Capítulo 22
Quince frenéticos minutos más tarde, lavado, someramente afeitado y vestido, Varian acompañaba a su esposa al salón y allí le presentaba a su tío. Varian se dio cuenta de que Esme estaba muy tensa, aunque un ojo inexperto no habría notado en ella más que una aristocrática reserva. Las tres semanas pasadas en compañía de la señora Enquith le habían ofrecido una pátina de brillo a aquella joven mujer, que tenía el orgullo natural de una emperatriz.
Mientras aceptaba las lacónicas y rígidamente educadas felicitaciones, Varian pensó que los negocios podían marchar como la seda, en tanto en cuanto Esme no perdiera los nervios. Aunque eso no iba a ser fácil. No podía sentirse contenta por las frías miradas que le dirigía su tío, antes de despreciarla completamente dirigiendo su atención solo a Varian.
Pero Esme contuvo su indignación, al igual que contenía su lengua, y Varian se inclinó silenciosamente pensando en besarla, desde la cabeza hasta la punta de los pies, en el momento en que hubiera pasado aquel maldito mal trago. Su futuro dependía de aquella entrevista. A sir Gerald había que manejarlo con delicadeza, y eso iba a requerir toda la presencia de ánimo de Varian.
Desgraciadamente, sir Gerald no tenía idea de lo que era la delicadeza. Cuando hubo acabado con sus cumplidos de rigor, fue directo al grano:
—No me puedo quedar mucho. Me esperan los negocios. Usted lo entiende, Edenmont, estoy seguro. Solo he venido para recoger al muchacho. —Le lanzó una mirada sombría a su hijo—. Ya puedes ir haciendo el equipaje, Percival... y date prisa.
—¿A... ahora, papá?
—Por supuesto que no ahora mismo. —Esme le colocó a su primo una mano sobre sus delgados hombros—. Acaba usted de llegar y...
—¡Percival, haz tu equipaje!
—Sí... sí, papá.
Percival salió corriendo hacia su dormitorio.
El rostro de Varian expresaba una indiferencia cortés.
—No quisiera alejarlo de sus negocios claro está —empezó a decir con voz tranquila—, pero...
—No puede retenerme aquí —dijo sir Gerald con una voz igual de tranquila—. Ni tampoco al chico. No pretendo perderlo de vista hasta que lleguemos a Inglaterra. Y una vez allí lo dejaré a salvo en la escuela, donde empezará a aprender cuáles son sus obligaciones, ayudado por la punta de una vara de abedul.
—En cuanto a sus obligaciones...
—Sabía que su obligación era ir con usted a Venecia, señor.
—Como le explicaba en mi carta, lo que sucedió fue enteramente culpa mía.
Sir Gerald sonrió fríamente.
—No voy a decirle que es usted un mentiroso, milord. Se ha visto obligado a hacerme llamar, y yo no soy tan ingenuo como para batirme en un duelo por la falta de sensatez del chico..., aunque creyera en esa costumbre medieval, en la que no creo. Sin embargo, sé perfectamente que no fue un italiano quien le embarcó en ese crucero por el Adriático. Fue ese maldito chico, que tiene la mente llena de las tonterías sentimentales que le inculcó su madre.
Varian vio un brillo en los ojos de Esme, pero esta vio la mirada de advertencia que le dirigía él, y no dijo nada.
—De todas formas, al fin y al cabo esta aventura ha tenido un final bastante feliz —dijo Varian con una voz bastante fría y calmada—. Esta aventura me ha hecho conocer a mi esposa..., su sobrina. Creo que es una buena ocasión para celebrar y perdonar.
Sir Gerald meneó la cabeza.
—Puede celebrar usted lo que quiera, Edenmont, pero no está en mis manos ofrecer el perdón que desea. Me parece que le harán falta al menos mil libras de perdón si es que espera apaciguar a sus acreedores.
Varian se puso rígido.
El baronet continuó con voz enérgica:
—Espero que ella le haya aportado al menos esa cantidad de dinero, milord, porque no veo a nadie más en el mundo que se lo pueda proporcionar.
La rabia que aquellas palabras le provocaron fue tan grande e inesperada que Varian no pudo dominar su lengua. Mientras luchaba por controlarse, su visitante se volvió hacia Esme.
—No es mi intención ofenderla, señora, pero debe saber usted cómo están los asuntos familiares, incluso aunque su lord no quiera reconocerlo.
—Lo sé perfectamente —dijo Esme en tono glacial—. Y él también lo sabe. Ya le dije a él que preferiría morir antes que solicitar su caridad.
Los ojos de sir Gerald brillaron divertidos, pero le contestó con falsa amabilidad.
—Muy propio y sensato lo que ha dicho. Porque no hay caridad que solicitar, ¿no le parece? Ni en el caso de mi madre.
Su mirada se deslizó hasta Varian.
—No se conmoverá, se lo aseguro, ni un ápice. No es necesario mencionarlo. Yo lo he intentado en incontables ocasiones. Especialmente desde que nació Percival. Pensaba que un nieto la ablandaría. Pero me contestó que bien podría no ver al chico nunca más sin ningún remordimiento si volvía a nombrarle a mi hermano. —Meneó la cabeza con tristeza—. Yo tengo las manos atadas.
Y sin duda también se las había atado a Varian.
—Ya veo —dijo Varian—. Estoy seguro de que nada le haría más ilusión que ver a la familia reconciliarse. Sin embargo, por el bien de su hijo, no se atreve a intentarlo. Por supuesto que no había siquiera soñado en pedirle a usted una favor como ese. Esme y yo le tenemos mucho cariño a Percival, y no deseamos causarle problemas de ningún tipo. Me parece entender que no tiene más elección que llevarlo a casa usted mismo. Comprendo que si lo acompañáramos mi esposa y yo, su abuela lo podría tomar muy a mal.
—Exactamente, milord —corroboró sir Gerald frotándose las manos—. Es una penosa situación, lo sé. Un asunto muy feo, como dice. Y me alegro de que usted lo entienda.
—Lo entiendo —dijo Varian—, perfectamente.
Alí se quedó mirando al mugriento mendigo que estaba de pie delante de él.
—Miserable desgraciado —le dijo—. Por la pena que me has causado debería dejar que les sirvieras de comida a los leones. Pero mi corazón es demasiado blando. Y me dice que no tienes la culpa de que Alá te diera el cerebro de un burro. —Miró hacia Fejzi—. Pero este iluso compañero piensa que el listo es él y Alá el burro. Porque soy viejo y estoy enfermo, cree que también estoy ciego y soy tonto. ¿Tú qué opinas, Fejzi? ¿Qué deberíamos hacer con este perro infiel?
—No creo que yo pueda aconsejar a su alteza. —contestó Fejzi—. Pero creo que deberíamos hacer que el tipo se bañara y comiera algo para que los leones pudieran acercarle sus hocicos.
—Entonces ve a prepararlo —le dijo Alí—. Y déjame que hable un rato con esta sucia criatura en privado.
Fejzi salió de la sala en silencio.
Cuando ya no se oían los pasos de Fejzi, Alí le dirigió al mendigo una mirada de reproche.
—No te pienso abrazar, León Rojo, estoy profundamente ofendido.
—Supongo que es por el hedor —dijo Jason. Se sentó en la alfombra, con las piernas cruzadas, junto a la mesa baja—. No se puede evitar. Cuando se va a la caza de ratas, hay que infiltrarse entre ellas. —Con calma le sirvió al visir una taza de café y luego se sirvió otra él mismo.
—Tendrías que haberme dejado ir de caza contigo —se quejó Alí—. Pero no. ¿Cuántos años hace que nos conocemos? ¿Acaso no podías confiar en mí?
—Era un asunto demasiado personal. Habías invertido mucho en tu primo. Tenías grandes planes para él.
Alí se encogió de hombros.
—Ismal es un desagradecido. Y la educación europea que le di es un completo desperdicio. Todavía sigue pensando como un bárbaro. Y es una pena, con su inteligencia y su ingenio. Podría haber sido un gran diplomático. Podría haber hecho que todos los soberanos de Europa se sintieran apenados de nuestra grave situación y nos ayudaran contra los turcos. Podría haber hecho tantas cosas por su gente... Podría haber sido un héroe más grande que Skanderbeg. Es muy decepcionante. ¿Dónde voy a encontrar a otro como él?
—Su alteza ha superado ya muchas decepciones.
—Y así haré esta vez, y además, también me vengaré —dijo Alí antes de sorber su café sonriendo—. Y esta venganza en particular va a ser muy divertida.
Jason dejó a un lado su taza de café, sin llegar a probarla.
—No voy a preguntar. He hecho todo lo que he podido para evitar un derramamiento de sangre. Si estás dispuesto a sembrar el país de cadáveres, yo no puedo detenerte.
—Sí, ¿por qué no me clavas tu daga en el corazón ahora que estás a tiempo? Más de veinte años... ¿Y esa es la idea que tienes de mi inteligencia? —Alí chasqueó la lengua en un gesto de reprobación—. Mi primo está confinado en las mejores habitaciones del palacio de Ioanina. Está gravemente enfermo. Los médicos están muy afligidos porque dicen que se muere de amor por la hija del León Rojo, y no hay cura para eso. Uno de los médicos tiene tan poco espíritu que me parece que morirá muy poco después de que lo haga mi primo.
—Ese al que has pagado para que lo envenene, ¿no es así? —preguntó Jason con una voz que era apenas un susurro.
El silencio de Alí era suficiente respuesta.
—Es una pena —dijo Jason al cabo de un rato—. Un triste desperdicio. Si las cosas hubieran sido de otra manera, me habría gustado... —Se calló arrugando el entrecejo.
—Sé lo que habrías querido, lo mismo que deseé yo en otro tiempo. Pero lo he visto con mis propios ojos, León Rojo. Tu hija le ha dado el corazón a otro.
—Me ha dicho Fejzi que hace una semana que se casó con ese canalla. —Jason frunció aún más el entrecejo—. No sabía nada. Estaba navegando...
—Eso no tiene importancia —dijo Alí rápidamente—. Tienes que poner tu inteligencia en tus asuntos. Y no podías haber interferido sin poner en peligro tu propia vida y la de muchos otros.
—Alguien debería haber interferido. Ese tipo es un...
—Un gigoló. Sí, eso dicen. Pero tiene muy buen aspecto y es fuerte. Le dará a tu hija una descendencia sana y apuesta. Puede que ahora mismo ya lleve en su vientre un nieto.
—¡Dios bendito, espero que no!
—Un nieto, Jason, que algún día será un lord inglés.
—Y menudo provecho que va a tener él... o mi hija. ¿Qué demonios va a hacer Edenmont con otra boca a la que alimentar? ¿Dónde la va a llevar? ¿Cómo la va a mantener?
Alí se encogió de hombros.
—Yo le ofrecí dinero para que la dejara aquí. Pero lo rechazó. Se marchó con ella. Se fue a buscarla incluso arriesgando su vida. Te lo he dicho. Ya encontrará la manera de mantenerla, amigo mío. No te preocupes por eso. Cuando te encuentres con él, te darás cuenta de que tengo razón.
—Cuando lo encuentre —gruñó Jason—. Le daré una paliza que recordará toda su vida. Tengo más de una deuda que pagar con ese pedazo de aristócrata depravado.
—Entonces piensas perseguirlo. Me vas a abandonar, León Rojo.
—Tengo la intención de marcharme cuando haya acabado todo este asunto.
—Todavía no ha acabado. No me has dicho quién le proporcionaba los barcos con armas.
—No sé quién era el proveedor —dijo Jason mirando al visir a los ojos—. Pero si lo supiera, no podría...
—Su alteza, mil perdones. —Fejzi entró a toda prisa en la habitación con la cara pálida y se echó a los pies de Alí—. Ha llegado un mensaje urgente de Ioanina.
Jason soltó una maldición en inglés y se levantó de un salto.
Fejzi dio un respingo.
—Ismal...
—Sí, sí —le interrumpió Alí—. Se ha escapado. Obviamente. ¿Qué otro mensaje de Ioanina podría haber hecho que vinieras a interrumpirme con tanta prisa? —Alí también se puso de pie, pero lenta y dolorosamente—. Solo corres para las malas noticias. ¿Cuándo sucedió? ¿Y qué dirección ha tomado mi maldito primo?
Ismal apartó con el dorso de la mano el cuenco de gachas haciendo que el contenido salpicara la sábana ya mojada.
—Esta mierda de barco no deja de moverse —murmuró él—. ¿Qué sentido tiene comer nada si no lo puedo mantener en el estómago? A no ser que pretendas que muera ahogado, maldito hijo de puta.
Risto recogió el cuenco.
—El veneno de Alí te ha dejado débil —le dijo—. Deberías tratar de comer algo, si no te morirás antes de que lleguemos a Venecia.
—No pienso morirme —le contestó Ismal enfadado—. No hasta que haya ajustado las cuentas con ese cerdo inglés.
—No sabes si fue él —dijo Risto. Agarró un trapo y empezó a limpiar la sábana—. No tienes pruebas de que fuera él quien te traicionó. E incluso si lo hizo él, sería mucho más inteligente que lo dejaras marchar.
—¿Y esconderme en Constantinopla por sabe Dios cuánto tiempo, sin dinero y con solo dos criados canallas para que cuiden de mí? El sultán se iba a reír en mi cara... y lo más seguro es que lo haría mientras viera mi cabeza reposando en una bandeja de plata.
—Tienes suficiente dinero —dijo Risto—. Más del que yo vea nunca en tres vidas.
—Sir Gerald Brentmor me ha robado mil libras... me ha estafado de mala manera. ¿Quién más conocía el paradero de cada uno de los barcos, y sabía cada una de las rutas y los puertos de llegada? Si se hubieran perdido uno o dos barcos, habría creído que era un accidente del destino, pero ¿todos?
Risto tiró el trapo al suelo.
—¡Barcos! ¡Armas! ¿Para qué? ¿Para gobernar un desgraciado pedazo de tierra, nada más que rocas y pantanos? ¿Para malgastar tu juventud y tu belleza peleando contra cualquier intruso que quiera esas mismas rocas y esos pantanos asquerosos? ¿Para pasarte la vida besándole el gordo culo a los extranjeros, para conseguir más armas con las que defender tu precioso pashalik? Dios te ha dado belleza e inteligencia. Tu primo te mandó con los francos para que aprendieras sus maneras y pudieras imponerte a ellos, y ganarles en honor y respeto. Sí, y hacer que obedecieran tus deseos. Pero tú preferías ensuciarte tus blancas manos con la sangre de salvajes ignorantes.
—Mi gente necesita alguien que los pueda sacar de su salvajismo.
—No es tu kismet —insistió Risto tozudamente—. El Todopoderoso te lo advirtió, muchas veces, pero tú no le hiciste caso. Como un muchacho calenturiento te has lanzado a la caza de esa puta pelirroja... y has estado a punto de morir por ello.
—Pagué por ella —gruñó Ismal—. Era mía por derecho.
—Nunca fue tuya, y lo único que querías era mantenerla alejada del lord inglés. Alí ha estado jugando contigo al gato y al ratón, pero ¿sabes una cosa?, al final el gato siempre acaba matando al ratón. Y así es como Alí ha estado a punto de matarte. Tú conoces sus juegos mejor que nadie, y aun así has caído en su trampa. Si no hubiera encontrado a Mehmet, ya estarías muerto. Sin su ayuda nunca habría podido salvarte. ¿Para qué? ¿Para que arriesgues otra vez el cuello por vengarte de un contrabandista inglés? ¿Qué maldición ha caído sobre mí para que quiera tanto a un hombre tan loco?
—Yo no quiero tu amor. —Los ojos de Ismal tenían un tinte de rabia azul oscuro—. Nunca lo he querido. Tu amor es vil, desleal. Estás contento de que haya fallado. Quieres que lo pierda todo para que así tenga que necesitarte. ¡No te necesito! Vete corriendo a Constantinopla. O al infierno, si quieres. Búscate algún débil muchachito al que mimar. Yo no soy tu niño. Nunca lo he sido y nunca lo seré.
Risto desenfundó su daga.
—¡Sí, hazlo! —lo desafió Ismal—. Mátame, mi querido Risto. Moriré con la imagen de Esme en mi corazón y su nombre en los labios. Moriré sonriendo, pensando en sus firmes pechos pálidos y en los rojos rizos de su...
La puerta de la cabina se abrió de golpe, y la figura grande y fea de Mehmet llenó el marco.
—Cálmese, por favor, señor, toda la tripulación le está oyendo. —Entró en la cabina y tranquilamente le quitó a Risto la daga de la mano temblorosa—. Aunque son griegos, seguro que pueden entender una o dos palabras de nuestra lengua. Además, esta discusión a gritos los pone nerviosos. Vamos, Risto. —Le puso un brazo sobre los hombros y lo condujo hacia la puerta—. ¿Por qué molestas al señor?
—Mantenlo alejado de mí —dijo Ismal mientras se volvía a tumbar en la estrecha litera—. Lo tengo todo el día encima como si fuera una abuela gruñona.
Mehmet hizo una mueca por encima del hombro.
—Sí, amo, y usted prefiere una joven y hermosa enfermera. En Venecia le encontraremos tres: una morena, una rubia y una pelirroja, ¿eh? Duérmase ahora y sueñe con ellas.
Mientras conducía a Risto hacia cubierta, Mehmet le dijo que respirara profundamente la brisa marina para que se calmara su espíritu airado.
—Tu problema es que no entiendes la naturaleza humana —le dijo al desgraciado criado.
—Él no es humano —se quejó Risto—. El demonio le ha dado esa lengua que tiene para que me fustigue con ella... mientras a todos los demás les ofrece una miel dulce.
—Porque no confía en nadie más. Eso es una triste carga para ti, amigo mío. Así y todo, deberías apiadarte de él. Es duro creerse medio divino y medio humano... y, al cabo, es más un niño que un hombre. ¿Qué buen humor puedes esperar de él cuando todo lo que pretende le sale mal?
—Le sale mal porque siempre hace las cosas que no debe.
—Satanás trabaja con las dos manos. El amo Ismal tiene una mente muy activa y un espíritu con la voluntad de conquistar el mundo entero. Pero no es ese tipo de conquistador. Yo lo he visto, igual que tú. —Mehmet se quedó mirando al mar—. Es una pena que no haya conseguido a la chica.
—Esa puta arpía...
—No puedes mantenerlo alejado de las mujeres.
—¿Crees que no me di cuenta de eso hace ya muchos años? No son las mujeres, es ella —le espetó Risto—. Una asesina que actúa como un hombre; incluso sabe leer y escribir. Es testaruda y tiene muy mal carácter. Y además es una puta extranjera.
—Temes que ese prodigio de mujer pueda esclavizarlo, ¿no es así? —se burló Mehmet—. Sería mejor para ti que lo hiciera. Tiene un corazón valiente como el de un guerrero, pero también es justa y generosa. Si ella fuera su esposa y tú la trataras con amabilidad, ella haría que, en justicia, él te tratara también amablemente. Tiene bastante cerebro, también, para entender exactamente lo que deseas de él. Si consigues hacerla tu amiga, ella te ayudará.
—No quiero la ayuda de ninguna mujer.
—¿Qué te importa a quién obedezca él, si el resultado es conseguir lo que quieres? Eres una persona bastante inteligente, Risto. Seguramente, más listo que yo. Pero incluso el ignorante Mehmet puede darse cuenta del valor de una esposa a la que el amo adorara.
Risto se quedó mirando fijamente a su acompañante.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
Mehmet dirigió la vista al mar.
—Hay que pensar en algo. Los británicos han encontrado todos los barcos y confiscado sus cargas. El amo le echa la culpa de eso al contrabandista inglés. Y por eso estamos viajando a Venecia. Si no llegamos a tiempo a Venecia, me pregunto, ¿adónde tendremos que ir después?
—No a Inglaterra —susurró Risto con un suspiro—. Es imposible que vaya tan lejos para vengarse.
—Podría hacerlo, especialmente si se entera de que la chica también ha ido allí...
—Entonces tendremos que hacer todo lo posible para que no lo sepa.
—Lo conoces desde que era un niño. ¿Cuándo has tenido éxito ocultándole algo?
—Nunca —contestó Risto con pesimismo—. Incluso conoce los secretos que tengo encerrados en el corazón... y se burla de ellos.
—Por eso sabe que le seguirás adondequiera que vaya. —Mehmet se encogió de hombros—. Por mi parte, no tendría ningún problema en ir allí. No me importaría viajar lo más lejos posible de Alí y de sus espías, casi diría que es lo mejor. Vaya a donde vaya, y tanto si lo hace para vengarse, por dinero o por una mujer, yo no me negaré a ir con él. —Volvió la cara hacia Risto, quien lo miraba con expresión de ansiedad—. Si tiene éxito, nosotros prosperaremos con él. Y si falla... bueno, ¿qué importa dónde muera uno?