Capítulo 22
Estoy muy nerviosa. Dentro de dos días llegan Eva y Manuel. ¡Tengo tantas ganas de verlos! Es una casualidad, pero llegan justo el día de mi primer aniversario en Malaui.
Lo tengo todo dispuesto. Mi casa está preparada para recibirlos. Ellos se quedarán dos semanas y he pensado cederles mi dormitorio, que tiene una cama grande y está mejor orientado, y trasladarme yo a la otra habitación, la que usamos cuando viene Joel.
He planeado algunas actividades para entretenerlos. Me parece buena idea alquilar un coche por unos días para que puedan sentirse más independientes y hagan un poco de turismo por su cuenta. Además, quiero que visiten conmigo el orfanato para que conozcan a Joel, a Kiss y al padre James. También quiero llevarlos a Chikoko. Seguro que les parece interesante ver una aldea malauí auténtica. Chikoko queda justo de camino hacia el lago y el lago es una visita imprescindible. Les encantará. Es lo mejor de Malaui. Podemos pasar un fin de semana completo en Nkhotakota, un lugar mucho más tranquilo y agradable que Salima. Yankho y Mara me han hablado de un pequeño lodge que hay allí, justo a la orilla del lago, en la misma playa. Me han dicho que es un sitio encantador, cómodo y bonito, puesto al gusto occidental. Está regentado por un matrimonio inglés.
En fin, espero que a mi hermana y a Manuel les agraden estos planes. No sé qué pensarán ellos de mi vida en Malaui que, desde luego, no es ni incivilizada ni primitiva. Puede que carezca de algunas de las cosas que en España nos parecen importantes pero que, en realidad, no lo son. Yo no echo nada en falta. ¡Bien! Seguro que, al final, este país conseguirá enamorarlos. Ya se lo he dicho muchas veces en los correos que les envío: Malaui fascina, África engancha. Es como un retorno al paraíso perdido.
Haxi también está nervioso, supongo que por verme a mí tan alterada. Le he dicho que no pasa nada, que es normal, en un año es la primera visita de España que recibo. Pero a él se le plantean algunas dudas. Por ejemplo, me ha preguntado qué va a pasar con nosotros durante esos días. ¿Podrá seguir viniendo a dormir a casa? ¿Saben Eva y Manuel que somos pareja? ¿Les parece bien que yo tenga un novio malauí?
Le he explicado. Nada va a cambiar entre nosotros porque esta es mi forma de vida y ellos tendrán que aceptarla, les guste o no. Difícil de entender para la mentalidad malauí. Ellos no comparten nuestra manera de ver las cosas, nuestro individualismo occidental tan recalcitrante. No conciben que una persona pueda tomar decisiones al margen de la opinión del grupo o de la comunidad. En Malaui no hay demasiados asuntos exclusivamente personales. Todo es cosa de todos. Pero Eva y Manuel aceptarán mis puntos de vista, aunque no los compartan, porque ellos me quieren, le digo. Eva es mi hermana. Y Manuel es mi amigo, mi amigo del alma de los tiempos de estudiante.
El recuerdo de esos tiempos todavía me emociona. Álvaro, Manuel y yo. Inseparables. Los tres mosqueteros. Álvaro, el idealista. Manuel, el crítico y el escéptico. Yo entonces me alineaba en el bando de Álvaro y juntos resistíamos los ataques feroces de Manuel. Manuel contra todo y contra todos. El tiempo, la experiencia y supongo que la edad se han encargado de apagar aquellos fuegos de la juventud.
Álvaro sigue trabajando en proyectos de solidaridad pero su idealismo ha ido dejando paso al pragmatismo. Ahora es un agente institucional. ¡Puf!
Manuel sigue siendo crítico y escéptico, pero sin la belicosidad de antaño. Además, desde que se ha casado con Eva se ha vuelto muy comodón.
Y yo... Yo me he quedado colgada o descolgada, ya no lo sé, en este pequeño rincón de África. Con las ideas muy claras, eso sí. Cada día más claras. Y mías. Por lo menos, mías. Preparada para enfrentarme a esas diatribas dialécticas que fascinan a Manuel. «¿Por qué a África? ¿Por qué a Malaui? ¿Por qué no a Cuenca o a Badajoz, por decir algo, si lo que quieres es verdaderamente ayudar?», recuerdo que me preguntó pocos días antes de partir de España. «¿Por qué marcharte tan lejos? En Cuenca también hay gente que pasa hambre, miseria o enfermedad. Al fin y al cabo, la naturaleza humana no difiere tanto de un lugar a otro. En el fondo, es posible que Malaui y Cuenca no sean sitios tan distintos. Quizá algunas costumbres y, por supuesto, los abismos tecnológicos... Pero lo cierto es que, en lo fundamental, los seres humanos nos parecemos todos, seamos conquenses o malauíes. Y no me hables del sufrimiento y del dolor de África. ¿Qué eso del dolor? ¿Qué ser humano no padece dolor o enfermedad? El dolor físico puede no ser subjetivo a pesar de que el umbral de tolerancia varíe mucho de unos individuos a otros. Pero el dolor moral... A lo mejor el dolor moral es solo una forma de interpretar la realidad. O tu forma de considerar que algunos seres humanos lo padecen porque no poseen las cosas que tú crees indispensables para la felicidad. ¿Qué es lo indispensable para la felicidad, Ada? Así que ¿por qué irte allá? Sé sincera. ¿Para huir de ti misma, quizá? ¿O para romper con una rutina que te oprime y vivir una gran aventura?».
No sé si he encontrado la respuesta a sus preguntas. Quizá sea cierto que vine aquí huyendo de mí misma. Pero lo cierto es que sigo aquí porque aquí soy yo misma. Sí, en Malaui me he encontrado a mí misma.
Aun así, a pesar de las incógnitas, ansío con cierto regocijo anticipado (y maligno, he de reconocerlo) la llegada de Manuel, el choque frontal con sus opiniones, asistir como espectadora de primera fila al impacto que sé que África va a causar en él.
No sabría decir si el padre Héctor me agrada o me desagrada. Quizá se deba al hecho de que, en el fondo, le guardo rencor porque él es ahora quien ocupa el lugar de Celsa.
Hace buenas migas con Yankho y la verdad es que se ha ganado el respeto de casi todo el mundo en Chipatala. Es un tío listo. Al atardecer se sienta en las escaleras de nuestro pabellón con su saxofón, su quena o su zampoña, la flauta de Pan andina, y organiza un pequeño concierto que la gente de por aquí espera con ilusión, como si fuera una fiesta. Se acercan todos a escucharle y a participar. Él interpreta las preciosas melodías de su tierra. Ellos tocan el tambor y le acompañan con sus bailes y sus cantos. Los críos se lo pasan pipa. Le enseñan ritmos malauíes tradicionales que el padre aprende enseguida porque tiene buen oído. Parece el flautista de Hamelin. ¿Es realmente un mago, un embaucador o hace todo esto de corazón?
Con su magia ha conseguido «plata», como dice él, para ampliar las instalaciones de nuestro pabellón. Parece que tiene contactos con una familia de Lima muy adinerada, los Beltrán de no sé qué, que le financia alguno de los proyectos que emprende. Ahora toca nuestro pabellón. Le estuvo dando vueltas a la idea y se le ocurrió que tirando unos tabiques, cambiando la cocina al lugar que ahora ocupa el dormitorio común y agrandando un poco por el otro lado, se podrían conseguir dos dormitorios nuevos para los niños en la zona más luminosa y ventilada del edificio. Además, reduciendo unos metros el espacio de lo que ahora es el consultorio, quiere habilitar una especie de antecámara que sirva de comedor para los críos y las madres.
También ha encargado cunas. Las madres seguirán durmiendo en las colchonetas, pero los niños tendrán cunas aunque, eso sí, compartidas. Dos niños por cuna. No hay sitio para más. Lo cierto es que tiene razón y que su idea es buena, con un gasto mínimo. Así que estamos otra vez de obras. Y como las instalaciones las cede el hospital, el gobierno, que es el que sufraga el proyecto, no ha podido objetar ni intervenir. Un tío listo, sí, señor.
Yankho está encantado con él. Lo malo es que el padre está empezando a meter las narices en nuestro fichero y en nuestra organización y que Yankho, por simpatía y agradecimiento, se lo permite. Ya veremos lo que pasa más adelante. En fin, no quiero ser mal pensada pero no me huelo nada bueno.
Conmigo es amable y afectuoso. Me busca porque le gusta tener a alguien con quien hablar en castellano, alguien que también conoce y ama a su país. Son las servidumbres de la nostalgia. Me cuenta cosas de cuando estuvo en Iquitos. Dice que la gente de allá se parece un poco a la de aquí en su alegría de vivir y en su falta de previsión, en su sentido de lo concreto, del hoy, del ahora.
Los domingos por la mañana organiza una misa al aire libre. Son misas especiales, con música y canciones, en las que él toca la flauta y todo el mundo participa, aunque con mayor solemnidad que en los conciertos del atardecer. Yo no había asistido todavía a ninguna porque los domingos son mi día de Joel y me marcho muy temprano al orfanato, pero el domingo pasado él me propuso acompañarme en el viejo Land Rover, después de celebrar la eucaristía, para conocer y saludar a las sisters, y tuve ocasión de contemplar el espectáculo, pues de un espectáculo se trata.
Los críos se disputaron ferozmente el honor de hacer de monaguillos. Durante la misa nadie rechistó y la emoción se palpaba en el ambiente. Cuando llegó el momento de cantar, él sopló la quena con los ojos cerrados y todos los presentes entonaron la melodía con una única y múltiple voz. Conmovedor. Y bonito. Cuando el padre Héctor terminó de tocar y abrió los ojos, pude ver un relámpago de orgullo en su mirada. Y es curioso, pero más tarde, en el orfanato, me pareció que había simpatizado mucho con la hermana Teresa.