Llegan los jaguares

El ejército del Venado estableció sus campamentos en el territorio de Umag del Gran Manantial; ocultos y distantes unos de otros.

Apenas acababan de hacerlo cuando llegaron los primeros jaguares que portaban collares de plumas.

Años atrás, los jaguares habían unido la guerra llevando mensajes desde Dulkancellin a Hoh-Quiú. Ahora, quizás, los hijos de aquellos jaguares eran los que se paraban delante del hijo de aquel guerrero.

Thungür se inclinó para mirar de cerca los ojos del animal que tenía frente a sí. Acarició su lomo y luego desató el mensaje de plumas que traía anudado al cuello.

El mensaje venía del País del Sol y hablaba de un fuerte grupo de resistencia, preparado para sumarse a la guerra contra Misáianes.

En esa ocasión Thungür dejó que el jaguar regresara sin respuesta. Porque el jefe husihuilke estaba aún muy lejos de confiar.

Poco después, otro jaguar llegó en mitad de una noche. Otro, bajo una lluvia torrencial. Y aunque Thungür difícilmente permanecía más de dos días en el mismo campamento, los animales siempre pudieron encontrarlo.

Las visitas de los jaguares se repitieron. Y ellos nunca llevaron tras su rastro ningún mal y ninguna traición. Sólo sus ojos lustrosos, y buenos mensajes.

Thungür, sin embargo, seguía sin dar respuesta.

Al fin, los jaguares anunciaron en su lenguaje de plumas y colores el arribo de un mensajero humano.

Los guerreros, los jefes de guarnición y el propio Thungür comenzaron a alentar una nueva esperanza. Si aquello era cierto y se afianzaba, el destino de las Tierras Fértiles podía soñarse… Un ejército hermano en la madriguera misma de los sideresios era la posibilidad de una victoria que, hasta ese día, pareció un espejismo.

—No responderemos todavía —decidió Thungür, que ya había ordenado reforzar la custodia territorial.

El ejército del Venado se había establecido en una zona que permitía el control y la defensa. Sus campamentos estaban protegidos por los Montes Ceremoniales a lo largo de la costa del Lalafke. La llegada de los sideresios desde Beleram era improbable porque se interponía una región de selva muy espesa; impenetrable para quien no la conociera con los ojos y los oídos, la nariz y las manos, la memoria y el corazón. De ese modo, el territorio de riesgo se limitaba al valle Trece Veces Siete Mil Pájaros; una zona que, por lo demás, era simple de vigilar desde las estribaciones que la rodeaban.

Un día, finalmente, llegó el hombre que los jaguares habían anunciado. Y de inmediato fue conducido hasta Thungür.

—Soy soldado del ejército del Sol… El herrero me envía con grandes palabras.

—¿El herrero…? —interrumpió Thungür.

—Así llamamos a nuestro jefe —la sonrisa del soldado no tuvo ningún reflejo en los que oían, entonces continuó—. Ustedes no respondieron a nuestros mensajes y lo comprendemos. Pero el herrero quiere recordarles que no nos alcanza el tiempo ni las fuerzas para seguir desconfiando unos de otros.

—Ustedes saben quiénes somos nosotros y hacia dónde avanzamos. Nosotros no sabemos quiénes son ustedes —respondió Thungür.

El soldado del País del Sol dio las primeras explicaciones:

—Las Casas de la nobleza se han unido en una alianza contra Molitzmós, el hombre que es príncipe por un pacto con Misáianes. El que mancilló su propio escudo y el destino de todos. Nosotros no podremos vencer a los sideresios, ustedes tampoco podrán. La resistencia del Sol pide una alianza, un ataque que sume las dos fuerzas para enfrentar otra que no seríamos capaces de abarcar en soledad.

Quienes oyeron al soldado supieron que decía la verdad. Sin embargo, ninguno insinuó un asentimiento.

—¿Y Molitzmós…? —preguntó el jefe husihuilke—. ¿Qué hace ahora?

El semblante del soldado se enturbió.

—Acaba de regresar de Beleram con un obsequio para Misáianes.

La inesperada respuesta inquietó hondamente a todos. Thungür pidió al soldado que se explicara.

Y el soldado narró los hechos desde la llegada de una mujer llamada Acila al palacio de mando hasta el sorpresivo viaje de Molitzmós a la Comarca Aislada. Y contó el regreso del príncipe gobernante, anunciando que había tomado prisioneros a Bor y a una pequeña aldea zitzahay que halló oculta en la selva.

El pensamiento de Thungür ya estaba galopando hacia Beleram, cuando la voz del soldado le cortó el camino.

—Pero hay algo más —dijo—. Una flota de gran poderío llega de las Tierras Antiguas. Y está tan próxima que no es posible intentar ningún movimiento antes de su arribo. La resistencia del Sol te pide que obres con calma y junto a nosotros. La flota enemiga ya está llegando, la aldea zitzahay ya está prisionera…, ninguna prisa cambiará eso. Ahora es mejor ajustar las fuerzas y acrecentarlas en una alianza. Es la única esperanza que nos queda.

El soldado partió, igual que los jaguares, sin llevar consigo ninguna promesa.

Pero, igual que los jaguares, otros soldados continuaron llegando. Y aunque Thungür mantenía los más severos cuidados, la idea de un ataque conjunto cobraba fuerza entre el ejército del Venado.

Thungür y sus jefes de guarnición comprendieron que un ataque a Beleram sólo lograría desgastarlos y reducir sus posibilidades para enfrentarse a la flota que llegaba.

La resistencia del País del Sol les estaba ofreciendo la posibilidad de una victoria. ¿Cómo desconocer un arma en las manos? ¿Cómo negar el único destello que les permitía vislumbrar algo más que una muerte honrosa en el campo de batalla?

Thungür, sin embargo, no iba a desproteger a la aldea zitzahay y al Supremo Astrónomo. De inmediato dio una orden que las infinitas voces de las criaturas llevaron hacia Los Confines:

«Cucub, viajarás tan rápido como el viento».