Capítulo 3
El parecido de aquel chico con Percival era impresionante: los mismos ojos felinos de vivo color verde, la misma nariz pequeña y recta, y la misma barbilla enérgica. Incluso le relataba los eventos del amanecer con la misma lógica paciente de Percival, aunque de una forma mucho más sucinta que este. Teniendo casi un total parecido con Percival, la serenidad fría de Zigur no hacía sino divertirle, ya que el chico no podía ser más que un par de años mayor que Percival —tendría quince años, a lo sumo—. Pero a Varian le dolía terriblemente la cabeza, tenía los músculos agarrotados y el relato que estaba escuchando no tenía ni una pizca de comicidad.
—Mi padre, Jason, es el tío del chico, Percival —le estaba explicando Zigur—. Esta mañana me he enterado de que mi padre ha sido asesinado y que habían enviado a varios hombres para secuestrarme y entregarme a los caprichos de su señor. En la confusión de la refriega en el puerto, esos hombres se han llevado por error a mi primo.
Zigur se echó hacia atrás el grueso gorro de lana lentamente y Varian pudo ver que el cabello que asomaba debajo, al igual que los ojos, era idéntico al de Percival. Entonces entendió lo que le estaba intentando explicar el chico. Por lo que había oído Varian, en aquellas tierras solían raptar y violar a chicos de ambos sexos. Percival estaba en manos de unos pederastas.
Varian debía tener un aspecto tan enfermo como realmente se sentía, pues Zigur añadió rápidamente:
—No tiene usted de qué preocuparse, efendi. Era yo quien les interesaba. Con Jason muerto, no tengo más parientes para vengar el insulto. Esos villanos se reclutan con la misma facilidad que se recogen guijarros en la playa. Pero mi primo es inglés, y Alí Pachá quiere que su gobierno le ayude a extender sus dominios. Esos villanos saben, al igual que lo sabe toda Albania, que ofender a un inglés es invitar a que el cruel Alí se vengue de manera muy despiadada. En cuanto los secuestradores descubran que el chico es inglés, lo dejarán libre en uno de los pueblos del sur, donde al amigo de mi padre, Bajo, no le será difícil encontrarlo.
—Pero esos hombres han matado a Jason —dijo Varian sentándose de golpe. Al momento se arrepintió de haberse movido. Notó una explosión en la cabeza que parecía partirle en dos el cráneo. Volvió a tumbarse de nuevo—. Y también me han atacado a mí. Eso hacen dos ingleses en cuestión de días.
El rostro de Zigur se contrajo en una dura expresión.
—La familia de Jason lo repudió hace muchos años. Aquí se le considera albanés. Naturalmente, ese asesinato conllevará un derramamiento de sangre, pero eso no es asunto suyo, efendi. Y en cuanto a usted, no habría sucedido nada si se hubiera mantenido apartado del camino de esos villanos. Si hubieran pretendido matarle, ahora su cabeza descansaría sobre la arena de Durrës.
Zigur dudó por un instante y luego le colocó una pequeña mano fría a Varian en la frente.
—Tiene algunas décimas —dijo el chico—. Intente descansar. Navegamos hacia Corfú, donde podrá encontrar soldados británicos que lo escolten hasta el palacio de Alí, en Tepelena. Y allí hallaremos a salvo a mi primo Percival, se lo prometo. Alí lo protegerá como si fuera un raro y preciado diamante, y sus amigos británicos se asegurarán de que Alí Pachá no pida una recompensa demasiado grande a cambio de su hospitalidad. Es un asunto fácil de solucionar. Quisiera Dios que todas las cosas fueran igual de simples —murmuró mientras volvía a agarrar de nuevo el trapo húmedo.
Más tarde, Varian tendría tiempo de extrañarse de su propia docilidad. Sin embargo, por el momento parecía existir cierta esperanza en medio de aquella pesadilla de miedo y dolor. No tenía ni el valor ni la decisión para hacer que el barco volviera atrás. E incluso aunque lo hiciera, ¿para qué iba a servir? En cuanto a lo que sabía de aquellas tierras y sus gentes, para Varian era como estar en la Luna. Tenía que confiar en el joven bastardo de Jason porque, sencillamente, lord Edenmont no tenía ni la mínima idea de qué otra cosa podía hacer.
Esme había olido la tormenta en el aire a última hora de la tarde. Cuando se levantó, al atardecer, vio la confirmación reflejada en los ojos de la tripulación. Aquel barco no había sido construido para resistir un tiempo tan turbulento. Se había enterado de que el dinero era lo que había decidido al capitán a aventurarse en aquel viaje en una época tan cercana a la estación de las tormentas. Ahora se veía claramente que se arrepentía de su avaricia.
—No podemos continuar —le dijo el capitán—. Avise al barón inglés de que tendremos que buscar tierra para desembarcar.
Esme miró preocupada hacia la costa. No había allí cerca ningún puerto en el que refugiarse, lo sabía, y él ligero barco ya estaba siendo sacudido con fuerza por el vendaval y el rugiente oleaje. Vio una luz que centelleaba en la distancia.
—No creo que sea buena idea decirle nada —contestó ella—. Tiene la cabeza rota y no entiende lo que está pasando. ¿Espera que tengamos dificultades?
Aquello último no era una pregunta.
—Si no podemos maniobrar lo suficientemente cerca, tendremos que meterlo en un bote —contestó el capitán con tristeza—. Le ofreceré dos hombres competentes para que los lleven hasta la costa.
Ella se quedó meditando. En un bote pequeño correrían menos peligro al atravesar el oleaje del rompiente. Y si no llegaban a tierra ahora, ya no podrían hacerlo hasta que hubiera pasado la tormenta. Por supuesto que Petro no podría servirle de gran ayuda. Ya había empezado a quejarse y a rezar desde hacía varias horas. Gordo, vago y sucio, era el peor marinero con el que jamás se hubiera cruzado. Aunque era difícil determinar sus orígenes, era bastante claro que se trataba de un inepto en al menos cinco de las siete lenguas que pretendía poder hablar. A pesar de todo, con dos robustos marinos a su cargo, ella misma se las podría arreglar bastante bien para llegar a tierra.
—Hagámoslo ahora —dijo ella con calma—. Yo deseo tan poco como usted tener un noble inglés muerto entre las manos. El barco podrá resistir la tormenta. Pero si el lord continúa a bordo mucho más tiempo, no creo que pueda resistirlo.
Cuando hubieron alcanzado la orilla, el inglés había logrado sobrevivir a duras penas a la travesía, pasando la mayor parte de esta asomado por la borda y vomitando. Aun así, no se quejó ni una vez —a diferencia de Petro, quien acabó vertiendo lágrimas suficientes para hacer que el bote se hundiera, mientras rogaba a Alá y a Jehová y a todos los santos por turno, pidiéndoles que se apiadaran de su alma—. Sin preocuparse por el estado de sus pasajeros, los dos marinos italianos no dejaban de remar con fuerza, mientras Esme se dedicaba a otear el agua en busca de posibles obstáculos y se aseguraba de que los dos marineros de agua dulce no acababan cayéndose al mar.
Cuando por fin estuvieron en tierra firme, el inglés saltó a tierra mientras los demás se quedaban mirando con desesperación el desolado paisaje que los rodeaba. A su alrededor se extendía un vasto terreno baldío, sin señal alguna de habitantes humanos. Pero allí podrían encontrar algo. Esme lo sabía. Un refugio. Podrían acampar allí con suficiente comodidad —ella ya había dormido otras veces al raso, incluso bajo la lluvia—. Desgraciadamente, su paciente necesitaba un techo sobre su cabeza, si no quería que pillara un resfriado fatal, y eso era algo que ella no deseaba en absoluto. Aquel inglés ya le había causado por el momento suficientes complicaciones.
—Ayudad al inglés —ordenó a los marinos mientras agarraba su arma y se echaba el saco de viaje al hombro—. Tú, Petro, carga con su petate y mantén la boca cerrada. Hemos de ir hacia el este a toda marcha y no tenemos tiempo para entretenernos en lamentaciones.
Cuando Varian se despertó por fin de lo que esperaba fervientemente que no hubiera sido nada más que una pesadilla, el sol ya había salido. O al menos eso pensó él. Pues por la puerta entreabierta pudo ver una luz grisácea en lugar de oscuridad. Seguía lloviendo sin descanso, y se había formado un pequeño lago en la entrada del refugio con dos charcas gemelas bajo el par de hendiduras que pretendían pasar por ventanas.
Cerró dos veces los ojos, solo para volver a abrirlos ante la misma escena sorprendente. Las piedras bastas de las paredes eran negras y viscosas, y la sábana sobre la que estaba tumbado estaba húmeda y agujereada. Le dolía la cabeza como si todos los condenados del Hades estuvieran saltando encima de ella, tenía la boca llena de arena y sal y su estómago vacío se retorcía de hambre.
—Maldita sea —gruñó.
Una mano pequeña y fría le tocó la frente. Sorprendido, se volvió para encontrarse a su lado con una mirada de ojos verdes. No se había dado cuenta de que Zigur estaba acurrucado a su lado.
—De momento no tienes fiebre —le dijo el muchacho—. Eso es buena señal. No podemos encender fuego, y tenía miedo de que te enfriaras, pero veo que eres más fuerte de lo que había imaginado.
—Me va a estallar la cabeza en mil pedazos —se quejó Varian—. He arrojado por la borda mi última comida en ese bote a punto de naufragar y ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que comí algo. Estoy mojado, lleno de mugre y...
—En ese caso debes de estar contento por no tener también fiebre y escalofríos. Como lo estoy yo, ya que mi bolsa de remedios está todavía en el barco. Los escalofríos no son nada de que preocuparse, si se cuida uno bien —trató de explicarle provocando con ello obviamente la exasperación de Varian—. Pero ¿qué podríamos hacer al respecto sin ajo y sin hierbas medicinales?
Poco a poco y sintiendo mucho dolor, Varian se incorporó y se apoyó en los codos. Vio que la manta de Zigur estaba extendida a su lado, sobre un rectángulo relativamente seco del sucio suelo, y se preguntó con amargura qué tipo de bichos se habrían estado paseando por allí durante la noche. Estaba seguro de que las ropas del chico no habían sido lavadas desde el ya lejano día en que se había encontrado con él. Varian deseó que Jason hubiera dedicado un poco más de tiempo a darle a su bastardo lecciones de buenos modales y nociones de higiene personal.
—En tal caso estoy seguro de que tus curas mágicas deben de estar ya en el fondo del mar, lo mismo que el barco —le dijo él—. Aunque no es que lo desee, por supuesto.
—No. El resto de los marineros llegará aquí al despuntar el día. He visto el barco a flote, aunque estaba bastante maltrecho. Creo que navega a la deriva, porque ha perdido el mástil. Petro ha ido con los dos marineros para recoger del barco todo lo que necesitamos. Lamento tener que decirle que tendremos que quedarnos aquí bastante tiempo. Supongo que tendrán que cambiar el mástil en cuanto el tiempo se lo permita. Eso, y los demás trabajos de reparación —dijo haciendo un gesto con las manos— en esta época del año, supondrá varias semanas antes de que el barco pueda volver a navegar de nuevo.
—¿Semanas? ¿Quieres decir que estamos varados aquí?
La mirada desesperada de Varian daba a entender lo miserable, mugriento e incómodo que le parecía aquel cuchitril. Entonces vio dos serpientes que cruzaban por la pared.
El chico se sentó con las piernas cruzadas y con una expresión sorprendentemente paciente le explicó:
—Estamos en la desembocadura del río Shkumbi. Toda la región cercana a la costa es de pantanos, aunque hay unos cuantos pueblos muy pobres. Para viajar por tierra necesitaríamos caballos, y el lugar más cercano en el que podríamos alquilarlos está hacia el este, a unas veinte millas inglesas de aquí.
—Debes de estar bromeando. ¿No hay ningún caballo en veinte millas?
—No estamos en Inglaterra ni en Italia. Mi país es muy pobre, y los caballos son un bien muy preciado. ¿Qué loco se dedicaría a mantener un establo en una enorme ciénaga? Aquí ni siquiera se puede alquilar una mula.
—¿No me estarás diciendo que me he de quedar en este cuchitril durante varias semanas? —Varian meneó la cabeza horrorizado—. Eso es imposible. Enviaremos a alguien a por caballos o a que contrate otro barco.
—Si la suerte te sonríe, conseguirías que cumplieran esa misión en menos de un mes. —El muchacho se quedó mirándose las pequeñas manos mugrientas—. Como usted desee, efendi. Es usted un gran lord inglés. Andar debe de estar más allá de lo que puede permitirse. Aparte de que un viaje de ese tipo podría destrozar sus hermosas botas.
Varian echó una ojeada a sus botas llenas de barro y sal, y luego volvió a mirar a aquel pilluelo con desconfianza.
—No parece que te caigan muy bien los lores ingleses, ¿no es así?
—Lo lamento mucho, ¡oh gran lord!, si mis palabras le han ofendido —dijo Zigur todavía con la mirada clavada en el suelo—. Es culpa de mi ignorancia. No suelo estar a menudo en compañía de príncipes.
—Eres un pequeño granuja impertinente y no hace falta que malgastes esa falsa humildad conmigo. Aparte de este dolor infernal que tengo en la cabeza, mis sentidos funcionan perfectamente. —Luchando contra los músculos que parecían desprendérsele de los costados de la cabeza, Varian se sentó en el suelo—. Crees que soy tonto de remate, ¿no es verdad? Si te hubieran roto la cabeza a ti, no te sentirías en este momento tan engreídamente superior.
—Yo creo que si los turcos me hubieran dado el golpe que le dieron a usted en este momento ya estaría muerto —replicó el muchacho con una media sonrisa—. Tiene usted una cabeza maravillosamente dura, efendi.
Varian se tocó con cautela el enorme chichón que tenía junto a la sien y dio un respingo de dolor.
—Todos los lores ingleses son unos cabezas duras, ¿es que no lo sabías?
El chico sonrió abiertamente haciendo que la expresión de su cara se transformara, y Varian se dio cuenta por primera vez de que tenía un rostro bastante distinto del de Percival, aunque seguía pareciéndose a él en muchos aspectos. La boca era diferente, más ancha y de labios más gruesos, y el conjunto de sus facciones era mucho más delicado. En resumen, ese muchacho era hermoso. En aquel momento Varian pudo darse cuenta de por qué podía atraer aquel muchacho cualquier tipo de apetito en un hombre, a pesar de que la comprensión fuera puramente intelectual. Por depravado que fuera, lord Edenmont siempre había confinado sus deseos carnales a las mujeres adultas. La idea de utilizar a niños para el placer era algo nauseabundo para él.
Tratando de borrar de la cabeza la imagen de Percival o de aquel pobre heredero de Jason a merced de algún gordo y libidinoso sarraceno, Varian volvió a fijar su atención en la sonrisa de Zigur.
—Es verdad que no soy capaz de soportar la enfermedad y el dolor sin quejarme —dijo él—. Y también es cierto que me aterroriza la idea de destrozar mis queridas botas. Pero tampoco tengo ningunas ganas de pudrirme en medio de un pantano, gracias. Si se te ocurre alguna alternativa sensata, entonces será mejor que la pongamos en práctica.
Esme se quedó al lado del inglés, durmiendo a ratos, durante toda la noche siguiente, diciéndose a sí misma que estaba haciendo lo que era correcto. Tenía razón al respecto de los desperfectos que la tormenta había causado en el barco, cosa que Petro y los demás confirmaron a su regreso. No tenía más ganas de rezagarse en aquella tierra baldía de las que tenía el inglés. Quería ver a su primo a salvo, y lejos de Albania, lo antes posible, para poder encargarse de tomar las riendas de su propia vida. Cuanto antes llegaran a Tepelena, antes sucedería eso. En las actuales circunstancias, la mejor alternativa era recorrer a pie las casi cien millas hacia el sur que eso suponía.
Además, si esperaban hasta poder partir por mar, acabarían en Corfú, con los ingleses, y allí estaría Bajo para obligarla a marcharse a Inglaterra. Había estado demasiado paralizada bajo los efectos de la mala noticia para discutir la mañana del día anterior con él en Durrës, y ni siquiera había podido pensar con calma. Pero desde entonces había tenido tiempo de sobras para plantearse su situación.
Había estado pensando en su padre, quien había sido asesinado por su culpa. Ya nunca más podría volver a divertirse o a reír con él. Nunca más podría volver a situarse orgullosa a su lado, mientras él la presentaba a sus amigos —como su hija, su pequeña guerrera—. Nunca más volvería a escuchar su voz amable, siempre amorosa, incluso cuando la regañaba. Su amado padre, que no deseaba otra cosa más que regresar con ella a vivir entre su propia gente, había sido asesinado como un perro... por culpa de ella. Con él, su vida no habría estado jamás enteramente vacía, sin importar adónde fueran. Sin él, no tenía nada, solo la pena... y a nadie con quien poder compartirla.
Durante todo aquel largo día había tratado de apartar la tristeza de su mente, levantando una fortaleza alrededor de su corazón dolorido y haciendo lo qué tenía que hacer. Y durante aquel día interminable su rabia había ido creciendo hasta el punto de que había llegado a pensar que acabaría volviéndose loca. No podía huir a ninguna parte con la esperanza de que encontraría paz para un corazón que gritaba pidiendo venganza. Bajo estaba equivocado. Él no había matado a los asesinos de su padre. Ismal todavía estaba con vida. Y para la hija del León Rojo solo había un camino: pagar sangre con sangre.
No iba a ser difícil. Primero se aseguraría de que Percival saliera a salvo del país, y después aceptaría a Ismal. Con Jason muerto, Ismal tendría que pagar a Alí el precio de la novia, y seguramente sería un precio muy alto. Pero ella le iba a costar a Ismal mucho más que joyas y monedas, y cuando arrebatara la vida de su joven cuerpo, su honor quedaría lavado. Ella también tendría que pagar a su vez por ese crimen, lo sabía claramente —posiblemente con su propia vida o acabando en el lecho de uno de los actuales favoritos de Alí—. No tenía miedo. Mientras que pudiera limpiar su alma maltrecha por medio de la venganza, podría soportar cualquier destino que debiera cumplir.
A su lado, el inglés se movía inquieto y gemía. Había intentado aliviar su herida, y caldear sus ánimos, puesto que sabía que los dolores debían ser terribles. También sabía que estaba profundamente preocupado por Percival. Aun así, aquel lord no tendría ahora aquel chichón en su dura cabeza, ni razón alguna por la que estar preocupado, si se hubiera quedado en el lugar al que pertenecía. Por otra parte —se dijo pensando otra vez en sí misma—, los errores de aquel inglés habían conseguido atrasar su partida hacia Corfú. El terrible lío en que la había metido le había dado también una nueva oportunidad.
Esme se quedó mirándolo por encima del hombro. No le extrañaba que estuviera gimiendo. Había vuelto la cabeza hacia el otro lado y el costado lastimado de su cabeza estaba apoyado en la dura superficie del suelo. Ella se incorporó y cuidadosamente colocó su cuerpo inconsciente del otro lado. El débil quejido se detuvo. Luego se volvió a tumbar de nuevo dándole la espalda.
Estaba empezando a quedarse dormida cuando sintió un foco de calor en su espalda. En sueños, el inglés se había desplazado hacia la manta de ella. Ella estaba a punto de apartarse cuando él se movió, masculló algo y luego le echó el brazo por encima.
Esme dio un respingo y su corazón empezó a latir alocado. Con cuidado, le agarró el brazo e intentó levantárselo. Pero era como tratar de levantar una columna de piedra. Él se estremeció y se apretó más aún contra ella, rodeándola con el brazo. Una sábana de calor la envolvió.
Esme no solía preocuparse del frío, acostumbrada como estaba a aceptarlo e ignorarlo. Pero aquel hombre estaba enfermo y el cobertizo era un lugar frío y húmedo. Trataba de calentarse el cuerpo, eso era todo. Se dijo a sí misma que ningún mal podía haber en ello y cerró los ojos. Por mucho que se esforzara, se sentía miserablemente sola y la pena la llenaba de frío por dentro. Ser abrazada de aquella manera era incluso reconfortante.
Estaba ya volviendo a quedarse de nuevo dormida cuando él murmuró algo ininteligible, y su mano se deslizó hacia arriba por su pecho, por encima de su camisa, hasta cubrir uno de sus pequeños senos.
Un miedo ciego la recorrió. Esme le arañó la mano y le golpeó con fuerza mientras se liberaba de su abrazo.
—Pero ¿qué...?
La mano de él se agarró a su muñeca y al instante Esme se encontró echada de espaldas, mientras el inglés se acuclillaba sobre ella. Cuando intentó revolverse, él se colocó completamente encima de ella, agarrándole las manos y apretándoselas contra el suelo a ambos lados de su cabeza. Enseguida le colocó las dos piernas alrededor de las piernas de ella antes de que Esme pudiera darle un rodillazo en la entrepierna.
Por un momento Esme se quedó demasiado estupefacta para moverse. Nunca en su vida se había enfrentado con un adversario de movimientos tan rápidos. Pensaba que aquel hombre debía de estar muy cansado y débil. Pero era terriblemente rápido y desconcertantemente eficaz. Aun así, empezaba a jadear y sus maldiciones no eran más que un gruñido ahogado. Aquellos insultos no le molestaban en absoluto. Ella sabía maldecir en cinco lenguas diferentes. Lo que la estaba molestando era el peso de aquel cuerpo rígido encima del suyo y una desconcertante sensación de impotencia. Pero no por mucho tiempo, se dijo a sí misma. Después de todo él estaba herido y ella no.
—Maldito puerco inglés —gruñó ella golpeándole las piernas con fuerza.
Con el pie golpeó a Petro quien estaba todavía resoplando al otro lado de ella. Este se despertó aterrorizado.
—¡Socorro! ¡Socorro! —gritó en griego Petro mientras salía a toda prisa de debajo de las mantas—. ¡Ladrones! ¡Asesinos!
—¡Cállate, idiota! —le soltó el inglés—. Enciende la linterna. No hay ningún ladrón, maldita sea. ¡Es una chica!
A Petro le llevó una eternidad encontrar y encender la lámpara que olía a mil demonios. Entre tanto, Varian había liberado a su compañera del peso de su cuerpo y de su gorro de lana. No es que necesitara examinarla más de cerca. Reconocía un cuerpo femenino en cuanto se topaba con él, y había sido totalmente consciente de que su mano se había curvado sobre un diminuto y muy firme pecho, pero inconfundiblemente femenino. Estaba soñando que se encontraba en la cama con una mujer y se había despertado de golpe para darse cuenta de que, efectivamente, así era. Una chica, se corrigió en silencio, mientras sus ojos grises se fijaban en la brillante cabellera pelirroja. Una chica que posiblemente había entrado en la pubertad tan solo un día antes.
Ella estaba sentada con las piernas cruzadas, mirándolo fijamente. Varian sintió ganas de darle unos azotes. No le gustaba nada que le tomaran el pelo. Y mucho menos le gustaba todavía haber escapado a la muerte por los pelos dos veces en apenas cuarenta y ocho horas. Un poco más y podría haberse encontrado el cuchillo de ella atravesando sus costillas. Pero por muy furioso que estuviera, no era completamente insensible. Si aquella chica no era el hijo de Jason, sin duda era su hija. Su nombre era Esme. Un nombre sajón, y no tenía ningún sentido negar su asombroso parecido con Percival. Todo lo cual significaba que aquella muchacha acababa de perder a su padre, lo que era una razón más que suficiente para estar crispada. Además, las libertades que inconscientemente se había tomado él con su joven cuerpo debían haberla aterrorizado.
—Lo lamento, he sido tan... violento —dijo él con firmeza—. Pero me has pillado por sorpresa y pensé que estaba siendo atacado.
La verde mirada de la chica se transformó en una expresión de puro desprecio.
—¿Atacado? No eran mis manos las que merodeaban por lugares donde no tenían que estar.
—¡Estaba dormido! —contestó él a modo de disculpa—. ¿Cómo iba a saber dónde estaban mis manos?
—Tiene razón —convino Petro con entusiasmo—. ¿Cómo iba a acariciar a alguien que creía que era un chico? A mi señor no le interesan los chicos. Y todo el mundo sabe...
—No la estaba acariciando, maldita sea. Estaba durmiendo y...
—¡Me puso las manos en un pecho! —le acusó ella—. ¿Se cree que soy una concubina para no hacer ninguna objeción? Yo solo trataba de apartarme y usted actuó como si estuviera intentando asesinarle. Y por si no era suficiente someterme de una manera tan vergonzosa, encima ha intentado quitarme la ropa.
—Te he quitado el cuchillo para que no pudieras matarme y te he quitado el sombrero, o como llaméis a esa monstruosidad medieval —le contestó él devolviéndole el gorro de lana.
—No importa cómo lo llamamos. No tenía ningún derecho. Si mis hombres estuvieran aquí, le habrían matado por este insulto.
Ella se colocó el horrible gorro de lana sobre la cabeza y escondió la larga cabellera. Varian se dio cuenta de que le temblaban las manos. Parecía que la había asustado de verdad. La pobre chica había debido imaginar que estaba intentando violarla.
—Te pido que me perdones —le dijo él—. No soy completamente consciente cuando me despierto de golpe. Pero no deberías haberme engañado. Me parece de lo más natural haber pensado, al descubrirlo, que estaba siendo objeto de algún engaño peligroso. Ladrones, asesinos... ¿cómo iba a saberlo?
—Tiene razón —añadió Petro—. Eso mismo pensé yo al despertarme de golpe. Tonto, es muy tonto —la reprendió— que una muchacha se haga pasar por un chico. Y decir mentiras no está nada bien.
—¿Cómo puedes ser tan estúpido? —exclamó ella—. Hay un tipo que ha mandado a sus secuaces a por mí, una chica pelirroja, y que volverá a mandarlos en cuanto descubra que mi primo es un muchacho. No es una tarea muy difícil. ¿Cuántos albaneses pelirrojos te crees que hay? —preguntó ella—. Yo nunca he oído hablar de ninguno, excepto yo misma.
Ella dirigió su mirada acusadora hacia Varian, quien parecía sentirse peor por momentos.
—Ya sé que no es el mejor disfraz, pero Bajo y yo no planeábamos demorarnos tanto para que pudieran buscarme con detenimiento —continuó explicándole ella—. Si los hombres que me perseguían no hubieran visto a mi primo, se habrían puesto a registrar por todas partes y yo habría tenido tiempo de escapar.
Varian no podía negar que tenía razón. Era culpa suya que la muchacha no hubiera logrado escapar a tiempo, y también era su culpa que Percival estuviera ahora en manos de unos pervertidos.
—Estoy de acuerdo en que soy el responsable de todo este terrible problema —dijo él—. Y teniendo en cuenta lo estúpidamente que me he comportado, no debería sorprenderme tu decisión de no confiarme ese secreto.
Aquello pareció aplacar un poco el enfado de la chica, puesto que su respuesta fue algo menos beligerante.
—Pensé que todos estaríamos más a salvo si no lo sabían. Podrían haberme tratado de manera especial, o haber dicho algo comprometedor por equivocación y... alguien podría haberse enterado y habrían acabado por descubrirme.
También aquello tenía sentido. Para lo joven que era, había que reconocer que tenía una buena cabeza sobre los hombros. La boca de Varian se relajó en una amplia sonrisa.
—Percival me había dicho que su tío no solo era un hombre valiente, sino también muy astuto —dijo él—. Puedo apreciar que has heredado de él esas dos cualidades, al igual que su aspecto.
El desafío desapareció de sus ojos de color verde intenso y fue reemplazado por una expresión apenada.
—Yo era para Jason un hijo y una hija. —Su voz tenía un timbre tembloroso—. Él me enseñó todo lo que sé. Hablo perfectamente cuatro lenguas y sé suficiente turco para maldecir. —Tragó saliva—. Soy una excelente tiradora tanto con rifle como con cuchillo. Puedo defenderme a mí misma, y también a ustedes dos. Ya verán que no hay ninguna necesidad de que me traten con especial deferencia solo porque soy mujer.
Varian debía de haber puesto una expresión un tanto dudosa —y cómo no, mientras miraba a aquella criatura con aspecto de duende con enormes ojos verdes— porque ella alzó la barbilla y enderezó su postura.
—No soy una mujer débil y asustadiza ni voy a hacer un gran escándalo por un pequeño error. Olvidaré el insulto cometido contra mi persona y les llevaré a Tepelena... si usted puede olvidar mi pequeña ofensa por haberlo engañado.
—Eso es muy... generoso de tu parte —dijo Varian—, pero...
—No hay nada de qué temer —lo interrumpió ella impaciente—. Soy un luchador y tengo cicatrices que lo demuestran. Aquí —dijo ella señalando uno de sus brazos—. Y aquí —añadió golpeándose el muslo—. Pero los hombres que me dispararon están muertos. Mi gente me llama «pequeña guerrera». Puede preguntar a cualquiera en Rogozhina y ellos se lo dirán.
—¿Te dispararon? —repitió Varian con un escalofrío recorriéndole la nuca.
—Oh, sí.
Ella se levantó la manga de la camisa y le mostró la cicatriz. Su esbelto brazo era suave y delicado, mucho más blanco que sus manos fuertes y bronceadas.
—No hace falta que me muestres más —dijo él rápidamente—. Te creo.
Dios, ¿qué tipo de puerco es capaz de disparar contra un cuerpo frágil como este?, se preguntó él.
—¿Todavía le duele la cabeza, efendi? —preguntó ella preocupada—. Se ha quedado pálido. Quizá debería volver a tumbarse.
Mareado por el esfuerzo de tratar de encontrar algo de sentido en aquella chica, y en todo lo que estaba pasando, Varian se tumbó de buena gana. No era conveniente tratar de razonar con ella ahora. Su mente estaba trastornada por la desgracia. Incluso su solicitud se debía solo al miedo.
A pesar de todo, era conmovedora la manera en que la chica lo arropaba, como si pensara que se trataba de un niño enfermo. Y también parecía haber decidido que era tan peligroso como un niño, puesto que volvió a tumbarse al lado de él y le ordenó a Petro que se colocara al otro lado, para que su señor pudiera compartir el calor de sus cuerpos.
Ella continuaba siendo igual de solícita a la mañana siguiente, hasta que, viéndola recoger las cosas para el viaje, Varian le señaló amablemente que no pensaba ir a ninguna parte.
La cara de ella adquirió una expresión pétrea.
—¿Porque no confía en una mujer para que los guíe?
—Una jovencita —le corrigió él—. Y no es que desconfíe de ti, pero...
Ella no esperó a escuchar el resto, sencillamente agarró sus bolsas y salió del cobertizo. A pesar de los quejidos asustados de Petro, Varian estuvo tentado de dejarla marchar. La alternativa, lo sabía, era tener que atarla.
El problema residía en que, dejarla marcharse sola era equivalente a asesinarla. Y no podía olvidar que ella y sus amigos le habían salvado la vida. Así que Varian apretó los dientes y echó a andar detrás de ella.