Capítulo 32
Varian estaba de pie al lado del Olimpia sin moverse y sin ser visto. Miraba en dirección a Esme. Y luego se miró a sí mismo, cuando se dio cuenta de hacia dónde se dirigía ella. Una sonrisa involuntaria curvó sus labios mientras la vio detenerse, tomar una pose indignada y soltarle un exabrupto a su padre. Pero cuando se lanzó en los brazos de Jason, la sonrisa de Varian se deshizo, como si algo en su interior se hubiera roto.
«Venga a Jason», le había gritado ella. Esme había estado dispuesta a morir para vengarlo, de la misma manera que había estado dispuesta a sacrificarse en Tepelena por la misma causa. Y ahora resultaba que el padre al que amaba con tanta intensidad estaba vivo...
Varian trató de estrangular una idea no deseada, pero esta empezó a carcomerle por dentro. La había perdido..., pero ella no lo iba a perder a él nunca. La había amado y se había casado con ella contra su voluntad. Ella se había quedado con él porque no tenía otra elección, ni a nadie más. Eso le había dicho la noche de bodas. «No tengo a nadie más que a ti.» Pero ahora...
Ella era su esposa, se dijo Varian. Nadie —ni siquiera su padre— se la podía quitar. Pero no se decidía a moverse, porque la expresión de ella le estaba diciendo la verdad. Y él no estaba seguro de poder soportarla.
Entonces oyó el llanto amargo de Jason y vio a Esme desvanecerse entre los brazos de su padre.
El pánico se apoderó de Varian y cruzó el muelle en cuestión de segundos. Tomó el peso muerto del cuerpo de Esme de entre los brazos rígidos de su padre y la alzó entre los suyos. Tenía la blusa manchada de sangre; Jason gritó para solicitar un médico. Varian apretó con fuerza a su mujer entre los brazos y se apresuró a dirigirse al pueblo.
En menos de un minuto una multitud los rodeaba, todos hablando a la vez, dándole consejos, advertencias. Pero él no hacía paso a nadie.
Cuando se aproximaban a los edificios, Esme abrió los ojos de golpe y empezó a mascullar algo en albanés.
—Está bien, amor mío —dijo Varian con voz emocionada—. Te vas a poner bien. No hables. Yo te voy a cuidar.
—Déjame en el suelo —dijo ella.
Una sensación de alivio relajó el pecho de Varian, y este le dio un beso en la frente.
—Calla —le dijo él—. Estás sangrando.
Se dirigió directamente al primer edificio de aspecto respetable, que pertenecía a la oficina de un armador. Varian abrió la puerta de una patada.
—Vaya a buscar a un médico —le ordenó al perplejo hombre que había detrás del escritorio—. Mi esposa está herida.
Esme cerró los ojos y murmuró algo para sus adentros. El hombre de la oficina abrió la puerta de su sala privada y Varian llevó a Esme adentro.
Cuando el agente naval estaba ya saliendo de la oficina, Jason entró a toda prisa, trayendo con él a un médico.
Con mucho cuidado, Varian colocó a su desvanecida esposa en el sofá. Sin embargo, cuando entró el médico, ella se puso de repente alerta y le ordenó que se marchara.
Hizo falta que Jason y Varian se encargaran de mantenerla quieta mientras el doctor Fern la examinaba. Ella se puso a insultarle cuando este limpió el despiadado agujero que la bala de Risto le había dejado en el hombro, y luego maldijo al doctor cuando este le vendó la herida.
El señor Fern soportó estoicamente aquel abuso, comentando tan solo que su excelencia tenía una maravillosa inspiración verbal.
—Solo les sugiero que, además, estén atentos a posibles síntomas de conmoción cerebral. La herida no es grave, como bien ha señalado usted, milady —dijo él en tono tranquilizador—. Pero, aun así, tiene usted dos terribles contusiones...
—Tres —le corrigió ella—. Tres estúpidos hombres alborotando como si fueran ancianas.
El señor Fern se despidió de ella con una cortés reverencia. Con la misma cortesía describió los síntomas que debían vigilar, y qué hacer en caso de descubrirlos. A continuación, aceptó amablemente las monedas que Jason le puso en la mano y despidiéndose de él se marchó.
—La verdad es que últimamente me siento viejo —le dijo Jason a su hija—. Sí, demasiado viejo para este tipo de jolgorio.
—Y también estás sucio y asqueroso. —La mirada de Esme se posó incómoda en Varian—. Los dos. Y no me digáis ahora que todo esto es culpa mía. Lo sé muy bien.
—Por supuesto que no es culpa tuya —le dijo Varian enseguida.
—Claro que no —corroboró Jason—. En primer lugar, ella no habría estado aquí si antes no se hubiera casado con un reprobable egoísta, que no se preocupa de su propia esposa de la manera que debería.
A Varian le ardía la cara.
—En primer lugar, si te hubieras preocupado de cuidar a tu propia hija, nunca se habría llegado a encontrar conmigo.
—¡No me digas cuál es mi deber, insolente degenerado!
—Yo, al menos, no la dejé sola en medio de un atajo de crueles sodomitas y pederastas.
Esme se levantó de golpe del sofá y se colocó en medio de los dos.
—Amán, ¿es que no habéis derramado ya bastante sangre, que además tenéis que acabar derramando también la vuestra? No quiero que hables mal de mi marido —le dijo a su padre—. Me ha salvado la vida en varias ocasiones, y lo único que ha ganado a cambio es meterse en problemas. No hace falta que lo metas en más, Jason; ya tiene bastante con los míos.
Cuando se volvió hacia Varian, por sus ojos salían rayos de fuego.
—Lo siento, Varian. No soy una buena esposa.
Se le quebró la voz y enterró la cara en la andrajosa chaqueta de él.
Él la rodeó con los brazos. Se olvidó al instante de la mortificante rabia que sentía, y también olvidó la manera en que lo despreciaba su suegro. Lo único que le importaba en ese momento era que Esme estaba viva. Y lo único que quería en ese momento era tenerla entre los brazos.
Jason carraspeó.
—Me parece que iré a lavarme —dijo.
Dejando que su yerno y su hija disfrutaran de su sensiblero reencuentro, Jason se dirigió hacia el Bridge Inn. Tras lavarse y cambiarse de ropa, le mandó un mensaje a su madre y luego habló con el posadero para reservar unas habitaciones, y ropas de repuesto para Esme y Varian. Inmediatamente después Jason se reunió de nuevo con el capitán Nolcott.
Sir Gerald Brentmor había expresado el deseo de que se le diera sepultura en el mar, le dijo Jason al capitán. Sus restos podrían viajar en el mismo barco que Ismal.
—Dos cadáveres, entonces —dijo el capitán—. El muchacho no creo que sobreviva ni un día más.
Eso mismo fue lo que el señor Fern confirmaría un poco más tarde, cuando saliera de la habitación en la que Ismal estaba tumbado. El médico le extrajo la bala y le arregló la muñeca rota, aunque estaba convencido de que ambas operaciones eran fútiles.
Con gran pesar de su corazón, Jason entró en la habitación de Ismal.
La cenicienta cara de Ismal estaba llena de rasguños y tenía unos verdugones impresionantes. Y en sus ojos había un brillo de fiebre. Aunque no le quedaba apenas un hilo de respiración, también él —al igual que Gerald— insistía en hablar, pero en este caso con el capitán Nolcott.
—No puede negar usted a un moribundo su último deseo —dijo Ismal con una voz que, antaño dulce, ahora sonaba como un roto susurro.
Jason tomó una silla y la acercó al lado de la cama, sentándose luego en ella.
—Puede que no haya llegado todavía tu momento.
Algo parecido a una sonrisa hizo que los labios de Ismal se curvaran.
—Sí, y debo confesarlo todo.
—Sería mejor que reservaras tus fuerzas, muchacho. Gerald está muerto. Ya no le puedes hacer más daño, y no quiero que destruyas el futuro de mi familia. Tu bala le ha evitado la horca a Gerald. Ten por seguro que no permitiré que caigan más desgracias sobre mi familia. Voy a quemar la nota que había dentro de la reina negra, así como las cartas que Risto y Mehmet te habían hecho llegar.
Ismal esbozó otra torcida sonrisa.
—Para salvar el honor de la familia.
—Sí, eso es. —Jason se forzó a sonreír mientras respondía—. Pero también por el bien de tu alma inmortal, o, si eres capaz de conseguir sobrevivir, de tu conciencia.
Ismal cerró los ojos.
—Mejor que no viva. Me enviarías de vuelta con Alí. Sería mejor que me cortaras el cuello, León Rojo. Ahora, o encontraré la manera de contarles a todos mi historia.
—Bajo ya está realizando los trámites necesarios para sacarte de aquí. Puedes estar seguro de que lo tenemos todo previsto. El gobierno de su majestad no quiere tener nada que ver contigo.
—Lo has conseguido. Eres muy persuasivo, León Rojo. Y muy listo. Sí, creo que casi eres más listo que yo.
—En absoluto. Tú has jugado tus cartas muy mal. Sorprendentemente mal, cuando perseguiste a Esme desde Tepelena. No me podía creer que llegaras a hacer una cosa tan estúpida. —Jason hizo una pausa—. Hasta hoy.
Los ojos de Ismal se abrieron lentamente. El brillo de la fiebre había desaparecido y en su lugar había una nube de dolor.
—¿Qué has visto hoy?
—No es lo que he visto, sino lo que he recordado: lo joven que eres.
—Solo en años.
—Lo mismo da; eres un niño encaprichado de alguien por primera vez.
—No has entendido nada.
—Por supuesto que sí. También yo me enamoré y cometí estúpidos errores, porque era muy joven, arrogante y estaba demasiado seguro de mí mismo. Tampoco me tomé muy bien que me rechazaran, y como resultado estuve a punto de acabar destruyéndome a mí mismo.
—Eres tú quien me ha destruido a mí.
—Yo solo intentaba salvarte. Tú no eres Alejandro, ni este mundo es el de hace dos mil años. Eres demasiado joven para construir imperios y muchísimo más joven todavía para enfrentarte con el amor y con la política a la vez.
—¡Ah!, para ti no soy más que un muchacho estúpido, y ahora te ríes de mí.
Los ojos del estúpido muchacho se llenaron de lágrimas.
La compasión y la rabia hicieron un nudo en la garganta de Jason.
—Eres un loco sanguinario, y tú mismo has tirado por la borda tu vida. Mírate: todavía no has cumplido los veintitrés años y ya te has convertido en un penoso montón de carne inútil, y parece ser que serás un cadáver antes de que se ponga el sol. No es a mí a quien vas a oír reírse, sino a ese Diablo al que has estado escuchando estos dos últimos años.
—No tengo miedo a la muerte.
Pero Jason sabía que sí tenía miedo, y se sentía impotente por primera vez en su vida. Toda la inteligencia de Ismal no podría sanar su cuerpo destrozado, ni hacer que su joven corazón siguiera latiendo.
Jason no podía evitar sentir pena por él. Mucha más de la que sentía por Gerald, quien había malgastado su vida en amarguras, codicias y envidias, sin amor, ni lealtad, o alegría de ningún tipo para que iluminara sus días. Al final, el mínimo resto de bondad que pudiera haber en un corazón tan corrupto, lo único que podría haberle hecho sentir era arrepentimiento.
El caso de Ismal era diferente. Su alma solo estaba manchada, pero no negra de pecados. Y por eso Jason sentía más pena por él, y más rabia también, por la manera de malgastar su belleza, su fuerza y su juventud; pero por encima de todo, su inteligencia.
Le retiró a Ismal un mechón de cabellos dorados de la frente que le ardía. Estremeciéndose, el joven apartó la cara hacia un lado.
—No hay ministros de tu fe aquí —le dijo Jason en un tono de voz cariñoso—. ¿Quieres que mande llamar a un clérigo inglés?
—No.
La puerta se abrió y Bajo entró en la habitación.
—El barco espera —le dijo a Jason en voz baja—. Tus compatriotas quieren que se marche de aquí.
Ismal no podría durar ni una hora en el mar. Pero tampoco iba a durar mucho más si se quedaba donde estaba ahora.
—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Jason.
—¿Tantas ganas tienes de verme morir?
—Si yo estuviera en tu lugar, me gustaría tener a un amigo a mi lado.
—Sí. Maté a tu hermano por accidente. Era a ti a quien estaba apuntando.
Jason suspiró.
—Habría preferido que no lo hubieras hecho. De ese modo no tendría que agradecerle a Edenmont que me haya salvado la vida. Si no te hubiera roto la mano, no habrías fallado el tiro.
—No me gusta nada ese tipo —dijo Ismal con una mueca desagradable, mientras se volvía de nuevo hacia Jason—. Pero es un buen luchador.
Aguantó la respiración durante un momento y la cara se le puso rígida, con una extraña expresión de agonía.
—Creo que ya has hablado bastante —dijo Jason—. ¿Por qué no te ha dado un poco de láudano ese médico atontado?
—No lo he querido tomar. —Volvió a respirar con dificultad y en su rostro se dibujó el esfuerzo por esbozar una sonrisa—. Debilita las fuerzas.
Bajo se movió impaciente.
—León Rojo.
Jason se puso de pie.
—Bajo no tiene más remedio que meternos prisa. Iré contigo al barco.
—Chis.
Se oyeron pasos apresurados en el vestíbulo que había al otro lado de la puerta. Bajo se acercó a ella para impedir la entrada, pero Esme consiguió cruzar la puerta.
—¡No! —gritó Ismal.
Tiró sin fuerzas de las sábanas tratando de cubrirse la cara.
Ignorando la mirada de advertencia que le acababa de lanzar Jason, Esme se acercó al lado de la cama del herido. Estaba temblando, aunque su miraba estaba fija en Ismal.
—Tienes mucha suerte de que mi marido sea el más noble de los hombres —le dijo ella—. Me ha dado permiso para que intente salvarte la vida, y eso es lo que voy a hacer.
Apartó la ropa de cama de un manotazo. Ismal se quedó muy quieto, mirando al techo fijamente, mientras ella estudiaba sus vendas empapadas de sangre.
—Esme, estás molestando al pobre...
—Es demasiado tarde para pensar en su orgullo —dijo ella haciéndole un gesto a su padre para que se apartara—. Escúchame —le dijo a Ismal.
Él se la quedó mirando perplejo.
—Haré todo lo que pueda —continuó diciéndole ella—. De modo que, si sobrevives, será gracias a mí, y solo gracias a mí. Tendrás que recordarlo siempre, Ismal.
—¿Y si muero? —jadeó él.
—Entonces te quemarás en el infierno.
Casi una hora después de que Esme hubiera empezado su dudosa labor de misericordia, Jason entró en la sala privada de la posada Bridge Inn, donde Varian estaba intentando engullir un almuerzo.
Jason dejó su bolsa de viaje a los pies de Varian.
—El capitán Nolcott recogió las piezas de ajedrez mientras estábamos con Gerald. Ahí está todo, contante y sonante.
Varian negó fríamente con la cabeza.
—Tengo que pedirte disculpas —dijo Jason—. Y darte las gracias.
Antes de que Varian pudiera contestar, la mujer del posadero entró en el comedor.
—¡Oh, lo que tú quieras, querida! —dijo Jason contestando amablemente a su pregunta—. Siempre y cuando el plato esté lleno. Y tráeme la mejor botella de cerveza que puedas encontrar.
Cuando ella se hubo marchado, él se dirigió de nuevo a Varian.
—Me has salvado la vida.
—No era mi intención —le contestó Varian secamente—. Lo único que quería era matarlo a él. He dejado que Esme trate de reparar el daño que he hecho solo porque era superior a sus fuerzas. Se sentía llena de culpabilidad, creo, porque había estado a punto de asesinarlo por un crimen que él no había cometido. Me parece que no he sido muy eficaz recordándole los crímenes que sí ha cometido. Estaba segura de que Ismal sobreviviría a pesar de todo y volvería para vengarse... de todos nosotros.
—Así es. Pero ahora ya no puede. Su orgullo no se lo permitiría —dijo Jason encogiéndose de hombros—. Si sobrevive.
Varian trató con todas sus fuerzas de apartar de su mente la imagen de Ismal golpeado y ensangrentado.
—¿Qué le va a pasar, si sobrevive?
—Deberían llevarlo a Newgate para que lo ahorcaran, pero eso podría crear complicaciones diplomáticas. Luego está la cuestión de si manchar el honor de sir Gerald Brentmor iba a hacerle algún bien al reino. Afortunadamente, ya no tengo que preocupar a la corte con este tipo de intrigas. Empecé a arreglar esos asuntos hace unos meses, cuando le seguía la pista a Ismal —le explicó Jason—. Fue suficiente con que el socio de Gerald, el señor Bridgeburton, se ahogara en Venecia. Las autoridades ya sospechaban de él. Y yo les animé a que no sospecharan de nadie más.
—Pero ¿Ismal?
—Me lo han dejado a mí. Lo mandaré a Nueva Gales del Sur al cuidado de unos amigos.
La mesonera llegó trayendo el almuerzo de Jason, que él empezó enseguida a devorar con entusiasmo. Su apetito, al contrario que el de Varian, no parecía haberse visto afectado en absoluto por los acontecimientos de la mañana. Pero Jason estaba acostumbrado a la violencia, pensó Varian.
Jason alzó los ojos de su plato.
—El cuerpo de Gerald viajará en el mismo barco que Ismal. Ya he mentido bastante por él. No soportaría la hipocresía de un funeral.
—Estoy seguro de que nada de esto es asunto mío.
—Supongo que lo lamentas por ese puerco, y te culpas a ti mismo de haberle hecho venir hasta aquí. Crees que ha muerto por tu culpa.
—Si no le hubiera sobornado con el juego de ajedrez, no habría venido conmigo —dijo Varian con voz tensa.
Jason sacudió la cabeza.
—Uno de los hombres de Ismal estuvo a punto de dejarme fuera de combate en el muelle. Gerald me sacó de aquel apuro. Esa debe de ser la única cosa decente que mi hermano haya hecho, intencionadamente, por alguien. Y al cabo de un instante, ya estaba peleando conmigo por sus preciosos peones y torres, Le advertí que se marchara mientras aún podía hacerlo. Pero no, tenía que irse con el maldito juego de ajedrez. —Se sirvió una delgada rebanada de pan de la bandeja que había frente a él—. Lo ha matado su codicia, Edenmont, como de todas formas iba a sucederle, tarde o temprano.
Varian apartó su plato a un lado.
—Ya veo.
Jason se quedó mirando el plato que Varian apenas había probado.
—¿Has perdido el apetito?
—Ya no tenía mucho cuando empecé —dijo Varian.
—Eres demasiado sensible a la sangre —dijo Jason untando la rebanada de pan con mantequilla—. No me extraña que Esme te haya destrozado los nervios.
Jason acompañó a su difunto hermano y a lo que quedaba de Ismal al barco. Dejando a Esme al cuidado de la mujer del mesonero, Varian le acompañó. No estaba seguro de por qué lo hacía. Puede que fuera la necesidad de ver el final de todo aquello.
Había previsto quedarse en la cubierta mientras Jason acomodaba a Ismal en el camarote. Sin embargo, cuando Jason hubo acabado, Ismal pidió hablar con lord Edenmont.
Varian se quedó de pie al lado de la estrecha litera. Los ojos azules de Ismal estaban completamente hinchados y morados, y la antaño sensual boca no era más que un amasijo de carne en su maltrecha cara.
—Has luchado bien —le dijo Ismal con voz chirriante.
—Me habría comportado de una manera mucho más elegante en un duelo —le contestó Varian con frialdad—. En el futuro deberías considerar la posibilidad de los duelos. Más pulcros, con las reglas claramente definidas. Uno sabe exactamente qué tiene que hacer.
—Tan inglés. Tan educado. Te arrebaté a tu mujer.
—Y yo te la arrebaté de nuevo —dijo Varian—. Y me he vengado. Ya sé que los albaneses cargan con sus venganzas durante décadas, como hacen aquí los abogados con los pleitos. De todas formas, apreciaría mucho que decidiéramos que nuestras diferencias acaban aquí.
—Sí. —Ismal intentó levantar la cabeza e hizo una mueca de dolor. Pero se tumbó de nuevo, golpeando con la mano buena de manera inquietante las ásperas mantas—. La llamé mi puta.
—Pero no lo era. Tan solo pretendías ser desagradable.
La hinchada boca de Ismal se arqueó. Parecía que estaba tratando de sonreír.
—¿Eso es lo que te ha dicho ella?
—No te habría curado si la hubieras deshonrado. No hace falta que me lo diga ni hace falta que yo se lo pregunte.
—Veo que no eres estúpido.
—Gracias.
Ismal miró más allá de Varian, hacia la puerta abierta.
—León Rojo.
Jason se acercó a la cama.
—Haz las paces por mí —le pidió Ismal.
Jason sacó de la chaqueta una pequeña bolsa bellamente bordada.
—Ismal intentó robarte a tu mujer y además intentó también matarte —dijo él—. A pesar de esos crímenes, tú permitiste que tu esposa le aliviara de sus sufrimientos. Si sobrevive, Ismal te deberá su vida. Estas circunstancias han creado una carga que le parece intolerable.
—Yo no...
—No interrumpas, Edenmont —lo reprendió Jason—. Esto es una ceremonia.
Varian se calló.
—Él valora a tu mujer mucho más de lo que valora a las mujeres corrientes —siguió diciendo Jason—. Está de acuerdo, como muchos de sus compatriotas, en que la pequeña guerrera vale más que dos hombres buenos. También deben tenerse en cuenta sus grandes dotes curativas, tanto como vuestra aristocracia. Finalmente, en tanto que él también es una persona noble, su honor debe ser tenido en gran valía. Según sus cálculos, esto es lo que te debe —dijo Jason dándole la bolsa a Varian.
Varian se quedó mirando al herido.
—Por mi honor —dijo Ismal.
Varian vació el contenido de la bolsa en la palma de la mano: diamantes, esmeraldas, zafiros, rubíes.
—Dios mío —murmuró él.
—Aceptando esta multa, lord Edenmont, estás de acuerdo en que la afrenta de Ismal ya se ha pagado y no te debe nada. Aceptándola declaras que tu honor ha quedado satisfecho y que las dos familias están en paz. También mi honor queda así restaurado —explicó Jason—, de la misma manera.
Varian se quedó mirando aturdido las piedras preciosas que tenía en la mano.
—No es bastante —dijo Ismal preocupado—. Ya te lo dije, León Rojo, no va a ser...
—No, no, es suficiente —dijo Varian rápidamente—. Casi diría que es demasiado..., pero supongo que eso sería un insulto.
—¿Lo ves? —le dijo Jason a Ismal—. Entiende mucho más de lo que tú crees. No todos los ingleses son unos zopencos.
—Entiendo la compensación —dijo Varian mientras volvía a meter las piedras en la bolsa—. Hubo una época en la que en mi país se resolvían las diferencias de la misma manera. Y en algunos casos todavía se sigue haciendo. Lo que no entiendo es por qué hiciste todo este viaje para conseguir un juego de ajedrez, cuando ya poseías una fortuna en diamantes.
—Vine aquí para vengarme —dijo Ismal—. De sir Gerald. Por lo demás... el hado, quizá. —Se quedó mirando a Jason—. O mi propia estúpida arrogancia.
—Lo entiendo bastante bien —dijo Varian—. Esme me hizo a mí lo mismo.