Capítulo 16
Uno de los guardas que había escoltado a Esme y a Percival hasta las habitaciones de Varian se quedó allí, justo al lado de la puerta. Esme se sentó en el sofá, mirando a su primo con el ceño fruncido. Percival —con su morral de piedras junto al pecho— iba de un lado a otro de la habitación. Llevaban esperando el regreso de lord Edenmont más de dos horas, la mayor parte del tiempo discutiendo para no llegar a ninguna parte. Cada uno de ellos había demostrado ser tan empedernidamente obstinado como el otro. La única satisfacción de Esme fue que el debate sin fin frustró las intenciones del guardián, quien no entendía ni una palabra de inglés.
—Me gustaría que no hubieras enojado a lord Edenmont —le reprochó Percival—. Si se ha enfadado lo suficiente para dejarte aquí, no sé lo que voy a poder decirle a la abuela. Sería capaz de hablar con el primer ministro, sé que lo haría. O incluso con el propio regente, a pesar de que lo odia, y entonces tendríamos una guerra con Albania.
—Eso que dices es una tontería. Los gobiernos apenas admiten la existencia de las mujeres. Y por supuesto que no iban a meterse en una guerra por ellas.
—La mayoría no, es cierto. Pero ¿qué me dices de Helena de Troya?
—¡Por Alá!, no se iba a echar a la mar por mi cara bonita ni una barca de pesca, así que imagínate un centenar de naves de guerra. Me parece que has leído demasiados cuentos. Te pasas todo el tiempo inventando problemas y catástrofes. Te imaginas conversaciones que no han tenido lugar más que en tu cabeza. Oíste hablar a mi padre de un pequeño disturbio, en un país en el que siempre hay disturbios, y ya estás imaginando conjuras revolucionarias.
—Eso no es verdad. Sucedió exactamente como te lo conté.
—Tú ves a mi pretendiente con tus propios ojos, y lo oyes con tus propios oídos. Pero es mucho más consentido y tranquilo que ese arrogante lord que has traído aquí —dijo ella con desprecio—. Ismal estuvo a punto de echarse a llorar cuando le respondió a su proposición con tanta insolencia. Tú crees que esa criatura de tierno corazón puede...
—Sepulcro blanqueado —dijo Percival.
—¿Qué?
—Te buscaré el pasaje en la Biblia de la familia cuando regresemos a casa. Si volvemos a casa. ¡Oh, cómo me habría gustado que fueras un chico! —añadió él con enfado—. Eres siempre tan poco razonable... No me extraña que hagas que su excelencia pierda los nervios. Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no lo habría creído. Siempre es amistoso y extremadamente comprensivo. Ni siquiera me ha regañado por haber venido aquí y porque me hubieran secuestrado.
—Pero te dará una buena paliza si descubre cómo le engañaste y le mentiste.
Percival se paró en seco y se la quedó mirando con los ojos abiertos de sorpresa.
—No puedes irle con ese cuento. Me lo habías prometido.
Esme se echó hacia atrás y se cruzó de brazos.
—Ismal ha ofrecido quinientas libras y un semental, pero no parece que eso sea suficiente. Puede que una pieza de ajedrez que vale mil libras fuera un precio que le convenciera más.
—Eso..., tú no eres quién para sobornarlo.
—Sí que soy quién. Podría decirle que me la dio Jason y que yo te pedí que la guardaras entre tus piedras. Si tú puedes contarle mentiras, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo?
Percival se quedó pensativo un momento. Luego sus ojos se entornaron hasta convertirse en dos delgadas líneas verdes.
—Si te atreves a decirle algo al respecto —la amenazó él—, le contaré a lord Edenmont...
—¿Qué? ¿Que es mentira? ¿Y quién te iba a creer?
—Le diré que has hecho esa horrorosa escena esta noche para ponerle celoso.
Aquella acusación era un repugnante insulto viniendo de un chiquillo, pero así y todo Esme notó que se le acaloraba el rostro. Ella había intentado demostrar algo. Le quería mostrar a Varian que otro hombre, tan hermoso como él mismo, la deseaba. Y que ese otro hombre no pensaba que ella fuera una lunática, o una repelente sabelotodo, o cualquiera de los otros odiosos apelativos con los que solía definirla su excelencia.
Ismal la había tratado de una manera sumamente atenta. Sus palabras tenían un tono tan devotamente tierno que ella casi había llegado a creer que la amaba. Hasta que el recuerdo de su padre había aparecido en su mente: le habían disparado por la espalda, le habían negado la gloria de un funeral de héroe y su cuerpo valiente había sido golpeado contra las crueles rocas de la corriente.
Percival se la quedó mirando con franca curiosidad.
—Te has sonrojado —dijo él—. ¡Cielos!, ¿era cierto? ¿De eso se trata? De verdad que las chicas sois muy raras. No había pensado que...
La puerta se abrió de golpe y estuvo a punto de golpear al guardián, quien se echó al lado de un salto. En cuanto entró lord Edenmont el guardián salió de la habitación.
Percival lo miró, luego miró a Esme y por último bostezó.
—Por el amor de Dios, qué tarde se ha hecho —dijo él frotándose los ojos—. Ha sido una conversación muy interesante, prima Esme. La verdad es que el tiempo ha pasado volando.
Dicho esto, Percival se dirigió hacia las escaleras que conducían a su dormitorio, sin hacer caso de la mirada asombrada que le dirigía lord Edenmont.
—Percival.
—¿Señor? —Volviéndose hacia él, el chico bostezó de nuevo.
—¿He de suponer que no tienes el más mínimo interés al respecto de lo que hemos estado hablando Alí y yo?
—Estoy seguro de que ha tenido una conversación de lo más interesante, señor, pero me parece que yo ya he tenido suficientes sobresaltos por esta noche.
Su excelencia se volvió hacia Esme.
—¿Qué le has hecho? ¿Con qué insanas basuras le has estado llenando la cabeza?
Percival se paró en seco.
—Ella no me ha estado llenando la cabeza con nada. La verdad es que difícilmente hago oídos a las tonterías que puedan decir las chicas.
—¿Yo digo tonterías? —preguntó Esme poniéndose de pie de un salto—. Eres tú el que no dice nada más que insensateces. Troyas, pulcros blanqueados...
—¿Qué blanqueados? —preguntó Varian.
—Sepulcros —le soltó Percival—. Sepulcros blanqueados. Pero no tiene ningún sentido explicárselo a ella. No vale la pena contarle nada. Tiene tanto sentido común como... como un pescado.
—Por lo menos yo no me dedico a hablar con las piedras —le replicó ella.
—¡Yo no hablo con ellas, hablo de ellas!
—¡Niños! —los reprendió lord Edenmont, pero ellos lo ignoraron.
—¡Sí que lo haces! Murmuras entre dientes, eso también es hablar. ¿Crees que es muy sensato eso de hablar con las piedras?
—No lo hago, antipática, antipática y... tonta chica, tonta, más que tonta... ¡Oh!, ¿para qué discutir con ella? —Percival meneó la cabeza—. Por favor, señor, ¿puedo irme ya a la cama? Me parece que tengo un terrible dolor de cabeza.
Lord Edenmont le hizo un gesto con la mano para que se retirara. Percival echó a andar hacia la entrada, se paró un momento para sacarle la lengua a Esme y a continuación subió a toda prisa las escaleras.
Esme se lo quedó mirando hasta que desapareció de la vista. Luego se quedó mirando al techo, mientras se oían sus pisadas por encima de sus cabezas y al final se hizo el silencio.
Y entonces ella oyó una leve risotada a su lado.
Esme se dio la vuelta y se quedó mirando a lord Edenmont. Estaba pálido, pero sus labios sonreían ampliamente.
Esme no quería mirar aquella boca. No quería mirar ninguna parte de su cuerpo. Había deseado que el destino fuera bueno con ella y le hubiera evitado por fin tener que volver a verlo. Pero el destino no era nada amable con ella, y además ahora aquel odioso chiquillo creía que...
—¿Sepulcros blanqueados?—dijo él.
—¡Vete al infierno! —le gritó ella—. ¡Ojalá te arrancaran las entrañas una manada de chacales mientras todavía te late el corazón! ¡Ojalá te cayeras en un pozo de agua podrida y un montón de sanguijuelas te chuparan la sangre! ¡Ojalá que se te peguen los piojos en los ojos y en la nariz y...!
—¡Ah, qué hermosa canción de amor albanesa! Y veo que la acabas de componer especialmente para mí, qué criatura tan romántica eres. Muy bien, te aplaudo —dijo él abriendo los brazos—. Ven, puedes cubrir mi adorable rostro con tus besos.
Desgraciadamente, eso era lo que Esme estaba deseando hacer. Estaba cansada, enfadada y asustada. Si hubieran vivido en otro mundo, se habría refugiado en sus brazos. En ese otro mundo, su invitación no habría sonado a burla cruel, y ella habría dejado que sus ardientes besos los inflamaran por todas partes. Ella se habría dejado arrebatar por una profunda y caliente pasión, la misma que él le había mostrado en Poshnja. Era hermoso y fuerte, y su espléndido cuerpo le habría podido ofrecer refugio y... alivio.
Solo por un rato, es verdad, pero ella no habría tenido otra oportunidad. Ni otro hombre. Solo Ismal, al cual odiaba con todas sus fuerzas: el hombre al que quería asesinar —para morir luego por ello—. ¿Qué tipo de venganza era aquella? Él acabaría apareciendo como un mártir, como la víctima de una mujer enloquecida. Nadie creía que Ismal fuera el culpable de la muerte de Jason.
Excepto Percival.
Él afirmaba que Ismal era un traidor y Risto el intermediario entre él y quienes viajaban a Italia para comprar armas para su jefe. En Berat, Percival había insistido en que reconoció la voz de Risto..., el tipo que hablaba mal italiano y peor inglés. Aquellos recuerdos hicieron que la cabeza de Esme diera vueltas como una rueda, y toda su mente se concentró en la conclusión que podía desprenderse de eso.
Risto hablaba italiano. E inglés. No los hablaba bien, pero sí lo suficiente para hacerse entender. ¿Cómo podía saber eso Percival, cuando en Berat y durante su viaje hasta allí, únicamente había hablado albanés? Solo existía una manera de que Percival lo supiera: por la razón que él mismo le había explicado. ¡Qué Dios la ayudara!, ¿cómo había podido ser tan imperdonablemente estúpida?
Una fría sensación de consternación despertó a Esme de su trance y la hizo consciente de que estaba observando a Varian con la mirada perdida. ¿Cuánto tiempo se había quedado así, mientras en su cabeza daba vueltas a aquel descubrimiento?
Él había bajado los brazos y la estaba mirando, con la cabeza ligeramente inclinada hacia un costado, y sus ojos grises abiertos con perplejidad... ¿y tristeza? No, eso no era tristeza. Él la odiaba. Y había conseguido que también su primo la acabara odiando. Los dos le habían tendido las manos y ella había rechazado su ayuda. La iban a abandonar allí para que asesinara y muriera por ello, porque ella misma los había forzado a hacer eso, porque había estado tan obsesionada con la venganza que no había querido escuchar a nadie.
Esme sintió que empezaba a arderle la garganta, y le dolía el pecho, haciendo que la respiración se convirtiera en un doloroso y duro jadeo. El labio inferior empezó a temblarle de manera descontrolada. ¡Oh, no! No podía echarse a llorar. Nunca lloraba y habría preferido mil veces ser devorada viva y descuartizada por jabalíes salvajes antes que ponerse a sollozar ante aquel hombre. Le picaban los ojos y Esme se los frotó con fuerza.
—No te atrevas —le dijo Varian con firmeza—. No te atrevas a echarte a llorar.
Esme se mordió los labios.
—Maldita sea. Vas a acabar conmigo, Esme.
Él recorrió rápidamente la distancia que los separaba, la tomó entre los brazos y le puso la cabeza suavemente contra su pecho.
—Lo siento —jadeó ella apoyada en su pecho.
—Lo lamentas, cielos.
Él empezó a acariciarle el pelo. De una manera no demasiado amable, pero en todo caso —pensó Esme afligida—, Varian tenía muchas razones para desear aplastarle la cabeza contra la pared.
—Lo sé —dijo ella—. Es demasiado tarde para lamentarlo. No tengo miedo, solo quería... Quería decírtelo a ti en voz alta.
Tragó saliva. Seguía sintiendo que la garganta le quemaba. Pero no podía hundirse ahora. Tenía que dominarse. Entonces alzó la cabeza.
Las negras pestañas de Varian se cerraron para velar la expresión de sus ojos. Sonreía levemente, sin calidez.
—¿Y qué es lo que tengo que pensar que lamentas? —le preguntó él con voz suave.
—Todo. Desde el principio. Lamento las cosas terribles que he dicho. Pero lo peor de todo, las terribles cosas que he hecho.
—¡Ah, bueno!, pero no podías evitarlo, ¿no es verdad? Estás loca, o eres albanesa. Si lo piensas bien es más o menos lo mismo. La verdad es que no puedo entender cómo pudo vivir tu padre veinte años aquí y seguir conservando la cordura. Yo he perdido toda la que tenía en menos de veinte días.
—Lo siento —dijo ella—. Todo ha sido culpa mía. Estaba muy confundida. Hasta hace un momento... no había entendido nada.
Varian dejó escapar un profundo suspiro y bajó las manos hasta apoyarlas en los hombros de ella, manteniéndola a la distancia de un brazo mientras estudiaba su rostro.
—Esme arrepentida. Eso es casi tan desconcertante como ver a Esme vestida con un delantal. Una combinación devastadora. Puede que sea mejor que nos sentemos.
La soltó, pero no se sentó, solo se echó hacia atrás hasta apoyarse en la puerta. Todavía la seguía observando como si la estudiara. Esme se hizo dolorosamente consciente del vestido de seda que llevaba puesto, que antes le había hecho sentirse ridícula. Pero ahora se sentía demasiado femenina, y terriblemente expuesta. Varian la observaba como si ella fuera un animal exótico metido en una jaula. Quería esconderse. Pero en lugar de eso sus pies la llevaron hacia él.
—¡No! —le advirtió él.
Esme se paró en seco y se sonrojó.
—No voy a permitir que utilices tus artimañas conmigo, señora —dijo él—. Alivia tu conciencia, si quieres, pero a distancia. Al igual que Percival, ya he tenido suficientes emociones por hoy, gracias.
Ella no lo culpó por eso, ni un ápice, a pesar de que era mortificante que le ordenaran mantenerse a distancia como si tuviera una enfermedad contagiosa. Pero esa no era la verdadera razón. Él estaba intentando ser civilizado. No quería sentir la tentación de golpearla o de estrangularla. Cualquier otro hombre, si lo hubieran irritado como había hecho con él, podría haberla emprendido a puñetazos con ella desde el momento en que atravesó la puerta, y ella no podría haberle culpado por eso. ¡Cómo había podido ser tan bruja! Detestable, estúpida, fea, ruda y viciosa. Una bestia.
Pero ella no era así. Aún le quedaba cierto honor. Le debía una disculpa. Y la verdad. No toda, porque no podría soportarla toda. Pero al menos una parte.
Ella se agarró las manos y bajó la mirada a la alfombra. Al lado de su pie derecho vio un delgado laberinto coloreado de intrincados rectángulos, que destacaba contra el fondo marrón. Se fijó en él.
—Te he mentido —dijo ella—. En repetidas ocasiones. Exageré al decirte el tiempo que haría falta para reparar el barco y al no contarte lo difícil que era el camino hasta Tepelena. Aunque habría venido sola si hubiera sido necesario, sabía que viajando con un inglés tendría muchas menos dificultades.
—Me has utilizado —dijo él.
Ella se estremeció.
—Sí.
—Me deberías haber utilizado de una manera más cariñosa.
Aquel reproche le hizo sentirse culpable. Los ojos de él se oscurecieron y se cubrieron de sombras.
—No quería llegar a gustarte —dijo ella retorciéndose las manos—. No quería que me gustaras. Eso habría hecho que todo fuera más difícil para mí... para lo que tenía que hacer.
—¿Qué tenías que hacer? —preguntó él con calma.
Su mirada sombría se clavó en la de ella, y a Esme el corazón empezó a latirle alocadamente. Por el amor de Dios, ¿por qué le preguntaba eso? ¿Acaso no se creía que era verdad lo que le había contado en Berat, que había venido para casarse con Ismal? ¿Acaso no había fingido lo bastante bien hacía apenas una horas?
—Por... por Ismal —contestó ella.
—¿Y qué hay de él? ¿Qué tienes que hacer con él?
No importaba lo muy tranquilo que pareciera. Solo había una manera de contestar: con la mentira que tan cuidadosamente había estado urdiendo. Aquel hombre tenía que abandonarla allí. Ella había conseguido que cualquier otra cosa fuera imposible para él. No hacía falta que le contara toda la verdad, ni que se quedara mirando su expresión de repulsión cuando la supiera, ni su tranquila voz invadida por un tono de reproche. Pero así y todo tenía que decirle la verdad, tenía que decírsela a él, para aliviarse, para que la castigara. Pero no sabía lo que quería; en aquel momento, lo único que sabía era que estaba enferma de desesperación, y que seguir mintiendo la mataría.
—Tengo que... tengo que... —Las palabras no conseguían salir de su boca.
Ella no era una persona cobarde, pero en aquel momento estaba realmente asustada. ¿De qué? ¿De perderlo, cuando ya lo había perdido desde el principio?
—Cuéntame, Esme.
Ella cerró los ojos.
—Tengo que matar a Ismal.
Lo dijo de un tirón, y aunque las palabras sonaron como un extraño silbido, no las pronunció en una voz tan baja como para que él no pudiera oírlas. Sonaron demasiado fuertes incluso a sus propios oídos. Se sintió fría y avergonzada, aunque buscar la venganza no era algo vergonzoso. Sin embargo, él no podía entenderlo. Él la vería como un monstruo frío que perseguía de manera despiadada a un hombre al que todos creían inocente, un hombre que todos creían que estaba enamorado de ella y quería desesperadamente hacerla su esposa. ¡Oh!, ¿por qué había pronunciado aquellas horribles palabras?
—Pequeña loca —dijo él en un tono de voz muy bajo, pero que de todos modos la fustigó—. Temeraria y apasionada loca.
—Varian...
—Hadje —dijo él.
Ella se lo quedó mirando fijamente. Él alzó una mano y repitió:
—Hadje.
El corazón de Esme parecía estrellarse contra las costillas y toda ella se estremeció. Pero aquel tono de voz suave que le hablaba en su propia lengua le atraía, y hacía que su cuerpo y su alma respondieran juntos en un temblor. Lentamente, Esme se acercó a él y le puso las manos sobre el pecho. Los largos dedos de él se cerraron sobre los suyos y la apretó más contra sí. Le agarró la otra mano y tiró de ella hasta tenerla en una íntima cercanía, su falda de seda rozando los pantalones de él. La respiración de ella se convirtió en un jadeo entrecortado.
—No puedes matarlo, Esme —dijo él—, y yo no lo puedo matar por ti.
A ella le pareció que el corazón se le rompía en mil pedazos.
—¡Oh, Varian! —Ella se liberó las manos y le echó los brazos alrededor del cuello, enterrando a la vez la cabeza en la calidez de su pecho—. No me odies —le pidió—. Por favor, no me odies.
Los fuertes brazos de Varian la rodearon, aplastándola contra su fuerte cuerpo. Durante un largo y doloroso momento, él apretó los labios contra el cuello de ella. Luego la cogió en brazos y la llevó hasta el sofá, donde la depositó sobre su regazo.
—Odiarte, sí, claro —musitó él.
Y luego su boca se acercó hasta fundirse contra la de ella.
Ella había esperado que él respondiera a sus palabras con odio y repulsión, pero aquel beso era cálido y suavemente tierno. Se dejó inundar por aquella dulzura y se puso a llorar por aquel corazón que él acababa de robarle con tanta facilidad. Había estado loca pensando que podría mantenerse alejada de él, lo mismo que había estado loca en todo lo demás.
Cuando al fin él levantó la cabeza, Esme escondió la cara contra su hombro. Los dedos de él juguetearon con su pelo y luego se deslizaron hacia abajo para acariciarle el pecho, ligeramente, rozando apenas la delgada seda de su vestido. Incluso bajo aquella suave caricia, su cuerpo se arqueó en una respuesta emocionada. Se estremeció. Él dirigió la mano hacia su cadera y la dejó descansar allí, haciendo que su calor le recorriera el vientre.
—¡Ah, Esme!, ¿qué voy a hacer contigo?
Su voz era tan suave como su caricia y ella le respondió sin contenerse, del mismo modo que lo hacía su cuerpo.
—No me dejes.
Sus palabras no fueron más que un ligero y apagado murmullo contra su chaqueta, aun así perfectamente audibles en el profundo silencio de la habitación.
A continuación hubo un largo silencio.
—Tú estás afectada —dijo él al fin—, y yo me estoy aprovechando de eso. Dios, qué ser tan perverso soy; y el chico que está ahí arriba. —Él le besó la cabeza—. Gracias por haberme dicho la verdad. Me gustaría... me gustaría haber sido el tipo de hombre al que pudieras habérsela dicho antes. Tendrías que haber dicho: «Milord, tengo que vengar la muerte de mi padre. ¿Sería usted tan amable de ofrecerme protección para el viaje?»
Esme se lo quedó mirando, sin estar muy convencida, sin alzar el rostro.
—¿Y qué habrías contestado tú?
Él sonrió.
—No tendría que haber contestado nada, sino que tendría que haberme hecho cargo de esa misión y haberme puesto en camino para matar al malvado príncipe. Si hubiera sido ese otro hombre. Pero no lo soy. Soy Edenmont, un tipo vago, egoísta y totalmente inútil. No puedo hacer nada más que sacarte de aquí.
Eso era más de lo que Esme podía soportar. Él no solo parecía entenderla y no querer abandonarla, sino que además se culpaba a sí mismo.
—Tú no eres nada de eso —dijo ella y se puso completamente derecha mirándolo con los ojos llenos de admiración y gratitud—. Has intentado hacer lo correcto, lo que todo el mundo sabe que es correcto, excepto yo. Esta noche Ismal te ha ofrecido una inmensa cantidad de dinero para que me abandonaras y tú no la has aceptado.
Él sacudió la cabeza, y uno de sus gruesos y oscuros mechones de pelo se movió rozándole una de las cejas.
—No me hagas parecer noble, Esme. No lo soy. Solo soy testarudo y excesivamente egoísta. Puede que Percival se pusiera furioso contigo hace un momento, pero está convencido de que conseguirá que te vayas con él. Si no es así, me atormentará durante el resto de mis días. En cualquier caso, Alí ha dejado muy clara su postura: mañana te marcharás hacia Corfú, por un camino o por otro. Si yo decido no llevarte conmigo, dice que te enviará allá con la escolta del ejército. He estado de acuerdo en llevarte conmigo, aunque le he advertido que necesitaré la ayuda de un ejército para poder cumplir mi misión. Me ha hecho saber lo mucho que te aprecia. Dice que le recuerdas a su madre.
—¿Alí? —Aquello le parecía incomprensible—. Quiere que me vaya... y ha dejado que Ismal...
—Le hiciera aquel emocionado discurso, de la misma manera que me dejó a mí hacer el ridículo de aquella manera. Alí Pachá tiene un sentido del humor muy particular; y un gran don para juzgar a las personas. —Mientras hablaba, Varian jugueteaba como ausente con el cabello de ella—. Por primera vez he podido entender por qué tu padre decidió ponerse a su servicio. El visir está medio loco, y es un tipo sádico en muchos aspectos, pero tiene el don de Satanás para la manipulación. Y sabe utilizarlo a la perfección.
Él se quedó en silencio, mientras sus largos dedos seguían acariciándola cariñosamente, aligerando la tensión que ella sentía en su cabeza, y en todo su ser.
—Lamento lo que le pasó a tu padre —dijo él después de un rato—. Sé que lo querías muchísimo. Me gustaría haber podido conocerlo. Me gustaría que estuviera todavía aquí, a tu lado... en lugar de tener que soportar la compañía de un lord zoquete y bribón y de un confundido chiquillo de doce años.
Esme hizo un esfuerzo para que las palabras surgieran a través de su cerrada garganta.
—Tú no eres un zoquete —dijo ella—. Y Percival está mucho menos confundido que yo. Los dos habéis sido conmigo mucho más cariñosos de lo que me merezco, pero intentaré poner remedio a eso, lo prometo. Voy a ser tan obediente y buena de camino a Corfú que no vas a reconocerme.
—Por el cielo, vas de un extremo al otro, ¿no te parece? —dijo él sonriendo.
Con una sonrisa que era tan dulce y cálida como los rayos del sol. Cuando la miraba de aquella manera, podía hacer que un manojo de flores marchitas se convirtiera en un radiante ramo de rosas. Y sus caricias podían hacer lo mismo. Sus atormentados pensamientos se calmaban en el refugio de sus brazos.
—Quiero irme contigo —le aseguró ella—. Iré a donde tú me digas, Varian. Esta noche he creído que me ibas a abandonar. Pensaba que ibas a desaparecer de mi vida; y peor todavía: que nos íbamos a separar sin haber podido aclararte mis mentiras, mis malentendidos y mis enfados. Sin embargo, has tenido paciencia y me has ayudado a que aliviara mi corazón. Y ahora mi corazón está lleno de gratitud por ti. Aunque esto no son más que palabras, te lo voy a demostrar. Espera y lo verás. —Esme tragó saliva—. No me importa que todas las mujeres estén enamoradas de ti.
Varian se la quedó mirando de una manera extraña, con sus hermosos ojos de nuevo llenos de sombras, como si el humo los cegara. Luego la ayudó a levantarse y la depositó de pie en el suelo, delante de él.
—No soy muy bueno resistiendo las tentaciones —le dijo—. Por favor, vete a la cama, antes de que la presión de la imperecedera amabilidad y nobleza me ponga demasiado a prueba.
Esme habría preferido quedarse allí, en su regazo. Durante su viaje juntos, la había besado y acariciado con pasión. Una vez incluso la había tenido casi desnuda entre sus brazos y la había llegado a encender de deseo. Sin embargo, nunca antes la había tocado con aquel cariño, ni le había hablado directamente al corazón. Nunca antes se había sentido ella tan cerca de él. Y ahora quería quedarse tan cerca como pudiera.
Pero le había prometido que sería buena, ¿no es así? Él le había dicho que se fuera a la cama, y eso debía hacer.
—¿Dónde quieres que duerma?
Él soltó una corta risotada.
—La cuestión no es dónde quiero yo que duermas. Lo mejor será que compartas la habitación con Percival. Petro ha salido con sus colegas para beber hasta el amanecer. Posiblemente lo encontraremos mañana tirado en el patio.
Él echó una ojeada al sofá y sus labios se curvaron.
—Yo me quedaré a dormir aquí. Parece mucho más cómodo que los lugares a los que ya me he acostumbrado.
—Te traeré unas mantas —dijo ella sumisa.
—Gracias, pero no tengo frío. Y además mis pensamientos me mantendrán caliente, malditos sean. Buenas noches, pequeña guerrera.
Ella le dio un beso en la mejilla, pero se apartó rápidamente para no dejarse llevar por la tentación de desear más.
—Natën e mirë, Varian Shenit Giergi —susurró ella. Te quiero, añadió su agradecido corazón.