Capítulo 11

Rodeada de montañas, Ioanina se extendía por la ladera este del monte de San Jorge, desde donde tenía una impresionante vista del lago Ioanina. Entre el lago y las montañas se extendía un promontorio que ascendía como si sobresaliera de las aguas. En esa estrecha roca cuadrada estaba ubicada la vasta fortaleza del palacio de Alí Pachá y la ciudad prisión, los edificios oficiales, el cementerio, la mezquita y los miserables chamizos de la población judía. Un puente conectaba la gran puerta de la ciudadela con la pequeña explanada —el lugar donde se llevaban a cabo las ejecuciones— que daba al bazar, al mercado central.

El bazar de Ioanina representaba, tanto económica como geográficamente el lugar más bajo de la ciudad, con sus sinuosas y mal pavimentadas callejuelas repletas de tiendas. Más allá de las tiendas, las calles avanzaban hasta la orilla del lago, donde vivían los más pobres. También había vivido las últimas semanas en aquel barrio, en el más tranquilo anonimato, Jason Brentmor.

Tras su supuesta muerte, se había disfrazado de buhonero y se había dirigido hacia el sur, donde el descontento de la población iba día a día en aumento. Las quejas que había oído durante su viaje le eran ya conocidas. Un oficial de Alí al que habían robado, o echado a pedradas, o que había sido víctima de algún tipo de insulto, y un grupo de inocentes del lugar que serían castigados por ello. Los castigos podían ir desde las amables exhortaciones hasta la mutilación y la ejecución. Cuando los lugareños alzaban su voz para denunciar una injusticia, el oficial —sin duda aguijoneado por las mismas víboras que habían causado el problema— solía responder con una brutalidad mayor. Como resultado, muchas ciudades y pueblos del sur eran un hervidero de conflictos.

Durante su viaje hacia el sur, Jason había estado escuchando las quejas de los lugareños mientras les aconsejaba que tuvieran paciencia. Al final, había enviado a un amigo de confianza para que se presentara ante el visir de Tepelena y urgiera a Alí para que reemplazara a sus oficiales y pacificara de ese modo la zona. No estaba demasiado seguro de que Alí fuera a actuar siguiendo su consejo. Y aunque lo hiciera, probablemente para entonces sería demasiado tarde.

Unos cuantos agitadores y una partida de armamento podían convertir un alboroto en una franca rebelión, como ya había pasado antes tantas veces en Albania. Dado el actual nivel de descontento, había que esperar a que pronto llegaran las armas. Había que actuar deprisa. Jason imaginaba que podría ser cuestión de semanas. Y seguramente las armas llegarían a uno de los puertos del sur. Pero ¿a cuál?

Se había estado haciendo esa misma pregunta durante las últimas semanas. Apartando el plato de la cena a un lado, Jason se acercó al estrecho ventanuco. Hacía cinco días que llovía sin cesar. Ya era mediados de octubre. El tiempo pasaba deprisa y Bajo todavía no había llegado.

Por lo que sabía, en el sur podía estallar una revuelta sangrienta en cualquier momento... Y Esme y Percival se verían envueltos en la misma. Jason había oído hablar de la llegada de Edenmont con el chico a Albania, y de lo que había pasado después, pero no podía hacer nada al respecto. Una frenética carrera hacia el norte iba a resultar, en el mejor de los casos, una gran pérdida de tiempo. Y en el peor, podría poner en peligro la vida de sus amigos así como la de los familiares de estos. Jason no tenía ni idea de las medidas que Bajo y sus demás camaradas habrían podido tomar al respecto. Su interferencia —incluso si se las arreglaba para interferir sin ser reconocido— podría enviar al traste cualquier plan que sus amigos tuvieran en marcha. No podía correr ese riesgo, aunque odiaba tener que quedarse allí, esperando y sin poder ayudar de ninguna manera.

Lo único que lo tranquilizaba era saber que Alí no había acusado a Ismal del asesinato del León Rojo ni había tomado contra él una venganza sangrienta. Jason había contado con la codicia de Alí y la inteligencia de Ismal para evitar esa catástrofe. Los rumores que corrían entre los lugareños le confirmaron que había juzgado el asunto correctamente.

«Ismal ha dicho que pudo ser el trabajo de algunos seguidores exaltados que habrían actuado por su cuenta —le había dicho un anciano—. Yo no sé quién mató al León Rojo, pero sé que Alí se conformó con culpar a las personas a las que había acusado Ismal, sobre todo para poder quedarse con sus riquezas y sus mujeres. Hay quien dice que debería haber ejecutado a Ismal, porque sus seguidores no se habrían atrevido a actuar sin su permiso. Pero yo sé que Alí no iba a matar a la gallina de los huevos de oro. Ismal sabe que puede hacer lo que quiera, porque luego podrá aplacar la ira de Alí si alimenta su codicia.»

Pero ¿durante cuánto tiempo más podría Ismal seguir aplacando la ira de su primo? Jason soltó una maldición. ¿Qué demonios importaba eso? En aquel momento tanto Esme como Percival estaban en peligro. Se estaba regañando a sí mismo amargamente por haberse quedado en Ioanina sin hacer nada, cuando oyó que alguien llamaba a la puerta y luego una familiar voz ronca que le llamaba por su nombre falso.

Al cabo de uno momento, el fornido Bajo estaba sentado a la mesa baja, y dando buena cuenta del trozo de pescado y del pan de maíz que Jason no había podido comerse.

Bajo dio un trago a la botella de vino y se limpió la boca con la manga.

—Tendría que haber hecho lo que me recomendaste y darle un buen puñetazo a tu hija para llevarla inconsciente al barco —dijo él—. Aunque me temo que no habría servido de nada. Está claro que el destino está conspirando contra nosotros, porque yo, que daría la vida por ti, parece que desde que te dejé no he hecho nada más que dar pasos en falso.

A pesar del comienzo de su discurso, que no presagiaba nada bueno, Jason estaba dispuesto a esperar a que su amigo hubiera acabado de comer para escuchar el resto de la historia. Pero Bajo parecía que necesitaba desahogarse al menos tanto como necesitaba llenarse la panza. Así que se puso a hablar mientras comía.

Aquella historia, que parecía afligir tanto a Bajo, había dejado a Jason considerablemente más tranquilo. Seguramente Esme ya habría llegado a Berat. Puede que ella y Percival estuvieran ya de camino a la costa oeste —bien protegidos por los hombres de Maliq— o incluso que ya hubieran embarcado. Ella estaría viajando con un primo claramente dispuesto a caerle bien, y empeñado en que se hiciera realidad el último deseo de su madre de mandar a la chica a Inglaterra. De manera que Jason trató de tranquilizar también a su amigo.

—No creo que nos tengamos que preocupar por el hecho de que Edenmont pueda causar problemas —añadió Jason—. Es posible que no le importe en absoluto lo que le pueda pasar a Esme, pero se preocupará mucho de sus propios intereses. Seguramente estará ansioso por abandonar el país y tendrá que llevar a Esme con él, lo quiera o no. Tanto Mustafá como Percival se encargaran de que así sea.

—Eso les pedí, León Rojo —dijo Bajo—. Pero creo que he cometido un gran error al venir a verte con tanta prisa.

Sacó de la cartuchera un trozo de papel. Colocándolo sobre la mesa delante de Jason, le explicó su último encuentro con Percival.

—No he tenido tiempo de echarle un vistazo hasta después de dejar a Alí —le explicó Bajo—. Pero desde entonces he oído muchas cosas, y cada noche que volvía a mirar esta nota aumentaba un poco más mi sorpresa.

Jason se quedó un buen rato mirando el papel. No era ningún acertijo. Percival había dibujado un barco con un cuervo negro en una de las velas. Por encima había un poco más de negro y unas cuantas estrellas. En el mástil había dibujado un rifle. Y había escrito en letras griegas el nombre de «Preveza». Debajo había escrito un «uno» con un signo de interrogación, y luego el número «once». En la parte baja de la página había dibujado un corazón negro y dentro de él la palabra «MALIS».

—Esto es increíble —murmuró Jason.

Pero todos los datos que poseía y todo lo que le había contado Bajo lo obligaban a creer en el chico. Su sobrino de doce años le había enviado la respuesta a su acuciante interrogante. Preveza, un puerto del sur, era el lugar de destino del contrabando de armas. Los números podían indicar a principios de noviembre, dentro de unas dos o tres semanas, como él había sospechado. El cuervo y la noche sin duda significaban el nombre del barco. Una manera muy inteligente de contarlo. Las autoridades británicas podrían identificar el barco y detenerlo antes de que llegara al puerto de Preveza.

Jason alzó la cabeza.

—Debería haber imaginado que Percival tendía alguna razón muy urgente para venir a Albania. Me oyó hablando con su madre de los problemas que tenemos aquí, ¿sabes? Lo único que se me ocurre pensar es que en algún lugar de Italia pudo haber escuchado alguna conversación sospechosa y decidió venir aquí para contármelo. Cuando creyó que había muerto, pensó que sería conveniente pasarte la información a ti.

—Lo único que se me había ocurrido a mí era que ese chico tenía visiones —replicó Bajo—. Ese papel nos lo cuenta todo, incluso el nombre del traidor: Malis, es decir Ismal. Y todo hecho de una manera tan cautelosa, León Rojo. No dijo ni una palabra de todo esto delante de Mustafá. Ni un solo detalle en la carta que me dio para Alí..., que me la tradujo Fejzi, una persona de toda confianza.

—Lo de la carta para Alí no era más que una excusa para poder escribirte una nota antes de que te marcharas. Percival sabía muy bien que no valía la pena advertir a Alí por carta, porque podría estar Ismal presente cuando la leyera.

El extraordinario hijo de Diana había pensado en todo.

—Aun así, tu sobrino está en poder de una información muy peligrosa. No debería haberlo dejado en Berat.

—Si lo hubieras llevado contigo a Tepelena, como al principio habías pensado hacer, Esme habría tenido la excusa perfecta para ir también allí con vosotros —señaló Jason—. Y entonces tendríamos una buena razón para preocuparnos. Porque los dos sabemos por qué abandonó el barco con la intención de dirigirse a Tepelena.

—Lo sé, León Rojo —dijo Bajo con voz cansada—. La pequeña guerrera quiere hacer pagar a Ismal con su sangre.

—Ahora ya no tiene ninguna excusa para acercarse a Ismal. Mustafá se cuidará de que Edenmont se los lleve a ella y a Percival hacia el sur, y de que abandonen el país lo antes posible.

—De todas formas, debería haberme quedado en Berat para asegurarme de que todo se hacía como le ordené.

Jason chasqueó la lengua.

—Si te hubieras quedado allí, ahora no tendría esta nota en mis manos. Me habría pasado semanas tratando de descubrir esta información, y seguramente en vano.

Jason arrugó la nota y la tiró al fuego. Al cabo de unos segundos no quedaba de la nota de Percival más huella que un montoncito de cenizas que ascendían empujadas por el humo.

Jason se dio media vuelta y su mirada se cruzó con la preocupada mirada de Bajo.

—Mañana saldremos hacia Corfú —dijo Jason con firmeza—. Tenemos que notificar lo que sabemos a las autoridades británicas, encontrar el barco y seguirles las huellas a los agentes de Ismal. Esme está protegida por un puñado de hombres decididos a sacarla del país, hombres con los que Ismal no tendrá ganas de enfrentarse. Solo quiere tenerla en su poder para poder controlarme, y recuerda que se supone que estoy muerto. Ahora Ismal tendrá puesta toda su atención en el sur de Albania. Y quiero que la siga manteniendo allí. Dejemos que vea de qué manera ese monstruo que con tanto trabajo ha creado es desmembrado y hecho pedazos ante sus ojos. Ahora podemos conseguirlo, Bajo. Percival nos ha dado la clave para hacerlo. —Jason sonrió—. Y se va a sentir terriblemente decepcionado si no la utilizamos.