El anuncio de Zabralkán

Thungür lo conocía muy bien, y caminó hacia Cucub sabiendo que no era posible que hubiese transgredido las leyes.

Seguro de que no había bebido agua de maíz, iba preguntándose qué le ocasionaría a su hermano tan extraño comportamiento.

Al llegar vio que el centinela no había exagerado. Al contrario, las contorsiones que desarmaban el pequeño cuerpo de Cucub y las inflexiones de su voz eran más desmesuradas de lo que Thungür imaginó cuando le anunciaron la noticia.

Muchos guerreros se habían reunido a su alrededor. Algunos reían; pero la mayoría miraba con recelo. Aquello que tenían frente a sí no eran los males que solía ocasionar el exceso de agua de maíz.

Llegaba Thungür, y los hombres se abrieron para darle paso. Ninguno dudaba de que, si se trataba de una borrachera, el jefe husihuilke lo castigaría sin compadecerse, ni recordar que se trataba del esposo de su hermana. O quizás, por eso mismo, lo castigaría más duramente.

En cuanto vio a Cucub, Thungür confirmó su confianza:

—No es agua de maíz —murmuró. Luego habló más alto—. ¿Qué cosa te sucede, hermano?

El zitzahay reaccionó como si hubiese estado esperando que Thungür llegara para hacerle esa pregunta. Al instante, dejó de moverse. Quieto en su sitio, pálido y sereno, Cucub comenzó a hablar.

Algunos guerreros zitzahay reconocieron de inmediato la voz inconfundible de Zabralkán. Cierto que Cucub era un gran artista capaz, entre otras virtudes, de imitar todos los sonidos. Sin embargo no se trataba de Cucub fingiendo la voz y las palabras de Zabralkán; sino de Zabralkán usando al artista como instrumento.

—Cuatro veces diez soles lleva soplando el viento. Pero el tiempo se acaba; puesto que tanto como nosotros avivamos el viento desde este sitio que no está arriba ni abajo, otro lo absorbe desde un monte. ¡En todas partes es la guerra! Ustedes han sabido utilizar con grandeza este tiempo. Sepan que al amanecer el viento cesará de pronto y el desierto que los separa de los sideresios se derrumbará sobre sí mismo. Los hombres de Flauro no saben esto. Y demorarán hasta alistar su avance. Ustedes lo saben. Ustedes, hermanos, ganen este último tiempo otorgado.

Cucub dejó de hablar. Cerró los ojos y sacudió fuerte la cabeza como si procurara quitarse algo de adentro. Luego miró a todos con una sonrisa que le pertenecía.

—No sé lo que he dicho —dijo—. Pero a juzgar por sus rostros debo haberlo hecho con gran maestría.

Cucub había regresado; de eso no había dudas.

Esa misma noche, Thungür y el herrero tomaban las decisiones finales para iniciar la marcha sobre La Pezuñera apenas amainara el viento.

—Quisiera estar tan seguro como lo estás tú —dijo el herrero, que no confiaba tanto como Thungür—. Al cabo, fueron palabras de uno al que le gusta relatar cuentos.

—En la Comarca Aislada aprendí que los cuentos dicen verdades.

—Aun así… —insistió el herrero.

—Aun así —repitió Thungür—. No fue Cucub quien habló. Creo en la advertencia que nos trajo su boca tanto como creo en el árbol en el que ahora me apoyo. Al amanecer cesará el viento y estaremos preparados para avanzar y posicionarnos en el campo de batalla mucho antes que los sideresios.