«No hay por qué llorar»
Veronica Winter lo supo antes que su marido, porque se lo dijo Lottie Winter. Las dos se habían hecho muy amigas desde la boda de Lottie con Peter. Al principio no había sido más que el hecho de oír una voz americana, pero con el paso de los meses la relación había derivado más a la que se da entre madre e hija. A Harald Winter no le gustaba, por supuesto, porque nunca le había gustado Lottie como nuera, pero desde el principio se había percatado de que nada podía hacer para influir en aquella relación. Veronica y su nuera tomaban asiduamente el té juntas y eran unos encuentros en los que ambas disfrutaban realmente.
Fue dos semanas antes de Navidad cuando Lottie le dio la estupenda noticia del empleo. Un vicepresidente del banco, de origen italiano, había efectuado un viaje especial a Milán —donde estaba ultimando la negociación de un importante empréstito y visitando a unos familiares— para hablar personalmente con Peter.
—Eso es estupendo, Lottie. Así estarás de nuevo con tus padres.
—Sí que lo es.
—¿Por qué lo dices con tan poco ánimo? —Nunca había visto así a su nuera.
—Es que me encuentro tan a gusto aquí… Ha sido tan estupendo montar la casa, que no me veo con ánimos para dejarlo todo y volver a empezar.
—Piensa en el sol y en tu familia.
—Sí, ya. No hago más que repetírmelo. Pero aquí soy alguien, una persona; allí, mis padres me tratan como a una niña.
—Ahora que estás casada no lo harán, Lottie. Y a tu madre la encantará volver a tenerte allí.
—No es mi madre auténtica. Mi madre murió en un accidente de tren en Chicago cuando yo tenía cinco años.
—Lo siento, Lottie; lo había olvidado.
—Y a mi madrastra no le hará ninguna gracia que compartamos a papá.
—Seguro que te equivocas —dijo Veronica.
—No, la conozco muy bien. Ella me quiere y yo también, pero en todas las cartas que me escribe me dice que está muy contenta de que viva aquí.
—¿Y tu padre?
—Me gustaría ir a ver a papá, pero sólo de visita. Hacer un viaje entre enero y marzo, cuando aquí hace tan mal tiempo.
—¿Y Peter?
—No quiero influirle para nada. Es su vida, su carrera. Y más difícil aún cuando hay de por medio un negocio familiar.
—Lottie, su padre no le desheredará.
—No, señora Winter, no me interprete mal. No lo digo por el dinero; de lo que no cabe duda es de que una esposa que se precie no da consejos a su marido respecto a su trabajo porque, si las cosas van mal, es ella la que carga con la culpa. Los hombres son así. Bueno, eso creo yo.
—Mucho me temo que tengas razón, Lottie.
Entró la doncella. Veronica había cambiado hacía poco el uniforme de la servidumbre y ya no llevaban falda hasta el tobillo. La muchacha vestía un traje moderno negro de falda corta con un magnífico delantal de encaje y cofia. Viéndolo, Lottie decidió modernizar a su vez a su servidumbre.
Era un servicio de plata completo. Aunque las dos sabían que sus maridos no las acompañarían, siempre disponían platillos, tazas y cubiertos para cuatro. Aparte del pastel de pasas estilo alemán, había tortitas de chocolate y nueces. Desde el primer té que habían tomado juntas, Veronica había procurado tener pastelitos o pastas americanos para complacer a Lottie. Era una especie de alianza que complacía a ambas, un detalle nostálgico previsto.
Una vez que la doncella hubo servido el té, Veronica se volvió hacia su nuera.
—¿Qué sucede, Lottie? Me da la impresión de que te preocupa algo. ¿Algún conflicto entre tú y Peter? ¿Deseas hablar de ello?
—Oh, señora Winter…
—¿Por qué no me llamas Veronica?
—Oh, Veronica —repitió la joven con lágrimas en los ojos—, ha sido usted tan buena…
—Lottie, querida, ¿qué sucede?
—Estoy embarazada.
—¿Estás segura?
—Segura.
—¿Se lo has dicho a Peter?
—Usted es la primera que lo sabe.
—No hay por qué llorar, Lottie querida. Es una noticia para celebrarla. —Lottie seguía llorando y las lágrimas bañaban sus mejillas, sin que siquiera se preocupase de secárselas. Veronica buscó algo que decir—. Peter se volverá loco de alegría. Desde luego, en estas circunstancias no podrá aceptar ese empleo en California. Para ti sería demasiado… a menos que le esperen un año.
—No le esperarán —contestó Lottie secándose las lágrimas con un pañuelito de encaje—. El cargo tiene que estar cubierto a finales de enero; así lo especificaron.
—Peter no se irá solo. No te dejará; de eso estoy segura. Yo, desde luego, no se lo consentiría.
Lottie continuó sollozando casi hasta ahogarse. Veronica la rodeó con los brazos para consolarla.
—Lottie, querida, cálmate. Siéntate y toma el té.
—Renunciará al empleo —dijo Lottie una vez recuperada—. Peter renunciará al empleo por el niño. Y luego me lo reprochará toda la vida.
—No seas tonta. No va a hacer eso. Será el hombre más feliz del mundo.
—¿De verdad lo cree?
—Pues claro. Y será un padre maravilloso. Debes decírselo en cuanto llegue. Ya os dejaré solos un rato. Y tenemos que enviar un telegrama a tu padre… y al mío también. Ya verás qué contentos se ponen todos con la noticia…