«Eres la única amiga de
verdad que tengo, Lottie»

Pauli Winter sabía animar a la gente. Era un don mágico. Ahora que acudía a casa de los Hennig dos o tres veces por semana a ver a Lottie, encontraba la vida más llevadera. Pauli le contaba chistes, historias, cotilleos y escándalos; y realizaba sus trucos de magia haciendo desaparecer una moneda para hacerla reaparecer en su oreja… ¡o en la de ella! Pauli era quien le enviaba casi todos los libros, sobre todo los que estaban en inglés, confiscados a sus propietarios en redadas policiales (cosa que Lottie ignoraba). Y era Pauli quien había traído los cojines y el sillón de terciopelo rojo con escabel incorporado, dos grabados de Van Gogh y unos discos de baile con un viejo gramófono. Todo aquello había contribuido a transformar el cuartito abuhardillado del último piso de la casa de los Hennig en un pequeño apartamento bastante acogedor.

Cuando Pauli iba, le gustaba sentarse en el sillón rojo y poner las piernas en alto. El gramófono tocaba Jeepers creepers, Lottie estaba ante el infernillo eléctrico haciendo unas tortitas sin huevo para tomarlas con el sucedáneo de café. En la cárcel se había especializado en cocinar; le habían dejado trabajar a ratos y guisar en las cocinas. A veces comía con los Volkmann, que vivían en cuartos anexos y compartían con ella el baño. Y a veces la invitaban abajo los Hennig, pero la mayor parte del tiempo Lottie estaba sola. Le gustaba sentarse junto a la ventana abuhardillada y mirar los desiguales tejados, identificando las agujas y los edificios más altos de la Ku’damm. Tenía mucho tiempo para pensar.

—A veces se me ocurre pensar si habrá más americanos en la ciudad —dijo echando la tortita en un plato. La música cesó y fue a dar la vuelta al disco, pero no lo hizo sonar.

—No creo —dijo Pauli, aunque sabía por los archivos del ministerio que había algunos. Lo más probable es que fuesen extranjeros considerados afines a la Gestapo o emigrantes que habían vuelto de Estados Unidos a causa del Nuevo Orden de Hitler, y no eran la clase de amigos que Lottie deseaba. No quería que le diese por pensar en ponerse en contacto con otras personas. Los Hennig habían jurado guardar el secreto y los Volkmann sabían comportarse como fugitivos. Incluso su propia madre sólo veía a Lottie dos veces al mes. Era mejor. No habían cursado contra ella ninguna orden de alerta, y mucho menos de custodia, y eso era de agradecer, pero la tarjeta de identidad que Pauli le había facilitado tenía una gran «J» en el anverso y seguro que no pasaría inadvertida al minucioso escrutinio que la policía aplicaba a las documentaciones que llevaban la «J». Quizá no importase que en lugar de Charlotte Sarah figurase el nombre de Martha, pero constaba sesenta años en lugar de cuarenta y la foto era la de una mujer mucho mayor, que en nada se parecía a ella.

Si no abandonaba la casa, seguramente no correría peligro, pero si salía a pasear siempre existía el riesgo de que la detuviesen en la calle y la mandasen a un campo de concentración. El destino de los judíos se había convertido en tema de discusión y rivalidad entre las diversas facciones de las SS, pero sólo discutían si había que matarlos sin ambages en un campo de exterminio o recluirlos hasta que murieran en campos de trabajos forzados.

Las ideas de Pauli sobre la autofinanciación de los campos se habían ampliado al esquema de que las SS se convirtiesen en dueños de un gran imperio industrial que se surtiese de la mano de obra esclava de los campos de concentración para fabricar desde muebles baratos hasta moneda extranjera falsificada. Los presos acarreaban piedras, hacían caucho sintético y cosían uniformes del ejército. Las SS eran dueñas de la empresa de porcelanas Meissen y estaban a punto de monopolizar la fabricación de la soda, comenzando por la marca Apollinaris.

—Es lo que yo pensaba —dijo Lottie—. Imagínate que yo fuese la única en la ciudad: podría escribir un libro titulado La única americana en Berlín durante la guerra. ¿Te das cuenta? Me haría famosa.

Pauli sabía que lo decía en broma y se echó a reír, pero añadió:

—Yo no escribiría nada, Lottie. De momento, no.

De abajo llegó el sonido del hijo de Hennig ensayando al piano. Erich decía que el niño tenía talento musical, pero costaba creerlo oyendo cómo interpretaba Para Elisa.

—Supongo que no habrá habido otra carta.

—¿De Peter? No, nada. Pero en Estados Unidos está a salvo. Los americanos no le harán alistarse en el ejército. Seguramente está apaciblemente sentado en California con tu madre, pensando qué haremos nosotros.

—Supongo. Es como si hiciera una eternidad que no le viera. Helena va a cumplir diecisiete años en septiembre. Casi no puedo creerlo; tenía diez cuando me metieron en la cárcel. Todos estos años sin verla crecer… Me gustaría tener una foto reciente de ellos —dijo poniendo ante Pauli una tortita y una taza de café—. Diecisiete años. Era una niña preciosa.

—Y ahora es una joven preciosa —dijo Pauli.

—Sí, Pauli, claro que lo será. Siempre fue ideal. No lloraba como los otros niños, era tan… No sé… tan adulta, tan madura…

—Sí —asintió Pauli. A Lottie le gustaba charlar, así que se limitó a tomarse el café y dejarla hablar. Debía de resultarle muy aburrido pasar tanto rato sentada allí sola. Y le divertía oírla hablar en fluido alemán, mezclado con la jerga berlinesa y del hampa.

—Si no me hubiese quedado embarazada, nos habríamos marchado a Estados Unidos —dijo Lottie—. El tío Glenn aconsejó a Peter que no aceptase aquel empleo, pero Peter lo habría aceptado. Imagínate, un año más y Helena habría nacido americana. Lástima que papá no llegase a conocerla.

—Sí —dijo Pauli, mirándola con cierto temor. En su última visita Lottie le había pedido que llevase flores a la tumba de su padre y le había preguntado por los otros cementerios judíos; él había tenido que decirle que el antiguo cementerio judío de Grosse-Hamburger-Strasse, que databa del siglo XVII, ya no existía. Habían exhumado los restos, los habían destruido y el camposanto había sido declarado judenrein, limpio de judíos. Aquello había sido una fuerte impresión para ella. Quizá no habría debido decírselo, pero le asaltó el temor de que se le ocurriese acudir allí y habría despertado sospechas—. Fue una suerte que Peter se llevase a la niña —añadió.

—Muchas veces lo pienso. ¿Se lo imaginaría Peter?

—¿Imaginarse que los japoneses atacarían Pearl Harbor y que el Führer declararía la guerra a los americanos? No creo que nadie hubiera podido imaginarlo, Lottie.

—No, claro.

—Se llevó a Helena para que la conociera el abuelo, y tu madre.

—Y ahora será americana. Parece que la estoy viendo en los bailes de estudiantes. Pero ¿y Peter? ¿Qué tal le irá?

Pauli dio un sorbo al café.

—Peter estará bien. Supongo que la gente le tratará mal por ser alemán, pero por lo que he leído en los boletines del servicio de inteligencia del Ministerio de Asuntos Exteriores, allí no existe internamiento a gran escala de alemanes.

—La gente no le tratará mal porque sea alemán —replicó Lottie, indignada—. Sólo vosotros, los alemanes, tenéis ese profundo miedo y desconfianza que os hace tratar tan mal a los extranjeros. Así empezó lo de Hitler. Es la gente como Hitler la que odia a los extranjeros, y muchos alemanes han apoyado ese programa de odio. A los americanos les gustan los europeos y Estados Unidos es un país al que viajan los europeos para escapar a los pogroms y a los prejuicios. A mi padre nadie le trató mal durante la primera guerra mundial. Yo entonces era una jovencita y me acuerdo muy bien. Nunca tuvimos problemas. —Se detuvo. ¿Cómo podía hacer objeto de su ira al pobre Pauli, que tanto se había arriesgado por ella?

—Nosotros teníamos una nodriza escocesa —dijo Pauli sonriendo; no se ofendía por el rapapolvo. Lo daba por justificado. Casi todas las regañinas que le habían echado en su vida eran justificadas—. Tú me la recuerdas a veces. «Vosotros, los alemanes, sólo pensáis en hacer guerras», solía decir. Era una mujer estupenda. Tuyo que irse de casa durante la primera guerra mundial. Ni siquiera pude despedirme de ella como hubiera querido, pero siempre que pienso en ella me doy cuenta de cuánto de su vida nos dio a nosotros, y me pregunto qué es lo que hace que una mujer se sacrifique tanto por cuidar a los hijos de otro.

—A lo mejor no podía tener hijos —dijo Lottie, pero se arrepintió al recordar los deseos de Pauli e Inge de tenerlos.

—Tal vez —dijo Pauli—. Lisl me dijo que la señora Volkmann va a tener un hijo.

—Sí, están muy ilusionados. Eso constituirá para ellos una nueva razón de vivir.

—Entonces es verdad que se dan milagros —dijo Pauli—. ¿Cuántos años tiene el doctor Volkmann? Debe de tener casi cincuenta.

—Sí, supongo, pero Lisl es mucho más joven que él. Espero que tenga un buen embarazo.

—¿Cómo se las arreglarán los Hennig sin ella?

—¿Lo dices por el salón de té? Sí, ella hace casi todas las tartas y panecillos… Yo ayudaré lo más que pueda; se lo he dicho a Lisl. Tendrán mucho éxito y a Lisl le encanta que Erich toque allí el piano.

—¿Que Erich toca en el salón de té? —inquirió Pauli, sorprendido, sabiendo que Erich se había mostrado tan reacio al proyecto de Lisl.

—Desde el mes pasado. ¿No lo sabías? Estaban pagando mucho a un pianista y era poco formal; Lisl le despidió por llegar tarde y estuvieron tres semanas sin música. Pero como el negocio decayó tanto, finalmente Erich se avino a tocar provisionalmente.

—Tengo que pasar una tarde a tomar el té.

—Erich dice que es provisional, pero el brazo lo tiene peor y no creo que vuelva a poder dar recitales.

—No me ha dicho nada —dijo Pauli.

—Es que aún no se ha hecho a la idea —dijo Lottie—. Pero necesitan el dinero, y a Lisl la encanta estar al frente del negocio. No abre hasta mediodía y cierra a las seis y media, así que no la ata mucho. Además, así no tiene que ir de visita, porque todas sus amistades vienen aquí y ella se entretiene de mesa en mesa con los últimos chismes. El doctor Volkmann dice que es uno de los lugares de moda en Berlín.

—¿Sí? No me digas que es lo que oye comentar a la gente que trabaja con él en el cementerio de Weissensee… —dijo Pauli.

—No seas así, Pauli —replicó Lottie riéndose—. Naturalmente que exagera. No es como el Kaiserhof o el Kempi, pero Lisl ha hecho maravillas. Ah, por cierto, tu madre me ha enviado tortitas de chocolate y nueces. ¿Quieres una?

—No, gracias, estoy muy gordo.

—Me los enviaba incluso cuando estaba en la cárcel. No es chocolate de verdad, claro, pero es un detalle. Sabor a USA, dice ella. Me encanta tu madre.

—Ella querría venir más a menudo —dijo Pauli—, pero le dije que no te visitara más de dos veces al mes. De momento quiero que seáis muy prudentes.

—Lo que tú digas, Pauli. —En la cárcel había oído lo que les sucedía, a cierta clase de presos cuando habían cumplido la sentencia, pero en su caso, en vez de un SS con una orden de custodia, era a Pauli a quien se había encontrado esperándola con un coche a las puerta de la cárcel de Barnimstrasse para llevarla directamente a casa de los Hennig. Nunca le había preguntado cómo se las había arreglado para que no la enviasen a un campo. Hacía lo que él decía y daba gracias al cielo por el milagro.

—Las cosas se están poniendo mal. La guerra no va tan bien como se esperaba. Todo el sexto ejército ha sido aniquilado en Stalingrado; veinticuatro, generales se rindieron a los rojos. Allí había compañeros míos de Lichterfelde. Es el mayor desastre de la historia de Alemania. Fritz Esser dice que en los últimos días Hitler tuvo noticia de que su sobrino Leo Raubal estaba entre los heridos, pero se negó a evacuarlo por avión. Dios sabe lo que le sucederá si los rusos descubren su identidad. Después, en mayo, otros doscientos cincuenta mil soldados se rindieron a ingleses y americanos en Túnez. Más amigos desaparecidos, Lottie. No sé si los volveré a ver…

—¿Y de invasión, nada?

—¿En Francia? No creo que llegue a producirse. Figúrate la cantidad de barcos que necesitarían, y toda la costa está muy fortificada. La semana pasada vi las defensas en el noticiario cinematográfico. Pero el doctor Goebbels ha decretado la «guerra total», es decir, que tienen que incorporarse al ejército todos los comprendidos entre dieciséis y sesenta y cinco años. Hasta el pobre Hauser ha tenido que alistarse. Y más incorporaciones significan más control. —Pauli apuró el sucedáneo de café y se puso en pie. Esperaba que mencionando lo de los controles evitaría que a Lottie le dieran tentaciones de salir. Sabía por Lisl que había ido de compras con el pequeño Theo y a dar una vuelta por el zoológico. Y esa conducta imprudente le aferraba, pero no sabía cómo persuadirla para que se quedara en casa.

—¿Te marchas ya, Pauli?

—Tengo que irme. Ahora voy andando al trabajo para reducir peso, y por eso tengo que salir antes de casa.

—Pobre Inge; también tendrá que levantarse antes.

—Ahora estoy solo.

—Inge trabaja demasiado, Pauli.

Se la quedó mirando un instante.

—Actualmente, Inge pasa la mayor parte del tiempo con Fritz Esser.

—¿Qué quieres decir, Pauli?

—Que duerme en casa de Fritz Esser.

Ahora era ella quien le miraba en silencio. ¿Lo habría entendido bien?

—¡Pauli, no digas tonterías!

—Hablo en serio. Supongo que debería haberme figurado lo que sucedía por lo mucho que estaba fuera, pero nunca se me ocurrió relacionar que siempre coincidían sus viajes con los de Fritz. ¿Por qué iba a sospechar?

—Oh, Pauli…

—Un día se lo dije y me contestó riéndose que estaban aguardando a ver cuánto tiempo tardaba yo en sospecharlo.

—Oh, Pauli —repitió ella. No le salían otras palabras. Pauli le daba pena. ¿Cómo podían hacerle eso? Estaba demudado, como un niño al que se le hunde el mundo. Se acercó a él y le abrazó con fuerza.

—Se reía —dijo Pauli, abrazado a ella—. Le pregunté cuánto tiempo hacía y me dijo que años. Y se reía. Yo le dije que nunca la había engañado y me contestó: «Pues debes de ser tonto…».

—Pero yo creía que Inge… —comenzó a decir, pensando algo a toda prisa, porque hacía años que no veía a Inge—. Yo creía que te adoraba. Estaba segura.

—Quizá si hubiésemos tenido un hijo…

—¿Cómo ha sido tan cruel? —dijo Lottie sin dejar de abrazarle. Notaba cómo le latía el corazón.

—Me quería, pero Fritz Esser es más hombre. No sé a qué se refiere, Lottie.

—Siéntate, Pauli; así no puedes irte. Tienes muy mala cara. Tómate un schnapps…

—Nunca bebo alcohol.

—Pauli, necesitas una copa.

—Bueno, una pequeñita —dijo sentándose.

—¿Lo sabe Lisl?

—No, por Dios. No se lo he contado a nadie.

—¿Lo sabe alguien más?

—Nadie —respondió Pauli—. Alex no está en Berlín, y, aparte de él, tú eres la única amiga de verdad que tengo, Lottie. Porque tú eres de la familia, ¿verdad, Lottie?

—Sí, claro, Pauli.

—Ahora que se lo he dicho a alguien —dijo sonriendo— me siento mejor. Me estaba reconcomiendo…

—Ven a verme más a menudo, Pauli. Me encanta hablar contigo.

—Sí, Lottie, lo haré.

Winter
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Prologo.xhtml
Texto.xhtml
1899.xhtml
Un_siglo_totalmente.xhtml
Que_buenos_chistes.xhtml
1900.xhtml
Un_terreno_en.xhtml
1906.xhtml
Lo_que_les_dicen.xhtml
1908.xhtml
Hurra_conquistador.xhtml
1910.xhtml
El_fin_del.xhtml
1914.xhtml
Guerra_con_Rusia.xhtml
1916.xhtml
Pero_como_son.xhtml
Es_usted_un_buen.xhtml
Mi_pobre_Harry.xhtml
1917.xhtml
No_tan_fuerte.xhtml
1918.xhtml
La_guerra_esta.xhtml
La_maldita_guerra.xhtml
1922.xhtml
Berlin_esta_muy_lejos.xhtml
1924.xhtml
Quienes_son_esos_hombres.xhtml
Quedate_con_tu_dinero.xhtml
1925.xhtml
No_se_necesita_ser.xhtml
No_hay_porque_llorar.xhtml
1927.xhtml
Eso_es_lo_unico.xhtml
1929.xhtml
No_hay_nada_mas.xhtml
Invierte_cinco.xhtml
No_se_les_puede.xhtml
Al_mando_del.xhtml
Su_asesor_financiero.xhtml
1930.xhtml
Navidades_en_familia.xhtml
Ese_odio_obsesivo.xhtml
1932.xhtml
Que_es_ese.xhtml
Se_como_se_llama.xhtml
El_y_muchos_mas.xhtml
1933.xhtml
Pensamos_que.xhtml
Me_alegra_volver.xhtml
1934.xhtml
Gesunheit.xhtml
Dejar_vacante.xhtml
1936.xhtml
Enjuagate_y_escupe.xhtml
1937.xhtml
Ya_sabes_como.xhtml
1938.xhtml
Ser_inocente_no.xhtml
Caso_Otto.xhtml
No_trabajes_tanto_.xhtml
1939.xhtml
Moscu_dijo_Pauli.xhtml
1940.xhtml
Plato_de_grabacion.xhtml
1941.xhtml
Lo_han_dicho_por.xhtml
Si_Heil_Hitler.xhtml
Discutiendo_la_estrategia.xhtml
1942.xhtml
Sabia_que_esperarias.xhtml
Lo_sentiras_acuerdate.xhtml
La_gente_necesita.xhtml
Ya_eres_viejo.xhtml
1943.xhtml
Feliz_y_victorioso.xhtml
Para_reasentamiento.xhtml
Eres_la_unica_amiga.xhtml
Nunca_te_he_gustado.xhtml
Donde_esta_Fritz.xhtml
1944.xhtml
Lo_decimos_en_serio.xhtml
Hasta_que_muera.xhtml
Asplastad_a_esos_gusanos.xhtml
No_necesitamos_ayuda.xhtml
Quererle_Le_detesto.xhtml
Quien_era_el_sueco.xhtml
Hay_una_visita.xhtml
Un_padre_muy.xhtml
1945.xhtml
Es_una_obra_de.xhtml
No_parece_oro.xhtml
La_hora_de_ser.xhtml
No_era_ni_joven.xhtml
Todo_el_mundo_es.xhtml
Este_ano_la_primavera.xhtml
Un_buen_aleman.xhtml
Y_nadie_sabe.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml