina de papel arrancada y le explica que, por su parte, está convencido de que Björn estaba esperando a que Penélope se fuera de su casa para poder entrar a buscar la foto, sin su conocimiento, lo antes posible.
—Creo que la persona que nos atacó es un limpiador, y que cuando lo sorprendimos estaba buscando la foto —continúa.
—Puede ser —susurra Erixon.
—Lo único que quería era irse del piso, y no le pareció prioritario matarnos —dice Joona.
—Porque entonces estaríamos muertos —responde Erixon.
Se oye un carraspeo al teléfono y a Erixon diciéndole a alguien que lo deje tranquilo. Joona oye a una mujer repetirle que es la hora de la rehabilitación y después a Erixon bufarle que la conversación que mantiene es privada.
—Podemos sacar una conclusión, y es que el limpiador no ha dado con la foto —prosigue Joona—. Porque, si la hubiese encontrado en el barco, no habría ido a buscarla a casa de Penélope.
—Y la foto no estaba en su casa porque Björn ya la había cogido.
—Creo que el intento de provocar una explosión del piso es una señal de que el asesino no pretende apoderarse de la fotografía, sino destruirla.
—Pero si es tan importante, ¿qué demonios hacía colgada en la puerta del salón de Penélope Fernández? —pregunta Erixon.
—Puedo imaginarme algunas razones —declara Joona—. Lo más probable es que Björn y Penélope tomaran una foto que demuestra algo, pero ni siquiera ellos mismos son conscientes del verdadero valor que tiene.
—Eso es —dice Erixon con entusiasmo.
—Para ellos la foto no es algo que deba esconderse porque sea un motivo para matar a alguien.
—Pero de pronto Björn se arrepiente.
—Quizá descubrió algo, quizá comprendió que era peligrosa y por eso se la llevó —dice Joona. Hay mucho que no sabemos, y me parece que la única manera de obtener algunas respuestas es mediante un exhaustivo trabajo policial.
—Exacto —casi grita Erixon.
—¿Puedes conseguir todas las llamadas de la última semana, los mensajes de texto, extractos de cuenta y demás? Recibos, billetes de autobús, reuniones, actividades, horarios de trabajo…
—Por supuesto.
—No, espera, olvídalo.
—¿Que lo olvide? ¿Cómo que lo olvide?
—La rehabilitación —dice Joona sonriendo—. Te toca rehabilitación.
—¿Me tomas el pelo? —exclama su compañero conteniendo la indignación—. ¿Rehabilitación? ¿Qué coño es eso?
—Debes descansar —lo chincha Joona—. Hay otro técnico que…
—Se me está yendo la chaveta de estar aquí sentado.
—Sólo llevas de baja seis horas.
—Y ya estoy que me subo por las paredes —se lamenta Erixon.